Bastó con una comida para que uno de los integrantes del grupo musical más exitoso de Colombia en los últimos años, Morat, le ofreciera a Juan Pablo Aristizábal encargarse de su fundación Aprender a Quererte.
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En ese momento, Juan no hablaba como un muchacho que apenas superaba los 20 años, sino como un tipo que había estudiado toda su vida sobre estos temas y tenía claro cómo podía ayudar. Hoy tiene 25 y una experiencia acumulada todavía mayor desde cuando asumió ese reto. En un país en el que 2 de cada 3 niños de 10 años no saben leer, abordar estos asuntos es enfocarse, de verdad, en la viabilidad de esta nación y a eso dedica su vida, en buena hora, Juan Pablo. Esta es su historia, su visión de país, su análisis de lo que nos está pasando y su mensaje a los jóvenes.
¿Qué estudiaste, Juan Pablo?
Yo soy abogado, summa cum laude, de los Andes, y te digo que disfruté mucho estudiar Derecho, porque lo hice sin la presión de querer ejercer y eso hizo que el disfrute desde un principio, tal vez, fuera mayor. Como que la curiosidad y el placer de estudiarlo en búsqueda de conocimiento y de formación y no como un medio para alcanzar algún puesto lo hizo mucho mejor.
Y graduado con honores, que no es lo mismo…
Ese reconocimiento me tomó por sorpresa, pero fue una satisfacción muy grande, sobre todo para mi familia. Yo fui monitor de varias materias en los Andes y, como te digo, estudié con mucha pasión y cero presión, je, je.
¿Entonces la vocación social dónde y cuándo nace?
Desde pequeño. Yo tengo recuerdos de tener poca tolerancia ante la injusticia. Tengo recuerdos de ir por la calle y ver gente pasándola mal y desde muy chiquito cuestionarme eso que veía. Y, por supuesto, es una vocación que viene de la casa. Es como una suerte de inconformidad que ha estado allí siempre.
¿Cuál fue el primer trabajo que tuviste?
Pues yo fui monitor de la universidad y mi primer trabajo fue el que tengo en este momento, que lo empecé incluso antes de graduarme, que es dirigir la Fundación Aprender a Quererte, que es la fundación de Morat.
¿Y cómo llegas ahí?
Yo he sido un enamorado de la educación toda la vida y he leído sobre el tema y me he formado sobre eso por mi cuenta, o sea, puedo decir que es como de lo que más he leído y he tratado de formarme por placer realmente. En la universidad, mientras estudiaba estaba haciendo un voluntariado con una fundación y daba clases de matemáticas los sábados en un colegio y, sin embargo, a medida que avanzaba por los semestres de la universidad, la opción de trabajar en educación se iba haciendo cada vez menos plausible. Ja, ja. Yo creo que no es raro para un abogado Uniandino empezar a sentirse atraído por las grandes firmas y te cuento que estaba cerquita de empezar a trabajar en una de ellas.
Uy, ¿y qué pasó? ¿Por qué no se dio y terminaste dirigiendo esta fundación?
Antes de decir que sí a la firma, tuve una comida en la que, por casualidad, estaba uno de los miembros de Morat y la comida giró en torno a la situación del país, a la educación. Ellos son personas muy sensibles también. Ahí no existía ni siquiera la idea de la fundación. Luego ya se empiezan a crecer, les empieza a ir bien, lanzan la fundación y duraron como tres meses buscando a alguien que les pudiera como dar una mano con el proyecto y no tuvieron mucho éxito, y el hombre se acordó de mí, de esa comida en la que habíamos coincidido cinco años atrás, consiguió mi número y me llamó. Empecé ahí montando un programa de becas universitarias que todavía existe, pero no tenía un rol muy definido. Simplemente estaba tratando como de poner a andar el proyecto que ellos querían seguir. Las cosas empezaron a ir bien y, pues, antes incluso de graduarme, me pidieron que asumiera el cargo y yo feliz.
Juan Pablo, si yo te pregunto en términos muy sencillos qué hace la Fundación Aprender a Quererte, ¿qué me dirías?
Nosotros buscamos maximizar el impacto social a través de oportunidades de calidad en educación, y lo digo de esa forma porque, desafortunadamente, en Colombia se invierten billones y billones de pesos en educación todos los años y, sin embargo, parece que nada cambia. Los indicadores siguen estando mal y tenemos en Colombia una inversión filantrópica que no está generando los efectos que debería generar para el grado de inversión. Entonces, nosotros nos hemos concentrado en ser una organización que se identifica como una organización privada cualquiera, en el sentido de que buscamos maximizar nuestras utilidades, pero nuestras utilidades las medimos en términos de movilidad social.
¿Y qué dirías que has logrado hasta ahora?
