Tengo una confesión: ¡he asumido oficialmente mi estatus de ‘señora’ con toda la dignidad y mucho sabor! Sí, porque serlo no es solo una cuestión de edad ni tampoco se ajusta a la definición de la Real Academia, que lo asocia con casadas o viudas. No soy ni una cosa ni la otra, y, sin embargo, aquí estoy, con la elegancia de una mujer que sabe cómo plantarse en la vida. Más bien, tiene que ver con una manera de existir y disfrutar cada momento.
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La transformación ha sido sutil pero implacable. Los cocteles y brindis estridentes cedieron ante una buena taza de café con colaciones. Sin embargo, a veces no puedo resistirme a la seducción de un Negroni. A las 7:30 p. m., mientras algunos se preparan para la fiesta, yo sueño con una sopita caliente, una serie en televisión, un libro en la mesita de noche y una almohada que me susurra ‘es hora de descansar’, acompañada de mis gatas.
Con los años, la vida me ha transformado en una ‘señora de jardín’, aunque mi jardín no es convencional: es la cocina. Este espacio ha reavivado mi curiosidad por la tierra y sus productos, despertando una suerte de fascinación ante el milagro de las frutas, los sabores naturales y su magia indescriptible. La cocina, más que una obligación o una rutina, se ha convertido en mi cuarto de juegos, un laboratorio donde mi espíritu de niña madura se da el permiso de explorar, probar y entender lo esencial en cada ingrediente. Porque, al final, la cocina no es solo un lugar: es una forma de saborear el tiempo.
Mi nevera es la de una señora en toda regla: leche deslactosada, unas botellitas de cerveza sin alcohol y la colección de ‘cocas’ llenas de sobras. He llegado a pedir en los restaurantes y taxis que le bajen a la música. Apago las luces por donde voy pasando y jamás me acuesto sin lavar la loza.
La comida casera es para mí un deleite que abrazo con entusiasmo, y eso sí, que nunca me falte el postre. Porque, a estas alturas, aprendí que una vida bien vivida debe tener algo de dulce al final del día. No quiero llegar a sentirme como dice la escritora Isabel Allende: “Me arrepiento de las dietas, de los platos deliciosos rechazados por vanidad, tanto como lamento las ocasiones de hacer el amor que he dejado pasar por ocuparme de tareas pendientes o por virtud puritana”.
Mis suculentas están felices y bien regadas —gracias a mis búsquedas en Google— y en TikTok, el algoritmo ya sabe que prefiero los trucos caseros a las coreografías de moda. El bicarbonato se ha vuelto mi mejor aliado: sirve para limpiar, lavar, calmar la acidez y hasta quitar manchas.
Ahora tengo mis propios rituales y una colección de mañas. He llenado el baño de cremas antiedad y practico ejercicios para frenar el famoso ‘brazo de tía’. Estoy cerca de los 55 y los llevo con orgullo, sin disfraz ni camuflaje. Porque ser señora no es un insulto, es un gusto que solo se aprecia cuando descubres que puedes vivir a tu ritmo, con humor, libertad, tranquilidad y, por supuesto, rodeada de pocos amigos y rica comida. Buen provecho.
MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO
X: @MargaritaBernal