Visto desde un avión a poca altura, el paisaje revela una inmensa llanura que se pierde en el horizonte. Los colores de grandes áreas rectangulares oscilan entre diversos tonos de ocre o café claro que se alternan con otros de un verde pálido, junto a zonas de vegetación tupida que aparecen aquí y allá.
Sobre el terreno, la actividad es intensa. Máquinas combinadas y tractores enormes se ven por doquier mientras por la carretera transitan convoyes de camiones con dos remolques y 80 toneladas de capacidad, como si fueran un largo de tren de carga.
La escena transcurre en el municipio de Sapezal, ubicado en el estado brasileño de Mato Grosso, parte del cual limita con Bolivia. Febrero es el mes en el cual se termina de cosechar la soya que acabará saliendo a los mercados internacionales, tras recorrer cerca de 3.000 kilómetros por tierra y vías fluviales antes de llegar al Océano Atlántico.
Al tiempo que se recoge este tipo de fríjol -clave para la industria de concentrados- se siembran las semillas de lo que se conoce como la segunda zafra. Entrado el segundo semestre, llegará la recolección de algodón o de maíz.
agro Foto:PORTAFOLIO
Y cuando este último sea acopiado, llegará el turno por unos meses del ganado que se alimentará de un pasto enriquecido por los nutrientes del suelo. Así, a lo largo de un año, la misma parcela tendrá tres usos, algo que solo es posible en las zonas tropicales con las condiciones topográficas y climáticas adecuadas.
Tales circunstancias han hecho de Brasil la despensa del mundo. Hoy por hoy, el gigante suramericano es el principal exportador, no solo de café, sino de soya, maíz, azúcar, jugo de naranja, carne de res y pollo. Además, ocupa el segundo puesto en etanol y algodón y el cuarto en carne de cerdo.
Por cuenta de ello, el sector representa cerca de la mitad de las ventas externas brasileñas. En 2024 el valor ascendió a 164.370 millones de dólares, de los cuales la tercera parte fue soya. Sin el aporte del campo, tener un saldo a favor en la balanza comercial (de 74.600 millones de dólares) sería imposible.
Nada de eso sucedía hace 40 años cuando era necesario importar mucho de lo que ahora se le vende al resto del planeta. Mato Grosso -cuya extensión de más de 900.000 kilómetros cuadrados no está lejos de la de Colombia- era un lugar lejano, despoblado y pobre. De hecho, Sapezal ni siquiera existía, pues fue fundado hasta 1994 cuando contaba apenas con un millar de habitantes.
“Mi cálculo es que ya pasamos de las 35.000 personas”, dice el prefecto (alcalde) Cláudio Scariote en su oficina del palacio municipal. Cuenta también que tiene en caja el equivalente de ocho meses de gastos de la administración local y que las necesidades básicas de los ciudadanos se atienden plenamente. Un ejemplo de ello es la institución preescolar Luiza Maggi Scheffer en donde unos 620 niños entre seis meses y cuatro años de edad reciben atención diaria -que incluye tres comidas balanceadas- en una construcción moderna, amplia y bien dotada.
Porque la otra historia es la del desarrollo social. En un país conocido por sus desigualdades, la parte de Brasil en donde ha tenido lugar la revolución agrícola (que incluye otros estados como Mato Grosso do Sul o Goiás) es la que lidera en indicadores de equidad.
“Hace unos años estábamos de últimos en cuanto a calidad de la educación. Ahora vamos de octavos y queremos ser los primeros”, dice Otaviano Pivetta, el vicegobernador de Mato Grosso en Coiabá, la capital estatal de casi 600.000 habitantes. Agrega que para finales de 2026 se alcanzará la meta de pavimentar 6.000 kilómetros adicionales de carreteras, con lo cual se superarán los 12.000, duplicando el registro de comienzos de esta década
“El recaudo de impuestos municipales, estatales y federales se ha multiplicado en las últimas tres décadas, creando un círculo virtuoso de inversión pública y expansión productiva, dado que estos ingresos fiscales han fondeado múltiples inversiones en bienes públicos productivos y sociales”, señala un estudio de Fedesarrollo liderado por el experto Rafael Puyana. Precisamente, el trabajo que viene de publicar la entidad hace el ejercicio hace una propuesta para el desarrollo de la Orinoquia colombiana a partir de la exitosa experiencia de la nación vecina.
