Ha pasado algo más de un siglo desde cuando supuestamente Porfirio Díaz pronunció una frase que entró con rapidez en los libros. “Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, habría afirmado el dictador oriundo de Oaxaca, quien mantuvo el poder durante casi tres décadas, siempre atento a las jugadas de su vecino del norte.
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Por estos días, muchos han recordado esas palabras. El motivo es la amenaza reiterada de Donald Trump, quien a comienzos de la semana volvió con la idea que propuso durante la pasada campaña presidencial: la de subir hasta el 25 por ciento los impuestos a las importaciones de productos canadienses y mexicanos, además de aplicarles un 10 por ciento extra a aquellos provenientes de China.
El argumento en esta oportunidad es que los países mencionados han hecho muy poco para ponerles freno a dos flujos de carácter ilegal. De un lado, las drogas ilícitas o sus precursores, y especialmente el fentanilo que conduce a la muerte por sobredosis a miles de consumidores estadounidenses cada año. Del otro, la migración irregular que –según la visión del líder republicano– alienta la inseguridad y deprime los salarios de los ciudadanos.
Qué tan serio hay que tomarse la amenaza es motivo de un extenso debate. Pero mientras llega el momento en el cual el magnate vuelva a ocupar la oficina oval de la Casa Blanca, el anuncio fue suficiente para sacudir a los mercados. Así lo demostró el comportamiento a la baja del dólar canadiense y el peso mexicano, al igual que el nerviosismo de los inversionistas en varias latitudes.
Casa Blanca.
Foto:Istock
Pasos de animal grande
No hay duda de que los temores están justificados. Basta recordar que durante su primera administración Trump prometió apretarle las clavijas a China y acabó haciendo exactamente eso, al imponer una serie de alzas arancelarias que fueron respondidas por Pekín. Estas siguen en su lugar, pues Joe Biden mantuvo la misma política, al menos en ese frente.
Ahora, Washington iría todavía más lejos. En su versión extrema los castigos se dispensarían a diestra y siniestra, con la idea de estimular la producción local norteamericana. Dentro de esa visión, los trabajos manufactureros bien remunerados que desaparecieron con la globalización retornarían con rapidez.
En respuesta, los conocedores de la historia recuerdan el efecto que tuvo la ley Smoot-Hawley a comienzos de los años 30 del siglo pasado. La imposición de aranceles del 20 por ciento en promedio por parte de los Estados Unidos fue respondida con castigos similares en las naciones afectadas. Esa circunstancia llevó a un desplome del comercio internacional, lo cual tuvo mucho que ver en la Gran Depresión de aquella época, caracterizada por quiebras y desempleo masivo.
Incluso si las cosas no llegan tan lejos, el peligro es suficiente para quitarles la tranquilidad a muchos. Numerosos documentos de corte académico han señalado que eso de encarecer las importaciones sería equivalente a dispararse en el pie.
Para comenzar, el costo de los bienes traídos de afuera crecería de manera sustancial. Un trabajo del Instituto Peterson sostiene que, en promedio, cada hogar estadounidense debería pagar unos 2.600 dólares adicionales por las cosas que compra.
Tales incrementos harían que la inflación se acelere, ante lo cual el Banco de la Reserva Federal tendría que subir las tasas de interés, lo cual influiría sobre la salud de la economía. Al final, el resultado sería un deterioro en el nivel de vida de los ciudadanos, sin que necesariamente los supuestos beneficios del cambio de paradigma se concreten.
Basta observar lo que ocurrió la vez pasada que Trump estuvo al mando. Es verdad que la apretada de tuercas a China llevó a que sus exportaciones a la tierra del Tío Sam disminuyeran, hasta perder el primer lugar en ese ranquin. Pero el mensaje de fondo es que el apetito estadounidense por los productos foráneos no cayó, sino que hubo un desplazamiento hacia otros proveedores ubicados en Latinoamérica y el sudeste asiático.
Aun así, resulta evidente que más allá de que las cifras generales no varíen mucho, puede haber ganadores y perdedores. El país más vulnerable ante una posible restricción es México, cuyas ventas a su vecino del norte fueron cercanas a los 45.000 millones de dólares tan solo el pasado mes de julio, lo cual equivale a un 83 por ciento del total exportado. Dentro del amplio abanico despachado, el renglón más importante corresponde a vehículos de diverso tipo y autopartes, cuyo peso conjunto supera el 20 por ciento de la facturación.

Claudia Sheinbaum.
Foto:Reuters
¿Cómo actuar frente a los riesgos? Hay quienes creen en el diálogo directo, algo que puso en práctica el primer ministro canadiense Justin Trudeau, que llegó a la mansión de Mar-a-Lago en la Florida el viernes para cenar con Trump en lo que fue calificado como un encuentro sorpresivo y productivo.
Otros tienden a inclinarse por la confrontación. En un primer momento esa pareció ser la actitud de la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, quien en una carta dirigida al futuro inquilino de la Casa Blanca mencionó la necesidad de la cooperación mutua, no sin advertir que “a un arancel, vendrá otro en respuesta”. Una llamada telefónica posterior ayudó a disminuir la tensión, aunque no del todo.
Queda por verse si la mandataria seguirá el ejemplo de quien es su predecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador. En su momento, este optó por la estrategia del apaciguamiento, llegando a construir una buena relación personal con el líder republicano. Ello permitió la exitosa renegociación del tratado de libre comercio de América del Norte y la adopción de medidas para disminuir la presión migratoria.
