Abir Nasr, protagonista del libro 'De ninguna parte', se prometió buscar a los asesinos de su mamá y hermana, cuando encontró sus cuerpos, tras una operación militar en Líbano. Isaac y Samuel, en la obra ‘Dispara, yo ya estoy muerto’, huyeron de Rusia, luego de que el resto de su familia fuera incinerada viva en medio de un pogromo contra judíos. Pablo, con cinco años, quedó atrapado en la casa de una completa extraña y en un país desconocido, cuando su padre biológico muere en el conflicto civil español y su madre es capturada por la dictadura franquista, en ‘El niño que perdió la guerra’, que fue presentado en el marco de la FILBo 2025.
Todos los personajes del universo literario de Julia Navarro son una cruda dosis de realidad: narran, de múltiples formas, historias de personas a las que se les ha arrebatado la humanidad, ya sea desde el rol de oprimidos o de opresores. Para contar el pasado de forma apasionante y visceral, esta escritora española pasó más de tres décadas en salas de redacción como las de la Cadena SER, COPE, TVE, Telecinco y Europa Press.
“Yo ejercí muchos años el periodismo. Eso me llevó a varios países y, a partir de ahí, se despertó mi interés por las regiones que forman parte de la cultura europea. No es que elija los escenarios de mis personajes, sino que me son familiares y me siento más cómoda ubicando a mis creaciones en lugares que conozco”, confiesa la autora, quien ha publicado nueve libros y ha recorrido países como Rusia, Líbano, Egipto, Italia e Israel, entre otros, para entender lo que se vive en la guerra, incluso antes de pensar en escribir ficción.
“No iba pensando: ‘algún día escribiré un libro’. No. Voy viendo. Luego, cuando te sientas a escribir todo lo vivido, que ha llamado la atención, lo tienes en el disco duro del cerebro y aflora y te sirve”, agrega.
¿O crees que en Eritrea (país de África) los niños no lloran? En todas las guerras hay mujeres violadas, personas torturadas, a las que les destruyen sus ciudades.
Julia Navarro Foto:Juan Fernandez
Aunque sus obras relatan el mundo de los siglos XIX y XX —cuando comenzó la persecución judía, estalló la revolución bolchevique y aún era común andar en carruaje—, sus palabras se sienten tan actuales que, a través de anécdotas, ayudan a entender todo lo que tuvo que suceder para que las guerras y problemáticas llegaran al punto que conocemos hoy. Además, evocan conflictos que hoy están en el centro de la atención: el de Rusia y Ucrania, y el de Israel y Palestina.
“A mí me irrita mucho hablar solo de estos dos casos. Conozco Gaza, conozco Ucrania, lo que pasa allí me duele personalmente, pero también me importa lo que sucede en las veintitantas guerras que hay en otros lugares del mundo a los que no prestamos atención. ¿O crees que en Eritrea —un país de África— los niños no lloran? En todas las guerras hay mujeres violadas, personas torturadas, ciudades destruidas. Gente que no tiene nada, y que debe caminar para llegar a una frontera donde tampoco los dejan entrar. No seamos hipócritas. El resto del mundo no es Disney”, dice Navarro.
De tantos ojos llorosos que ha visto Navarro nace Pablo, el protagonista de 'El niño que perdió la guerra': un pequeño de cinco años que representa a todos aquellos niños enviados fuera de España con la esperanza de volver a casa o reencontrarse algún día con sus familias. Este personaje encarna a los miles que fueron abandonados porque, en medio del desespero, sus padres pensaron que la única forma de garantizarles una buena vida era alejarlos del entorno bélico que vivía el país durante la dictadura.
La madre de la escritora pudo haber sido como Pablo. Su abuela llevó a sus hijos a Murcia, donde funcionaba una colonia para hijos de republicanos, con el objetivo de que fueran sacados del país. Allí dejó a los mayores, pero al regresar a casa tomó una decisión firme: a pesar de las dificultades que traería la Guerra Civil española, lucharía por mantener a su familia unida.
Julia Navarro Foto:Juan Fernandez
Lo que se preguntan los sirios con dolor es: ¿por qué a ellos sí y a nosotros no? Y tienen razón. ¿Cuál es la razón? Pues, los ucranianos son europeos.