Soja Foto:iStock
Del sueño a la realidad
Pensar que aquí podría ocurrir algo similar no es descabellado en absoluto. Desde hace tiempo se han señalado las similitudes entre la parte centro occidental de Brasil y la región que pertenece a los cuatro departamentos que se ubican en la gran cuenca del río Orinoco, cuya extensión conjunta supera los 25 millones de hectáreas.
De manera más concreta, el foco se concentra en siete municipios: Mapiripán, Puerto López y Puerto Gaitán en el Meta; y Puerto Carreño, Santa Rosalía, Cumaribo y La Primavera en el Vichada. Es allí donde se ubica lo que se conoce como la altillanura, una enorme franja de entre 150 y 250 metros sobre el nivel de mar que alcanza los 13,5 millones de hectáreas, de las cuales la mitad puede dedicarse a la agricultura.
No obstante, según la estadística más reciente, apenas 3,4 por ciento del área apta para ser cultivada ha sido cosechada (238.000 hectáreas). Circunstancias como esa llevan a que Colombia esté obligada a importar buena parte de sus necesidades. De acuerdo con el Dane, en 2024 las compras de cereales ascendieron a cerca de 9,4 millones de toneladas por un valor superior a los 2.400 millones de dólares.
Más allá de que existe el potencial de sustituir lo que se adquiere afuera por producción nacional y de generar excedentes para poder exportar, el asunto no es tan sencillo. Diferentes obstáculos hacen que el anhelo de hacer de la Orinoquía una gran despensa requiera de liderazgo, reformas, persistencia e inversiones para concretarse.
Primero, hay un obstáculo natural. Contra lo que pudiera creerse, la calidad del suelo es muy pobre, al igual que en el Mato Grosso. La combinación de alta acidez con niveles elevados de aluminio no permite que una planta sembrada logre absorber nutrientes que son clave para su desarrollo, como calcio, magnesio, fósforo o nitrógeno.
Ello exige la preparación del terreno con el fin de dejarlo en condiciones adecuadas, a través del uso de cal dolomita. Los conocedores señalan que durante tres años se deben aplicar unas diez toneladas por hectárea, antes de proceder a la siembra. Acto seguido, el mantenimiento de los cultivos exige una cantidad adicional de material para que el rendimiento sea el adecuado.
Dado que una tonelada del compuesto mineral se vende en cerca de 400.000 pesos, sin que ello incluya el costo del transporte ni su diseminación, es fácil concluir que la adecuación exige un músculo financiero importante. Además, la escala de la explotación es definitiva por lo cual en Brasil existen predios de miles de hectáreas para poder hacer viable un emprendimiento agrícola de este tipo.
Condición necesaria
Ante ese requisito, la primera exigencia es que haya seguridad jurídica respecto a la tierra. El motivo es que nadie estará dispuesto a arriesgar un capital importante si las garantías que aseguran los derechos de propiedad son débiles.
Dicho de manera directa, las normas existentes equivalen a una talanquera que impide el desarrollo de la Orinoquía. Parte del problema está asociado a la legislación en torno a terrenos que fueron baldíos y a los límites de extensión de los mismos. La Ley 160 de 1994 introdujo el concepto de Unidad Agrícola Familiar (UAF, cuya área varía dependiendo del lugar) y prohibió su acumulación.
Lo anterior quiere decir que en departamentos como el Vichada resulta muy difícil establecer una operación que supere las cerca de 1.200 hectáreas que corresponden a una UAF. Si bien algo de ese tamaño suena muy grande en otros sitios del territorio nacional, no lo es en un departamento con muy baja densidad poblacional. El resultado es que los propietarios optan por tener ganado que coma de los pastizales nativos, sin que su situación mejore como lo muestran los datos relativos a la pobreza en esa geografía.
