Pocas veces se reúnen en cabeza de un actor tantos atributos y peculiaridades como en el caso del estadounidense Jack Lemmon, que es recordado con afecto este mes por sus miles de seguidores, a raíz de los cien años de su nacimiento.
Quien sin ser un apuesto galán fue protagonista de más de sesenta películas, entre chispeantes comedias y tensos dramas citadinos que le valieron ser ganador del Óscar en dos ocasiones como mejor actor secundario en Escala en Hawái (1955) y mejor actor principal en Salvar al tigre (1973), gracias a su carisma y versatilidad que dejaron una perdurable huella en la historia del cine.
Además, tenía la particularidad de caerle bien a todo el mundo, no solo en el plató sino en el ambiente social de la meca del cine; y que le fue bien en todo, salvo en una época en que se dedicó a la bebida: “La felicidad es trabajar con Jack Lemmon (...), cuando un actor entra en una habitación, no tienes nada, y cuando el que entra es Jack, es casi inexplicable lo que es capaz de provocar él solo, con su veloz verborrea y sus rápidos movimientos”, diría más tarde el director Billy Wilder en una entrevista.
Cuando este realizador polaco, que llegó a Hollywood en 1934 huyendo del régimen nazi, le ofreció al actor en 1958 uno de los papeles principales de su cinta Con faldas y a lo loco, al lado de Marilyn Monroe y Tony Curtis, tenía en su haber una fulgurante trayectoria como director y productor de sus propias películas, con varios premios Óscar a cuestas. Y tenía por costumbre escribir sus propios guiones, que luego llevaba a la pantalla grande sin permitir injerencias de los productores.
Sin embargo, no podía decirse lo mismo de Jack Lemmon, quien, no obstante haber protagonizado ya diez cintas, con un Óscar incluido, requería una gran oportunidad para asentar su carrera. “En 1958, Billy Wilder se acercó a mi mesa y me dijo: ‘Escucha, tenemos una historia de dos músicos que son testigos de la matanza del Día de San Valentín. Ven a los asesinos, pero los asesinos también los ven a ellos, así que no les queda más remedio que disfrazarse de chicas. ¿Quieres hacerlo?’. Le contesté: lo haré. ¡Vaya si lo haré! Caiga quien caiga. Porque se trataba de Billy Wilder”, relata Lemmon.
Se dice que en el rodaje Wilder expresó que por fin había encontrado a su alter ego, a su actor favorito ideal para sus osadas historias que cambiaron el enfoque con que se hacían las comedias en Hollywood. A las que se sumaron seis películas más, igualmente exitosas, a lo largo de 22 años.
A Con faldas y a lo loco (1959) (en Hispanoamérica, Una Eva y dos Adanes) se la consideró la mejor comedia de todos los tiempos, que fue atrevida para su época porque constituyó una apología velada del travestismo. Con ella, Lemmon definitivamente saltó a la fama, y le sirvió para protagonizar la próxima película de Wilder, El apartamento. El filme, que fue llamado Piso de soltero (1960) en Latinoamérica, con Shirley MacLaine y Fred MacMurray, resultó ser un gran éxito de taquilla y merecedor de cinco premios Óscar, entre ellos los de mejor película, mejor director y mejor guion (de Wilder y Diamond). Allí dejó atrás la hilaridad desenfrenada de su cinta anterior y adquirió un tono melodramático más apropiado con el asunto non sancto de la historia.
Las peripecias de un insignificante empleado de una importante firma de seguros de Nueva York que les prestaba ocasionalmente su apartamento de soltero a sus jefes para sus escarceos amorosos, con la ilusión de ascender así laboralmente, hasta cuando se enamora de una chica ascensorista que hace parte de esas amantes. “La tragicomedia que se atrevió a hurgar en los puntos flacos de la América empresarial de los rascacielos de despachos y oficinas”, acotó el escritor Kevin Lally, autor del libro Billy Wilder: aquí un amigo (1998).
Con ese bagaje, y la habilidad que tenía para poder alternar fácilmente papeles cómicos con personajes dramáticos, fue llamado rápidamente por el director Blake Edwards (el de La pantera rosa) para protagonizar Días de vino y rosas (1962), con Lee Remick y Charles Bickford. Es la sórdida historia de una pareja de alcohólicos que no tienen tabla de salvación alguna, aparte de su mutua convivencia, ganadora de un Óscar por mejor canción con una recaudación de 8 millones de dólares.
Estas tres películas, Con faldas y a lo loco, El apartamento y Días de vino y rosas, fueron seleccionadas para su preservación en el Registro Nacional de Cine de los Estados Unidos por ser “cultural, histórica y estéticamente significativas”. Si Jack Lemmon hubiese protagonizado solamente esas cintas, hubiera sido, guardando las proporciones del caso, sin duda, otro James Dean, aquel de la mítica trilogía Al este del edén, Rebelde sin causa y Gigante, pero afortunadamente estaba para realizar grandes cosas. Entre ellas, la de formar la icónica pareja cómica con Walter Matthau.
La mancuerna de oro
Matthau se había especializado en papeles dramáticos, en películas como La décima avenida, El barrio contra mí y Los valientes andan solos, hasta cuando alcanzó el éxito, en Broadway, en 1965, con su vis cómica en La extraña pareja, de Neil Simon, al lado de Art Carney, con la que ganó un Tony al mejor actor.
