‘Los escritores no son grandes héroes’: los aprendizajes del santandereano que no se cansa de ‘atormentar con sus libros’

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Como si fuera el giro en la trama de una película, Gonzalo España Arenas se convirtió en escritor de un modo insólito, casi imprevisto: una cancelación de última hora, la desesperación por encontrar un reemplazo y una serie de circunstancias que lo cruzaron con la intuición de un agente literario. Su obra es, como dice, “una carrera que no se hizo con el propósito de hacerse”, pero también es una de las más prolíficas en la narrativa histórica colombiana.

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Con 40 años de trayectoria y 50 libros publicados, este escritor bumangués es consciente de que, a sus 79 años, cada vez resulta más difícil mantener el ritmo que lo llevó a estar dos veces nominado en la Lista de Honor IBBY (que cada dos años premia lo mejor de la literatura infantil y juvenil) y a ser el primer colombiano en escribir una saga de novelas policíacas. Hace poco más de un año se fue a vivir a Socorro, Santander, con sus gatos, Máscara y Larissa, y se mudó con apenas lo necesario para cualquier lector voraz: muchas cajas de libros y un par de muebles, platos y ropa que le dan un aspecto ascético a su apartamento.

Como Jorge Luis Borges, quien creía que sus propios libros no merecían compartir la misma estantería de sus ídolos, como Stevenson, Shakespeare y Dante, Gonzalo España, a fuerza de no alimentar tampoco esos egos, prefiere mantenerlos en una caja a una distancia prudente de sus novelas históricas preferidas y de su colección de Selecciones —biblioteca de literatura que circuló en Colombia a mediados del siglo pasado—, que lo hacen recordar a su padre. A veces, incluso, parece olvidar dónde los deja guardados, pero siempre mantiene a la mano el que está leyendo en ese momento.

Su resistencia física y mental quizá no sean las mismas del escritor que pasaba días analizando pasajes de las Crónicas de Indias para construir relatos sobre la Conquista de América, en parte porque ya no necesita ir hasta un archivo si puede encontrar la información en internet, y porque ahora medita más y se desgasta menos. A diario sale a caminar con sus amigos, se reúne con ellos a hablar sobre los orígenes de la tragedia griega, e intercambia libros que apenas le duran un par de días.

El escritor fue condecorado con la Orden al Mérito Ciudadano por la Alcaldía de Bucaramanga.

El escritor fue condecorado con la Orden al Mérito Ciudadano por la Alcaldía de Bucaramanga.

Foto:Erika Díaz / Cortesía ULibro UNAB

A simple vista, él no parece cansado ni tampoco a punto de retirarse. Es aficionado al ajedrez, brinda charlas de sus temas predilectos y todavía escribe cuatro horas al día; no pasa mucho tiempo sin que deba comprar más tinta y resmas de papel. Aunque su sobrino le regaló un Kindle para leer, no es muy amigo de los teclados ni de las pantallas en ese primer contacto con la escritura, así que transcribe cuando la historia ya está lista sobre el papel.

De hecho, hace poco publicó una novela que recoge la tradición oral de su propia familia, pero que resulta común a muchos hogares colombianos a mediados del siglo XX, cuando la Violencia trajo consigo algunos inventos de la modernidad. Este libro lo publicó en colaboración con Samuel Arenas Guissa, quien puso al servicio de la pluma de España esas historias que se leen representadas en El Espino y la Flor de Nácar.

Hace poco lo homenajearon en la Feria del Libro de Bucaramanga por su legado literario y por el lanzamiento de su nuevo libro. ¿Es cierto que usted no dejó asistir a sus amigos porque iba a pedir que los sacaran “por terroristas”?

Les dije que no fueran porque siempre me da un poco de vergüenza eso y yo no he sido amigo de esos reconocimientos, me parece una cosa muy vacua. Yo creo que había unas 400 personas. Eso me daba más susto todavía, pero lo tomé con humor, entonces les dije: “Estos homenajes son despedidas y yo quiero seguir atormentándolos con mis libros”.

¿Qué representa esa dualidad entre el espino y la flor de nácar y en qué contexto se enmarca su última novela?

La simbología es que los santandereanos somos durísimos. Quien se encuentra con nosotros es como toparse con un espino. Somos duros, pero llevamos dentro un botón de ternura, y esa es la flor de nácar, una florecita diminuta, roja, aterciopelada, que parece el beso congelado de una doncella, es porque cuando nos da por querer somos un torrente de amor. El título del libro hace referencia a esa dualidad nuestra. Este relato corresponde a mediados del siglo XX, cuando la mayoría del país era agrario y las ciudades estaban creciendo por La Violencia, pero una gran masa rural aspiraba a los bienes de la modernidad, o sea, a una carretera decente, a un vehículo, a una estufa eléctrica. Esta novela pertenece a esa etapa en la que los campesinos saben que existen estas cosas pero no pueden adquirirlas o acceder a ellas. Tienen que verse obligados a inventar su propio mundo, su propia cultura, a vivir separados, con sus propios esparcimientos e idealizaciones del mundo. Mi novela puede ser fácilmente clasificada como costumbrismo y despreciada, pero yo creo que eso tiene un valor.

