Más allá de Rafael Pombo

hace 2 meses 19

Hasta mediados del siglo pasado, cuando se hablaba de la literatura infantil y juvenil del país era lugar común citar al gran escritor Rafael Pombo y de paso recitar de memoria La pobre viejecita, Simón el bobito, El renacuajo paseador, El gato bandido, Mirringa Mirronga y muchos otros títulos de su inagotable y creativa producción de cuentos y fábulas infantiles. Relatos que se siguen leyendo, con atención, musicalizándose y transmitiendo de generación en generación.

Sin embargo, aunque su vigencia parece no tener fecha de vencimiento, desde los años sesenta –así en los años anteriores hubo algunos y algunas que se atrevieron a esta escritura– surgió una generación de escritores de literatura infantil que se sacudieron de la herencia de Pombo para indagar y escribir para niñas, niños y jóvenes desde perspectivas distintas, con ritmos regionales bien particulares, temáticas terrenales y fantásticas en dupla o en solitario, combinadas con dibujos e ilustraciones de gran acierto y que poco a poco crearon un público que saltó la barrera etaria y se amplió sin necesidad de varitas mágicas ni pócimas milagrosas.

Muchas exposiciones en Bogotá pasan inadvertidas por razones diversas. La que se exhibe en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional por estos días y que se extenderá hasta el mes de marzo, bajo el título de ‘Juguemos en el bosque. Expedición por la literatura infantil y juvenil colombiana’, es una de ellas. En esta muestra se condensa de manera detallada y muy didáctica esa ola que refrescó los relatos para jóvenes y niños con sello ‘hecho en Colombia’.

Por lo anterior y por otras razones, es una lástima que esta muestra no sea visitada de manera masiva. Se trata de una oportunidad única para conocer y aprender sobre una literatura importante y que ha importado al punto de que no hay en la actualidad librería en el país en donde no se encuentren anaqueles con libros para este sector poblacional, rubricados por escritoras, escritores, ilustradoras e ilustradores nacionales de edades diversas que venden con éxito en sus relatos.

Muchos de esos títulos se han vendido por años y lo siguen haciendo porque sus historias siguen vigentes y porque su calidad es muy alta. Otras obras son novedades. Cada año se editan libros que buscan ser leídos por niñas, niños y jóvenes y, también, claro, por adultos. Unos, los consagrados, y otros, los principiantes, poco a poco se hacen indispensables en las bibliotecas familiares, en las públicas y en las escolares.

La idea de la exposición

‘Juguemos en el bosque’ se gestó cuando la directora de la Biblioteca Nacional, Adriana Martínez-Villalba, convocó, el año pasado, por estas fechas, a la escritora Beatriz Helena Robledo, una de las voces más autorizadas en el país sobre este género literario, no solo porque ha escrito relatos en esa clave sino por seguirle la pista desde hace años a la producción nacional y estudiado, con el juicio que la caracteriza, buena parte del producto editorial de esa cosecha de autores e ilustradores.

Con esa experiencia y saber, Beatriz Helena escribió un documento en el que plasmó la historiografía de una literatura desconocida para muchos. Su documento descorrió con su prosa segura y directa el velo que cubría el tesoro.

Ese texto fue la semilla para el montaje de la exposición, aunque hubo demoras y solo en el mes de julio se conformó un equipo en donde Beatriz Helena asumió la curaduría; la editora, librera, distribuidora y bibliotecaria María Osorio, otra de las damas de la escritura para niños, niñas y jóvenes, fue la encargada del diseño museográfico; y la recursiva creadora colombobrasilera Camila Cesarino Costa, dueña una hoja de vida nutrida y calificada con notas muy altas, realizó el diseño gráfico.

La literatura infantil colombiana
ha crecido en los últimos años. Contribuir a reflexionar sobre el tema es ya una ganancia

María Osorio
DISEÑO MUSEOGRÁFICO

Este trío de expertas y personal de la Biblioteca Nacional, así como de la editorial Babel se dedicaron de cuerpo, alma y espíritu a armar una muestra que registra la época, importancia y temática de esa pléyade de obras y sus autores.

Registro que trasciende la producción de Rafael Pombo, incluyendo autores de finales del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo XX, de manera tangencial, teniendo en cuenta tres vertientes culturales: indígena, española y afrodescendiente.

Esa mezcla, esa fusión, impulsó a escritores que comenzaron a producir libros desde los años sesenta hasta hoy con inagotable creatividad, echando mano de temas actuales sean problemáticos o no. Uno de los autores y estudiosos de la literatura infantil y juvenil, Emilio Cabrejo, residenciado en París, desde hace años, sentenció: “Los niños necesitan pan, afecto y literatura”.

