Laura “Lula” Ricci, una joven de 23 años, se ha vuelto una figura popular en las redes sociales gracias a una peculiar iniciativa que ha marcado la diferencia en su carnicería. En medio de la situación económica del país, ha encontrado una forma innovadora de alegrar a sus clientes.
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Hace un año, empezó a compartir videos desde su negocio en Ezpeleta, una localidad de Buenos Aires, Argentina, donde ofrecía cortes de carne. Para captar la atención del público, Lula decidió realizar sorteos de matambres, pero con una condición: los participantes debían acertar el peso exacto de cada corte.
Lula viene de una familia numerosa de 10 hermanos, cinco de los cuales, junto con su padre Carlos, son carniceros. De hecho, fue su padre quien, sin darse cuenta, le enseñó estrategias de venta, como la famosa técnica de precios que terminan en 99. “Es un marketing que le hacemos. En el barrio todos pintan los carteles con los precios normales y yo, por ejemplo, hago 6499”, explicó Lula.
Una historia familiar ligada a la carnicería
Nacida en San Clemente, Lula recuerda cómo desde pequeña tuvo contacto con el mundo de las carnicerías. En su casa, el negocio familiar estaba ubicado al frente, lo que le dio la oportunidad de ganar experiencia desde una edad temprana. Empezó vendiendo pan rallado y ayudando a su padre en el local.
“Como vivíamos al fondo, a veces iba y le hacía compañía a mi papá o le cebaba mates. Cuando ayudaba, mi papá nunca me quería pagar, entonces, empecé vendiendo pan rallado y me hacía mi propia plata”, compartió Lula. Hoy, junto a su novio, tiene su propia carnicería.
Sin embargo, el camino no ha estado exento de desafíos. La joven relató que ha sufrido varios accidentes menores, como cortes en los dedos, mientras manipulaba cuchillos en su negocio. “Manejar los cuchillos es muy peligroso, hay que estar muy despierto. No es joda”, afirmó, resaltando la importancia de las herramientas adecuadas como la chaira y el gancho de mano.
Enfrentando estigmas en la carnicería
Aunque ha ganado una gran cantidad de seguidores en línea, Lula también ha tenido que enfrentar prejuicios en su entorno laboral. Algunos clientes, especialmente mayores, dudan de sus habilidades por ser mujer. “A veces, estoy yo atendiendo y me dice: no le podés decir al carnicero que me atienda. Les digo que es lo mismo: el carnicero o yo te vamos a dar lo mismo”, comentó Lula, al referirse a las actitudes tradicionales que aún persisten.
La iniciativa de los sorteos no tardó en captar la atención en redes sociales. Al principio, comenzó regalando medio kilo de carne picada si adivinaban su peso, pero muchos la acusaban de no cumplir su palabra. Entonces decidió cambiar la dinámica y, en su lugar, regalar un matambre a quien acertara su peso. “Si el cliente adivina cuánto pesa un matambre se los regalo. Elegí eso porque es una pieza rápida y depende de la gente”, explicó.
Un éxito en redes sociales y un desafío constante
Hasta el momento, ha regalado cinco matambres en un mes, lo que ha aumentado la clientela en su carnicería. No obstante, aclaró que no puede hacerlo todos los días, ya que el costo de un matambre ronda los $15.000. “Si regalo un matambre por día me fundo. Lo hago cuando puedo”, señaló. Durante el día de la primavera, intentó sortear otro, pero no hubo ganador.
A pesar de las dificultades, Lula y su novio siguen dedicándose al negocio, visitando frigoríficos para seleccionar la mejor carne. Según Lula, los precios de la carne han estado estables, aunque las ventas tienden a bajar a fin de mes. “A fin de mes se vende un poco menos; la gente gasta menos, pero hay que estar todos los días en el negocio, poniéndole onda”, afirmó.
Finalmente, la popularidad de Lula ha despertado interés en otras personas que quieren abrir una carnicería. Sin embargo, advirtió que no es un negocio fácil. “Hay gente que piensa que es superfácil y no es así”, concluyó Lula, resaltando los retos que enfrenta día a día en su profesión.
La Nación (Argentina) / GDA
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*Este contenido fue reescrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de La Nación, y contó con la revisión de un periodista y un editor.