Las imágenes de Neoarctic son vívidas, fuertes, hermosas, relevantes. La obra recoge el mar y lo pone con todo y plástico sobre el escenario. Los icebergs se deshacen, el suelo se erosiona, las especies mueren. Mientras eso ocurre, doce cantantes de ópera adornan las ruinas del mundo y abren paso a los resurgimientos y las nuevas formas de vida. Estrenada en 2016 en Copenhague y galardonada con el premio Reumert, el más prestigioso de la escena teatral en Dinamarca, llega a Colombia como una de las obras imperdibles de la primera edición del Festival Internacional de Artes Vivas, FIAV Bogotá, que se inaugura este viernes 4 de octubre.
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El montaje, que tardó más de tres años en materializarse, hace un llamado urgente frente al cambio climático y combina ópera, teatro contemporáneo, performance, arquitectura, artes plásticas y multimedia para narrar una historia devastadora, estéticamente hermosa y nada lineal. Lisbeth Jacobi, productora de Hotel Pro Forma, explica que la decisión de convertir esta tragedia en algo bello tiene que ver con el deseo de la compañía de engañar un poco al espectador: “Te estamos atrapando con algo hermoso para que luego descubras lo que realmente está ocurriendo”.
La lingüista y profesional en teatro se unió a la compañía hace una década pues quería producir espectáculos impredecibles. Recuerda que discutió con Kirsten Dehlholm, directora de la compañía y quien falleció el pasado 8 de julio, sobre el lugar entre la esperanza y el pesimismo en el que acontece la obra. “A veces Kirsten era muy pesimista. Por eso mostramos el mundo colapsando, cayéndose a pedazos. Pero también tenía esta idea de que mientras nos aferráramos a algo bello, habría esperanza. Quizás esa parte esperanzadora se reduzca a una hoja brotando de lo que quedó del mundo. Esa única raíz que sigue viva bajo del desastre, absorbiendo suficiente agua y luz solar para sobrevivir”
Junto a ella está Jasper Kongshau, el diseñador de iluminación. Con entusiasmo ambos hablan del mensaje que pretenden transmitir con la pieza, a la que describen como hermosa, relevante y atemporal. Claro que recuerdan a su directora con nostalgia, la emoción que tenía de venir a Colombia -primera vez que vienen a Latinoamérica- y se refieren a ella con el dolor de perder a una amiga antes de tiempo. Para ambos, traer el espectáculo a Bogotá durante el FIAV es una forma de honrar su legado, pues mientras estuvo viva intentó llevarlo a Latinoamérica por más de cuatro años. “Sabemos cuán importantes han sido siempre estas obras para ella y sabemos que querría que siguiéramos haciendo esto”, asegura Dehlholm.
¿Cómo se encuentra belleza estética en algo tan monstruoso?
Jasper Kongshau (J. K.): Queremos presentar este relato desde un ángulo totalmente diferente y creemos que la belleza es el vehículo para hacerlo. Las personas están más abiertas al mensaje que les queremos transmitir cuando está hecho de una manera hermosa. También podría decirse que hay cierta belleza en todo lo que tiene que ver con la naturaleza, incluso el desarrollo podría llamarse “bello”, aunque las consecuencias sean devastadoras.
Lisbeth Jacobi (L. J.): También diría que la obra está diseñada para engañar un poco al público. Al principio ves un océano armónico, suave y colorido. Ves las olas y crees que estás ante algo agradable, pero luego te das cuenta de que es un océano de plástico y que la canción de fondo es una crítica al consumismo. Quedas atrapado por algo hermoso para que después puedas darte cuenta de lo que realmente está ocurriendo.
¿Con qué se va a encontrar la audiencia que vea esta obra?
J. K.: La obra tiene imágenes fuertes y vívidas; objetos, trajes impresionantes y juegos con la iluminación. Habrá tierra, mar y un cielo que se transforma. Encontrará canciones llenas de poesía, interpretadas por las voces maravillosas de un coro con el que trabajamos desde hace varios años y que viene desde el otro lado del Mar Báltico. Es una extraña maquinaria, llena de cosas que van y vienen, viven y mueren.
