‘Bruma’, la primera exposición individual de Ana González en Nueva York

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Cuando Ana González Rojas inauguró su exposición Llovizna en Bogotá, en la capital y en el departamento de Cundinamarca, los incendios forestales eran noticia. Era 18 de septiembre de 2024. A la vez, Bogotá llevaba meses en racionamiento de agua por cuenta de la ausencia de lluvias y la temporada seca, lo que creó una crisis en los embalses del sistema Chingaza que surten a la ciudad.

El 9 de enero, cuando presentó Bruma, su primera exposición individual en Nueva York y una continuación de Llovizna, Estados Unidos seguía de cerca los acontecimientos en Los Ángeles, que estaba siendo devorado por las llamas. Barrios enteros quedaron reducidos a meras cenizas. De nuevo, la sequía, la falta de lluvia y el calentamiento global fueron factores determinantes para que la capital californiana viviera unos incendios sin precedentes en su historia reciente.

Y, luego de cuatro días de haber abierto su exposición en la Sean Kelly Gallery, en Nueva York, se reportó un incendio en el parque Chingaza, en el sector de Fómeque.

La naturaleza, que González se ha preocupado en retratar y recrear artísticamente, es azarosa. “Yo no lo planeé así”. No obstante, los hechos le dieron –y le siguen dando- mayor relevancia al mensaje que la artista bogotana quiso transmitir con estas dos exposiciones, en las que el agua es una protagonista implícita y explícita.

La bruma, que es un tipo de niebla, es un fenómeno atmosférico en el cual se retienen partículas diminutas de agua, que propician la existencia de los bosques de niebla. Este ecosistema cumple una función en el ciclo del agua que llega a los ríos, arroyos y quebradas. Parece una nube blanca que se dispersa y cubre todo lo que se encuentra.

Los bosques de niebla también son un reservorio de biodiversidad y vida. Y hoy se encuentran amenazados por la deforestación y la extracción de recursos. La dualidad en la que existen estos territorios en el país es objeto de la mirada artística de González Rojas en Bruma, su última exposición en la Sean Kelly Gallery, que anunció que representará a la colombiana en EE. UU.

Ana González Rojas

Ana González es arquitecta de la Universidad de Los Andes. Estudió Arte y Género en la Trinity College en Dublín, y Arte y Medios de Comunicación con énfasis en Fotografía, Impresión y Edición en París. Foto:Juan Moore

Bruma es un trabajo pensado en la niebla, en su importancia en el ciclo de la lluvia y del agua. Es una exposición pensada en la frase de Humboldt que decía que la naturaleza es como un gran textil, que si halas de un hilo de la tela, algo le va a pasar a ese textil. Así lo hilo yo: con cada acto pequeño estamos acabando un poco a ese gran textil que es la naturaleza”, dice la artista bogotana sobre su trabajo en entrevista con EL TIEMPO.

En su obra convergen las técnicas de grafito y acrílico sobre lienzo, porcelana y sublimación textil. Este último elemento está muy presente en toda su obra y en Bruma toma un significado más palpable por aquella frase del naturalista alemán Alexander von Humboldt que inspiró su trabajo. Es una conversación entre el bordado y el desbordado, entre la construcción y la deconstrucción, entre la existencia y la devastación.

La mayoría de las obras de Bruma tienen términos muiscas que nombran los lugares representados, a la vez que cargan con un significado especial que ellos tienen sobre la naturaleza. “Los nombres no son solo nombres, sino una descripción alrededor del agua, de la montaña”. Las formas de la naturaleza presentes en los bosques de niebla; los elementos de contemplación que González busca perennizar; los paisajes que necesitan ser protegidos para no romper los ciclos naturales. 

¿Cómo nació esa preocupación por la naturaleza y por representarla?