Una cosa llevó a la otra, Wilder fue a verlo actuar y allí encontró al otro compañero de la pareja que buscaba para su próxima producción, En bandeja de plata (1966), próxima a rodarse. “Me habían ofrecido media docena de guiones, después de que salieron las críticas de La extraña pareja, y no me gustó ninguno, pero cuando Billy Wilder vino a verme y me contó la historia de En bandeja de plata, le dije: ‘Vale, estoy listo’ ”, le confesó Walter Matthau al escritor Kevin Lally.
“La felicidad es trabajar con Jack Lemmon
(...), cuando un actor entra en una habitación, no tienes nada, y cuando el que entra es Jack, es casi inexplicable lo que es capaz de provocar él solo”.
Se trataba de la película número veintiuno dirigida por este realizador, y la primera de once que la pareja protagonizó –en donde Matthau ganó el Óscar como mejor actor de reparto–, de 1966 a 1998, por 32 años; entre ellas, La extraña pareja (1968), en la que Lemmon caracterizaba a un neurótico adicto al orden y el aseo, mientras que Matthau era un desordenado, dedicado al juego y al licor; Primera plana (1974), los choques de Matthau, un redactor jefe sin escrúpulos en busca de una exclusiva, con Lemmon, un redactor honrado; y Bailando sobre el mar (1997), un viejo apostador y un viudo que todavía llora a su mujer, que trabajan en un crucero, como bailarines, en pos de un romance.
Una pareja que funcionaba como el Gordo y el Flaco, en la que Matthau era Oliver, al que se le ocurrían las ideas brillantes y, en este caso, era el abogado tramposo que arma la farsa para estafar a la empresa de seguros, y Lemmon es Stan, su sentimental cuñado, que es manejable y se hace pasar como la víctima que anda en silla de ruedas, y se deja llevar por las circunstancias.
Su historia
Nació prematuro en un ascensor, en Newton, Massachusetts, el 8 de febrero de 1925, cuando la madre iba camino al cuarto del hospital por las contracciones que sentía. Hijo único de un alto empleado de una fábrica de donas y un ama de casa. A los 4 años hizo su primer papel en la escuela, y a los 8 supo que se convertiría en actor.
En 1947 se graduó en Arte Dramático en el Harvard College, donde aprendió tocar el piano y a cantar, lo que le serviría para ganarse la vida en Nueva York. Incursionó primero en la radio, y más tarde, con el apogeo de la televisión, consiguió un trabajo estable.
De 1948 a 1952, participó en muchos shows y series de la televisión neoyorquina de la época. Mientras trabajaba en Room Service en Broadway, Harry Cohn, el zar de la Columbia, lo llamó a Hollywood, con un contrato por siete años. Su debut fue en 1954, con La rubia fenómeno, de George Cukor, al lado de Judy Holliday, seguida de Phfft, de Mark Robson y, por último, Tres para un show, de H. C. Potter, con Betty Grable, en las que cantó y tocó el piano.
Al escritor y director Peter Bogdanovich le dijo que esas películas que hizo con la Columbia eran muy buenas, pero que sus fallos en la taquilla se debieron a los títulos que les pusieron: “Cuando estábamos rodando Phfft, detuvieron el rodaje a mitad del día para hablar del título. Al cabo de dos horas y media, regresaron y el director me dijo que habían decidido quitarle una f”.
Un año después, en 1955, con Escala en Hawái, su cuarta película, recibió el Óscar a mejor actor de reparto gracias a John Ford, que confió en él sin apenas conocerlo. En 1959 vino su consagración definitiva, como hemos visto, en el papel de Jerry en Con faldas y a lo loco, y las ya antes anotadas. De ellas dijo Lemmon que el papel protagónico que más temor le causó fue el del alcohólico en Días de vino y rosas, por ser el más distante de los interpretados con anterioridad y para el cual se preparó mucho, incluso tuvo que ir a indagar en las clínicas de rehabilitación.
En 1973 nos sorprende con su papel más dramático en Salvar el tigre, de John G.Advilsen, un negociante de ropas y veterano de guerra que está a las puertas de la ruina y planea el incendio de su almacén para cobrar el seguro. Con esta actuación gana su segundo Óscar, a mejor actor principal, por encima de las nominaciones de Marlon Brando, Al Pacino y Jack Nicholson.
Además, sus últimas actuaciones transcurrieron por ese mismo sendero, en la fase final de su carrera. En Desaparecido (1982), de Costa Gavras, es un padre que viaja al Chile de Pinochet para buscar al hijo desaparecido durante el golpe militar contra Allende. El del ingeniero nuclear, en El síndrome de China (1979), de James Bridges, que fue precursora de la catástrofe de Chernóbil, y, por último, JKF (1991), de Oliver Stone, en la que interpreta un papel secundario, el del detective privado Jack Martin.
Hay un rincón en Los Ángeles, escondido, dnd descansa una parte del CINE con mayúsculas. Alguien ha querido dejar una tarjeta de feliz cumpleaños a Jack Lemmon que hubiese cumplido 95 años hoy. Seguro que lo está celebrando con dos gigantes que tiene cerca. pic.twitter.com/fLx9tMpuxs
— Carlos del Amor (@cdelamor_) February 8, 2020Jack Lemmon falleció el 27 de junio del 2001, a causa de un cáncer, a los 76 años. Ahora sus restos descansan en un cementerio cerca de donde están enterrados también sus amigos de siempre, Marilyn Monroe, Billy Wilder y Walter Matthau, fiel a su inveterada costumbre de nunca permanecer solo, estar presto a iniciar una amena conversación e invitar a un martini seco.
Humberto Vélez Coronado.