Marcela Mar, una de las actrices colombianas más reconocidas de los últimos tiempos, vuelve a la pantalla grande este año no solo frente a las cámaras, sino también como una productora que busca darles fuerza a las voces femeninas. Marcela Mar se sentó con la Revista BOCAS para hablar de una infancia rodeada de personajes como Charly García y Carlos Vives, de una carrera que empezó cuando tenía 12 años y de la película que estrena esta semana: Uno, entre el oro y la muerte.
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Marcela Mar no quiere hablar mucho de su nueva película, Uno, entre el oro y la muerte, pero –tras verla con asombro– puedo afirmar que tiene el pulso de thrillers como The Insider e Insomnia, en un escenario que no puede ser otro que un pueblo azotado por la violencia y con un conflicto insano alrededor de la minería de oro. La película reposa en los hombros de Marcela Mar, escena tras escena, en un tour de force actoral. “Lo que me mostró hacer este papel”, afirma, “es que sí soy capaz de ser la voz principal de una película. Aunque no hay manera de saberlo hasta que lo haces”. Marcela Mar tiene dos películas en pantallas de cine este año. La otra es Mi bestia, dirigida por Camila Beltrán, la historia de una joven en la Colombia de 1996, en la que hay cortes de luz y rumores de que el diablo vendrá muy pronto a esta tierra. Marcela también fue coproductora de esta historia que resultó seleccionada en la sección ACID del Festival de Cine de Cannes y galardonada como la mejor película latinoamericana en el Festival de Sitges, uno de los festivales de fantasía más prestigiosos del mundo y el más antiguo de todos.
Su nuevo reto mayúsculo –más allá de una sólida carrera en el teatro y la televisión– es el cine, pero desde que era niña no había duda de que Marcela Mar (o Marcela Gardeazábal, su nombre de pila) iba a ser artista. Su mamá era modelo y la alentaba en cada una de sus pasiones. Su padrastro era Augusto Martelo, un nombre que dice mucho para quienes conocen la historia del rock de este país y saben que fue uno de los pioneros del rock colombiano, con varias bandas que sonaron con fuerza desde los sesenta.
“Yo iba a todos sus toques, ya fueran de reggae o rock and roll”, recuerda Marcela al hablar de su padrastro, un hombre que llenaba la casa de música clásica en las mañanas y en las tardes la ponía a pintar los cielos surreales de sus cuadros. “Nos llevaba a mí y a mi hermanastra a la primera tanda, que iba hasta la una de la mañana. Cuando se acababa nos mandaban a dormir en el carro hasta que terminara”. Había noches en las que su padrastro armaba cenas y fiestas por las que pasaban amigos con nombres como Charly García, Consuelo Luzardo, Carlos Vives, Constanza Duque y Gustavo Cerati. Y había noches solitarias en las que Marcela, con sus papás perdidos en la vida bohemia, se perdía ella misma en los libros de la biblioteca de su casa.
No había duda de que Marcela sería artista, aunque sorprende que en vez de música o artista plástica haya salido actriz. “Yo en el teatro me encontré con un amor”, cuenta ella. “Un amor donde me sentía a gusto, donde me sentía bien, donde me sentía a salvo”.
Fue Mayerli en Pedro el Escamoso, fue Brigitte en Todos quieren con Marilyn, y jaló las fibras más viscerales en su rol como Paola en Satanás, el debut como director de Andi Baiz. Ha participado en obras de teatro en escenarios de toda Colombia, desde el Museo de Arte Moderno hasta la sala de su propia casa, y creó una productora, Ganas Producciones, con la que le apuesta a contar historias que retraten las realidades de las mujeres en Colombia. “Yo me he visto forzada a empezar de cero muchas veces”, dice ella. “Me he ido formando a lo largo de mi vida a partir del ensayo y el error”.
![“Vivimos en una sociedad patriarcal donde las reglas han sido inventadas por los hombres y todo tiene esta mirada masculina sobre lo que implica ser mujer", dice Marcela Mar.](https://imagenes.eltiempo.com/files/image_414_541/uploads/2024/11/10/67310a7073bbd.jpeg)
“Vivimos en una sociedad patriarcal donde las reglas han sido inventadas por los hombres y todo tiene esta mirada masculina sobre lo que implica ser mujer", dice Marcela Mar.
Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Tengo entendido que sus padres eran muy jóvenes cuando la tuvieron…
Mi madre me tuvo a los 16 años. Mi padre tenía 17 años. Eran un par de niños. Ese matrimonio duró como tres años y luego mi madre convive con mi padrastro, con Augusto Martelo. A mis ocho años asesinaron a mi padre. Fue traumático. Pero yo encuentro en Martelo un “papá de repuesto”, un padre putativo que trae a mi vida el arte.
Augusto Martelo es todo un personaje en la escena musical de Colombia, una de las leyendas del rock de este país. ¿Cómo fue crecer con él?
Es realmente un artista muy dedicado a su arte. Él es músico, artista plástico, pintor y hasta cocinero; y todos los días de su vida pinta, toca música y cocina. También es una persona de muy buen sentido del humor. Y cuando él pintaba, desde temprana edad yo era su asistente. Yo le tenía los pinceles, me ponía a recortar lo que él iba a usar en sus collages, a mezclar colores, o me ponía a pintar cielos con un azul que preparaba en su paleta… Y yo estaba absorbiendo todas estas apreciaciones, esta sensibilidad por el arte, viendo estos mundos maravillosos. Ahí se me despierta una sensibilidad por el arte; aprendí del surrealismo desde pequeña, del Renacimiento gracias a él. ¡Y la música es lo mismo! Martelo es uno de los dinosaurios del rock de este país, entonces todo el tiempo en mi casa en las mañanas siempre había música clásica, y en el día eso iba mutando a un jazz, un soul, luego a rock and roll.
¿Nunca quiso irse por las artes plásticas o por el mundo de la música?
Martelo me metió en clases de guitarra cuando yo tenía como 12 años, y yo le echo la culpa al profesor de no aprender. Realmente creo que tuve un profesor muy malo. Me compraron una guitarra eléctrica y el profesor ya quería empezar conmigo tocando Stairway to Heaven. ¡Creo que no era por ahí!
¿Y qué la llevó a la actuación?
Surgen dos cosas: una es que, como venía tanta gente a mi casa, después de que se iban los invitados yo empezaba a imitar a quienes habían venido, que tenían una particularidad en la manera de caminar, la manera de reírse, la manera de coger la cartera… cosas así. Y lo otro es que, después de la muerte de mi padre, uno de los cambios en la actitud que yo tuve es que empecé a mostrar algunos comportamientos agresivos, a ser indisciplinada en el colegio, mamaba gallo… En mi casa se empiezan a dar cuenta y Augusto dijo: “esta peladita va a ser actriz; esa capacidad que tiene de imitar a los otros se sale de lo normal”. Y me metieron a clases de teatro en el Teatro Nacional de la calle 71. Mi primera maestra fue Fanny Mikey.
¿Qué lección le queda de esos años de estudio con Fanny Mikey?
Si yo pienso en cada maestro que ha pasado en mi vida en términos actorales, a Fanny Mikey y al Teatro Nacional les debo entender la actuación como un espacio de juego, como un espacio lúdico, como un espacio de goce y de creación y de imaginación libres.
¿Recuerda la primera vez que actuó en público?
En una obra de teatro en el colegio. Recuerdo que cuando fuimos a salir a escena empecé a sentir el vaho y el calor detrás de las cortinas; el lugar estaba lleno de padres de familia. ¡Me empieza a dar una angustia!, ¡unos nervios! Pero antes de que se abrieran las cortinas me hice una imagen de que cada persona afuera no era una persona, sino un bulto de papas (risas). Me hago esa imagen para poder sobrellevar mi pánico. Esa imagen se me quedó siempre en la mente. Y cuando ya salgo y empiezo a hacer la obra, a decir mis diálogos, y la gente se empieza a reír… sentí lo mágico que es poder entretener, que es hacer reír. Estoy haciendo algo y la gente me quiere por eso. Quizá sentía eso por haber perdido el afecto tan grande de mi padre en mi infancia, o era una validación de sentirme buena para algo. Ese sentimiento se me quedó para toda la vida.
![La entrevista con Mario y Lorenzo Hernández está en la nueva edición de Revista BOCAS.](https://imagenes.eltiempo.com/files/image_414_541/uploads/2024/10/29/672119a8c8b55.jpeg)
Marcela Mar es la portada de la nueva edición de Revista BOCAS.
Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Su primer papel fue en una serie llamada Espérame al final, a sus 12 años…
Sí, esta serie iba de generación en generación y la niña pequeña que tenía ocho años hace un cambio generacional y pasa a tener 15 años en la historia. Me acuerdo que en el casting Pepe Sánchez, el director, me hacía preguntas como de adulta: ¿qué opinaba del matrimonio?, ¿qué pensaba del aborto? Y como yo era un poquito metida a grande, entonces me siento a hablar con esta seriedad de estos temas. Termina la audición y Pepe Sánchez le da un teléfono a mi mamá y le dice “es ella”. Me acuerdo que fuimos a comer un helado con mi mamá para celebrar. Aunque, claro, yo era una niña de 12 años y el personaje tenía 15. Me acuerdo que el personaje en la ficción ya tenía un novio y mi madre estaba preocupadísima porque había una escena de beso y ella decía “pero, Pepe, la niña no se puede besar, ella no ha besado” (risas). Pero en esa grabación Pepe me cuidó muchísimo, y mi madre también.
Luego hizo algunos comerciales, pero no fue sino hasta los dieciocho años que empezó como tal su carrera con la telenovela Sin límites, y en ese momento también se separaron sus padres…
Me acababa de graduar del colegio. En esas, mi madre, que es modelo, decide irse a vivir afuera, a Estados Unidos. Ella ve que yo ya tengo trabajo y ella no aguanta seguir aquí, con su situación. Decide irse a buscarse una nueva vida. Y mi padrastro se pierde un buen tiempo. Cada uno de ellos toma su rumbo y a mí como que se me mueve el piso, me quedo sola en Bogotá. A mí me ha tocado así, adaptándome a las circunstancias.
¿Y cómo fue entrar al mundo de la televisión con este papel protagónico?
Era una serie con un tema juvenil: el papel era de una adolescente que está en el colegio y se enamora, y el profesor era Marlon Moreno. Yo era feliz ahí. El arte para mí siempre ha sido un espacio seguro, y tenía amigos jóvenes ahí, de mi edad, inquietos y con ganas de comernos el mundo con esta hambre de ser buenos actores. Fue lindo y fue duro: trabajábamos jornadas de 18 horas, llegamos a trabajar a veces hasta 24 horas. Uno con 19 años ni se queja, pero igual nos daban crisis de ansiedad. Yo me acuerdo que en esa serie empecé a ganar peso porque comía mucho en medio de las horas de espera del rodaje. Y cuando se termina la serie, yo me gano los premios de la época de actriz revelación, lo cual es una validez a mi carrera… pero a la vez yo tenía aspiraciones de ir a la universidad, pero no tenía quién me la pagara. Yo quería estudiar, pero mi madre y mi padrastro no estaban… ¿así que quién me va a pagar la carrera?, ¿quién va a pagar las cuentas? Yo tenía que sobrevivir. Entonces a mí se me presenta esta oportunidad de seguir actuando y de tener comida, de tener un techo, de tener unos amigos… ¡y parece que soy buena en esto! Entonces me aferré a esa oportunidad.
De ahí en adelante ha sido una carrera larga, de novelas como Pura sangre a películas como Satanás. ¿Cuál ha sido, entonces, el personaje que más la ha marcado en su proceso actoral, o personalmente?
Íngrid Betancourt en Operación Jaque, porque interpretar un personaje de la vida real supone otro tipo de responsabilidad. Para prepararme me leí libros de la época de los ex secuestrados, hablé con el periodista Daniel Coronell, que me dio mucho material de archivo de la época para estudiar. Porque yo no buscaba hacer una copia o una caricatura de ella, sino capturar un poco de su espíritu. Ese papel y el de Satanás creo que son los dos personajes más difíciles y retadores que he interpretado. Yo miro los personajes como si fueran colores de una paleta o instrumentos de una banda, y entonces a veces uno tiene un papel de reparto y uno sabe que debe ser el gris de esa paleta de colores, que uno está ahí para darle ese tono gris o para tocar el bajo para acompañar. Cada personaje me ha dejado algo, por eso no puedo decir cuál es el mejor o el más importante. A veces nos damos premios a “la mejor actuación”, pero eso es una mentira. No hay mejor ni peor; es solo un viaje.
