Al contemplar el muro de 18 metros en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la artista nigeriana Otobong Nkanga se sintió emocionada y aterrorizada a la vez.
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“Miras hacia arriba y piensas: ‘Dios mío, ¿dónde va a terminar esto?’”, recordó haber pensado.
Esa fue su primera reacción cuando visitó el espacio tras recibir un importante encargo del MoMA para construir la instalación. La obra resultante, “Cadence”, estará en exhibición hasta el 8 de junio del 2025.
Su segunda reacción fue cantar. Comenzó con tonos altos y operísticos y terminó con tonos bajos, pendiente de reverberaciones y ecos. “¿Cómo rebota la voz en las paredes y recorre el espacio antes de posarse en el suelo?”, dijo querer descubrir.
La voz de Nkanga es a menudo una faceta de sus instalaciones específicas al sitio, que pueden parecer simultáneamente futuristas y primordiales, apocalípticas y utópicas. Son elaborados a partir de gobelinos, dibujos, fotografías y cerámica, que ella ensambla con materiales naturales encontrados y en ocasiones aumenta con performances y otros elementos sensoriales, como aromas de hierbas y aceites.
“Mi labor consiste en conectar todas estas cosas y dejar claro que todo está entrelazado”, dijo Nkanga.
Además del encargo de alto perfil del MoMA, Nkanga, de 50 años, ha sido nombrada Laureada del Premio Nasher 2025, uno de los premios más prestigiosos del mundo del arte. Está prevista una importante exposición en París para el otoño del 2025, en el Musée d’Art Moderne.
Las obras de arte de Nkanga a menudo se centran en los orígenes de los materiales que utiliza. Un tema recurrente es la minería y otros tipos de extracción, y cómo circulan los recursos naturales a nivel mundial. Ella traduce interrogantes ambientales cargadas en piezas exuberantes y vibrantes, a menudo con un puñado de escarcha.
Nkanga nació en 1974 en Kano, Nigeria, y creció en Lagos. Su padre murió cuando ella tenía 7 años y el resto de su familia se mudó a París en 1985 y luego regresó a Nigeria en 1990.
Mientras Nkanga estudiaba arte en la Universidad Obafemi Awolowo en Ile-Ife, Nigeria, su madre murió en un accidente automovilístico. La artista regresó a Francia y completó su formación en la École des Beaux-Arts de París. Luego se mudó a Amsterdam, donde realizó una residencia de dos años en la Rijksakademie y completó una maestría en coreografía en DasArts, la academia de teatro y danza de la Ciudad. Ahora reside en Amberes, Bélgica, donde vive desde el 2007.
Como resultado de estas variadas experiencias, siente que no hay límites a las formas en que puede expresar su visión artística. Su instalación del MoMA, “Cadence”, sostiene que tras la pandemia, el mundo entero está conectado vía la muerte y la pérdida.
La pieza central es un gobelino lujosamente tejido con hilos luminosos que recuerdan a los textiles medievales y cubre la pared. Al centro hay dos figuras sentadas en medio de flora tipo abanico. Están frente a una esfera naranja que podría ser un sol naciente (o poniente). La escena que se desarrolla ante ellos, llena de explosiones, polvo y escombros, podría ser un evento estelar catastrófico o un momento de génesis.
Del techo cuelgan tazones de cerámica hechos con una técnica japonesa llamada raku, unidos a orbes de vidrio soplado y conectados por una gruesa cuerda tejida a mano.
“Es una lágrima en cámara lenta”, dijo Nkanga, explicando que quería dar forma material a los minerales dentro de nuestras lágrimas, como el hidróxido de sodio y el hierro. Imaginó cómo se cristalizaban y los representó como una roca de antracita en el suelo.
También quería dar voz a la lágrima, por lo que creó una instalación sonora de 10 canales para la escultura colgante. Cantó frases cortas de poesía, jadeando, gimiendo y también riendo.
“Tras perder a mis padres, siempre hay un sentimiento de vacío”, dijo. “Esta era una forma de intentar hacer tangibles muchas cosas que no lo son tanto”.