Para colmo de males, las normas abren la posibilidad de que las adjudicaciones de baldíos puedan ser revertidas. A lo anterior se agrega que la Ley de Restitución de Tierras de 2011 pone en entredicho a los compradores de buena fe que adquieren un terreno, así en una revisión detallada hayan establecido que los papeles se encuentran en orden. La lista se completa con que buena parte de los ocupantes de fincas en la zona no tienen sus títulos de propiedad en regla, algo que en municipios como Mapiripán elevan el índice de informalidad a más del 83 por ciento.
El sector del agro explicó casi la mitad del crecimiento en el trimestre. Foto:Guillermo Herrara
Desenredar semejante nudo gordiano resulta crucial para salir del atasco actual. Esto exige la definición de un marco jurídico estable que respete los derechos de la población local y evite los abusos, pero que también le abra la puerta a esquemas que permitan el adecuado aprovechamiento del territorio.
Lo que es posible
Por otra parte, es indispensable mejorar la infraestructura tanto vial como fluvial. Cualquier lugareño sabe que llegar a Puerto Carreño desde el Meta es imposible durante la época de lluvias, mientras que en la temporada seca el trayecto por trochas demora con facilidad 18 horas en un campero.
Aquí se debe aplicar aquello de que lo mejor es enemigo de lo bueno, pues no hay cómo construir una autopista de 800 kilómetros de longitud. Comenzar con terraplenes afirmados en tierra, que permitan el tránsito de camiones de gran capacidad de carga, es una forma realista de ir avanzando.
Todo lo anterior necesita complementarse con acciones en materia social, que comprendan la capacitación de la fuerza de trabajo y la mejoría de la educación. Los avances tecnológicos, a su vez, servirían para que el acceso al sector bancario sea mayor, pues el crédito agropecuario es una palanca crucial. Tampoco se puede olvidar la provisión de insumos que incluyen minerales, fertilizantes y semillas producto de la investigación aplicada, entre otros.
Cada uno de estos puntos es examinado en profundidad por el estudio de Fedesarrollo, el cual da lugar a propuestas concretas. Para la entidad, la meta es que hacia 2045 la Orinoquía cuente con dos millones de hectáreas adicionales cultivadas, un objetivo que suena ambicioso y realista a la vez, si se hacen una serie de tareas indispensables.
Y en la ecuación no se pueden olvidar los encadenamientos. Aparte de cereales, se puede desarrollar con fuerza el segmento de la carne bovina, los biocombustibles o la generación de energías limpias, utilizando tecnologías de punta.
Que las posibilidades son inmensas está demostrado por los logros de una serie de proyectos pioneros. Gabriel Jaramillo, fundador de Hacienda San José, ubicada en La Primavera (Vichada), representa un caso de éxito de ganadería sostenible a partir de la raza Nelore. La Fazenda, en inmediaciones de Puerto Gaitán, es un referente agroindustrial en donde se cultivan la soya y maíz que alimentan a la población porcina más grande del país.
Aún así, lo que se requiere es alcanzar una masa crítica mucho mayor. En la medida en que se genere un efecto de bola de nieve, la expansión de la frontera productiva será más veloz, con impactos significativos sobre la economía colombiana, el empleo y el bienestar social de una región que, de seguir igual, está condenada al atraso.
No hay duda, además, de que volver realidad la promesa servirá para abastecer la demanda mundial. “La agricultura tropical es el invento más disruptivo de los últimos 30 años”, señala Gabriel Jaramillo. “Gracias a ella hubo comida para una humanidad que aumentó en 2.000 millones de personas desde 1998 y esta será la que asegure la nutrición de los 2.000 millones adicionales que se proyectan para mediados de siglo”, agrega quien se ha convertido en el gran impulsor de la idea de transformar para bien la Orinoquía.
Tal previsión constituye un llamado de atención para Colombia, cuyas ventajas naturales en lo que atañe a tierra y agua son indiscutibles. Conseguir que semejante patrimonio sirva para sembrar prosperidad merece ser el siguiente paso y no solo en la altillanura.
Solo así se podrá comprobar que también para los colombianos el campo es sinónimo de progreso. Pero ello exige enmendar la plana y aprender de aquellos que lo han hecho bien. Para la muestra, y de paso convencer a los escépticos, basta mirar el Mato Grosso.
*Visitamos Mato Grosso en Brasil gracias a una invitación de BTG Pactual Colombia
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO
En X: @ravilapinto