Duván Castillo tocaba el contrabajo en la banda sinfónica de Moniquirá, Boyacá, cuando tenía 16 años y sufría constantemente los daños propios de los instrumentos de cuerda frotada: la afinación, el cambio de cuerdas, los desgastes en la madera...
En su pueblo no tenía dónde reparar el contrabajo y él tampoco sabía cómo hacerlo. Supo que en Villa de Leyva vivía el maestro lutier José Miguel López y le llevó el instrumento en un encuentro de bandas.
Posiblemente ese día hubo un punto de quiebre en la vida de Castillo, que quería seguir tocando, pero tenía una habilidad empírica para las artes plásticas, alimentada por la necesidad de reparar su contrabajo y terminó por inclinarse a la lutería.
Lutier es aquel que es capaz de tomar un trozo de madera para convertirlo en un instrumento musical, un objeto que probablemente durará muchos años más que su creador, desde violines, violas, violonchelos, contrabajos, violas da gamba y todo tipo de guitarras. Lutier, además, es el que los ajusta y los repara.
En la antigüedad, los lutieres hacían parte del gremio de carpinteros y ebanistas que se dedicaban únicamente a la construcción de instrumentos de cuerda. Ahora, la palabra se extiende a los artesanos que realizan la misma tarea en los instrumentos de viento y percusión.
Por improbable que parezca, no es fácil encontrarse a un lutier en Colombia. Los artesanos que se dedican a los instrumentos en el país y en Latinoamérica han sido, en su mayoría, formados empíricamente, debido a que no había ningún programa formal que desarrollara este conocimiento, según explica a EL TIEMPO Diana Arévalo, coordinadora del Plan Nacional de Música para la Convivencia del Tolima.
Casi todos, detalla Arévalo, están establecidos en las principales ciudades del país, donde hay más demanda musical. Precisamente, el Plan Nacional de Música para la Convivencia (del Ministerio de Cultura), que se inició en 2002, lleva programas, instrumentos y formadores a la mayoría de municipios de Colombia.
El Plan Nacional ha logrado implementar, de acuerdo con el Ministerio de Cultura, una política cultural descentralizada, pero en la mayoría de municipios han quedado los restos de instrumentos profesionales que nunca se pudieron reparar y tocar, debido a la falta de personal de mantenimiento.
Desde 2012, Julia Salvi, fundadora del Cartagena Festival de Música y directora de la Fundación Salvi, trabaja junto al Ministerio de Cultura en la creación de espacios para la formación de lutieres en el país que atiendan a la demanda que hay desde los programas musicales en todo el territorio.
Al principio, establecieron un formato de enseñanza en el que reunían a los maestros lutieres empíricos del país para que se capacitaran con profesionales extranjeros, en seminarios que realizaban cada tres meses en Bogotá, Cali, Cartagena, Medellín, Ibagué y Popayán.
Después se buscó enmarcar el programa de manera formal dentro de la educación superior. “Con el apoyo de la familia Santo Domingo, que llevaba cinco años en el proceso, lograron trasladar este proyecto al Conservatorio del Tolima en Ibagué”, explica Diana Arévalo, coordinadora de los programas de lutería del Conservatorio del Tolima.
“En el conservatorio el proyecto encontró instrumentistas, licenciados y productores de música, pero faltábamos nosotros, los fabricantes de instrumentos”, agrega Arévalo.
La formación de lutieres llegó a Tolima en 2016, pero trascurrieron tres años hasta que la Secretaría de Educación les otorgara el título con el que ofertan la Tecnología en Construcción y Reparación de Instrumentos.
“Nosotros le decimos Tecnología en Lutería”, señala Arévalo, acerca del programa de seis semestres. Además, asegura que los instrumentos que construyen actualmente en el Conservatorio del Tolima son para músicos profesionales o semiprofesionales.
“En ese sentido, nuestra competencia no son los chinos, sino los lutieres europeos que se preparan para hacer obras de arte que van a trascender por 100 o 200 años”, agrega la coordinadora.
'Me sentía pleno'
Mientras tanto, Duván Castillo buscaba en Bogotá los talleres de los lutieres empíricos para aprender de ellos, pero llegó la pandemia y todo cerró.
Apenas terminó la cuarentena le mandaron un correo de la Fundación Salvi con la información para inscribirse en el conservatorio.
“Lo dudé mucho porque era en Ibagué y yo soy de Boyacá, pero mi mejor amiga me impulsó y me ayudó a la inscripción a última hora, porque no tenía la facilidad y estaba en el funeral de un tío”, recuerda el lutier.
Para Castillo, llegar a la lutería fue alcanzar la cúspide de sus habilidades. Su trabajo con la música, las artes plásticas y los años como orfebre en el taller de ornamentación de su hermano, lo llevaron al Conservatorio del Tolima, en lo que suponía era su último intento para estudiar.
