Roland Barthes dirigió la tesis doctoral de un joven que se caracterizaba por su lucidez para interpretar el mundo cotidiano y para comprender cómo las grandes corrientes de pensamiento afectan nuestras rutinas. Pascal Bruckner (París, 1948) –de él se trata– es uno de los filósofos más prestigiosos de la actualidad, quizá el pionero en advertir el inicio de una ola que hoy es conocida como wokismo, sobre la que ha estado escribiendo desde el fundamental El sollozo del hombre blanco (1983).
Bruckner ha sido galardonado con los premios Médicis de Ensayo, Renaudot y Montaigne, por su escritura y por su forma de elaborar y exponer sus ideas. Además, es autor de una vasta obra de ficción, con novelas como Un buen hijo o Luna de hiel, adaptada al cine por Roman Polanski, con la actuación de Hugh Grant y Kristin Scott Thomas. Entre sus libros de ensayos destacan: Los ladrones de belleza, La tentación de la inocencia, Miseria de la prosperidad, La religión del mercado y sus enemigos y El vértigo de Babel: cosmopolitismo y globalización.
En su último ensayo, Vivir en zapatillas (Ed. Siruela) (zapatillas, como sinónimo de pantuflas), el filósofo francés señala que hoy priman en Occidente una mentalidad y una conducta que tiende al retraimiento, a la necesidad y el gusto por permanecer en nuestros hogares, algo que ha llamado “la renuncia del mundo” y que resume en la siguiente idea: “El estado de ánimo de nuestro tiempo es el fin del mundo”.
Para Bruckner, la pandemia, los conflictos bélicos –e incluso el delito, el crimen y la inseguridad– conducen al individuo del presente a replegarse en pequeñas comunidades e incluso a aislarse en su propio hogar. El pensador, uno de los principales invitados del Hay Festival Sevilla que se celebró en estos días, padeció una tremenda gripe que lo obligó a cancelar el viaje a Andalucía, pero, de todos modos, desde su hogar, brindó una conferencia telemática para sus lectores y respondió las preguntas de La Nación.
Nos hemos confinado en nuestras casas después de la pandemia, explica en su ensayo. Habla de distintas amenazas que obligan a “la renuncia del mundo”; entre ellas, la búsqueda de seguridad. ¿Estamos perdiendo empatía y habilidades sociales?
En la dialéctica de lo abierto y lo cerrado, los períodos de crisis son propicios para el aislamiento. Miedo a la enfermedad, miedo a la contaminación y miedo a los demás. El sueño de una sociedad abierta se contradice con cada evento doloroso, la inseguridad, el crimen organizado, la pandemia. La tendencia de toda sociedad a encerrarse en sí misma es una constante en la historia. Esto no nos convierte en personas más violentas, sino en personas más desconfiadas e indiferentes.
¿Nos aleja este “abandono del mundo” de la vida y de la discusión política? ¿Participar en las redes sociales es participar en la vida política?
La participación en las redes sociales no es exactamente lo mismo que el activismo político. En ellas lo que se busca es encontrarse con personas que piensen lo mismo que uno y que compartan los mismos gustos.
Al comienzo de la pandemia muchos pensaban: “Saldremos mejores, como especie, de esta situación”. Pareciera que aquello no ocurrió.
Si una enfermedad nos hiciera mejores, la humanidad habría estado conformada por ángeles y santos desde hace siglos. Cada vez que un mal nos golpea, juramos que seremos mejores con la idea quizás supersticiosa de que hemos merecido lo que nos está pasando, que es lo que dijeron muchos funcionarios al comienzo del covid, incluido el exministro de Transición Ecológica de Francia Nicolás Hulot. Vio en el covid una solemne advertencia de la naturaleza. Pero una vez que el mal se ha ido, olvidamos estos buenos propósitos y comenzamos a vivir tal como lo veníamos haciendo antes.
Usted vive en Francia, uno de los países que alumbraron con sus ideas al Occidente moderno. Sin embargo, el wokismo ha atentado contra ciertos valores de esta sociedad, a pesar de sus buenas intenciones originales. Usted comenzó temprano a detectar esto, pero ¿cuándo tuvo la certeza de que el wokismo sería un movimiento tan poderoso?
El wokismo es una forma particularmente elaborada de izquierdismo que ya ni siquiera apunta a la revolución: solo a la discordia eterna, a la victimización permanente. Echó raíces hace mucho tiempo y ha tomado diferentes nombres a lo largo de la historia: en los años cincuenta y sesenta se lo llamó tercermundismo; luego, corrección política, sobre todo en las universidades norteamericanas. Esta policía del lenguaje sigue activa y debe envolver cada objeto, cada minoría en un velo de pudor y de respeto. Incluso los muertos deben ser descritos como “despedidos permanentemente”. Desgraciadamente, el wokismo también tiene su origen en Francia, en los escritos de Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, que se exportaron al otro lado del Atlántico, se adaptaron al conjunto del pensamiento americano y nos lo enviaron de vuelta diez años después.
Si una enfermedad nos hiciera mejores, la humanidad habría estado conformada por ángeles y santos desde hace siglos.
Pascal BrucknerFilósofo francés
En sus ensayos, se refiere al wokismo como el “dominio de las minorías”. ¿De qué modo afecta o debilita este escenario a las democracias?
En Francia, el wokismo viene a colmar las carencias de una izquierda que se ha quedado sin revolución y que encuentra en las categorías de raza, género y decolonialismo un nuevo fermento a costa de perjurarse a sí misma, ya que la característica de esta doctrina es rechazar cualquier forma de universalismo. El wokismo es una forma caricaturesca de identitarismo con un chivo expiatorio ideal, el hombre blanco, culpable de todos los males. Y frente a él, un conjunto de víctimas eternas. Se trata de un plan puramente norteamericano y no funciona en Europa, salvo a costa de graves distorsiones. Tiene la característica de instaurar una dictadura de las minorías, la famosa sopa alfabética LGBTQI+, olvidando a las mayorías, que por su parte toman venganza dando sus votos a los populistas. Por no hablar de que estas minorías a veces se odian entre sí. Tenemos, por ejemplo, la lucha entre lesbianas radicales y transgéneros, que reclaman su feminidad en el deporte o en el trabajo.
Se ha referido usted al concepto de “ideas de emancipación” para analizar el origen de luchas tales como el feminismo o el Black Lives Matter, luchas que han sido tomadas por grupos políticos que las han desprestigiado o bastardeado. ¿Cómo podemos volver a defender estas reivindicaciones lejos de los sesgos?
Las grandes luchas de la modernidad por la emancipación de la mujer, de los homosexuales o de la protección de los niños no han perdido nada de su relevancia y legitimidad. Los regímenes bárbaros, como Irán o Afganistán, continúan oprimiendo a las mujeres y encarcelando o matando a homosexuales. De la misma manera, el antirracismo, consustancial a la democracia, se ha degradado a la apoteosis de una categoría después del asesinato de George Floyd. Este movimiento ha dado lugar a escenas grotescas, en las que se ve a estudiantes blancos en las universidades lavando los pies de los activistas de Black Lives Matter como señal de expiación. Todo esto forma parte del contexto de una nación que practicó la esclavitud y la segregación en su territorio hasta los años setenta, a diferencia de Europa, que se liberó de estos males hace mucho tiempo. El antirracismo y la lucha contra el antisemitismo merecen algo mejor que las payasadas del wokismo.
El wokismo es una forma caricaturesca de identitarismo con un chivo expiatorio ideal, el hombre blanco, culpable de todos los males.
Pascal BrucknerFilósofo francés
Luego de la modernidad vino la posmodernidad, pero ¿seguimos aún en ella? ¿No ha quedado lejos la posmodernidad en el siglo XXI? Lo digo, por ejemplo, porque hemos vuelto, en términos políticos, en muchos países, a sistemas dictatoriales o bien a populismos (de izquierda y de derecha). Las democracias están debilitadas y muchas sociedades divididas.
La hipermodernidad o la posmodernidad sería una forma más fría de llamar a la modernidad, alejada de los dogmas de las vanguardias. Es cierto que Occidente se ha dividido entre un Estados Unidos todopoderoso que domina económica, estratégica y lingüísticamente, y una Europa débil y fragmentada, incapaz de garantizar su defensa y que ya teme la pérdida del paraguas militar del Tío Sam.
¿Y de qué modo el gobierno de Donald Trump reconfigura ahora el mapa geopolítico?
Es curioso. Ahora los Estados Unidos de Trump, hiperpoderosos, ricos y prósperos, se toman a sí mismos como la víctima del mundo exterior y declaran la guerra a sus aliados para llevarse mejor con sus enemigos, Rusia y China. Se trata de una configuración completamente nueva: Washington tiene la intención de apuñalar a sus amigos por la espalda y llevarse bien con las autocracias rusa y china, en una especie de Yalta planetario. ¿Seremos en Europa lo suficientemente sabios como para reaccionar con determinación, para construir nuestra propia defensa y no dejar que los Estados Unidos dicten nuestra conducta? Ese es el reto ahora mismo.
Están quienes profetizan un futuro oscuro para Occidente, el ocaso de sus valores, y auguran un mundo nuevo, alejado de las democracias, más próximo a los radicalismos y los fundamentalismos. ¿Qué piensa de esto?
Una especie de derrotismo se ha apoderado de algunas élites europeas que ven la crisis climática y nuestra pérdida de influencia en el resto del mundo como síntomas de una caída final. Hay una suerte de competencia en la descripción de las abominaciones que nos esperan, el inminente fin del mundo, el ocaso de tierras habitables, las invasiones bárbaras. Estas son profecías autocumplidas que solo reflejan la pereza mental de ciertos pensadores. En ese caso estaríamos condenados no a vivir normalmente, sino a sobrevivir, como lo demuestra toda una cultura de la catástrofe en el cine y las novelas. Esto da como resultado excelentes ficciones y excelentes guiones que dicen mucho sobre nuestros miedos, pero que no abren vías serias para pensar alternativas para el mundo venidero. Añadiría que la imaginación trágica, aquella que proyecta en el horizonte lo peor que puede llegar a ocurrir, es una excelente manera de evitar el futuro. En cuanto a la angustia del Apocalipsis, es milenaria.
Hoy se rinde culto a la belleza, pero más aún a la juventud. En su ensayo Un instante eterno: filosofía de la longevidad sostiene que libramos una batalla contra el paso del tiempo. ¿Cuándo comenzó esta lucha que, entiendo, según su perspectiva no es destructiva o negativa para la sociedad?
La ansiedad por el paso del tiempo es consustancial a la condición humana. En este sentido, los avances logrados son extraordinarios: aumento de la esperanza de vida de 20 a 30 años, éxitos en la lucha contra enfermedades que antes eran mortales y mejora del rendimiento cognitivo.
Escribe en ese ensayo: “Nació el culto a la juventud, síntoma de sociedades envejecidas, ideología de adultos que quieren acumular todas las ventajas, la irresponsabilidad de la infancia y la autonomía del adulto”. ¿Qué dice este hecho de nuestras sociedades?
La voluntad de permanecer en la apariencia en la comunidad humana no es un signo de futilidad, sino de resistencia al destino. Se trata de mantenerse vivo hasta la muerte, como decía el escritor Jean Paulhan (1884-1968), de permanecer activo hasta lo más tarde posible. Luchar contra el envejecimiento celular, la decrepitud física, seguir amando y deseando. Estos son avances que habrían hecho que nuestros antepasados se pusieran verdes de envidia.
Laura Ventura
Para La Nación (Argentina) - GDA