El director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas (ONU), el argentino Rafael Grossi, es también el candidato firme de Javier Milei para ocupar el cargo de Secretario General de las Naciones Unidas, hoy en manos del portugués António Guterres, que concluye su mandato en 2026.
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Grossi es una figura clave de la gobernanza internacional, con un rol crítico en la estrategia global para evitar que el desarrollo nuclear no derive a la proliferación de armas atómicas. Juega un papel central en la guerra entre Ucrania y Rusia, y en la negociación con los presidentes Zelenski y Putin para intentar preservar a las centrales nucleares de los bombardeos. También, en el diálogo con Irán, para lograr que acepte la inspección de sus instalaciones nucleares por parte de la OIEA. Es el diplomático argentino, graduado del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (Isen), que alcanzó la mayor responsabilidad en una organización internacional. Es doctor en Historia y Política Internacional por la Universidad de Ginebra, en Suiza. Desde Viena atendió al programa La Repregunta de La Nación de Argentina.
Enfrentamos un escenario geopolítico realmente convulsionado con lo que está pasando entre Rusia y Ucrania, y en el Medio Oriente con Israel, Hamás, Hezbolá e Irán. ¿Es posible una política de seguridad nuclear sostenible en este nuevo contexto?
Es un debate que se está dando en este momento, justamente porque hay un nivel de conflictividad muy grande en el mundo. Tensiones geopolíticas que, como en el caso de la guerra entre Ucrania y Rusia, llegan a esta manifestación sobre la doctrina nuclear. Aunque la violencia en Medio Oriente es una constante, en este momento enfrenta un pico muy alto. Naturalmente, la dimensión nuclear, y no me refiero a la energía nuclear civil sino al posible uso de las armas nucleares o a la utilización de centrales nucleares con fines militares, emerge como algo inevitable.
En los últimos días se ha hablado mucho de la doctrina del uso de las armas nucleares a partir de declaraciones del presidente Putin. Líderes de países que hoy no tienen armas nucleares declaran abiertamente que podrían dotarse de ellas. Son muchos países los que tienen posesión de armas nucleares, pero solo cinco son poseedores legales reconocidos por el Tratado de No Proliferación Nuclear, que son los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Estos países estaban en un proceso muy gradual de reducción de sus arsenales y ahora le han puesto fin. Es decir, la posibilidad y la amenaza del uso de armas nucleares vuelven a aparecer, aunque sea en el plano discursivo.
Además de Rusia, China, EE. UU., Gran Bretaña y Francia, ¿qué otros países tienen armas nucleares, aunque no legalmente en términos internacionales?
La India, Pakistán, Corea del Norte. Y hay otro caso… Un país cuya política es no negar ni afirmar la presencia de armas nucleares, pero del que existe una fuerte presunción de que tiene arsenal nuclear: es el caso de Israel.
A finales de septiembre, el presidente Putin dijo que ya no solo reaccionaría nuclearmente si es atacado por una potencia nuclear, sino que también lo haría si una potencia nuclear apoya un país no nuclear (EE. UU. a Ucrania). ¿Qué chances hay de que eso ocurra?
Todavía son movimientos retóricos y obedecen al agravamiento del conflicto. Hay todo un debate acerca de la admisibilidad de que ciertos sistemas de armamento provistos por países occidentales a Ucrania puedan ser utilizados libremente contra objetivos dentro de Rusia. Este tipo de especulación, acerca de que los ataques de unos unidos a los de otros que sí tienen armas nucleares, genera una reacción que no es únicamente propia de Rusia. Hay documentos de otros países, que no puedo citar, en los que ese escenario también está previsto. No estoy banalizando lo que ha dicho Putin, es algo serio, pero también es una forma de marcar una línea roja. Aunque muchas veces, los líderes marcan líneas rojas y después esas líneas rojas no lo son tanto.
En el caso de Irán, la OIEA viene denunciando, desde diciembre del año pasado, una expansión exponencial de la cantidad de uranio enriquecido con el que se podría fabricar una bomba atómica. ¿Cómo ve esta situación?