¿Es verdad que sus papás querían que estudiara Economía?

Mi papá quería que yo fuera químico farmacéutico, porque él tenía una droguería y quería montar un laboratorio para fabricar sus pomadas y cosas. Yo entré a la UIS e hice un semestre, pero me reventaron las matemáticas. Entonces empecé a tomar una clase de humanidades y el profesor que daba las charlas me llenó el alma de cosas espectaculares: de humanismo, de los clásicos, de la Grecia antigua, de valores de los que casi no tenía referencias. Así que dije: “Yo quiero estudiar algo que tenga que ver con el hombre, con la historia”. En ese momento la carrera de Economía estaba apareciendo y, como era la gran novedad, le dije a mi papá que quería estudiarla en la Universidad de Antioquia. No era que ellos quisieran eso, fue lo que yo elegí, en parte para no meterme de químico farmacéutico.

 Gabriel Ángel Ruiz Martínez; tenor solista, Gonzalo España y Samuel Arenas Guissa, escritores santandereanos

De izquierda a derecha: Gabriel Ángel Ruiz; tenor solista, Gonzalo España y Samuel Arenas Guissa, escritores santandereanos.

Foto:Pastor Viviescas / Cortesía ULibro UNAB

Muchas de sus obras están conectadas con temas históricos o sociales, ¿qué lo atrajo a escribir sobre ellos?

En el alma llevaba una especie de pregunta. Nací en 1945, una época en la que se reinició la violencia, pues cuando tenía tres años mataron a Gaitán. Recuerdo que enterraron el supuesto tesoro de la familia en el solar de la casa y que mi papá decía que se iba a desatar una guerra civil. Bucaramanga era una ciudad bajita y Palonegro era un cerro tutelar, todos sabíamos la batalla que había ocurrido allí. Entonces lo miraba y me decía: “¿Por qué se mataron tanto los colombianos?”, y siempre me fui con esa pregunta en la cabeza. Después de que me salí de Economía, me casé y fui a vivir a Bogotá. Allá vendía maquinaria de construcción. Pero lo que hacía con mis amigos era suscitar charlas y contar anécdotas alrededor de las guerras civiles. Un día me llamaron desesperado de un centro de estudios porque no llegó el tipo que iba a dar la conferencia y me pidieron reemplazarlo. Les dije que no tenía nada preparado y me dijeron: “Hable de alguna de esas guerras de las que se la pasa hablando”. Fui y hablé de la Guerra Civil de 1885, que cumplía casi 100 años y allá estaba Felipe Escobar, el fundador de El Áncora Editores. Él se me acercó al final de la reunión y me dijo, “muy buena conferencia, ¿usted me escribiría un libro sobre eso?”. Eso fue una cosa insólita, porque yo no estaba haciendo carrera de escritor, ni tenía dónde publicar. Él me dio tres meses para entregarle el manuscrito y lo escribí en un mes. Ese fue mi primer libro de historia.

¿Cuándo dio el giro hacia la narrativa histórica?

Felipe (Escobar) fue el que me dijo “la historia no se vende, la gente no lee esa vaina. Ponga eso que usted sabe en narrativa histórica”. Me fui a averiguar qué era y era algo simple: traer a esas personas que vivieron hace tiempo y ponerlas a representar sus vidas, sus dramas. En eso hay libertad porque la historia no lo dice todo, la historia ilumina las cosas con una luz crepuscular, casi como la de una vela. No hay manera de que supla todos los elementos que uno necesita para reconstruir una vida, entonces uno tiene que hacer uso de la ficción, pero eso se basa en un principio: o fue o pudo haber sido. Al poco tiempo, Felipe Escobar me dijo que una editora quería hablar conmigo, Margarita Catalina Valencia, porque no sabía qué publicar para el quinto centenario de la Conquista en 1992. Ella me dijo: “Gonzalo, estoy metida en un lío, todas las editoriales ya saben que van a publicar, pero no tengo nada, ¿qué me recomienda usted?”. A mí se me soltó la lengua, porque era un lector voraz y le enumeré siete títulos posibles. Ella se puso a reír y me preguntó cuándo se los empezaba a entregar. Yo estaba vendiendo maquinaria de construcción, pero no ganaba un carajo, las comisiones eran muy pocas y ella me dio el primer anticipo que recibí en mi vida. Después de esos libros, ya tomé la decisión de dedicarme a esto. Mi papá tenía una finca cerca de Bucaramanga y yo le pedí que me prestara esa casa para irme a escribir. Ahí estuve un año y pico encerrado, me volví medio campesino, andaba con un perro, tenía una escopeta y escribía, como la vida del buen salvaje. La novela que hice allá en la finca de mi papá, Señorita, quedó finalista en un concurso de novela del entonces Colcultura y Laura Restrepo le dio una calificación muy linda, dijo que era una novela para una gran película. Ese es el comienzo de una carrera que no se hizo con el propósito de hacerse. Este homenaje que me hacen es, digo yo, un exabrupto. Nunca he esperado eso. Lo agradezco mucho, sería muy vanidoso decir que no.

Aparte de escribir con una pluma y con hojas de resma de papel, ¿tiene alguna rutina para trabajar? ¿Cómo es el proceso de contar una nueva historia?

No concibo a un escritor que se siente frente al computador o la hoja a pensar qué escribir, porque esto no le sale a uno de la cabeza, uno lo preparó, lo sazonó y lo marinó como lo haría un chef.

Pienso. Camino mínimo dos horas. Siempre estoy pensando en el tono que le voy a dar a un relato. ¿Alrededor de qué va a gravitar? ¿Quién lo va a narrar? A veces no es un plan escrito, pero lo tengo muy claro en la cabeza. ¿Qué va primero y qué va después? ¿Por dónde empiezo y dónde va a terminar? García Márquez lo dijo, esto es como hacer un trabajo de carpintería, hay que saber cómo se maneja la técnica. Mis libros tienen detrás una investigación. Y cuando me pongo a elaborarlos, suelo hacerlo muy rápido. Pero nunca son procesos espontáneos.

¿Cómo ha lidiado con el llamado ‘bloqueo del escritor’?

Al bloqueo del escritor es a lo que he llegado, porque ya mi capacidad está finalizada. Ya no tengo grandes temas que tratar, y si los encuentro, tal vez ya no me les mido. Ya no me alcanza ni el tiempo ni las fuerzas para eso, aunque todavía sigo escribiendo cosas. Pero mientras estuve activo, desde el momento en que entregué ese primer libro hasta ahora, no he parado y no me he bloqueado. Siempre he estado machacando las teclas, arreglando, corrigiendo y buscando editores, buscando quién se encarta con este libro. No concibo a un escritor que se siente frente al computador o la hoja a pensar qué escribir, porque esto no le sale a uno de la cabeza, uno lo preparó, lo sazonó y lo marinó como lo haría un chef. El escritor es como el chef, debe tener todo listo, picado y sazonado, si lo va a cocinar en el papel o en el computador, en un proceso de un día o de siete años. Puede ser que el cansancio lo muela a uno y quede ahí clavado sobre el computador, pero un escritor que se siente frente a una página y no se le viene nada a la cabeza es porque no ha investigado.

¿Qué libro de su autoría siente que refleja mejor su esencia como escritor?

El Espino y la Flor de Nácar están inspiradas en historias de la tradición oral que recopilaron España y Arenas Guissa durante la pandemia.

El Espino y la Flor de Nácar están inspiradas en historias de la tradición oral que recopilaron España y Arenas Guissa durante la pandemia.

Foto:Pastor Viviescas / Cortesía ULibro UNAB

Todos mis libros fueron hechos con muy buena voluntad y buscando el mayor decoro y la mayor perfección posible. Claro, unos quedaron peores que otros. Me gustan mucho Señorita, La biblioteca, que es la historia de la revolución comunera alrededor de Ambrosio Pisco y de su sobrino indígena, quien iba a ser el último cacique de Bogotá. Nunca pude hacer bien y perfeccionar la novela policíaca. Eso me ha dado fama y la gente investiga sobre eso porque fui el primer colombiano que escribió una saga policíaca en serie, eso es cierto, pero nunca adquirieron plenitud. Por lo menos a mis ojos, son como ensayos balbucientes, le han dado ruido y me han aplaudido, pero yo no saldría a pelear a los puños por esos libros, fueron como divertimentos, pequeñas notas caseras.

¿Puede recomendar algún libro o autor que lo haya marcado más?

Hay autores que me enseñaron a escribir. Yo hablo mucho de un escritor belga, Simenon, que escribía novela policíaca. Cada vez que yo iba a escribir lo leía porque me moldeaba la mano. Rojas Herazo también es un hombre lleno de detalles, sabores, olores, agudezas. No quiero con eso menospreciar a García Márquez, solo que él desborda cualquier molde; pretender escribir como él es un error muy grande.

¿Hay algo de su propia historia que le gustaría ver reflejado en un libro, así no sea escrito por usted?

No he tratado de ponerme ahí. Tampoco he querido hacer del escritor el protagonista de mis libros. Los escritores no son grandes héroes, pero no por eso quiero decir que no sean unos seres muy interesantes y que, sobre todo, acumulen dentro de sí una gran cantidad de información. No se puede ser escritor sin una gran cantidad de cultura. Eso es una cosa que admiro mucho de los escritores, pero no su vida aventurera ni romántica, porque yo creo que no la tienen. Uno sabía de Hemingway, que iba a las guerras, cazaba, se metía a safaris en África. Hay que admirar a un tipo como Cervantes, que también fue un prodigio de vida ese señor, pero yo creo que los escritores son más bien esclavos de la palabra, del papel y de la tinta. Claro, yo tengo historias, he estado en encrucijadas, pero uno sabe de gente que sí ha hecho cosas tremendas. No me atrae contar experiencias mías porque son, tal vez, muy comunes y corrientes, comparadas con las de protagonistas de las grandes novelas.

JUAN ALEJANDRO MOTATO SOTO

Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO

En redes: @juanalejandromotato

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