El 2 de abril, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, firmó una orden ejecutiva que introducía el concepto de los aranceles “recíprocos", estableciendo un arancel básico mínimo del 10 por ciento para los socios comerciales y tarifas aún más elevadas para determinados países.
Esta medida representa la segunda ofensiva del gobierno estadounidense en su cruzada proteccionista, tras las amenazas previas de imponer aranceles al acero, el aluminio y los automóviles. No obstante, esta política arancelaria adolece de errores fundamentales que pueden sintetizarse en tres grandes falacias:
La falacia económica: el impacto autodestructivo de los aranceles indiscriminados
Desde su llegada al poder, la administración Trump impuso aranceles a productos importados por un valor superior a 500.000 millones de dólares. Desde acero y aluminio hasta autopartes, chips semiconductores y materias primas farmacéuticas, Estados Unidos emprendió lo que algunos analistas describen como “ataques indiscriminados” contra casi todos sus principales socios comerciales.
Esta política radical derivó en un aumento promedio del 3 al 5 por ciento en el precio de los bienes importados, impulsando directamente la inflación interna.
Más preocupante aún es la reacción en cadena que esta postura unilateralista desencadenó a nivel global. La Unión Europea (UE) impuso aranceles de represalia a productos estadounidenses por un valor de 26.000 millones de euros, y países como Canadá, México y otros siguieron su ejemplo.
Contenedores de envío en el Puerto de Los Ángeles, California, EE.UU., el viernes 4 de abril . Foto:Kyle Grillot / Bloomberg
El diario estadounidense “Wall Street Journal” llegó a calificar esta situación como la "guerra arancelaria más absurda de la historia", señalando que las empresas estadounidenses fueron las principales perjudicadas.
El fabricante norteamericano de motocicletas Harley-Davidson, por ejemplo, se vio obligada a trasladar parte de su producción al extranjero para evitar los aranceles europeos, mientras que miles de agricultores del Medio Oeste enfrentaron la bancarrota debido a las barreras impuestas a la exportación.
La falacia histórica: los fracasos reiterados del proteccionismo comercial
A lo largo de su historia, EE.UU. ha intentado resolver sus problemas económicos recurriendo a políticas arancelarias, con resultados mayoritariamente fallidos. Un ejemplo paradigmático es la Ley Arancelaria Smoot-Hawley de 1930, que elevó los aranceles sobre más de 20.000 productos a niveles récord.
Lejos de proteger la economía, esta medida provocó una caída del 66 por ciento en las importaciones y del 61 por ciento en las exportaciones estadounidenses, profundizando la Gran Depresión registrada en la década 1930.
En 2002, la administración del presidente George. W. Bush implementó un arancel del 30 por ciento al acero. Aunque esta política salvó temporalmente 8.000 empleos en la industria siderúrgica, causó la pérdida de más de 200.000 empleos en sectores manufactureros que dependían de insumos de acero más asequibles.
Según los estudios del Instituto Peterson de Economía Internacional, los aranceles impuestos por Trump a China en 2018 redujeron el empleo manufacturero en EE.UU. en un 0,5 por ciento, mientras que los estados agrícolas afectados por represalias arancelarias experimentaron pérdidas aún más significativas.
Actualmente, el precio del acero estadounidense supera en un 50 por ciento al del mercado europeo, lo que ha minado la competitividad internacional de industrias clave como la automotriz y la de maquinaria.
La falacia política: el canje de intereses públicos por réditos políticos
Históricamente, los aranceles fueron una fuente importante de ingresos para el gobierno estadounidense —representaban más del 50 por ciento de la recaudación federal entre 1798 y 1913—, pero en la actualidad apenas suponen alrededor del 2 por ciento.
Por tanto, utilizarlos como herramienta para saldar la deuda pública carece de fundamento práctico. En cambio, su uso reciente responde más a una estrategia de manipulación política que a una lógica económica.
Collage Trump Xi / Jinping / Estados Unidos/ petróleo / China / Venezuela Foto:Internacional
Desde William McKinley, conocido como el “presidente de los aranceles”, hasta Herbert Hoover y George W. Bush, varios presidentes estadounidenses han apelado a la retórica arancelaria para ganarse a los votantes indecisos.
Donald Trump llevó esta táctica al extremo, orientando su política arancelaria a sectores estratégicos del llamado "Cinturón Industrial", a pesar de que los datos demuestran que esta estrategia perjudicó a la economía en general. En los estados clave afectados por los aranceles, el crecimiento del empleo fue un 1,2 por ciento inferior al promedio nacional, mientras que el apoyo a Trump creció un 3 por ciento. En otras palabras, cada empleo "protegido" mediante aranceles tuvo un elevado costo que recayó sobre los consumidores.
Lo que viene
La política arancelaria de EE.UU. que dictó recientemente Donald Trump se sostiene sobre tres premisas erróneas: primero, asume que el déficit comercial equivale a una pérdida neta; segundo, ignora la interdependencia y complejidad de las cadenas de suministro globales; y tercero, sobrestima la centralidad e irremplazabilidad del mercado estadounidense.
Esta visión distorsionada fragmenta el sistema multilateral de comercio y, en última instancia, perjudica a EE.UU.. De hecho, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advierte que una guerra comercial a gran escala podría reducir el producto interno bruto (PIB) estadounidense en un 2,3 por ciento.
Como afirmó el famoso economista norteamericano con el Premio Nobel de Economía 2008 Paul Krugman, “Los aranceles son un veneno para la economía global, y Estados Unidos está obligando a todos a beberlo”. La historia volverá a demostrar que las políticas comerciales que perjudican a los vecinos terminan volviéndose en contra de quienes las promueven.
Lei Xiangping, corresponsal del Grupo de Medios de China (CMG)