En un mundo acostumbrado a lo monumental, donde las obras de arte se alzan imponentes para captar miradas, existe una mujer que ha elegido el camino opuesto: el de lo minúsculo. Su arte no necesita metros cuadrados de lienzo ni toneladas de mármol, sino una mina, una aguja o una piedra diminuta.
Ella es Flor Carvajal, una artista santandereana que ha hecho de lo invisible una forma de expresión y que con orgullo puede decir que es, según lo que se conoce públicamente hasta ahora, la única mujer microescultora del mundo, y, orgullosamente colombiana.
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Sí, del mundo. Porque en un universo dominado por hombres y con muy pocos exponentes, Flor ha logrado construir una carrera artística única, apasionada y profundamente original, donde más de 400 obras dan testimonio de su sensibilidad, su ingenio y su pulso quirúrgico.
Arte Flor Carvajal. Foto:Cortesía.
Una artista nacida del teatro, la poesía y la intuición
Flor Carvajal nació en Bucaramanga, Santander, y desde pequeña supo que el arte formaría parte esencial de su vida. Aunque sus primeros pasos no fueron en los pinceles ni en la escultura, sí estuvieron marcados por la expresión artística: participó en programas de televisión y obras de teatro, escribió poesía y se formó en la narración.
Desde niña he sido artista. Escribía cuentos, hacía teatro, recitaba poemas... Todo me gustaba
Flor CarvajalArtista colombiana.
Su formación académica fue en actuación para televisión y teatro, pero nunca estudió artes plásticas de manera formal. Todo lo que sabe sobre escultura, proporciones, materiales y pintura lo aprendió de forma autodidacta. “Esto no me lo enseñaron en ninguna parte. Lo descubrí mágicamente”.
El reto donde nació todo
Ese descubrimiento ocurrió en 1999, cuando un periodista le propuso el desafío de crear la obra más pequeña que pudiera. A partir de ese reto nació una búsqueda técnica y emocional que, con el tiempo, derivó en su especialidad: la microescultura, un arte donde todo se reduce al extremo, pero que, paradójicamente, exige una atención máxima al detalle.
El origen de su obra también está marcado por la memoria y lo espiritual. La primera microescultura que recuerda con claridad fue un pesebre hecho con materiales reciclados, una constante en su trabajo.
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Empecé en una moneda, luego pasé a una lenteja, de ahí a un grano de arroz, y después a la cabeza de un alfiler
Flor carvajalArtista colombiana.
Cada paso fue una reducción milimétrica, una demostración de que el arte también puede expandirse hacia lo microscópico.
Flor tiene una conexión especial con los pesebres. “Tengo decenas de obras navideñas, representaciones de la Natividad, escenas religiosas… Es lo que más hago. Representan vida, esperanza, familia”.
Así nace una microescultura: de la visión interna al objeto diminuto
Su proceso creativo no empieza con las manos, sino con la mente. Antes de tomar una aguja o un pincel, Flor ya ha visualizado la obra entera.
Todo arranca con la imaginación. Yo ya la veo terminada antes de empezar
flor carvajalArtista colombiana.
Después de tener clara la imagen mental, empieza la recolección de materiales. “Trabajo con más de 500 tipos diferentes de materiales reciclados. Busco todo lo que pueda ayudarme a darle forma: partículas de polvo, flores secas, fragmentos de tela, alambres, pedacitos de plástico”.
Cuando ha encontrado la base ideal —una piedra, una cáscara de ajo, un grano de arroz o incluso una pestaña— comienza a modelar. Crea una estructura interna o “esqueleto”, aplica una maceta que ella misma prepara y luego moldea cada extremidad con precisión extrema. Las herramientas son agujas, muchas de ellas modificadas para tener una punta aún más fina.
El toque final es la pintura, que aplica con óleo, gota por gota, dejando secar cada capa durante días. “Una escultura me puede tomar tres días. Pero la pintura puede tardar semanas. Todo es cuestión de paciencia y control”.
Arte Flor Carvajal. Foto:Cortesía.
El pulso perfecto: su mayor desafío
Uno de los aspectos más exigentes de su arte es el control físico. Flor trabaja durante horas bajo una concentración absoluta, sabiendo que un solo movimiento erróneo puede arruinar todo. “El mayor reto técnico es el pulso. Un mal movimiento y pierdo la obra”.
En varias ocasiones ha tenido que empezar desde cero por un leve temblor. “Con el personaje de Tata, por ejemplo, lo he hecho tres veces. Estaba a punto de terminar y un mal pulso en las cejas me obligó a desechar todo y volver a pintar desde el principio”.
Cuando eso ocurre, no se frustra. Vuelve a comenzar. “Este arte me ha enseñado a tener paciencia, a respetar el tiempo de las cosas”.
Cuando se le pregunta cuál es su obra favorita, Flor se ríe: “No tengo una favorita. Todas son mis hijitos. Cada una tiene su historia, su proceso, su esencia. A todas les hablo, las cuido. Para mí están vivas”.
Algunas obras como Pikachu o La brujita fueron rápidas y espontáneas; otras, como su recreación de La Última Cena de Leonardo Da Vinci, tomaron más de tres meses. “Tenía tantos detalles y personajes que fue una locura. Era óleo sobre lienzo con volumen tridimensional. Fue una experiencia increíble”.
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Una artista sin fronteras
Flor no solo ha creado un universo único desde su taller, también lo ha compartido con el mundo. Ha expuesto sus microesculturas en centros comerciales, colegios, ferias, casas de la cultura y museos. En Colombia ha recorrido casi todas las regiones, y en el extranjero ha llevado sus piezas a Ecuador y Estados Unidos.
En Tucson, Arizona, estuvieron mis obras en un museo. Yo no pude ir, pero las esculturas sí llegaron
flor carvajalArtista colombiana.
A través de sus exposiciones ha logrado democratizar su arte. “Nos gusta que todo el mundo pueda verlo. Que no se quede en una galería para unos pocos. Hemos estado en fiestas de pueblo, en ferias locales, en festivales de arte. Me gusta ver la reacción de la gente cuando se acercan con lupa a mirar y no pueden creer lo que ven”.
Arte Flor Carvajal. Foto:Cortesía.
Un arte que no se vende: se comparte
A diferencia de otros artistas, Flor no vende sus obras. “Las expongo, las comparto. Tal vez más adelante lo haga, pero por ahora no me interesa comercializarlas. Quiero que estén vivas, que sigan contando historias”.
Sus microesculturas están en constante evolución. Muchas han sido restauradas con el tiempo, mejoradas con nuevas técnicas de pintura o materiales más resistentes.
Lo que sueña y el legado que quiere dejar
Flor sueña con seguir enseñando, compartiendo su conocimiento, inspirando a otros a mirar el mundo desde lo pequeño. “Me encantaría hacer talleres, formar a otros”.
Este arte no se aprende en una universidad, se descubre con amor
flor carvajalArtista colombiana.
Además, desea que en el futuro el arte en miniatura sea más valorado tanto en Colombia como en el mundo. “Siento que es un arte poco visibilizado. Hay mucho talento, pero falta reconocimiento. A mí me encontraron otros microescultores hombres en redes y empezaron a seguirme. Me di cuenta de que soy la única mujer en este campo, por ahora”.
Un consejo para los que empiezan
A quienes quieren hacer arte sin haber estudiado formalmente, les deja un mensaje claro: “No necesitas una escuela para ser artista. Necesitas pasión, curiosidad y constancia. Mira lo que te rodea, explora, empieza con cosas grandes y ve bajando de tamaño. Todo sirve: un papel roto, una flor seca, un pedazo de plástico. No todo es basura, a veces son tesoros diminutos”.
Mirar lo invisible, amar lo diminuto
Flor Carvajar ha logrado algo extraordinario: no solo ha esculpido sobre superficies microscópicas, sino que ha dado forma tangible a lo que muchos consideran imposible. Su arte es una declaración de que lo pequeño importa, de que en una pestaña puede caber un universo y de que el corazón de una artista colombiana puede latir con fuerza en cada milímetro de una obra.
En sus manos, el reciclaje se convierte en escultura, el detalle en devoción, y lo invisible en arte eterno.
REDACCIÓN ÚLTIMAS NOTICIAS