“Yo creo que hay muchos Pablos, y que todos conocemos a niños afectados por conflictos. Cada vez que encendemos la televisión y vemos a un niño agarrado de las manos de sus padres, o caminando como inmigrante intentando llegar a algún lugar, estamos viendo a un Pablo. Estamos rodeados de ellos. A mí me conmueve la mirada de esos niños que desconocen absolutamente todo sobre lo que les va a pasar en el siguiente minuto, porque los niños son más vulnerables, están más desasistidos y no entienden lo que les está ocurriendo. También ven el mundo de una forma mucho más dramática que los adultos”, agrega Julia.
Esto no solo ocurre con la infancia. El tema con la migración, que ha sacudido a la autora de La Hermandad de la Sábana Santa, La Biblia de barro, La sangre de los inocentes, es que no funciona igual para todos. Hay migrantes de primera categoría y otros de segunda.
“Eso se vio, por ejemplo, con la guerra civil en Siria. En este conflicto, un millón de personas refugiadas hicieron todo lo posible por llegar a Europa de cualquier manera, pero les fueron cerrando las fronteras. Con la guerra de Ucrania, los europeos se han volcado a ayudar, y me alegra que muchas familias hayan acogido a esos niños. Sin embargo, me alegraría más si hiciéramos lo mismo con todos. Los sirios se preguntan, con dolor: ¿por qué a ellos sí y a nosotros no? Y tienen razón. ¿Cuál es la razón? Pues, los ucranianos son europeos, por lo que la gente siente que este conflicto es más cercano y que la cultura ucraniana, con sus costumbres y visión de la vida, les resulta más familiar”.
El objetivo que aún, a sus 71 años, la escritora persigue es el de entender cómo las personas ocasionan daño a otras, al punto de fracturar naciones y generaciones enteras, sin justificar sus actos. Por ello, ha colaborado con ONGs que la han llevado al límite, tanto emocional como geográfico, ya que las organizaciones operan en las fronteras de un país a otro y entre ciudades.
“Escribo de lo que me preocupa e interesa. No hago novelas para ver si les gusta a los lectores. Y esto me ha llevado a pagar varios precios a lo largo de mi vida. Pero, ya tengo una edad en la que creo que me puedo permitir decir en voz alta lo que quiero. Yo ya tengo más pasado que futuro y cuando esto pasa se arriesga muy poco por decir en voz alta lo que se quiere decir”, reflexiona la autora,
Y agrega: “Me preocupa mucho esa tendencia que tenemos de deshumanizar a todo aquel que no coincida con nosotros o que no ve las cosas desde nuestra perspectiva. A mí me interesan los seres humanos, qué les pasa y, por tanto, me meto en los zapatos del otro. El intentar entenderlos, sin justificarlos, es un poco más difícil”, cuenta la mujer a la que le han traducido sus libros en más de treinta países.
Tengo que confesar que existe una serie de palabras que aborrezco. Empatía y empoderamiento, para nombrarte algunas
Portada El niño que perdió la guerra, de Julia Navarro Foto:Penguin Random House
“En el ejercicio de escribir desde una posición neutral, ¿no empieza a aparecer la empatía?” Le preguntó este diario a Navarro en medio de la conversación.
Y contestó: “Hay personajes con los que nunca me tomaría un café. Tengo que confesar que existe una serie de palabras que aborrezco. Empatía y empoderamiento, para nombrarte algunas”, confiesa.
En medio de su escritura, la española, ha encontrado que lo que queda plasmado en papel se ciñe a los hechos, pero que, aun así, hay actitudes con las que no está de acuerdo y que caracterizan a los personajes porque los hace coherentes, humanos y porque así fue como actuaron muchos en el estrés de la guerra.
Julia escribe novelas que reúnen tanta realidad, que estremece la piel. Es una mujer sencilla que está dispuesta a tener conversaciones eternas, “porque yo he hecho tantas preguntas, que no responder las de otros es descarado”, dice. Ve la guerra como un bucle eterno, porque “el conflicto es inherente a la condición humana”. Le llena el corazón abrazar a sus lectores, así haya viajado más de 10 horas. Le tiene miedo a que alguien de su pasado se le acerque y le pregunte: “¿Te acuerdas de mi?”, que ella escarbe en su memoria y que no encuentre un nombre.
María Jimena Delgado Díaz
Periodista de Cultura
@Mariajimena_delgadod