!["Yo no soy actriz ni para ser famosa, ni para tener likes ni para nada de eso. Yo soy actriz porque necesito actuar"](https://imagenes.eltiempo.com/files/image_414_541/uploads/2024/11/10/67310b4b0a003.jpeg)
"Yo no soy actriz ni para ser famosa, ni para tener likes ni para nada de eso. Yo soy actriz porque necesito actuar"
Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
¿Y el personaje por el que más la reconocen?
A Mayerli, sin dudarlo, de Pedro el Escamoso. Es el proyecto más popular en el que he estado, el que le dio la vuelta al mundo. ¡Eso fue un fenómeno! Están Betty la fea, Café con aroma de mujer y luego Pedro el Escamoso.
¿Cómo fue empezar a sentir esa fama desde tan joven?
Es un efecto muy extraño, sobre todo cuando hacemos telenovelas que se convierten en éxitos populares, como Pedro el Escamoso. Y después de esa caigo en una novela que se llamó Todos quieren con Marilyn, y mi papel se convirtió en un fenómeno. Brigitte, que era “la más”. Eso era lo que decía este personaje, y eso que todo el mundo quedó diciendo salió de mis amigos del mundo gay de la moda. Lo escucho un día y me lo quedo para Brigitte. Ese personaje también lo construí yéndome a hablar con prostitutas en las whisquerías de la 49. Les pagaba una hora para hablar conmigo. El personaje se convirtió en un fenómeno y ahí me encuentro de cara con la popularidad. En la novela el personaje era una prostituta, que se les lanzaba a los tipos… pero en mi vida real yo soy una persona introvertida. Así que me empecé a guardar en casa, porque me aturdía la idea de que la gente se confundiera. Yo decía “donde alguien me llegue a tocar la cola, yo no sé qué hacer”.
Más o menos, entre 2012 y 2014, después de pasar por proyectos de televisión y de teatro, usted toma la decisión de convertirse en productora. ¿A qué se debió esa decisión?
Llegó un momento en el que me agoté. Empezaron a darme ataques de pánico y empecé a sentirme perdida. No me sentía bien, no quería seguir interpretando este tipo de personajes. Me sentía como un poco haciendo roles muy estereotipados en donde yo sentía que era el accesorio de los hombres. Y ahí entiendo que tengo que darle un giro a mi vida en lo profesional y decido convertirme en productora en el año 2014. Decido que yo puedo hacer algo diferente y es que yo puedo crear lo que yo quiero actuar; dentro de esa búsqueda creativa me fui un fin de semana a Nueva York. Vi una obra que se llama Venus en piel, que está basada en el libro La Venus de las pieles, donde el escritor cuenta la historia de cómo hizo un contrato con su última esposa para que ella lo volviera su esclavo. Y yo dije “¡guau!, tengo que hacer esto en Colombia”.
¿Qué la llevó a querer hacer esa obra, a interpretar este personaje?
El poder de esa mujer. Yo de a poquitos me voy acercando a través de mis personajes a vislumbrar el poder que tenemos las mujeres. Me vuelvo productora porque quiero empezar a ahondar en otro tipo de historias y en otro tipo de personajes que se salgan de lo rosa, que se salgan de esta cosa estereotipada de estar siempre girando alrededor de un hombre. Y empiezo a pensarme más de una manera más feminista. A través del feminismo comprendo eso que a mí me dolía, y que no era la única.
¿Cuáles son esos vicios del sexismo que permean el mundo de la actuación, del cine y del teatro?
Vivimos en una sociedad patriarcal donde las reglas han sido inventadas por los hombres y todo tiene esta mirada masculina sobre lo que implica ser mujer: lo que se mira en publicidad, lo que se mira en revistas, lo que se mira en el cine, lo que se mira es la mirada de los hombres hacia el sexo femenino. Estamos sexualizadas, estereotipadas. Y vivimos en una sociedad que está obsesionada con la juventud; ya de por sí la juventud es algo que se nos cobra a las actrices. Llega un punto en el que uno se agota de todo eso y elige contar las cosas desde otro punto de vista, desde el lado de las mujeres. Yo quiero contar otro tipo de historias donde sí, qué rico ser sexi, pero en las que también somos más que eso. Somos diversas y somos muchas.
¿Es algo que sintió a lo largo de su carrera, esa presión sobre las ideas de juventud y belleza?
