El sol cae implacable sobre las calles de polvo en Flor del Monte. A simple vista, parece un corregimiento más del Caribe colombiano: casas de bahareque, calles sin pavimentar, el murmullo de la brisa entre los árboles. Pero bajo esa aparente normalidad, hay cicatrices profundas, heridas que el tiempo no ha logrado cerrar. Es la memoria de la guerra, de la violencia que, como una sombra, sigue presente en la vida de quienes han resistido en este territorio marcado por el conflicto armado.
Flor del Monte es el corregimiento más grande del municipio de Ovejas, en Sucre, con aproximadamente 3.000 habitantes. Su origen se remonta a la década de 1860, cuando un hombre de apellido Salcedo, proveniente de Morroa (Sucre), levantó una posada para los viajeros que transitaban entre el río Magdalena y el mar Caribe. En sus comienzos, el lugar se llamó "Charco Monte", por un espejo de agua que brotaba en la zona. Pero en 1885, Monseñor Eugenio Biffi, obispo de Cartagena, se dejó seducir por la hermosura del paisaje y, con gesto poético, lo bautizó "Flor del Monte".
Entrada principal, corregimiento de Flor del Monte, Sucre. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Su historia quedó grabada en la memoria nacional en 1994, cuando fue escenario de un proceso de paz con la disidencia del ELN llamada Corriente de Renovación Socialista (CRS). La comunidad, con la esperanza de poner fin a la guerra que la acosaba, prestó su territorio para que se diera esa negociación. Sin embargo, lo que debía traer tranquilidad y estabilidad, dejó una huella de estigmatización.
La estigmatización tras un proceso de paz
Eduardo Elías Ortega Domínguez, técnico agropecuario originario de Flor del Monte y director de Guayacanes Estéreo, una radio local transmitida a diario en el corregimiento, lo recuerda con claridad: “Los medios de comunicación nos retrataron como un pueblo guerrillero. Si salíamos a cualquier parte, éramos sospechosos. Si llegaban los paramilitares, preguntaban dónde estaba la guerrilla. Si llegaba la guerrilla, nos preguntaban dónde estaba el Ejército”.
Las imágenes de aquellos días, de las reuniones con combatientes y de la firma del acuerdo, fueron replicadas sin contexto. Lo que se pretendía como un paso hacia la paz terminó por convertirse en una marca difícil de borrar. “Fue más lo negativo que lo positivo. La gente nos veía y pensaba que todos éramos parte de la guerrilla. No entendían que nosotros solo queríamos vivir tranquilos”, agrega.
Ortega Domínguez coincide en que el conflicto no terminó con la firma del acuerdo. Al contrario, en los años siguientes, la violencia se recrudeció. “Después de la desmovilización de la CRS, otros grupos armados llegaron a la zona. Nos atacaban por todas partes. Un día era el Ejército preguntando por la guerrilla, al otro era la guerrilla preguntando por el Ejército. Y si eran los paramilitares, peor”, cuenta con la mirada fija en el suelo, como si aún reviviera aquellos días.
Yirley Velasco y Yarli X, habitantes de los Montes de María Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Dentro de esa espiral de violencia, uno de los crímenes más atroces que se vivió en la región fue el uso sistemático de la violencia sexual como arma de guerra. En Flor del Monte y en otros corregimientos de los Montes de María, los cuerpos de las mujeres se convirtieron en territorios de disputa, en botines de guerra que los actores armados utilizaban para sembrar el terror, castigar comunidades y ejercer control. La violencia sexual no fue un hecho aislado, sino una estrategia planificada para infundir miedo y fragmentar el tejido social.
Mujeres y niñas fueron víctimas de violaciones, esclavitud sexual y embarazos forzados. Muchas fueron obligadas a huir, dejando atrás sus hogares y sus historias. Otras permanecieron en silencio, cargando con un estigma que las revictimizó incluso después del fin del conflicto. El miedo a denunciar y la falta de justicia han hecho que muchas de estas agresiones permanezcan en la impunidad. Aunque la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras reconoció la violencia sexual como un crimen de guerra y un delito de lesa humanidad, los procesos judiciales avanzan lentamente, dejando a muchas sobrevivientes sin respuestas ni reparación.
