Gabriel Chamé Buendía es un actor, director y profesor de teatro argentino formado en la Compañía Argentina de Mimo a finales de la década del 70. En 1985 hizo parte del grupo fundador de ‘El clú del claun’, con el que presentó una nueva propuesta del teatro latinoamericano: el ‘clown’, un estilo del género teatral que supone un método de actuación basado en el universo de payaso, donde el artista crea su propia rutina y su propio personaje.
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Chamé considera que el ‘clown’ se ha desarrollado a nivel social, pero tiene que haber una técnica particular en su acción. “Cuando el payaso hace un doble salto mortal uno ve que el tonto no era tan tonto”, y lo que Gabriel quería era hacer teatro, no ser solo payaso. Por eso ha encontrado en el género una explosión de la acción poética por delante de lo físico y de lo psicológico.
Hace 34 años que vive entre Argentina, Madrid y París convirtiéndose en uno de los más grandes exponentes de las artes escénicas de Latinoamérica. Chamé, amante empedernido de la literatura de Shakespeare, encuentra en lo trágico la esencia de las problemáticas humanas y llega al FIAV con ‘Medida por medida’, su segunda adaptación de una obra escrita por el inglés, después de ‘Otelo’.
La última obra del Teatro Sarmiento dirigida por Gabriel Chamé se presenta el 9, 10 y 11 de octubre en el Teatro Colsubsidio durante el Festival Internacional de las Artes Vivas (FIAV). Esto habló su director con EL TIEMPO.
¿Cómo lo recibe Bogotá?
Para mí es como volver a ver a una familia. Vas reencontrando a muchos amigos, artistas que conocí en otras épocas… Yo tengo una relación desde el año 88 con Bogotá, en el primer Festival Iberoamericano de Teatro con Fanny Mikey. Vinimos con un grupo llamado ‘El clú del claun’, un grupo de payasos argentinos, al primer festival que se hizo. También he vuelto con otro espectáculo, he venido a hacer cursos, otros festivales más pequeños… ha quedado una trayectoria de trabajo, pero también de amistades y eso es fantástico.
¿Cómo se vive el FIAV para los integrantes del festival?
El festival es muy ‘top’, me parece que es muy lujoso. He visto a los de Peeping Tom (Diptych) que estuvieron impresionantes. No he podido ver más nada porque estoy trabajando, ese es el problema, que estamos todos trabajando, pero se siente muy feliz, es un lujo, es un privilegio.
La risa pareciera ser un asunto muy serio en la sociedad, ¿usted cómo la entiende?
La risa es un asunto muy serio, pero también es una posibilidad democrática. Uno cree que tiene la libertad de reírse y no se da cuenta que reírse es una batalla ganada. Podernos reír de cosas es un gran triunfo. Porque hay veces que no nos podemos reír de cosas y yo digo que no hay que forzar la risa, pero si un día logras reírte de algo que te dolía antes es una batalla ganada. Reírnos es un bien común. En las épocas no democráticas la risa era un valor de un principio democrático.
Usted fue uno de los artistas que vivió la censura dentro de la dictadura argentina, ¿cómo era hacer su trabajo en ese momento?
El ‘clown’ vino justo después de esa dictadura. En esa época estaba en una compañía de mimos con un gran maestro, Ángel Elizondo. Fue muy interesante porque entendí como joven artista que el arte es una de las maneras más interesantes de confrontar una dictadura. Cuando te encuentras con un peligro de vida tienes que hallar formas artísticas para decir cosas sin que te pesquen diciendo algo que incorrecto. Fue una época muy vanguardista, de formas extrañas. Nos censuraban sin castigo, porque no había nada que censurar. Lo que hacíamos era un delirio, pero por las dudas nos censuraban. Por suerte no tuvimos grandes problemas: que te metan preso y estar temblando, pensando que vas desaparecer. Pero era por nada, por ir caminando por la calle y que tenías el pelo un poco largo y te metían.
¿Qué tan políticos eran esos actos?
No trabajábamos temas políticos porque eso era absurdo, porque te iban a venir a atacar y yo tenía ganas de vivir. Uno tiene que saber cómo hacer para sobrevivir y al mismo tiempo decir cosas. Esto es parte de lo que me tocó vivir. Descubrí que yo era cómico y el humor también fue un elemento de lucha importante. El humor siempre es político porque hacer reír a la gente es una actitud política, pero otra cosa es hablar de política. Pero cuando estamos hablando de un genocidio no es chiste. Es difícil reírse del dolor ajeno. Nosotros no nos reíamos de las actitudes políticas, nos reíamos de la vida, de lo trágico de la vida.
¿Cómo nace el ‘clown’ en Latinoamérica?