Pues me puse tetas a los 19 años. Cuando mi mamá se va del país y yo tengo que sobrevivir y tengo que encajar en la televisión y tengo que ganarme el papel… pues decido ponerme tetas. Era 1996 y las figuras y los íconos que se veían en televisión eran las reinas de belleza, eran Natalia París y Pamela Anderson. Y yo tenía la cara, tenía los ojos, tenía el pelo, tenía la talla… pero no tenía las tetas. Y duré con esas tetas veinticinco años; me las vine a quitar hace año y medio. Porque construimos una imagen a partir de cómo somos observadas y de cómo somos percibidas y de cómo somos vendidas. Objetar todo eso sí ha hecho que yo me tenga que deconstruir. A mí el feminismo me ha enseñado que lo primero que tengo que hacer es deconstruirme a mí misma: antes de señalar que los hombres son o no son esto o aquello, tengo que deconstruir mi propio machismo, deconstruir mis propios sistemas de creencia, deconstruir esos arquetipos que yo tenía en mí. Eso duele, cuesta tiempo y requiere ayuda.
!["El ejercicio actoral es así. O sea, tienes trabajo hoy, mañana no; no sabes cuándo te van a volver a contratar; ahora te va bien, luego te va mal. Es una carrera de altos y bajos".](https://imagenes.eltiempo.com/files/image_414_541/uploads/2024/11/10/67310bb79b6ce.jpeg)
"El ejercicio actoral es así. O sea, tienes trabajo hoy, mañana no; no sabes cuándo te van a volver a contratar; ahora te va bien, luego te va mal. Es una carrera de altos y bajos".
Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Y después de su vuelta al escenario teatral en el 2014, y volviendo a reencontrarse con su rol como actriz, ¿cómo fue enfrentarse a la pandemia del covid-19, ante esta incertidumbre y el miedo de no poder volver a actuar frente a un público, de que su trabajo podía cambiar radicalmente?
Fue un pánico escénico, pero inverso: no pánico de pararse en un escenario, sino pánico de nunca volver a pararse en uno. La pandemia me coge en otro lugar, ya habiendo superado las malas relaciones con los hombres y casada con Pedro Fernández, que es cocinero y es con el único hombre con el que me he casado. A veces, en los medios de comunicación circulan noticias de “su exesposo”, pero yo solo he tenido un esposo, y es un amor lindo, real, sano. Y a nosotros nos cogió la pandemia y tuvimos un susto muy grande de no volver a un restaurante, de no volver a un museo, de no volver a hacer o ver teatro.
¿Cómo lo llevó?
Bueno, se dan unas lecturas con Ricardo Silva en la pandemia que se vuelven para mí un aliciente y la posibilidad de interpretar frente a una audiencia. Eran lecturas dramáticas por Instagram Live, y para mí eran como una lucecita al final del túnel. Recuerdo un día que, después de leer un capítulo en vivo de su libro, nos despedimos, colgamos y me pongo a llorar porque siento que esto nunca va a volver a pasar. Después, con el tiempo, me di cuenta pues que así he vivido toda mi vida. El ejercicio actoral es así. O sea, tienes trabajo hoy, mañana no; no sabes cuándo te van a volver a contratar; ahora te va bien, luego te va mal. Es una carrera de altos y bajos. Toda mi vida he vivido en esa incertidumbre, pero ahora era globalizada y generalizada, entonces como que la ansiedad era mayor.
!["Yo tenía la cara, tenía los ojos, tenía el pelo, tenía la talla… pero no tenía las tetas. Y duré con esas tetas veinticinco años; me las vine a quitar hace año y medio".](https://imagenes.eltiempo.com/files/image_414_541/uploads/2024/11/10/67310c6fcc20a.jpeg)
"Yo tenía la cara, tenía los ojos, tenía el pelo, tenía la talla… pero no tenía las tetas. Y duré con esas tetas veinticinco años; me las vine a quitar hace año y medio".
Foto:Pablo Salgado / Revista BOCAS
Y justo cuando empiezan a relajarse las normas de la pandemia, usted estrena esta pequeña obra llamada La más fuerte, una obra corta e íntima en el que una mujer le habla a otra. ¿Cómo nace esa idea y ese proyecto tan particular?