Retorno simbólico No Es Hora De Callar
Este sábado 29 de marzo, Flor del Monte es escenario de un acontecimiento histórico: el sexto Retorno Simbólico de la campaña No Es Hora De Callar. Este acto representa mucho más que una conmemoración, es un hito en la lucha por la justicia y la reparación de las víctimas de violencia sexual en los Montes de María y Colombia.
Habitantes del corregimiento de Flor del Monte, Sucre Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Desde su primera realización hace diez años, los Retornos Simbólicos han sido momentos de resistencia, dignificación y memoria para cientos de mujeres y comunidades que han sufrido el impacto de la guerra en sus cuerpos y sus vidas. Hasta la fecha, se han llevado a cabo cinco retornos en distintas regiones del país, cada uno con el propósito de visibilizar el dolor, exigir justicia y reafirmar el derecho a una vida libre de violencias.
Sin embargo, este sexto retorno adquiere una relevancia especial: marca una década desde que el primer Retorno Simbólico se llevó a cabo en los Montes de María, una de las zonas más golpeadas por el conflicto armado.
El regreso a este territorio no es casualidad. Flor del Monte y las comunidades aledañas han sido testigos y víctimas del horror de la guerra, pero también han forjado procesos de resiliencia y reconstrucción. Este retorno representa la posibilidad de cerrar ciclos, de reafirmar la lucha por la verdad y la justicia y de honrar la memoria de quienes han resistido.
Esta caminata de 11 kilómetros que va desde Ovejas hasta Flor del Monte (Sucre) es una forma de devolverle a las víctimas de estos corregimientos un espacio de reconocimiento y dignidad. En un país donde la impunidad sigue siendo una realidad para muchas mujeres que han sufrido violencia sexual en el marco del conflicto, estos actos cobran una importancia vital. Son una manera de decir que sus historias importan, que sus voces no serán silenciadas y que la búsqueda de justicia no se detendrá.
Hoy, las calles y veredas de Flor del Monte se convierten en un escenario de memoria viva. Mujeres, sobrevivientes, activistas y miembros de la comunidad caminarán juntas portando camisetas blancas en un acto de resistencia, reafirmando que la historia no se olvida y que, a pesar del dolor, la lucha sigue en pie.
Calle principal del corregimiento de Flor del Monte. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
La violencia como cotidianidad
Entre 1994 y 2010, la población vivió bajo la zozobra constante. Hubo desplazamientos, asesinatos y desapariciones. Muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus hogares. Algunos regresaron con el tiempo, otros nunca volvieron.
Aunque El Salado está en Bolívar, a 40 minutos de aquí, muchas de las víctimas eran de Flor del Monte
Luis Eduardo Garrido Pérez
Eduardo Elías perdió a su padre en 1989, cuando apenas tenía 15 años. “Lo sacaron de la casa junto con otros dos hombres, los pasearon por el pueblo y los asesinaron a la salida en el camino que va a Ovejas. Fue como un Vía Crucis”, dice, con la voz entrecortada. La comunidad sintió el impacto. “Ese año no hubo Navidad. Por solidaridad, nadie celebró y fue la única vez que vi algo así”.
Luis Eduardo Garrido Pérez, nacido en estas tierras, dedicado a la docencia y la labor pastoral, recuerda la masacre de El Salado en el año 2000, una de las más atroces de la historia reciente de Colombia. “Aunque El Salado está en Bolívar, a 40 minutos de aquí, muchas de las víctimas eran de Flor del Monte”. Según la Unidad de Víctimas, al menos 20 personas del pueblo murieron en esa incursión.
Uno de los episodios que más le impactó fue el asesinato de un joven durante un carnaval. “Estaba tomando con unos amigos cuando un grupo armado lo sacó a la calle y le dijo que corriera. Le dispararon mientras huía. Era un juego macabro, una demostración de poder”.
