Cuando María Belón (59 años) y su marido, Enrique ‘Quique’ Álvarez, eligieron el Sudeste Asiático como el destino perfecto para las vacaciones familiares, no imaginaron que ese paraje idílico podía transformarse, en tan solo un instante, en el lugar más aterrador del planeta. Tampoco sospecharon que aquel viaje marcaría un punto de inflexión en sus vidas y mucho menos que su historia de supervivencia conmovería al mundo.
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La mañana del 26 de diciembre de 2004, después del desayuno, la familia había decidido pasar un rato en la piscina del hotel. María se recostó en una reposera para leer una novela de Carlos Ruiz Zafón mientras que, a su lado, sus hijos Lucas, Tomás y Simón, que en ese entonces tenían 10, 7 y 5 años, respectivamente, se zambullían con su padre en el agua. Minutos antes, el matrimonio había estado conversando sobre su futuro laboral. “Una conversación que entonces uno creía muy trascendental”, comentará luego. De pronto, un sonido atronador, paralizante e irreproducible inundó la escena...
“Escuché gritos y vi que los animales huían asustados. Me acuerdo perfectamente de estar viendo ese muro negro, alto como un edificio, que venía hacia a mí. Un monstruo. No entendía qué pasaba, pero sabía que eso era la muerte”, dice María hoy, 20 años después, en una entrevista con La Nación.
A las 7:58 (hora local), un terremoto submarino de 9,1 en la escala de Richter se produjo en el océano Índico. Fue el tercer mayor terremoto registrado en la historia, detrás de los terremotos de Valdivia, en Chile, en 1960, de magnitud 9,5, y el de Alaska, en 1964, que alcanzó una magnitud de 9,2. El sismo provocó olas gigantes, algunas alcanzaron los 24 metros de altura, el equivalente a un edificio de siete pisos. Las olas demoraron entre 15 minutos y siete horas en llegar a las costas de los países que limitan con ese océano. A la playa en la que estaba María y su familia el tsunami llegó a las 10:45 de la mañana. En la catástrofe murieron 227.898 personas, pero María y su familia lograron sobrevivir. Su historia inspiró, en 2012, la película Lo imposible, que fue dirigida por Juan Antonio Bayona y protagonizada por la actriz británica Naomi Watts, quien interpretó a María.
‘No controlamos absolutamente nada’
“Son milésimas de segundo, pero sentí una contrariedad porque si eso era la muerte, ¿por qué nadie me lo había contado? Se me rompió el esquema absoluto del control de la vida, no controlamos absolutamente nada, pero jugamos a que lo hacemos. Pensé en mis hijos, que no iba a poder despedirme de ellos”, comienza explicando.
Sorprende que, habiendo pasado 20 años, aún recuerda al detalle lo que vivió ese día.
Uno va perdiendo la memoria de las cosas intrascendentes: no me preguntes qué comí ayer porque no lo recuerdo... Pero ese día, esa experiencia, es sumamente vívida en mí. Es algo que yo no quiero que se aleje de mi recuerdo.
Muchos, frente a una experiencia traumática, prefieren simplemente olvidar, ¿qué opina al respecto?
Cada día que pasa el recuerdo se transforma y vas añadiéndole aprendizajes, me sigo diciendo: “María estuviste ahí y saliste, ¿qué te toca hacer con esto?”. Por eso, cada día es como un anclaje para mí muy bonito de decir: “No se vale rendirse, nunca, bajo ninguna circunstancia”. Mi mirada y recuerdo hacia allí es de puro agradecimiento, no por la experiencia, si no por el aprendizaje.
Volviendo a aquella mañana en la que esa ola enorme los devora, ¿recuerda cuánto tiempo estuvo debajo del agua?
Una de las cosas que ocurren en una experiencia de este tipo es que el tiempo desaparece, no lo sé. Los médicos calculan que debí haber estado entre dos y tres minutos debajo del agua, pero no lo sé. Hubo momentos, inclusive, en los que se siente que el tiempo se detiene. En ese momento se unió lo más animal y lo más espiritual que tenía, conectándose con el amor... La parte racional se fue. Fue una cosa muy loca.
¿Cree que ese estado fue el que la salvó?
Es como la vida misma, o sea, te toca lo que te toca. No sé si la vida tiene azar o, todo lo contrario, tiene un plan pedagógico perfecto para cada uno de nosotros y lo que te tiene que pasar te pasa, más tarde o más temprano, sucede. Por eso no hay que perder el tiempo, ni perder energía sintiendo miedo.
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Luego de que la gran ola arrasara el hotel, enseguida el agua lo cubrió todo por encima del techo del complejo. La corriente golpeó y arrastró a María hasta el otro lado del hotel. Cuando ella salió a la superficie se dio cuenta de que estaba sola y que no sabía cuál había sido la suerte de su familia. Estaba en shock. En medio del caos una voz que gritaba “mamá” la hizo volver en sí y la obligó a no rendirse para llegar al hospital.
¿Cómo fue el reencuentro con Lucas, su hijo mayor?
Lo encontré sin saber que lo encontraba, yo estaba segura de que era una imaginación mía, estaba en shock. Lo primero que pensé fue: “Es imposible que sea Lucas, absolutamente imposible”, pero enseguida dudé: “¿Y si es? ¿Cómo te vas a quedar aquí sin hacer nada?”. Así que decidí arriesgarme y lanzarme, prefería morir en la búsqueda porque la idea de sobrevivir sola era durísima. Para mí encontrarlo fue un milagro.
