El hombre de 38 años cojea. Está hincado porque hace una semana lo operaron de una afectación cerca de la ingle. Camina sobre un sendero que ayudó a restaurar y que contrasta con murales de pájaros y piedras de colores. “En esa esquina mataron a cuatro”, dice señalando el cruce de angostas calles empinadas, que marca el final de la entrada al barrio Brisas de Mayo, uno con una historia de violencia acentuada en la comuna 20 de Cali.
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Se llama Víctor Hurtado, pero lo conocen como Neneco. Carga dos afiches que aprieta con el brazo izquierdo, uno que muestra fotos de aves que ha tomado y otro, de los peligros que enfrenta la naturaleza. Los despliega cada vez que ve a un visitante: “Hay que mostrar la realidad, el antes y después de lo que hemos hecho”.
Hace dos años, en esa esquina fueron asesinadas cinco personas y tres resultaron heridas. Neneco fue una de ellas. “Me quedaron dos balas en la cabeza y perdí parte del cerebro”, detalla. La noticia se volvió un tema nacional. “Fue la única vez que vinieron el anterior alcalde y la mayoría de los medios de comunicación”, exclama una mujer que pide no ser citada.
Hoy el sitio parece tener una nueva cara. La esquina es una frontera invisible que divide al llamado corazón de la platanera –lleva ese nombre porque antes de que fuera un asentamiento había cultivos de plátano–, la quebrada del Indio y el nuevo ecoparque de los Guayabales. Desde hace cuatro años, líderes como Neneco han intentado que esas divisiones entre bandas se borren a través de procesos de resocialización y turismo comunitario. La idea cada vez cobra más fuerza, al punto de que los propios habitantes del sector dicen que las disputas se han reducido hasta en un 70 por ciento.
Mientras hablamos llegan tres jóvenes, uno de ellos está sin camiseta, con una especie de cuchillo guardado en la parte de atrás de su pantalón y algo perdido, quizás por efecto de alguna sustancia.
—No se olvide de decir lo del reciclaje —le dice a Neneco.
—Tranquilo, usted sabe que lo tengo en cuenta —le responde y le dice que vaya al comedor comunitario para que alguien lo pueda ayudar. “Por ellos es que buscamos un verdadero cambio”, continúa.
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Tras cruzar la esquina, hay una calle más amplia. “Este lado está legalizado”, dice una mujer desde una ventana. Un hombre flaco, de casi dos metros de alto y camiseta y gorra azul, da la bienvenida. Es serio y quiere hablar. Tiene una energía particular: las personas lo saludan y hasta le piden aprobación en varias solicitudes, como la pintura para la casa o la comida.
Se llama Dani Lazo. Perdió uno ojo durante el estallido social del 2021. Varios de los habitantes de la comuna 20 participaron en las fronteras. De hecho, en varias de las paredes se leen frases alusivas a la ‘resistencia’.
Unos 50 metros en una calle diagonal hacia abajo, hay una gran botella hecha con barras de acero y malla de metal. “Son hechas con material reciclado, las hicimos nosotros”, explica. Está cerca de una cancha de fútbol. Justo al lado, se abre paso un parque de madera pintada con amarillo, azul y rojo, tal cual como una escalera en la parte alta. “También lo construimos nosotros”, enfatiza.
Según cuenta, él lideró un proceso con la comunidad para recoger los desechos plásticos que producían. “Recogimos una tonelada de botellas y material plástico, después se lo llevamos a una fundación y ellos, en contraprestación, nos dieron los materiales para construir el parque. Fue un trabajo de todos. Hoy hay nueve canastas de botellas para guardar los recipientes”, detalla.
El proceso tomó varios meses, pero generó sentido de pertenencia entre vecinos. Fue tanto el alcance que logró que varias familias y colaboradores de la esquina –como les llaman a quienes cuidan los territorios en las fronteras invisibles– se vincularan.
“Esto lo han querido replicar en otros barrios por Siloé porque es una forma de educar. Acá necesitamos que nos apoyen con educación. Prometen cosas, pero las escuelas y los colegios están bastante retirados. Queremos que la universidad que prometió el Gobierno esté en donde estaba la Carpa La 50 –el terreno en Cañaveralejo que fue entregado esta semana–. Buscamos educar porque una mente desocupada es un patio de juego para el demonio”, comenta.
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Hacia la parte alta se extiende un nuevo ecoparque, Los Guayabales. Es un espacio que fue construido gracias a la ayuda de la comunidad, sin importar a qué sector permanecen, y la gestión de Ciudad Limpia y Corporación Nuestra Génesis. En conjunto se idearon una forma de crear un lugar para actividades deportivas y conservación: a través de torneos de fútbol y bingos, con los que lograron recolectar 450 kg de plástico, que después fue cambiado para tener materiales. “Han bajado las disputas por fronteras, hoy se puede caminar”, dice Dani.
Desarrollaron un sendero, corrales para animales, bebederos para aves y resignificaron una garita donde se enfrentaba el Ejército con el M-19.
Tanto Víctor como Dani participaron. Hoy son líderes que muestran el parque a locales y extranjeros. Cifras de la Secretaría de Turismo, una entidad que ha apoyado la difusión del lugar y ha otorgado herramientas para el turismo comunitario, dan cuenta de que en promedio cada mes lo visitan 1.200 personas. Al menos 10 colectivos turísticos se han gestado y ya hay seis recorridos. Víctor lo pone en estas palabras: “Es algo por lo que nos sentimos orgullosos, no lo hicimos ni por Petro, ni por Dilian, ni por algún político, sino por y para nosotros, porque es posible tener alternativas”.
DAVID ALEJANDRO LÓPEZ BERMÚDEZ
Enviado especial de EL TIEMPO a la COP16
berdav@eltiempo.com