En Colombia vivimos una realidad durísima, una realidad invisible y es que dos de cada tres niños de 10 años no pueden leer. Hay una edad, hay un momento en el que los niños deberían aprender a leer a los 6, 7 años, ya deberían poder leer fluidamente, y en Colombia, a los 10 años, el 70 por ciento no lo hace. ¡Es escalofriante! Pues desde la fundación trajimos uno de los programas de educación con más respaldo documental en todo el mundo y hoy por hoy es un programa que se está implementando en el 60 por ciento del departamento de Risaralda y acabamos de empezar un piloto acá también en Bogotá con la Secretaría de Educación, y digamos que la satisfacción más grande es ver los resultados con este programa.
Hoy, más de 6.000 niños están aprendiendo a leer antes de terminar primaria, y eso suena como algo que ya debería estar pasando y no debería ser un gran motivo de celebración, pero a nosotros nos llena de satisfacción y orgullo porque sabemos que, desafortunadamente, no es el común denominador y estamos cambiando esa realidad.
Una curiosidad, ¿cómo es la vinculación de los muchachos de Morat con la fundación? ¿Qué tanto se involucran de verdad?
Es una buena pregunta. Yo creo que el grado de participación es perfecto. Ellos tienen todo el corazón involucrado en la fundación. Los proyectos que hacemos son orientados por ellos y supervisados también por ellos. Si tú les preguntas hoy qué está pasando en la fundación, te van a poder responder de una. A mí me han permitido construir, con mi equipo, en medio de mucha libertad y con una confianza que yo agradezco todos los días.
Una confesión: ¿te gustaba la música de Morat antes de trabajar con ellos?
Ja, ja. La verdad, sí. Siempre me ha gustado y obviamente ahora la asocio mucho con mi trabajo. Los admiro mucho como músicos. Me encanta lo que hacen y, sobre todo, como personas, y tengo que decir que no he tenido muchos jefes, pero puedo decir que son los mejores que he tenido hasta ahora.
De hecho, Aprender a Quererte es una canción también de ellos y por eso el nombre de su fundación, ¿no?
Correcto, y corresponde a esa idea de querer devolverle al mundo un poquito de lo que ellos han tenido. Yo creo que, incluso, desde el momento en que lanzaron esa canción, antes de que existiera la fundación, ya tenían ese sueño de que algún día la canción se transformara en algo más.
Óyeme, Juan Pablo, ¿hasta dónde te gustaría llevar tu trabajo social?
¿Te has imaginado cuál debería ser esa meta última de tu obra?
Yo siento que enfrentamos una barrera gigante las personas que trabajamos en el sector social y es que todos tiramos como muy solos para distintos lados. Yo tengo una inconformidad muy grande, tengo la sensación de que hay cosas que deberían trascender nuestros pensamientos, nuestras ideologías, nuestras posiciones. La educación es una de ellas. La idea de garantizar que todos los niños aprendan a leer en el momento indicado, que aprendan matemáticas, este tipo de cosas, cuando uno está dentro del sistema, se da cuenta de que terminan en pura política, y tengo una frustración muy grande al sentir que hace falta mucha más unión. Quisiera lograr, al final de todo este proceso, que exista unión y cohesión en torno a este tema.
Eres muy joven. ¿Crees que quienes tienen tu edad, quienes son de esta generación, sí son solidarios?
Para bien o para mal, creo que esta generación se está metiendo más en la vida pública, está saliendo a votar y hay una sensibilidad social que tal vez antes no teníamos, y mi deseo sería que esta inconformidad y sensibilidad social ojalá que se pueda transmitir y que pueda transformarse en unión y en superar esas barreras que nos tienen fregados.
¿Qué mensaje les das a los de menos de 40 años en Colombia hoy?
Yo creo que esto es algo que no es nuevo; que lo han dicho muchas veces, pero lo que uno haga en su día a día y la forma en la que uno se relaciona con las personas y con el mundo es lo mejor que uno puede, al final, tratar de hacer. De qué me serviría a mí, por ejemplo, trabajar en una fundación y hacer todo lo que hacemos si mi trato con mi familia es malo; si me la paso peleando, si no sé convivir en sociedad. Entonces creo que la mejor forma de sumar es tratando de que el pequeño mundo de cada uno sea lo más sensible y que aporte la mayor cantidad de buena energía a la sociedad, y una invitación también a romper la burbuja en la que las personas como yo nacemos y vivimos.
Yo creo que hay una tarea muy grande de tratar de convertirnos en una sociedad menos segregada. Eso es una de las cosas que a mí me entristece profundamente. En Colombia, más allá de la desigualdad, más allá de la pobreza, que son gigantes, la segregación es uno de los problemas más grandes.
¿En dónde voy a encontrarme a Juan Pablo Aristizábal en dos décadas?
Ojalá que todavía trabajando por la educación. Yo creo que, para mí, hacer cosas por la educación es la mejor forma de contribuirle a la sociedad. Entonces, ojalá que pueda seguir en esto; que en 20 años, cuando nos volvamos a encontrar, la conversación siga estando alrededor de la educación y ojalá que para ese momento digamos que hemos podido construir un sistema educativo mucho más incluyente y mucho menos segregado.