Plaza central Flor del Monte, Sucre. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
La lucha por la reparación
En 2014, la Unidad para las Víctimas reconoció a Flor del Monte como sujeto de reparación colectiva. Para muchos, fue un paso importante, aunque insuficiente. Pusieron todos los hechos victimizantes que hoy están en la Ley 1448: desplazamiento, homicidios, violencias basadas en género, desapariciones forzadas.
Sin embargo, la reparación ha sido desigual. Eduardo Elías recuerda con frustración la indemnización que recibió su familia por el asesinato de su padre. “Nos dieron 20 millones de pesos en 2014. Ahora veo que a otras víctimas les han dado 70 millones a cada hijo. Y me pregunto, ¿y los reincorporados cuánto han recibido? Es el mundo al revés. A los que nos hicieron daño nos dan migajas y a quienes nos victimizaron les han dado oportunidades”.
El panorama en Flor del Monte ha cambiado, pero la tranquilidad sigue siendo relativa. Si bien ya no hay desplazamientos masivos ni enfrentamientos armados, la delincuencia común ha aumentado y hay rumores de que grupos armados han vuelto a la zona. Cuentan que antes podían ir a Ovejas a las dos de la mañana sin problema. Ahora, después de las nueve de la noche, nadie quiere estar en la calle. El reto está en las futuras generaciones de niños y niñas que habitan el territorio.
El futuro de las nuevas generaciones en el corregimiento
Las aulas han sido testigos silenciosos del conflicto. Mario del Cristo Vivero Seba, profesor de ciencias sociales con una especialización en pedagogía de la recreación ecológica, ha dedicado su labor a transformar el pasado en aprendizaje. Desde su llegada a la región, se ha enfrentado a la difícil tarea de enseñar historia en una comunidad donde la guerra no es solo un capítulo de los libros, sino una herida aún abierta en muchas familias.
"Trabajar en el municipio de Ovejas, en Flor del Monte y en toda la región de Los Montes de María, ha sido una escuela en sí misma", dice Mario. Ha aprendido del conflicto armado no solo desde los textos, sino de las personas que lo vivieron en carne propia. Sus clases, más que lecciones sobre fechas y eventos, son espacios donde sus alumnos pueden comprender su entorno sin quedar atrapados en el dolor del pasado.
La calle principal de Flor del Monte con una longitud de 1.400 metros. Foto:Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Para Mario, el desafío ha sido abordar la violencia sin revivirla en sus estudiantes. No resalta el pasado violento de manera directa para evitar regresiones emocionales. En lugar de eso, combina la enseñanza magistral con actividades lúdicas y culturales que refuercen su identidad y resiliencia. En sus lecciones, la historia se cuenta con cuidado, destacando la resistencia de la comunidad y sus logros, en vez de limitarse a la tragedia.
Muchos de sus alumnos crecieron en hogares que sufrieron la guerra, con familiares desaparecidos o asesinados. "Es imposible que esa realidad no los haya marcado. Sin embargo, aquí en la escuela buscamos que vean su historia como un punto de partida para la transformación y no como una carga insuperable". El colegio ha implementado estrategias para acompañar emocionalmente a los estudiantes, trabajando de la mano con psicólogos cuando es necesario.
Aunque el conflicto armado en la zona ha disminuido, todavía hay rastros de su presencia en las comunidades aledañas. Se escucha que algunas personas armadas transitan por los alrededores, pero el reclutamiento de menores ha bajado en los últimos años. Sin embargo, advierte que la paz no se construye solo con la ausencia de guerra.
Mario sigue creyendo en la educación como el camino para romper con los ciclos de violencia. Si los estudiantes aprenden su historia desde la reflexión y no desde el miedo, si entienden que tienen derecho a una vida mejor, entonces tal vez se pueda garantizar que esta tierra, marcada por el conflicto, se convierta en un símbolo de resistencia y esperanza.
Flor del Monte sigue de pie, con su gente aferrada a la esperanza de que algún día su historia no sea recordada solo por el conflicto, sino por su capacidad de resiliencia y su lucha por una paz verdadera.
SOFÍA ISAACS
ENVIADA ESPECIAL DE NO ES HORA DE CALLA A MONTES DE MARÍA