¿Ahí comprendió lo que estaba viviendo?
Ahí el cerebro va y viene todo el rato... En el momento que vi a Lucas me dije: “María, tienes que tomar una opción, o sea, no puedes estar debatiéndote en si es verdad o no”. Y esa decisión me permitió vivir una experiencia muy potente: la vida solo es esto.
A propósito de Lucas: él fue su sostén y ayudó a otras familias a reencontrarse. Tan solo tenía 10 años...
Es que Lucas nació viejo... Es el típico niño que era muy maduro para su edad, entonces mi problema como mamá es que fuera niño.
Después del reencuentro con su hijo, un grupo de lugareños fueron quienes los ayudaron a llegar al hospital.
Como era imposible pensar que en ese lugar alguien se acercara a ayudarte, me gusta pensar que ellos fueron como un par de ángeles que vinieron a buscarnos. Fue maravilloso. Ellos estaban allí buscando a sus familias, pero el señor que me llevó al hospital me trató como si yo fuese su hija de verdad. Me acogió con mucho amor y dedicación. A mí eso me cambió la vida, se me rompió el velo. Eso que tanto nos han repetido todas las religiones de que todos somos hermanos me di cuenta de que era verdad. Cada vez que yo me rendía él me pegaba y me obligaba a que mirara a Lucas, era tan bonito, una lección de vida brutal: “Quién eres tú para rendirte cuando hay alguien que está pidiendo algo de ti”.
En el hospital se produce el reencuentro con Enrique, su esposo. ¿Confiaba en que lo iba a volver a ver?
No. Quique mantuvo todo el tiempo la esperanza de que nos podía encontrar, tuvo una fe tremenda, yo en cambio no. Yo para poder seguir adelante, tenía que pensar que los demás no estaban porque era tanto el dolor que no podía soportar imaginar que estaban vivos y sufriendo.
¿Cómo fue el reencuentro?
Tal como se ve en la película, no hay nada inventado ni aumentado. Lo único que se redujo es el tiempo, porque eso ocurrió dos días y medio después, pero en la película tuvo que simplificarse en menos tiempo.
Hablando de la película, dicen que usted fue quien eligió a la actriz Naomi Watts para que la personificara, ¿cómo fue la decisión?
No. Cuando nosotros empezamos a jugar con la idea de la película, cuando era solo un proyecto, me preguntaron quién era mi actriz favorita y yo ahí contesté que Naomi. Luego de muchos años, cuando ya habíamos hecho el guion, me dijeron que ella era la actriz elegida, me dio mucha alegría, pero yo no lo decidí. Jamás tomé una decisión en temas que a mí no me incumbían. De lo único que me encargué fue de cuidar el alma de la historia, para que reflejara realmente los tsunamis que todos pasamos en la vida.
María, usted mantiene una amistad con un sobreviviente de la tragedia de los Andes, Eduardo Strauch, ¿qué los une?
Creo que es haber visto la muerte o incluso, en el caso de algunos de nosotros, experimentarla y regresar otra vez a este escenario hace que haya algo diferente. En el caso de Eduardo Strauch hay una sintonía desde que nos conocimos, un lenguaje común. Podemos explicarnos cosas que son difíciles de hablar con gente que no ha pasado por ahí o que te trata de “chalao” (perdido el juicio).
¿A qué se dedica actualmente?
Soy médica y psicoterapeuta, pero nunca ejercí. Hoy me dedico a lo que la vida me pide, tengo una flexibilidad absoluta. Me estoy adaptando a las cosas que van pasando.
Haber sobrevivido aquel día, ya sea por el azar o el destino, ¿se ha convertido en una bendición o en una carga?
Hay un tiempo en que puedes torturarte con eso, pero cualquiera de las personas que esté ahora leyendo este artículo y que siga vivo es tan increíble como que yo siga viva, es un milagro.
Hablando de miedos, hay una expresión que dice que “el que se quema con leche ve la vaca y llora”. ¿Les costó volver a acercarse al mar?
La vaca no tiene la culpa, es maravilloso que te regale la leche. El mar no tiene ninguna responsabilidad, el mar tiene su energía, su movimiento, pero el mar es maravilloso. Nosotros volvimos un año después. El Gobierno de Tailandia nos invitó a todas las víctimas a una ceremonia, pero por temas médicos yo no podía viajar. Entonces decidimos hacer con mi familia un ritual el mismo día y hora en que era el ritual allá. Al fin y al cabo, el mar es el mismo en todo el mundo. Yo no concibo mi vida sin ver el mar, sin escucharlo.
¿Para todos los miembros de la familia fue sencillo sobrellevar esta experiencia?
A cada uno le ha costado lo suyo. Lleva un proceso difícil de superación del trauma, pero en ese proceso hay mucha belleza porque significa reconectarte contigo. Algunos miembros de la familia lo han pasado mal, alguno incluso sigue atravesando el trauma, pero siempre lo tomamos desde “qué más me toca aprender de esto”. En la vida no hay más opciones que lamentarse o aprender.
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Actualmente, María vive en Madrid junto a su marido. Sus hijos partieron hace años del hogar: “Todos se fueron de casa a los 15 años, volaron. Eran muy chicos, pero son chicos con mucha hambre de vida. Ellos tienen que vivir su vida. Por eso, cuando ellos dijeron ‘me quiero ir’, los apoyé y ayudé a que buscaran sus becas para irse por el mundo a estudiar afuera. Ninguno vive en España”, dice.
CONSTANZA BENGOCHEA
La Nación (Argentina) - GDA