En los meses recientes, el mundo diplomático ha asistido a una inusitada proliferación de planes de paz para Ucrania, como si se tratara de una generosa cosecha típica de la temporada verano-otoño que está viviendo Europa. Bien lo decía la semana pasada el analista alemán Klaus Geiger, del diario Die Welt: “Se trata del tipo de declaraciones que el mundo entero adora escuchar, después de dos años y medio de guerra y de decenas de miles de muertos...”.
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En el marco de la Asamblea General de la ONU, la semana pasada en Nueva York, China hizo público un plan de paz al que este sábado se unieron doce países, entre ellos Brasil, Colombia, Turquía y Egipto. En julio, el primer ministro húngaro, Viktor Orban, se presentó como “misionero de la paz” y cumplió una gira que incluyó Moscú y Kiev, y las sedes de varios gobiernos aliados de uno y otro bando.
En junio, 160 delegaciones se habían dado cita en Bürgenstock (Suiza) para explorar iniciativas de paz, a pedido del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, quien la semana pasada, durante su gira por Estados Unidos, habló ante la ONU y se reunió con el presidente Joe Biden y con los candidatos Donald Trump y Kamala Harris. En sus entrevistas y discursos, Zelenski se refirió indistintamente a su plan de victoria y a su plan de paz.
Que Kiev pueda llevar la guerra dentro del territorio ruso, de manera profunda y costosa para el Kremlin, pondría a Putin en una situación muy complicada frente a su población, que hasta ahora, y salvo por la incursión ucraniana en la región de Kursk en agosto y algunos bombardeos en áreas cercanas a la frontera, no ha sufrido de cerca la guerra.
Pero, ¿esta multiplicación de propuestas para acabar con la guerra quiere decir que llegó la hora de resolver el sangriento conflicto en una mesa de negociaciones? No necesariamente. Como afirmaba el analista Geiger, “desde el inicio de la guerra, nunca hemos estado más alejados de una paz justa y durable en Ucrania”. El periodista alemán explica: “Quienes creen que bastará con estar listos a hacer concesiones para encontrar una salida rápida a la guerra se nutren de ilusiones o actúan de manera irresponsable”.
Uno de ellos es, sin duda, Donald Trump, como quedó claro durante su encuentro con Zelenski en su oficina de la Trump Tower, en Manhattan, el viernes pasado. La reunión estuvo a punto de ser anulada debido a la molestia que le causó al candidato republicano una entrevista concedida días antes por Zelenski al semanario The New Yorker.
Trump ha llegado a decir que, si gana las elecciones en noviembre, sería capaz de terminar con esa guerra “en cuestión de 24 horas”, algo que Zelenski puso en duda en la entrevista, al sugerir que “Trump no sabe realmente cómo parar la guerra, aun si quizás piensa que lo sabe”. Agregó que “con esta guerra ocurre a menudo que, mientras más a fondo la miras, menos la entiendes”. Y eso casi frustra la cumbre, que al final sí ocurrió.
Terminada la reunión, que según los testigos transcurrió en tono cordial, Trump dijo a los periodistas: “Creo que podemos trabajar en algo que sea bueno para ambas partes”. Y aunque no ahondó en cómo hacerlo, insistió en que, de ganar de nuevo la presidencia, será capaz de parar la guerra aún antes de tomar posesión en enero. Zelenski, que estaba al lado de Trump cuando ambos comparecieron ante los medios, fue diplomático: “Compartimos la misma visión, que la guerra en Ucrania debe ser detenida”, pero dejó en claro que “Putin no puede ganar y Ucrania debe prevalecer”.
Evitar otro Múnich 1938
Después de 30 meses de guerra, y tras sumar 70.000 muertos y 130.000 heridos según datos de la inteligencia de Estados Unidos, Ucrania está a punto de verse sobrepasada en cuanto a lo que puede comprometer en soldados, armas y recursos económicos. La moral de los ciudadanos, que resistió de manera notable durante los dos primeros años de conflicto, comienza a flaquear, y eso puede agravarse cuando se inicie un invierno que resultará especialmente duro por la fragilidad del sistema eléctrico afectado por los bombardeos rusos.
A la espera de conseguir más apoyo en armas y dinero de parte de sus aliados occidentales, en especial de Washington, Zelenski centró su gira en Estados Unidos en la promoción de su “plan para la victoria”. A sabiendas de que en los meses por venir aumentarán las presiones internacionales para que se siente a negociar, el mandatario explicó que necesita un cambio en “las reglas del juego para que Rusia haga las paces”.
Según sostenía este sábado el editorial del diario El País de Madrid, “ese parecía ser el propósito de la incursión de su ejército en la provincia rusa de Kursk, con la que el Gobierno pretendía también insuflar ánimos en la opinión pública”. Y, aunque logró sacudir no solo a sus ciudadanos sino a la opinión mundial, no consiguió que Putin flexibilizara sus posturas.
“Para forzar ese cambio en las reglas del juego –agrega el diario español–, Kiev plantea una demostración de fuerza: pide a los aliados que le autoricen a golpear a Rusia con misiles de largo alcance proporcionados por Occidente”. Pero además, en la eventualidad de un cese del fuego y de un inicio de las negociaciones con Moscú –que necesariamente arrancarían sobre las líneas que marcan hoy las posiciones de cada ejército–, reclama la garantía de más ayuda militar y financiera de Occidente, y el apoyo de la Otán, organismo al que espera integrarse pronto.