Genera una preocupación muy grande. Hace un par de semanas, durante el segmento de alto nivel de la Asamblea General de la ONU, retomé contacto con el Gobierno iraní. Estuve con el canciller iraní. Aquí hay dos órdenes de cosas. Por un lado, el programa nuclear de Irán, que, si bien no tiene hoy armas nucleares, sí tiene unos desarrollos tecnológicos y producción de material sumamente inquietantes. Porque ningún país que no tenga armas nucleares enriquece uranio a estos niveles. Por otro lado, hay una cuestión concomitante y estoy conversando con los países firmantes del acuerdo de 2015. Este fue un acuerdo entre Irán y las potencias occidentales, coordinado por la Unión Europea, que después fue abandonado por el entonces presidente Donald Trump y luego por Irán. A partir de ahí, Irán empezó a desarrollar su programa nuclear de una manera más y más descontrolada.
Hay un debate sobre lo que va a suceder: los iraníes están en un compás de espera, así me lo han dicho. Porque una cosa va a ser trabajar con una administración de Kamala Harris y otra con una de Trump. Todo eso está planteando un interrogante muy grande acerca de si el programa nuclear de Irán puede ingresar a una forma más controlada a través de las inspecciones del organismo que yo dirijo. O si nos mantendremos en esta latencia de un conflicto que en cualquier momento puede derivar en el uso de la violencia de las fuerzas armadas en esa región. Hay una altísima volatilidad.
Describe señales de alarma con relación a este comportamiento de Irán, pero a la hora de mencionar el caso de Israel y su falta de transparencia sobre su política nuclear, esa alarma no se muestra tan marcada en su respuesta...
En el caso de Israel, ellos definen su política nuclear como de opacidad. “Opacity” es la terminología que ellos mismos han utilizado para definir la cuestión. Si analizamos históricamente, todas las crisis de no proliferación que hemos tenido, con la excepción de Corea del Norte, han sido en esa región. Recapitulemos: Irak, Siria, Libia y el propio Irán. Son países de Medio Oriente que han buscado o han procurado, en algún momento, tener armas nucleares para contrarrestar la influencia o el poderío israelí. En el caso de Irán, es como una especie de tensión permanente. En el caso de Irak, terminó trágicamente con Sadam Hussein colgado y todo el programa nuclear desmantelado. Y Libia, lo mismo con Gadafi, que terminó en un desagüe y el programa nuclear también desmantelado. Con Siria y el presidente Bashar al-Assad estamos trabajando desde hace muy poco. Estamos avanzando y espero que lo logremos. Toda esta crisis actual no es casual: hay que fijarse en dónde han tenido lugar. Por eso la cuestión de Irán es tan crucial: tenemos que lograr llegar a un modus vivendi, a un acuerdo razonable con Irán. Es realmente importante y es uno de los puntos de quiebre en la agenda internacional.
En las discusiones de la OIEA y la ONU, estos países de Medio Oriente a los que los inspectores de la OIEA no pueden acceder, ¿no plantean una cuestión de doble vara con Israel?
Lo plantean constantemente.
¿Y cuál es la respuesta de la gobernanza internacional?
La respuesta es que, en el caso de Israel, como también en el de India y de Pakistán, ellos directamente optaron por no firmar el Tratado de No Proliferación: por eso no están en una posición de ilegalidad. Y la respuesta de India, Pakistán o Israel es que no han violado ningún acuerdo, porque no han entrado en ningún compromiso internacional.
¿Pero Irán no entró presionado por las sanciones?
No. Irán es miembro del Tratado de No Proliferación desde hace muchos años, desde la época del Sha. Tenían un programa nuclear civil. Durante el régimen revolucionario post-1979, empezó con ciertos desarrollos que sugerían que podían tratarse de desarrollos bélicos. El consenso de la inteligencia internacional y de nuestros propios inspectores es que Irán no tiene armas nucleares. Decir otra cosa sería confundir a la audiencia. Sin embargo, sí tiene una serie de desarrollos tecnológicos que apuntan implícitamente en esa dirección. Y esto trae malos recuerdos porque es lo que sucedió también con Corea del Norte: cruzó la línea roja en 2006. Hoy tiene un arsenal de cincuenta o sesenta ojivas nucleares.