Uno como artista va teniendo diferentes etapas e intereses, de lo contrario, el arte se vuelve algo monótono y aburrido. Mi cuerpo de trabajo empezó por la preocupación del desplazamiento humano y social. Y cuando visité esos lugares de donde venían los desplazados, me encontré con lugares abandonados, que tenían ciclos de vida como la misma naturaleza. Como cuando hay una grieta o una ruina y la naturaleza crece. Era la desmaterialización de la arquitectura y la materialización de la naturaleza. Para mí, era importante entenderlo porque esos ciclos son un continuo renacer. Yo no quería quedarme solo en la grieta que deja la violencia y lleva a las personas a desplazarse. Quería entender el mensaje de la misma naturaleza con relación al renacer y al reinventarse. Me fui adentrando por Colombia y con el libro Hijas del agua tuve una fascinación por conocer ese país que la gente no conoce. La Colombia oculta y secreta geográficamente. Ahí mi trabajo se acercó al tema de la naturaleza.

Su formación inicial fue en la arquitectura. Y es interesante eso que dice de la ‘desmaterialización de la arquitectura y la materialización de la naturaleza’. ¿Cómo entender esa materialización de la naturaleza cuando por material imaginamos a priori objetos de construcción?

Yo siempre voy a ser arquitecta. Es lo primero que estudié, y es mi pasión y mi origen. El arte es mi formación secundaria. La arquitectura me dio unas bases muy grandes para entender el entorno, no solo entender el entorno en el que vivimos, sino nuestra relación con la naturaleza y el ‘muro’ que nos separa de la naturaleza. Mi obra trata de recrear el entorno en el que vivimos, en países tropicales como el nuestro, desde una mirada arquitectónica. Mis obras son casi que escenografías. Yo genero construcciones de paisajes ficticios que no existen. Por ejemplo, yo tomo 2.000 fotografías en un viaje y hay obras de un paisaje que se componen por cinco o más fotografías en gran formato. No necesariamente son secuenciales, sino que es un paisaje reinventado para evocar una sensación, una nueva idea de paisaje, una construcción. Con esto visibilizo paisajes que han sido silenciados por la explotación de los recursos, ecosistemas que se están perdiendo, a la vez que materializo la sensación del bosque de niebla y de otros ecosistemas que todavía existen, que están en riesgo y podemos proteger.

Bruma de Ana González

'Angapaccha' significa cascada poderosa. Técnica: sublimación textil. Foto:Foto: Cortesía Ana González y Sean Kelly Gallery, Nueva York/ Los Ángeles.

¿Qué conexión tiene esta exposición con Llovizna?

Bruma parte del imaginario que yo he tenido del bosque de niebla, que me parece absolutamente mágico y no mucha gente tiene la experiencia de vivir lo que es un bosque de niebla. Bruma es un espejo de esos lugares que son muy frágiles y hablan del agua, la lluvia, que eso es la bruma. Esta exposición es la continuación de Llovizna, que todavía está en Bogotá. Es un proceso artístico que tiene como tema el agua.

¿Cómo fueron sus expediciones por los bosques de niebla? ¿Quién la acompañó?

Siempre he tenido una fascinación por las expediciones botánicas y los exploradores del siglo XVIII y XIX, como Humboldt, que documentaron los Andes. Yo quería explorar eso con mis propios ojos. Los exploradores nos compartieron su mirada masculina del paisaje, yo quería aportar mi visión femenina. Tuve acompañamiento de ornitólogos, biólogos, agrónomos, campesinos, botánicos, de personas que conocen el lugar y de personas locales. También tuve el acompañamiento de personas como el antropólogo Wade Davis, que tiene una visión desde afuera y habla de una forma muy poética de Colombia. Con él pude entender cómo era vista Colombia, sus bosques, sus selvas, los Andes. Que un río es un afluente que conecta a diversas comunidades, las cuales hablan de una manera muy diferente de la naturaleza. Por ejemplo, la cultura muisca reconoce al agua como un ser mágico. Para ellos, las lagunas y las cascadas son un límite entre lo real y lo sagrado, por eso le hacían ofrendas. Hay una historia muy bonita que habla de la madre laguna y el padre monte que tienen un hijo río, que va hasta el mar, se convierte en nube y regresa a la montaña, al páramo y se convierte en llovizna y así. Los ciclos vitales son entendidos desde hace años por las comunidades, y ahora los estamos rompiendo con la deforestación y otras prácticas.