Compartimos la misma visión, que la guerra en Ucrania debe ser detenida”, pero dejó en claro que “Putin no puede ganar y Ucrania debe prevalecer
Zelenski sabe que, salvo un cambio significativo en la correlación de fuerzas, empezar negociaciones implicaría estar dispuesto a ceder parte del territorio que Rusia invadió. Pero sin ese cambio en la correlación, Putin no se contentaría con esos territorios, sino que exigiría a Ucrania tomar distancia de sus aliados occidentales y de la Otán, lo que, a la larga, conduciría a convertirlo en un país satélite, como lo es hoy Bielorrusia. Y la única manera de vacunarse contra eso sería entrar pronto a la Otán, cuya carta de constitución prevé, en su artículo 5.º, la defensa colectiva de toda la Organización en caso de ataque contra uno de sus miembros por un país externo a la Otán.
“Aunque no dejaría de ser un precedente terrible –le explicó a EL TIEMPO un diplomático europeo en París–, sobre todo por haber resultado de una agresión militar, tanto en Washington como en las capitales europeas saben que es posible que Kiev tenga que ceder parte de esos territorios, en especial aquellos que tienen una presencia importante de población de origen ruso”.
Lo que urge evitar, explica la fuente, “es que esas concesiones sean el preludio de más exigencias por parte del Kremlin, tal y como ocurrió cuando Hitler demandó una parte del territorio de la república checoeslovaca, los llamados Sudetes, y en los Acuerdos de Múnich en septiembre de 1938, Francia y el Reino Unido cedieron, convencidos de que eso garantizaba la paz, cuando en realidad fue el preludio de la segunda guerra mundial”.
Plan de victoria y de paz
En su visita a Estados Unidos, Zelenski presentó su plan de victoria ante Biden, y ofreció a Trump una versión de este, pero la llamó “plan de paz”. Lo cierto es que, para Ucrania, son dos caras de la misma moneda. O, dicho de otro modo, Ucrania necesita una victoria militar –o al menos un sacudón importante que reequilibre las fuerzas– como base de una negociación de paz.
Aunque su contenido integral no ha trascendido, es evidente que uno de los ejes del plan de victoria es la autorización que Zelenski les reclama a Estados Unidos y a sus aliados en Europa, para poder utilizar misiles de largo alcance suministrados por ellos, en ataques al interior de Rusia. Que Kiev pueda llevar la guerra dentro del territorio ruso, de manera profunda y costosa para el Kremlin, pondría a Putin en una situación muy complicada frente a su población, que hasta ahora, y salvo por la incursión ucraniana en la región de Kursk en agosto y algunos bombardeos en áreas cercanas a la frontera, no ha sufrido de cerca la guerra.
Temeroso ante la eventualidad de una autorización de Washington y del conjunto de la Otán para que Kiev utilice esos poderosos misiles, el líder ruso anunció la semana pasada ajustes a la doctrina nuclear: el cambio implicó ampliar la definición sobre “los Estados agresores”, de modo que quienes suministren esas armas de largo alcance a Ucrania quepan dentro de la definición. De ese modo, el Kremlin deja entrever que si Occidente da vía libre a Zelenski para ese tipo de ataques, el Kremlin podría considerar una respuesta nuclear.
Por ahora, todo sigue en el terreno de las hipótesis, pues ni Washington ni las capitales europeas han dado el visto bueno a Ucrania para lanzar dichos ataques al interior del territorio ruso, o al menos no lo han dicho públicamente. Tampoco han abierto la puerta para que Kiev inicie, de manera formal, su proceso de ingreso a la Otán, algo que Zelenski considera vital para protegerse en el futuro, si es que llega a haber un acuerdo con Putin en la mesa de negociaciones.
Entre tanto, las tropas rusas siguen avanzando en el frente del este de Ucrania, y aunque lo hacen de manera lenta y a un costo aterrador de más de mil bajas diarias, la combinación de esta progresión con los bombardeos contra la infraestructura eléctrica y otros servicios estratégicos plantea interrogantes sobre cuánto más aguantará Ucrania, antes de aceptar una mesa de negociaciones a la que Putin llegue con ventaja.
¿Qué puede salir de una negociación en esas condiciones? “Mientras Putin viva –sostiene el analista Klaus Geiger– es realista pensar que la ‘paz’ solo podrá parecerse a una guerra fría (...), no a una paz basada en un compromiso contenido en un acuerdo escrito”. Geiger imagina que de la mesa puede salir más bien “un congelamiento del conflicto en el que ambas partes consolidarán el frente por la vía de la disuasión mutua”.
Con un dictador como Putin, agrega, “ningún compromiso es factible” y de ese modo “la paz solo puede estar garantizada por las armas, no por los párrafos de un acuerdo”. Y eso es algo que Washington y sus socios de la Otán deben entender, para autorizar a Kiev el uso de misiles de largo alcance y abrirle las puertas de la Otán.
MAURICIO VARGAS
ANALISTA
EL TIEMPO
mvargaslina@hotmail.com