Una de mis películas favoritas es Persona, de Bergman, y cuando estábamos en esa pandemia incipiente en la que ya se podía salir un poquito, Victoria Hernández, que ha sido mi coach desde hace varios años, viene y le digo “hagamos algo parecido a Persona de Bergman”, y ella me dice “se lo tengo, hagamos La más fuerte, que es un texto de August Strindberg”. Es un ejercicio de dos, una mujer hablante y una mujer silente… pero no es un monólogo, porque el silencio de ella dice mucho. Se me ocurre que la mujer silente, en vez de ser una actriz quieta y callada, sea una bailarina para que exprese todo lo que carga con su cuerpo, así que invito a colaborar a Luisa Hoyos. Y yo quería trabajar con Pedro, entonces hacemos además una cena alrededor de la obra. Y así se arma esto en Medellín, donde vivo hace cinco años. Empezamos a hacer funciones, la primera en la bodega Comfama y luego en la sala de nuestra casa. Era esta manera de volver a vernos a la cara, de volver a compartir, de volver a tener un espacio.
Y esta obra la lleva luego a escenarios como el Festival Iberoamericano de Bogotá y finalmente al Museo de Arte Moderno de Bogotá. ¿Qué significó esta apuesta para usted como actriz?
Ese fue el día que yo me validé como artista. Yo dije “me estoy presentando en el Museo de Arte de Bogotá, aquí se han presentado María Teresa Hincapié, Débora Arango, Doris Salcedo… Aquí se han presentado las artistas femeninas que yo más admiro y yo estoy parada hoy en el mismo escenario que ellas estuvieron”. Y eso me dio la validez que no me dio ni mi papá, que estaba muerto; ni mi padrastro, ni mi mamá, ni mi familia. Esa validez me la di yo misma.
Es curioso y a la vez hermoso que esa validación, ese momento tan catártico venga de una obra tan humilde e íntima, montada en la sala de su propia casa…
Es que yo no soy actriz ni para ser famosa, ni para tener likes ni para nada de eso. Yo soy actriz porque necesito actuar. Yo no puedo hacer otra cosa, no tengo opción. De lo contrario, me muero de la depresión.
Este año llegaron al cine dos nuevas películas suyas: por un lado, Uno, entre el oro y la muerte, un thriller que muestra a una mujer que investiga la muerte de su esposo y su relación con las problemáticas ambientales de un pueblo. ¿Cómo fue interpretar a Esmeralda, la protagonista que carga esta historia?
Esmeralda va desde la escena número uno hasta la final. Es lo más complejo que he hecho, es lo más retador que he hecho en mi carrera como actriz en lo audiovisual. Es una mujer que a partir de una tragedia familiar decide llegar hasta las últimas consecuencias para investigar quién y por qué lo hizo, y todo enmarcado en una situación ambiental que pone en tela de juicio los recursos naturales del país. Yo me enfoqué en la creación en que este personaje fuera verosímil y que fuera creíble, que en ese duelo que Esmeralda atraviesa la gente hiciera el viaje con ella. Eso es lo que puedo contar.
Y también tuvo roles frente y detrás de las cámaras en la película colombo-francesa Mi bestia. ¿De qué trata esta cinta?
Trata de las complejidades que vive una niña que es Mila, la protagonista, y los cambios que experimenta para convertirse en mujer y cómo los asocia con la Colombia de 1996. En Mi bestia soy coproductora con Ganas Producciones, y la película está alineada con ese propósito que tengo de darles visibilidad a nuevas artistas, de contar las historias de mujeres desde los puntos de vista de las propias mujeres. Esta es una historia muy femenina, de Camila Beltrán, y se estrenó en la sección ACID del Festival de Cine de Cannes este año. ¡Una locura!
¿Este ‘coming of age’ representa el tipo de historias que siente que hacen falta en el cine, en las pantallas de los colombianos?
Claro, este tipo de historias no se ven, no tienen visibilidad. En Mi bestia es interesante ver la mirada de Camila al contar esta historia: cómo involucra la sangre, la sexualidad, el abuso… Esta película toca estos temas con sutileza y mucha elegancia. Y por eso necesitamos espacios para nuevas creadoras, directoras y guionistas. Necesitamos a esas creadoras que están escondidas y abrir espacios para ellas.
RODRIGO RODRÍGUEZ
REVISTA BOCAS