La grandeza en el fútbol se hace con títulos. Simple: se construye con cada trofeo levantado, se eleva como una torre victoria tras victoria, se impulsa dando vueltas olímpicas seguido, subiendo a la tarima de los campeones para reclamar la gloria como si fueran peldaños de la escalera al cielo.
Atlético Nacional, el equipo más grande de Colombia, se agigantó un poco más: este domingo alzó a las estrellas su título 18, el 35 de su descomunal galería de Ligas, Copas y recopas. Enorme. Inalcanzable en la comarca.
La ventaja en Ligas sobre Millonarios, su archienemigo, es ahora de dos, y sobre América, su enemigo íntimo, de tres. En títulos totales, con sus dos Copas Libertadores tan grandes y descomunales como las pirámides de Egipto, le lleva 12 a Millonarios y a Santa Fe, el tercero, 17. ¡La distancia es cada vez más grande!
Atlético Nacional Foto:Sofascore
Dos títulos en semanas seguidas: la grandeza de Nacional
La grandeza es eso: ganar y volver a ganar. Ganar seguido. Ganarlo todo. Como en esta semana en la que levantó la Liga y hace 8 días recibió la Copa Colombia. Un doblete difícil e imperial solo conseguido, ahora, tres veces: ¡y dos son del ‘Rey Nacional’!.
La grandeza es eso. Lo demás son adornos para extraviarse en divagaciones sobre el número de hinchas –Nacional también es el que más tiene en Colombia, porque es el que más gana y en el fútbol se generan fanáticos en una correlación indiscutible–, la tradición, la historia, el músculo financiero, la organización empresarial, la sede deportiva, su departamento de mercadeo...
Este Nacional se rehizo en cuatro meses: echó sorpresivamente al técnico uruguayo Pablo Repetto, y de igual manera trajo a un mexicano desconocido, Efraín Juárez, que más que un estratega recontratáctico, lideró por su manejo de grupo, su piel de exjugador y su voz de camerino.
Efraín Juárez Foto:Jáiver Nieto / EL TIEMPO
Punto de quiebre: el partido perdido en el escritorio contra Junior
Pero el punto bisagra ocurrió apenas hace tres meses. El 26 de septiembre, cuando le ganaba 2-0 a Junior en la cancha, pero perdió reglamentariamente el juego por los disturbios a puñal y sangre de las barras criminales en el Atanasio Girardot. Desde ahí, Nacional construyó un relato de ‘equipo perseguido’, de ‘injusticias’ y ‘persecuciones’, al que atacaban abusivamente con sanciones a jugadores y técnicos por provocación a rivales y por decisiones arbitrales discutidas en su contra. En ese discurso, Nacional se hizo un puño cerrado, sólido, de directivos, cuerpo técnico, jugadores, fanáticos y periodistas hinchas, que se hizo poderoso, invencible.
En la cancha, el equipo fue reflejo de lo que pasaba en su entorno: rápido para contestar, veloz en el ataque, solidario en la defensa y fuerte muy fuerte, duro. Y a medida que ganaba, encendía más y más el fuego interior de su jerarquía: en resumen, les tiró la camiseta a todos y en todo: hace ocho días en la Copa y este domingo, en el 3-1 al Tolima para ganar la Liga. Dio una muestra más de que sin las carretas de los procesos, de la tenencia de la pelota, sin el ‘toque toque’, a la velocidad ultrasónica de su contragolpe, con un lateral como su mejor jugador (Andrés Román) y con muchas grietas defensivas (¡hasta penalti tapó David Ospina!), se puede ser campeón. Se es campeón.
Nacional es cada vez el más campeón, cada vez es más y más grande y no se detiene: ¡salud, 18 veces salud!
Meluk le cuenta...
Gabriel Meluk
Editor de Deportes
@MelukLeCuenta