La otra amenaza
Porque este último tema constituye la segunda pinza de la tenaza. Como es conocido, otra de las promesas de campaña es la expulsión de hasta 11 millones de personas que, según los cálculos disponibles, se encuentran de manera ilegal en territorio estadounidense.
Un escenario de deportaciones masivas es inquietante por muchas razones. Durante la década de los años cincuenta del siglo masivo la administración Eisenhower organizó la llamada ‘Operación espalda mojada’ mediante la cual removió por la fuerza a más de un millón de personas de origen mexicano.
Desde un comienzo la prensa documentó incontables abusos, incluyendo la aprehensión de ciudadanos con sus papeles en regla, el maltrato policial y el uso de embarcaciones de carga para transportar a miles en condiciones de hacinamiento. Tras declarar “el éxito” de la estrategia, para 1956 la mano dura cesó y se adoptó el esquema de permisos temporales, en el caso de los trabajadores del campo.
Otra de las promesas de campaña es la expulsión de hasta 11 millones de personas
Foto:iStock
Pensar en un retorno a un pasado de excesos no solo preocupa por el componente humanitario. Los especialistas recuerdan que el desempleo en Estados Unidos está en niveles históricamente bajos, por lo cual se presentarían faltantes agudos de mano de obra en sectores esenciales si comienza una persecución contra cualquiera que parezca sospechoso de estar en situación irregular.
Tampoco se pueden desconocer los potenciales efectos sobre el flujo de remesas, que ascendieron a 156.000 millones de dólares para América Latina en 2023. Aunque aquellos que les envían dinero a sus familias están en los cinco continentes, la proporción más elevada vive en territorio estadounidense. Menores ingresos por este concepto golpearían la demanda interna a lo largo y ancho de la región, para no hablar de las consecuencias que podría tener un regreso masivo de gente a su lugar de origen.
Cabeza fría

Marco Rubio.
Foto:Archivo particular
Si bien Colombia no aparece todavía en el radar, no hay duda de que ante esas nuevas circunstancias el país necesita jugar bien sus cartas. Para comenzar, están las diferencias ideológicas entre Bogotá y Washington, algo que se hará más evidente una vez Trump asuma el poder y su secretario de Estado, Marco Rubio, le dé un giro a la política exterior.
Motivos para que aumenten los roces entre ambas capitales abundan. La situación de Venezuela, el paso de personas con destino a Estados Unidos por el tapón del Darién o el aumento en la producción de cocaína son problemas de gran envergadura que requieren un manejo al que hay que agregarle mucha filigrana.
Sin embargo, una cosa es saber por dónde va a saltar la liebre y otra, hacerla brincar. En tal sentido, las señales que apuntan hacia una posible renegociación del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos llegan en un mal momento.
Y es que en el peor de los casos se abriría una caja de Pandora que pondría en entredicho el acceso preferencial al primer destino de las exportaciones nacionales. Según el Dane, entre enero y septiembre pasados, las ventas externas a ese lugar ascendieron a 10.777 millones de dólares, que representaron el 29,4 por ciento del total.
Hasta ahora, las alarmas han sonado en cuatro frentes: la posible apertura del capítulo sobre inversión extranjera con el fin de mirar las garantías existentes; el eventual retiro del país del Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones, más conocido como Ciadi, que es un mecanismo para la resolución de disputas; los incumplimientos colombianos en áreas como la chatarrización de camiones; y la posibilidad de castigar las importaciones de maíz estadounidense.
Consultada sobre el tema, María Claudia Lacouture, presidenta de la cámara de comercio colomboamericana, señala que “abrir la puerta de una negociación amplia es innecesario y podría resultar profundamente contraproducente”. Agrega que “el acuerdo comercial prevé mecanismos de revisión y ajuste, que es lo que correspondería hacer en este momento”.
Además, la dirigente opina que “en el contexto del gobierno Trump, donde temas como la seguridad, el comercio y la migración adquieren un peso aún mayor, Colombia tiene la oportunidad de consolidarse como un socio estratégico clave en la región, liderando un enfoque integral que combine el control del narcotráfico y la reducción de cultivos ilícitos con estrategias de desarrollo social, al tiempo que propone soluciones innovadoras para manejar la migración regional”. No obstante, advierte que, por cuenta de una política equivocada, “podríamos estar yendo por lana y salir absolutamente trasquilados”.
Frente a los llamados a la tranquilidad y la cabeza fría, siempre aparecerá la tentación de tensar la cuerda. Jugar la carta de la lucha contra el imperialismo yanqui tendrá acogida en ciertos sectores de la opinión, pero sería un error por cuenta de la frágil salud de la economía colombiana, que incluye una compleja realidad fiscal y una percepción de riesgo ya elevada que encarece la deuda pública.
Por tal razón, hay que aprender de quienes tienen más experiencia lidiando con Trump y saben que no es bueno caer en la trampa de las provocaciones. Así resulte altamente probable que vengan declaraciones altisonantes, vale la pena hacer el esfuerzo de entender la lógica de alguien que usa las amenazas en el plano comercial para abrir espacios de negociación. Y saber que estos tocan no solo el intercambio de productos sino asuntos de otra índole, incluyendo los geopolíticos.
Nada de lo anterior implica un sacrificio de la soberanía ni de las prioridades del Ejecutivo. Solo se trata de adaptarse a un esquema más desafiante dentro del cual la primera regla debería ser la de actuar más con el cerebro que con el hígado, a sabiendas de que lo que viene con el Tío Sam no será nada fácil. Porque aquí también estamos lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos.
RICARDO ÁVILA
Especial para EL TIEMPO
En X: @ravilapinto