L. J.: La obra no tiene una narrativa lineal, algo muy típico de la compañía. Aunque trabajamos la dramaturgia, no es un relato tradicional. Es una obra que requiere paciencia porque no está hecha para entretener, sino para reflexionar. No queremos complacer a nadie, sino incomodar. Tampoco le decimos al público lo que debería obtener de nuestro trabajo, ni nos volvemos políticos a la hora de decirles lo que pensamos del mundo. Todo lo mostramos a través de la imagen.
¿Cómo fue el proceso de fusionar teatro, música, iluminación y nuevas tecnologías?
J. K.: Fue una especie de proceso circular en el que todas estas esferas estaban conectadas, construyendo juntas. Teníamos escritores, investigadores, científicos, compositores, diseñadores de video, sonido, iluminación, moda y artes visuales. Al principio fue difícil porque cuando exploras nuevos caminos no sabes exactamente hacia dónde vas. Tardamos dos años en construir la química entre todos, como si estuviésemos creando un organismo. El último año nos enfocamos en unirlo todo y los últimos tres meses nos los pasamos refinando detalles. Fue un proceso largo y paciente. Esa es parte de la alegría de estar aquí: no nos apresuramos, tuvimos tres años para hacerlo bien.
¿Cuál creen que es el poder que tiene el ‘performance’ para revertir situaciones como esta?
L. J.: Que es arte, pero está vivo. El cambio climático es un tema que podrías contemplar en las piezas de arte de una galería, pero la vitalidad es lo que hace único nuestro trabajo. No es estático, siempre está vivo, no pasa de moda. Nosotros respiramos en el escenario, dependemos de que todo funcione en el momento preciso, tenemos mucho en juego, mucho más que si estuviéramos en la pared de un museo o en la televisión. Hacer que el público sienta que este es un tema urgente y que tenga la experiencia física de estar ahí, es algo que solo podemos hacer con el performance.
Hoy se habla mucho de cambio climático. ¿Cree que la gente es realmente consiente de lo que está pasando o es una moda?
J. K.: Muchas personas hablan de cambio climático para generar dinero, conseguir financiación o ganar reconocimiento. Pero creo que esta obra fue un punto de partida para abordar el tema y, aunque las cosas pueden volverse moda, también puedes decir que se vuelven moda porque son importantes.
L. J.: De alguna manera, me siento complacida de no haber logrado ir a Bogotá hace cuatro años, cuando lo intentamos por primera vez. Aunque iremos a Colombia ocho años después de haber estrenado Neoarctic, nuestro mensaje sigue siendo pertinente. Esta obra es relevante, hermosa, y atemporal. Durante nuestras primeras giras, muchas personas nos decían que estaban cansadas de hablar del cambio climático, pero la realidad es que esto no ha terminado y todavía estamos muy lejos de lograr el cambio que el mundo necesita. Esa es la tarea de los artistas: generar conciencia sobre lo que pasa.
¿Qué les dirían a esos que no están muy familiarizadas con las artes vivas y es posible que tengan alguna resistencia a asistir a una obra como esta?
L. J.: Que lo bueno de ver algo tan radical como Neoarctic, si no están acostumbradas a ver teatro, es que nosotros no esperamos nada del público, excepto que vengan y vivan la experiencia. No tenemos ninguna idea preconcebida sobre cuál debería ser el resultado, y en realidad, disfrutamos mucho si las personas se preguntan: "¿Qué acabo de experimentar?, ¿qué pasó?, no estoy seguro de haberlo entendido". Eso es exactamente lo que buscamos. No queremos que salgan con respuestas, ni que se sientan completamente satisfechas, queremos que se hagan nuevas preguntas, que entren y decidan qué se quieren llevar.
¿Recuerdan lo que vieron en los ojos de algún espectador o lo que dijo alguien en la audiencia después de ver la obra en algún lugar del mundo?
J. K.: ¡Definitivamente! Cuando nos presentamos en Groenlandia, los niños no habían visto nada igual y creo que no sabían muy bien qué pasaba cuando se apagaban las luces. En la oscuridad, corrieron hacia los actores porque no querían perderse lo que estaba sucediendo. De repente, había 20 niños pequeños en el escenario tocando a los actores porque querían entender qué era todo eso que había sobre el escenario. También recuerdo a una mujer, creo que era de Japón, que fue a ver nuestra obra en Alemania. No hablaba muy bien el idioma, pero cuando se acabó la función vino hacia mí y se esforzó mucho para decirme: “Ustedes crearon su propio mundo”.
DANIELA VILLAMARÍN
PARA EL TIEMPO