“Me sentía pleno en todo momento dentro del taller, afilando una herramienta o aplicando el barniz a la viola, antes de graduarme”, agrega el lutier.
Aunque el programa de Tecnología en Lutería estaba certificado desde 2019, no fue sino hasta dos años después que lo comenzaron a ofertar, tras el fin de la cuarentena, en el marco de la política de matrícula cero.
“Apenas llegan los apoyos del gobierno y la Gobernación del Tolima, abrimos el programa y llegaron 15 estudiantes, porque la oferta no es para mucha gente. Cada semestre recibimos entre 10 y 15 estudiantes, entonces tenemos entre 50 y 60 estudiantes en total”, comenta Diana Arévalo.
Castillo hizo parte de ese primer grupo de aspirantes a lutier, conformado por aprendices de Boyacá, Cundinamarca, Tolima y Valle del Cauca.
El violín
Decía Julia Salvi, en una entrevista para EL TIEMPO, que parte de la gran fortuna que tiene la sociedad es poder escuchar un Stradivarius genuino, a pesar de todos los siglos que han pasado desde que en Cremona, Italia, existió uno de los lutieres más prominente en la historia, Antonio Stradivari.
Aseguraba Salvi que era una fortuna que podía pesar y que había visto a grandes interpretes soltar el instrumento italiano ante el peso de su historia y cambiarlo por el chino, para sentirse más cómodos.
Seguramente esa complejidad del instrumento lo convierte en el gran requisito de los lutieres, que además de construir un violín durante la formación académica, tienen que aprender a tocarlo, para entenderlo y así construirlo a gusto y medida de los grandes interpretes.
Gracias a Antonio Miscená, director artístico del Cartagena Festival de Música, la Fundación Salvi y el Conservatorio de Ibagué realizaron una alianza con la Escuela Internacional de Luthería de Cremona, en Italia.
Es así que al final de cada semestre llegan los grandes maestros de Italia a Ibagué para realizar capacitaciones especializadas y revisar los productos que realizan los estudiantes. Como los maestros no saben español, los alumnos deben aprender italiano en el proceso.
“Es un programa en el que encuentras personas desde los 16 años hasta los 65. Lo único que le pedimos a quienes se acercan es que tengan una pasión autentica por lo que hacen, para que ellos sientan que esto no es venir a quitar madera, sino que entiendan que el material les habla”, reflexiona Diana Arévalo.
Sentarse a pulirlo, entender la manera en la que las maderas les hablan y aprender a utilizar cepillos y herramientas de todos los tamaños es lo más significativo para los lutieres.
“Trabajamos con un material orgánico, que incluso está vivo después de ser cortado. Al igual que las personas, cada pedazo de madera es único y diferente, entonces necesitamos tener la capacidad de encontrar en la madera las cosas que estamos buscando”, agrega Castillo.
En Ibagué los aspirantes a lutier estudian acústica, tecnología de los materiales, barnices, materias sintéticas, diseñan, aprenden a dibujar, tocan el instrumento y lo fabrican.
“Si se fue una gubia (herramienta de metal) por donde no era no hay marcha atrás. Toca derramar algunas lágrimas, tomar otro pedazo de madera y volver a empezar”, dice Arévalo, tras explicar que el requisito de grado es construir un violín y una viola durante el programa.
Mientras Castillo estaba en el conservatorio volvió a coincidir con el maestro José Miguel López, después de que este se hubiera formado con los programas anteriores de la Fundación Salvi, hasta convertirse en maestro del Conservatorio del Tolima.
Para él los planes son similares. Después de graduarse del Conservatorio del Tolima, la Fundación Salvi becó a Castillo y a otros dos lutieres durante dos años en el programa de la Escuela Internacional de Luthería de Cremona, para que aprendieran de la gran escuela italiana y volvieran a enseñar en el conservatorio.
En Cremona, los colombianos afianzan la técnica y la tradición europea en la construcción de instrumentos, mientras investigan para innovar en sus creaciones.
“Siento que nuestra cultura latinoamericana nos hace producir más con el sentido del éxito económico que tenga el instrumento, el europeo es más de la idea de hacer su creación y estar conforme con ella, independiente de si gusta o no a los demás”, dice Castillo desde Cremona.
Por su parte, el moniquireño espera conservar la tradición hasta sentirse capaz de hacer las modificaciones que el entorno le pide. “Esto es una tradición europea, pero nosotros somos latinoamericanos, tenemos otras necesidades y escuchamos otras músicas. Hay cosas que se pueden aportar e investigar desde Colombia, aunque los italianos lo lleguen a tomar como un sacrilegio a sus tradiciones”, concluye el lutier.
JUAN JOSÉ RÍOS ARBELÁEZ
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO