Se define como un emprendedor en serie, un innovador y un conferencista internacional. Daniel Buriticá ha sido premiado varias veces a nivel mundial, precisamente, por sus aportes como emprendedor social. Fue el primer embajador de Colombia en la cumbre mundial One Young World y resultó escogido como Global Shaper por el Foro Económico Mundial, pero en realidad la causa que lo tiene comprometido a fondo en los últimos meses –y la que me llevó a conocerlo– es la de tender puentes en un país en el que nadie cree en nadie. Colombia Construye Confianza se llama su nueva obsesión, de la que, en buena hora, habla en esta entrevista.
¿Cuándo te pica el buen bicho del liderazgo y el emprendimiento?
Desde el colegio empecé a hacer cosas con ganas de descubrir un mundo que salía más allá de las paredes en donde vivía y me metí en un tema de servicio social. Fuimos con mis amigos a pensar que íbamos a ayudar y en verdad nos ayudaron fue a nosotros, las personas de las comunidades, y desde ahí dije: “Yo tengo que hacer algo para que nosotros como país salgamos a encontrarnos con otros, con los que no conversamos”.
Daniel, ¿qué es ser un emprendedor social hoy por hoy en Colombia?
Wow, a mí me encanta una frase de Bill Drayton, fundador de Ashoka, la red más importante del mundo de emprendedores sociales: “El emprendedor social no es el que da pescado ni el que enseña cómo pescar, es aquel que revoluciona toda la industria pesquera”. Yo creo que en Colombia la necesidad que tenemos de emprendedores sociales es esa: personas que sean capaces de ver la complejidad de los problemas, abordarlos de forma sistémica, ir más allá de la queja y empezar a hacer algo para mejorar.
Montaste una ONG que se llama Recojo, ¿no es verdad? ¿Sigue existiendo? ¿En qué consistió eso?
Existe hace más de 20 años. Estaba en la universidad en ese momento. Recojo son las siglas de Red Colombiana de Jóvenes. Cuando la montamos, lo hicimos con la idea de empezar a unir gente joven, que quisiera ser emprendedor social y aportarle al país de alguna forma, y un poco a recoger todas esas iniciativas estudiantiles. Al final fue una experiencia muy exitosa, pues logramos unir a un montón de gente. Participaron más de 70 fundaciones, y más de 5.000 personas se involucraron en los procesos que liderábamos en ese momento en la universidad.
Sé que hay una experiencia en particular que a ti te cambió la vida...
Sí. Tengo una experiencia personal, un tema familiar, porque cuando me gradué del colegio a mi tía la secuestró la guerrilla, y me acuerdo de que un día llegué a la casa de ella y de mi abuela y les dije: “Yo quiero hacer un campamento y quiero que participen y quiero ayudar a gente que estuvo en la guerrilla”. Al principio no fue fácil, pero se convirtió en un proceso de sanación familiar hermoso y al final, efectivamente, llevamos excombatientes de las Farc, de los paramilitares, de todos los grupos al margen de la ley, pero unidos con víctimas, con líderes de la sociedad civil, con influenciadores. Nos fuimos a las montañas, un proceso de reconciliarnos, y a la mitad de la semana llegaban niños de una fundación. Y este grupo les hacía un campamento a estos niños, un poco haciendo esta analogía de si nosotros hacemos la tarea, estos niños van a vivir en paz.
Pero, en lo personal, ¿cómo te impactó eso?
Imagínate, José, mi tía conoció a las personas que estuvieron en ese campamento y a las personas que habían estado en las Farc y pudieron tener un diálogo hermoso de ella contando un poquito lo que había sido tener que estar secuestrada y ellos contándole su historia y lo que había sido para ellos tener que cuidar a la gente secuestrada. Hubo después un panel, en Irlanda, de juventud y reconciliación. Y cuando me invitan, me dicen: “Venga, cuéntenos lo que está haciendo, pero véngase con alguien que haya estado al otro lado. Véngase con alguien que haya estado en las Farc”. Yo le conté a mi familia, y mi tía me dijo que en algún momento de su secuestro conoció a un joven guerrillero que le dijo que si se tomarían un tinto cuando ambos estuvieran afuera y eso nunca terminó ocurriendo, pero mi tía me dijo en ese momento: “Ve, busca un muchacho como él y tómate un café en nombre mío”. Y eso hice. Conocí a Regis, quien hoy es mi amigo, con quien estuvimos en Dublín dando nuestro testimonio, y con él fue que empezamos esta idea de un campamento de reconciliación.
Con todas estas experiencias vividas y acumuladas, te metiste en un proceso que es apasionante y francamente necesario: construir confianza en un país que, uno diría, la ha perdido toda. ¿Sientes que nadie cree en nadie por estos días?
Ay, José, me pasó algo muy particular. Estuve fuera del país unos años, llegué hace unos meses y llego a encontrar un país absolutamente polarizado. Un país en donde, efectivamente, el de al lado ya no es mi rival, sino mi enemigo. Un país en donde no estamos siendo capaces de construir juntos y, sobre todo, me duele mucho ver un país sin visión. Hoy nadie está pensando en el 2035, el 2040. La gente está pensando en el 2026 y eso. Los países que han sido exitosos son los que tienen visión a largo plazo. Aquí, esto es como si fuera uno a ver a la Selección Colombia, que todos queremos, y como si en el camerino estuvieran todos agarrados unos contra otros... pues el partido lo vamos a perder. O sea, ¡vamos a perder el partido!
El diagnóstico está claro, pero ¿y entonces?, ¿qué hay que hacer?
Yo creo que tenemos la gran responsabilidad de estar a la altura del momento histórico que nos toca vivir y siento que en este país las élites no conversan. Y cuando me refiero a las élites no me refiero a los Uribe, los Pastrana, los Santos. No. Me refiero a que la élite de los campesinos no habla con la élite de los de tecnología. La élite de los empresarios no habla con la élite de los sindicalistas. No somos capaces de cocrear. Y entonces el semestre pasado usamos una metodología para unir políticos que están en orillas opuestas y decir: ¿qué pasaría si nos juntamos a construir país? Hicimos un ejercicio espectacular con estas metodologías de empezar a pensar no en lo que nos diferencia, sino en lo que nos une y en la visión que queríamos construir de país. De ahí nació lo que hoy es Colombia Construye Confianza.
Eso suena bien, pero vuelvo a preguntarte: ¿cómo cambiamos esa realidad en un sentido práctico, en un sentido cotidiano?
Lo primero: tenemos que aprender a tener conversaciones incómodas. Tenemos que aprender a sentarnos con una persona que piensa diferente y tener la valentía de ponernos en sus zapatos y entender que no somos por lo que pensamos. Somos mucho más que eso. Somos mucho más que las ideas que tenemos. Mi invitación a todo el mundo es: tengamos conversaciones incómodas. Tenemos, de hecho, ya una metodología para eso, en Colombiaconstruyeconfianza.org, porque hemos estado experimentando e investigando y nos hemos encontrado que en otros lugares del mundo, Alemania, por ejemplo, hicieron un gran ejercicio donde la sociedad entera empezó a tener conversaciones incómodas.
Muy fácil hablar de construir confianza en abstracto, pero, personalmente, ¿te ha tocado también romper algún muro recientemente?
Mira, muchos. El día que terminamos este más reciente taller tuvimos una experiencia muy gratificante entre dos personas ahí: Mauricio Toro, excongresista y exdirector del Icetex del gobierno Petro, y Juan Sebastián Arango, exconsejero de Juventudes del gobierno de Iván Duque. Mauro había estado en una orilla, y Juan, claramente, en otra. Se han dado durísimo en redes sociales. Y ese día se sentaron a pensar en cuál era el legado que Colombia le dejaba al mundo y cómo queríamos ver este país en 20 años. Siguen pensando diferente y está bien, pero ese día se toman una foto, la suben a sus redes sociales con el hashtag “construyendo desde la diferencia”. Y la gente ve eso y dice: “¿Qué pasó aquí?”, y pueden seguir con visiones diferentes de las formas, pero en el fondo llegamos a esos mínimos que queremos construir. Entonces, yo creo que vale la pena.
¿Y sí crees que los jóvenes colombianos están listos para eso o seguimos perpetuando las mismas malas cosas de las generaciones anteriores?
Veo jóvenes que parecen viejos y veo viejos que parecen jóvenes. Veo jóvenes con una mentalidad heredada de los papás y en colegios me ha tocado oír a muchos hablando del político de turno con expresiones, por decir lo menos, desagradables, y he visto personas con “juventud acumulada”, con más años, que al revés tienen una actitud de jóvenes. Yo creo que no es un tema de la edad. Yo creo que es un tema de realmente estar dispuestos a tener la valentía de hacer algo diferente. Y ¿sabes qué?, yo creo que llegó la hora de hacer ciertas denuncias morales y decir: “Eso que vemos todos los días en Twitter o X, de querer polarizarnos, de atacarse unos a otros, eso está mal”.
Lo estás intentando y eso está bien, ¿pero crees, genuinamente, que al final lo vas a lograr?
Mira, José, no sé. Pero, la verdad, no me importa. Hay una frase que me encanta que dice: “Ni el éxito ni el fracaso nos pertenecen. Solo la lucha”. Yo estoy dando mi batalla. Y estoy invitando a otros a que la den conmigo. Eso es lo que nos pertenece. Aquí va a haber Colombia en 10 años. No podemos seguir como estamos.
¿Dónde te ves en 10 años?
Ay, esa sí está difícil, Ja, ja. Yo creo que si en algo yo he tenido un privilegio en la vida, es en escoger mis batallas. Yo creo que todos deberíamos luchar por poder escoger nuestras batallas. Entonces, no sé exactamente en dónde, pero sí sé cómo. Luchando para que esto sea mejor. Para que más gente se encuentre y se vea a los ojos; para que más jóvenes entiendan el poder del servicio, para que más adultos dejen atrás los rencores y las heridas y empecemos a sanar colectivamente.