Decía que su interés era replicar los recorridos de los exploradores como Humboldt, pero desde su mirada femenina. Además de la diferencia de épocas en las que ellos hicieron las expediciones y la suya, ¿qué otros elementos diferenciales destaca usted de esa mirada femenina?

Aun cuando hay una gran relación en cuanto a la admiración y devoción por la naturaleza y lo natural -por supuesto, desde diferentes conocimientos-, sí hay una visión diferente, porque estamos hablando de exploradores que veían unos territorios por conquistar, que describían la naturaleza, como el caucho y la quina, y la clasificaban. Es decir, estaban objetualizando la naturaleza. La visión que yo aporto es una más intuitiva, que habla de la protección y no de la explotación y clasificación. Y esa es la visión que tienen las comunidades indígenas, que no ven a la naturaleza como un objeto a nombrar, porque al nombrarlo te distancias del objeto. Los koguis, por ejemplo, me han enseñado que somos naturaleza. No es la naturaleza y el yo, sino que todos somos naturaleza. Esa visión es más potente, porque invita a relacionarse desde lo natural, desde el instinto, desde lo fértil, desde la protección. No es para nada racional. Y las comunidades no han perdido esa visión femenina, que se presta como una mirada esperanzadora. Mis obras son paisajes femeninos porque muestran lo que todavía queda y necesita ser cuidado y protegido.

El textil está presente en esa frase de Humboldt que cita y en sus técnicas. ¿Qué significa este material para usted?

El textil ha sido una parte fundamental de mi trabajo desde el 2007, cuando empecé a hacer Devastaciones. Siempre he tenido esa inquietud de trabajar los textiles desde pequeña. Mi abuela bordaba y ella me enseñó a hacerlo desde chiquita. Ella era una gran bordadora y conecté mucho con ella en esa parte. Me decía que siempre hay que bordar perfecto el delante y el revés de una prenda, pese a que yo era la única que lo veía. Eso quedó en mí y en la universidad vi un poco el tema del mundo textil y, más adelante, cuando estudié en Irlanda. Cuando regresé a Colombia, me hice consciente de la importancia del textil en nuestro país, que somos un país textil. El textil ha estado presente desde siempre en nuestras comunidades. Por ejemplo, están los textiles de los guanes de Santander, de los koguis y los arahuacos. Las mujeres tejen sus pensamientos en mochilas a los hombres y con codificaciones del linaje. Estéticamente, los textiles son un statement. Mi trabajo ahora no es a partir de un textil hecho en un telar, pero sí le apunta al tema de bordar y desbordar, de lo perfecto e imperfecto, de construir y deconstruir para mostrar una realidad.

Mi trabajo ahora no es a partir de un textil hecho en un telar, pero sí le apunta al tema de bordar y desbordar, de lo perfecto e imperfecto, de construir y deconstruir para mostrar una realidad.

Ana González RojasArtista colombiana.

A nivel mundial, hay un gran reconocimiento sobre comunidades indígenas como los incas y los mayas, pero no tanto de los muiscas, que es la comunidad que resalta en Bruma. ¿Qué nos enseña esta comunidad indígena sobre la protección de la naturaleza?

Ellos tienen un mensaje que cobra vigencia: el respeto a la naturaleza, el construir no desde el ego para que perdure una civilización. Es decir, de una arquitectura efímera, que no deja huella. Eso es uno de los grandes legados que han dejado las civilizaciones que han habitado Colombia: una huella que es casi irreconocible. Por ejemplo, Ciudad Perdida está perdida. Las malocas, que son un símbolo de respeto a la naturaleza, no duran más de 100 años. Las comunidades continúan su herencia a través de sus lenguas y de sus oficios.

Natalia Tamayo Gaviria

Subeditora de Domingo

X: @nataliatg13

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