Terminó esa dictadura y empezó la democracia del año 84. Llegaron desde Europa cursos de ‘clown’ de la mano de una o dos profesoras que venían de Jacques Lecoq. En poco tiempo creamos esa compañía que se llamó ‘El clú del claun’ y estuvimos aquí en el primer festival de teatro, estuvimos por Cuba, Caracas, México, Uruguay, Brasil… La primavera democrática hizo que el humor fuese una fuente política sobre el futuro, sobre el deseo de la juventud para lo que quería hacer. No era sobre el dolor del pasado. Nosotros no nos aplicamos al ‘nunca más’ sino al vamos a ver lo que viene, queríamos vivir de una manera diferente. El ‘clown’ fue muy importante en su momento y después se transformó en algo más popular.
En sus cursos de ‘clown’ habla del lugar del bufón y del payaso, ¿cómo funcionan esos roles?
Son elementos pedagógicos para enseñar a un alumno de teatro recursos y formas de lenguaje. No se trata de una verdad absoluta. Yo no soy purista ni metódico, lo que voy a decir es un punto de vista. El payaso tiene esta cosa de tragicómico y el bufón es pura inteligencia, es alguien más monstruoso en el sentido de que se trata de gente que está más allá de lo social y tienen el permiso de la burla, pueden decir lo que los demás no. El público se ríe del clown, el bufón se ríe de público.
¿Cómo aplica esas técnicas dentro de su espectáculo?
Me gusta mucho el clown, el bufón y el melodrama. Hacer llorar me encanta, aunque todavía no lo he aplicado mucho mis espectáculos. Yo aplico mucho más ‘clown’–bufón. Porque me gusta mucho el humor trágico, porque creo que en lo trágico está la profundidad de las problemáticas humanas. Para mí no basta con hacer reír a la gente y nada más.
¿Se han establecido unos nuevos límites para lo que es susceptible de la risa?
Las nuevas morales han modificado mucho esto. Deberíamos tener la capacidad de reírnos. Me parece bueno que hayan cambiado cosas, lo que me parece mal es que no podemos reírnos. Yo estoy a favor del cambio en muchas cosas, de lo que no estoy a favor es que ahora no puedo reírme de cosas que son sanas. Reírse es sano y dejar que los demás se rían también. No hay que creer que es una ofensa, eso es la gran la gran filosofía del payaso. No se ofende con la risa del público, al contrario, le gusta y lo usa.
Usted ha dicho que la tontería puede tener una gravedad muy grande, ¿a qué se refiere con eso?
Es la gravedad de la inocencia. Creemos que todo tiene que ver con pelear y ganar y yo creo que lo bello es nuestra capacidad, tonta, de cada ser humano. Ser tonto es ser inocente y ser inocente es ser puro. Todos admiramos a los niños y nosotros lo perdimos, ¿no?, pero recuperar algo de esa tontería nos libera de cicatrices, dolores, competencias… permitir la tontería es alivianar los pensamientos. La risa libera muchas cosas, pero no quiero decir que yo sea un hombre que dice que hay que reír de todo. Yo no estoy con las terapias de risa. Creo que el dolor existe y, por suerte, también el arte y el arte nos conecta con una liberación espiritual poética.
Con respecto a ‘Medida por medida’, no es la primera vez que retoma algo de Shakespeare, ¿qué hace que su obra sea tan vigente para usted?
Shakespeare es un hombre que se aleja y observa al mundo. Esas 37 obras son como una biblia de la humanidad. Depende mucho de la visión del artista que toma a Shakespeare, que pasó hace 500 años, y tiene la obligación de conectarnos con lo que está pasando. Lo interesante de un museo es ver cómo vivían antes y qué relación tiene con cómo lo vivimos nosotros. ‘Media por media’ es un delirio en la actualidad pero Shakespeare es vigente porque problemáticas humanas siguen siendo las mismas. Yo tengo el chiste que dice que Shakespeare es un genio porque nosotros somos un desastre y como no podemos evolucionar seguimos con los mismos problemas.
¿Cómo funciona esa renovación de Shakespeare en ‘Medida por medida’?
La temática de la obra es la compasión y la ley. ¿Qué hacemos?, ¿perdonamos o castigamos?, creo que es el tema principal de la obra y es un tema muy actual. Ahora no hay perdón, hay cancelación. Ni hablar del poder que castiga directamente. Es muy interesante porque todo se toma desde un personaje político muy inflexible, muy clásico. En Argentina se resignificó mucho porque uno lo ve y se parece a un presidente que tenemos ahora. Es un tipo inflexible, mesiánico y cerrado que piensa que no hay manera de cambiar. Después está una chica que quiere pedir perdón, que es una novicia, y que tiene un pensamiento muy elevado, se parece mucho a las chicas de nuestros días. Una novicia para esa época era una mujer que de alguna forma quería ser libre. Y lo que pasa es que Shakespeare lleva esta relación al acto de abuso de poder sexual. Hay un intento de violación. Más actual imposible.
JUAN JOSÉ RÍOS ARBELÁEZ
Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO