Marcella Townsend recuerda haber mirado alrededor de la cocina en estado de shock. En el silencio que siguió a la explosión, antes de que apareciera el dolor, se sintió boquiabierta por la estufa aplastada y los gabinetes hundidos.
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A raíz de una explosión de gas propano en la casa de su madre en Savannah, Georgia, en el 2021, Townsend pasó más de 6 semanas en un coma inducido en una unidad de trauma para quemados. Tenía quemaduras de segundo y tercer grado en la mayor parte del cuerpo y su rostro estaba irreconocible.
En busca de una manera de ayudarla, los cirujanos recurrieron a una herramienta rara vez utilizada: la placenta humana. Le aplicaron una fina capa del órgano donado en la cara, lo que, dijo Townsend, fue “lo mejor que pudieron haber hecho nunca”.
Todavía tiene cicatrices de injertos en otras partes de su cuerpo, pero el rostro de esta mujer de 47 años, dijo, “luce exactamente como antes”.
Durante el embarazo, la placenta se forma en el útero, donde proporciona nutrientes y anticuerpos al feto y lo protege de virus y toxinas. Luego, sigue al bebé fuera del cuerpo, aún lleno de un gran tesoro de células madre, colágenos y citocinas que los investigadores han comprendido que la hacen singularmente útil también después del nacimiento.
La investigación ha descubierto que los injertos derivados de placenta pueden reducir el dolor y la inflamación, curar quemaduras, prevenir la formación de tejido cicatricial y adherencias alrededor de los sitios quirúrgicos e incluso restaurar la visión.
Y, sin embargo, de los aproximadamente 3.5 millones de placentas expulsadas en Estados Unidos cada año, la mayoría aún termina en bolsas de eliminación de desechos biológicos o en incineradores de hospitales. Eso desconcierta a Townsend, quien regresó a su trabajo como asistente quirúrgica con una nueva perspectiva. “Estoy constantemente en estos hospitales que no donan ni utilizan el tejido placentario”, dijo. “Escucho al ginecólogo decir: ‘No necesito enviar eso a patología ni nada; tíralo a la basura’. Me estremezco cada vez”.
La comunidad médica se alejó del uso de la placenta hace décadas, en parte debido a los temores provocados por la epidemia del SIDA. Ahora, algunos expertos argumentan que el cambio fue equivocado y que la placenta es una herramienta médica infrautilizada que se esconde a plena vista.
Debido a que la placenta protege al feto del sistema inmunológico materno, su tejido se considera inmunológicamente privilegiado: aunque técnicamente es tejido extraño, se ha descubierto que los injertos de placenta no provocan una respuesta inmune en los receptores de trasplantes.
Eso significa que, a diferencia de los injertos de piel de animales o cadáveres, los injertos de placenta no son rechazables. El tejido de la placenta también contiene proteínas y azúcares que estimulan la multiplicación rápida de las células de los pacientes, y se ha demostrado que los injertos estimulan el rápido crecimiento de la piel y los tejidos.
“Lo llamamos un factor de curación, pero una mejor manera de decirlo es un factor regenerativo”, dijo Scheffer Chuei-Goong Tseng, un oftalmólogo de Miami que ha pasado décadas estudiando el uso de injertos de placenta para tratar lesiones oculares y enfermedades, y cuya empresa los fabrica y vende. “Estamos hablando de sanar casi sin cicatrices”.
Hoy las placentas existen en un espacio entre desechos y no desechos, dijo Rebecca Yoshizawa, socióloga en la Universidad Politécnica de Kwantlen, en Canadá, que estudia la cultura del nacimiento.
“Son increíbles y, sin embargo, existe la ironía de que se les llama desperdicio”, dijo. “¿Cómo pueden ambas cosas ser ciertas al mismo tiempo?”.
Yoshizawa dijo que su investigación sugiere que muchas mujeres estarían dispuestas a donar sus placentas, pero la mayoría no se da cuenta de que es una opción. Y para muchas no lo es. Muchos fabricantes de injertos trabajan directamente con su propia red de ginecólogos y algunos hospitales tienen programas internos de donación. Pero hay poca infraestructura para futuras madres que quieran donar.
Tres años después de la explosión, Townsend trabaja en quirófanos de varios hospitales. “Ahora tomo el tejido en mis manos y se lo aplico a los pacientes, y es asombroso”, dijo. Anima a los ginecólogos a investigar programas de donación en lugar de desecharlas, dijo.
“Cada vez que sacamos la placenta después de recibir a un bebé, pienso, esto es muy valioso”, dijo. “A veces, cuando terminamos una cirugía, me quito el cubrebocas, les muestro mi rostro y les digo: ‘Yo soy la razón por la que vas a donar tu placenta’”.