Beatriz Helena diseñó una exhibición con paneles en los que se muestran, primero que todo, las raíces, la historia de esta literatura para mostrar las claves de su desarrollo. Luego, desarrolla el tema de la Violencia, que quiérase o no toca a todos los habitantes de esta tierra y a la que hay que referirse para tener idea sobre su permanencia y persistencia. Pasa a los Afectos, como representación del bienestar individual y social, indispensables en esos primeros años de la vida. Y se detiene a explicar la Poesía, la Fantasía y las Imágenes que acompañan estos relatos que han hecho parte del crecimiento de varias generaciones. Estaciones que se explican en paneles con textos precisos, ilustraciones y dibujos que hacen que no se pierda el hilo de un discurso que además de informar, enseña sin atosigar.

En el piso de la muestra se encuentran círculos de colores vivos con preguntas como: ¿La literatura infantil es también para grandes? ¿Ilustrar y dibujar es lo mismo? ¿Qué historias estaremos contando dentro de 100 años? ¿Para qué sirve una metáfora? Cuestiones que dejan inquietudes que se resuelven ahí o, tal vez, más tarde, en casa y/o en los centros educativos.

Una de las autoras más premiadas en Colombia por una obra extensa, que es también dinámica gestora cultural y promotora de lectura, Irene Vasco, se refiere a la importancia de la literatura infantil y juvenil, así: “Hasta la década de los 80, los autores para niños en Colombia escribían relatos costumbristas e indigenistas, recogiendo tradiciones y leyendas. También, al estilo de Pombo, publicaban poesía. Los cuentos solían ser didácticos y pretendían transmitir valores. En la década de los 90, Margarita Valencia invitó a autores que se atrevieran a tocar tópicos considerados tabú. Además, gracias a la llegada de excelentes colecciones, que incluían autores contemporáneos de Europa y Norteamérica, la literatura para niños en el país tomó un nuevo aire. Los creadores y emprendieron una búsqueda de voces y estructuras que dura hasta este momento”.

María Osorio aborda el tema así: “La literatura infantil colombiana ha crecido enormemente en los últimos años. Mostrar ese fenómeno en un espacio tan limitado es imposible. Pero contribuir a reflexionar sobre el tema con esta muestra es ya una ganancia”.

¿Quiénes son?

Entre los nombres, con sus libros, que se encuentran en la exposición, están los de Eduardo Caballero Calderón, con sus dos hijos: Beatriz y Antonio. Ella, después de haber hecho parte de los grupos de títeres La Pulga Gótica y Biombo Latino, coeditó con su padre Cuentos pequeñitos (1974) y un Bolívar para colorear (1985), entre otros, y es autora de títulos como Cristóbal Colón: valiente, terco y soñador; Codazzi, el señor que dibujaba mapas. El Siete Leguas, algunos de ellos en la exposición.

Antonio Caballero, que hace tanta falta por estos días, ícono del periodista político agudo, inteligente, sin pelos en la lengua, sorprende con su relato Invierno, escrito para su hija Isabel, con ilustraciones de su pluma estilizada y hermosa, texto que derrocha imaginación, afecto y poesía. Él ilustró varios libros de cuentos y fábulas de Pombo, también exhibidos. Otros pintores que ilustraron la prosa de Pombo fueron Sergio Trujillo Magnenant y Lorenzo Jaramillo, nos enseñan en la exhibición.

Nombres como los de Jairo Aníbal Niño, Helena Iriarte, Irene Vasco, Clarisa Ruiz, Pilar Lozano, Yolanda Reyes, María Osorio, Luis Liévano, Antonio Ungar, Triunfo Arciniegas, Álvaro Sánchez, Celso Román, Ivar da Coll, y un largo etcétera, la lista completa no cabe en esta página, pero sí se encuentran relacionados en la exposición, hacen parte de ese mosaico de plumas especializadas.

Escritores que han hecho alianzas con ilustradoras como Olguita Cuéllar, Ivar da Coll, Paula Bossio, Rafael Yockteng, Alekos, Paula Ortiz y otros muchos más que recrean las historias con dibujos y trazos muy característicos que los hacen reconocibles y reconocidos.

Y esa es otras de las virtudes de esta exposición: poder ver tantas veces como se quiera esa decena de libros que están expuestos para tocar, leer, mirar y comparar, sin que nadie moleste.

‘Jugar en el bosque’, gran acierto de creatividad, inteligencia y calidad, para una muestra que no se borra de la mente por mucho tiempo y cuyos protagonistas se quieren leer y disfrutar no una vez sino muchas veces.

La muestra ya ha sido pedida en Medellín y otras ciudades del país para ser exhibida en espacios públicos, señal de que valió el empeño de Beatriz Helena Robledo, Camila Cesarino y María Osorio. Y, claro, de la Biblioteca Nacional y del Ministerio de las Culturas y de tantas y tantos autores e ilustradores que se fajan en cada una de sus producciones con temáticas y creaciones singulares.

Para Beatriz Helena, la Mama Grande de esta exposición, un faltante fue no haber podido entregar un catálogo, pero no pierde la esperanza de hacerlo más adelante, porque esta pieza impresa contribuiría a que la información valiosa de ‘Juguemos en el bosque’ perdure por años y a que se pueda volver a ella.

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