Para usted, este cambio de contexto geopolítico que se viene agravando desde la invasión a Ucrania, ¿empieza a tener un peso en la discusión del uso de la energía nuclear para producir energía eléctrica, y más cuando puede quedar atrapada en zonas de guerra?
Yo también estoy sentado en las mesas energéticas internacionales. Y el año pasado se dijo que la energía nuclear tiene que acelerarse. Pero veo una preocupación respecto a esta energía que tiene que ver con que no se utilice militarmente. Los anglosajones hablan de la weaponization, transformar una instalación industrial pacífica, como puede ser una central nuclear, en un arma o en algo que puede tener una impronta militar. Por eso nosotros hemos concitado tanto apoyo en nuestra operación permanente en Zaporiyia, en Ucrania. Tenemos expertos del organismo que están allí informando constantemente de lo que pasa. El presidente Zelenski me pidió que hiciera lo mismo en todas las otras centrales de Ucrania dentro del territorio bajo control legítimo ucraniano. Ucrania es un país muy nuclear: el 50 por ciento de su energía es de ese origen. Tienen quince reactores, menos seis que están bajo control ruso.
En este contexto, ¿ha cambiado la conversación sobre la expansión de la energía nuclear como proveedora en energía eléctrica?
No, pero hay una gran preocupación. Si nos fijamos en lo que viene sucediendo, y pese a que ha habido muchos momentos de gran peligro y gran riesgo en Zaporiyia, existe una cierta contención de los beligerantes. Y esto es así porque en gran medida, para muchos países, la energía nuclear es indispensable, incluido Rusia, que tiene 30 reactores nucleares en funcionamiento y sigue construyendo. Rusia es el vendedor de reactores nucleares líder en el mundo y tiene el dominio del mercado de combustible nuclear en Estados Unidos.
¿Por qué Rusia no frena ese suministro?
Para Rusia, el mercado exterior es muy importante. Una guerra, y esta guerra en particular, tiene algunos pliegues que pueden sorprender a primera vista. Y este es uno de ellos. Otro dato: en la U. Europea hay 41 reactores rusos.
Desde hace unos años, se discute la presencia de China y de Rusia en distintos sectores críticos de nuestra región. EE. UU. ha insistido mucho en la preocupación por esas presencias. ¿En el contexto actual sube esto los niveles de preocupación?
En el caso de nuestra región o de otras regiones en el mundo, hay una cierta discusión, pero es más de carácter geopolítico que otra cosa. Tener un reactor chino o ruso o indio no implica una dependencia política. Pongo otro ejemplo: Turquía, que es un país de la Otán, le ha comprado cuatro reactores a Rusia. Hay que desmitificar. Es legítima la discusión política, pero no es mi terreno. Es decisión soberana de los países y de los gobiernos decidir qué tanto quieren acercarse a China o a Rusia. Y no es que a través de la tecnología nuclear se dé una cuestión de dominación. Pero sí genera un relacionamiento muy profundo. Una central nuclear implica una relación de casi cien años por la duración de los reactores. Entonces no es un tema banal.
¿Qué grado de efectividad tienen hoy organizaciones globales como la OIEA a la hora de poder vigilar, controlar y limitar la proliferación nuclear bélica?
El organismo hace y hace mucho, inclusive hace más para lo cual fue creado. En un contexto de crecimiento de la energía nuclear, con más de cuatrocientos reactores a nivel global, de no existir un régimen de control de inspectores desplegados por todo el mundo, controlando que no haya un desvío de material pacífico a usos bélicos, estaríamos en un mundo con quince, dieciséis o diecisiete países dotados de armas nucleares. Y seguramente, con casos de uso de armas nucleares en más de una ocasión.
El director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de las Naciones Unidas (ONU), el argentino Rafael Grossi, es también el candidato firme de Javier Milei para ocupar el cargo de Secretario General de las Naciones Unidas, hoy en manos del portugués António Guterres, que concluye su mandato en 2026.