John Freddy Vega: 'Cuando las universidades son débiles, la democracia se va al carajo'

hace 2 meses 17

Es el CEO y fundador de Platzi, la escuela de tecnología virtual más grande de Latinoamérica que, entre otras cosas, puede presumir de tener en línea a 5 millones de estudiantes. John Freddy Vega fue mal estudiante, pero su pasión siempre fue enseñar. Creció en Suba, lo echaron de dos universidades, vive de vuelo en vuelo y su ubicación en tiempo real puede ser incierta, pero su empresa tiene oficinas en Bogotá, Miami, Medellín, Ciudad de México y San Francisco. Todo lo que sabe lo ha aprendido por su cuenta y en su tiempo libre le gusta volar aviones, leer cómics, escribir ciencia ficción o empaparse de algo nuevo: desde tecnología y física cuántica hasta los sistemas de armamento de la OTAN.

John Freddy Vega aparece todo el tiempo en internet, pero su vida privada es un misterio. Pocos saben que está casado y que le encantaría tener hijos, que lo botaron de dos universidades y no tiene pregrado, y que aun así es el gestor, junto con su socio, Christian Van Der Henst, de Platzi, la escuela de tecnología más grande de Latinoamérica, con más de 5 millones de estudiantes y 3.000 empresas donde sus empleados aprenden conocimientos útiles y prácticos en más de 1.500 cursos.

Freddy, como le dicen todos, repite todas estas cifras de memoria, se nota que las ha dicho más de una vez en sus redes sociales y en las entrevistas, pero aprehenderlo a él no resulta tan sencillo. Habla rápido, se riega en prosa para contar lo que opina sobre la academia y la educación en América Latina, pero cuando se le pregunta por lo que significa para él aprender y enseñar, sus ojos se iluminan y las palabras se vuelven espontáneas. Habla más lento; en un cómic o una película animada sería evidente el movimiento de las ruedas y las bisagras de su cerebro. Ama enseñar y todo lo que sabe lo ha aprendido por su cuenta. Todavía, a pesar de una fama bien ganada y una agenda que no descuida ni un segundo libre, saca tiempo para ser profesor y no emprendedor.

Los hitos de su vida están regados por Internet, en un montón de artículos, entrevistas y perfiles, pero también producto de un buen manejo de sus comunicaciones que han creado un impoluto personaje público, a pesar de que a él le parece horrible. “No hay una cosa peor que la fama; si yo pudiera volver a hacer esto y ser invisible, lo haría”.

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BOCAS tiene en portada a una de las mejores sommeliers del mundo; Laura Hernández. Foto:Alejandra Quintero / Revista BOCAS

Sus palabras –respecto a la fama– resultan difíciles de creer, porque también comparte momentos de su vida en las redes sociales y momentos estelares como su presencia en la final de la Copa América, pero aclara que todo forma parte de lo que él mismo llama “una narrativa que siempre busca que la gente estudie”. En ese sentido, tiene perfectamente claro que es un personaje público y que los jóvenes lo siguen, en sus redes sociales hay toda una batería de mensajes de agradecimiento de sus estudiantes y comentarios personales cariñosos como si lo conocieran de toda la vida.

No es un youtuber ni pretende serlo, pero sabe que las redes sociales son fundamentales para lo que hace, y juega el juego de la misma manera en que sabe que los reconocimientos que le ha traído Platzi sirven para el negocio, pero no le dan la plata. El más reciente, ser elegido como uno de los diez finalistas para la edición inaugural de la Latin America Education Medal, o ser elegido en el 2016 como uno de los 20 latinos más influyentes en tecnología, según CNET, al lado de personalidades que trabajan en empresas como Tesla, Google, Apple, Microsoft, Samsung y GitHub. En el 2019 fue reconocido con el premio Endeavor a mejor emprendimiento de alto impacto, y en el 2022, como uno de los emprendedores jóvenes más destacados del mundo por la fundación One Young World.

Nada de esto lo ha convertido en un ser humano cuadriculado ni rígido. Viste camiseta, el lugar donde está ubicado su computador no deja ver nada personal y su pelo y sus gestos son mucho más espontáneos y desordenados que las poses que asume para sus fotos públicas. Es como si fuera dos personajes en uno, él que ha creado para su trabajo y el que vive el día a día. De hecho, se sorprende cuando descubre que su equipo de comunicaciones ha creado una suerte de barreras para acceder a él y que, al parecer, han creado la imagen de un CEO inalcanzable, muy distinto del personaje sin adornos que se muestra a través de la pantalla de Zoom.

Empecemos por sus estudios. ¿Finalmente terminó algún pregado? Lo sacaron de dos universidades: la Piloto y la Nacional. ¿Por qué?

Por mal estudiante, creo yo; no hacía tareas. De la Piloto me echaron porque me tiré la misma materia creo que tres veces, porque yo no tenía buenas bases de cálculo cuando estuve en el colegio y cuando llegué a la universidad todo el mundo era mejor que yo en cálculo. Yo era mejor que el resto en todo, pero todo el mundo era mejor que yo en cálculo.

En la Nacional sí avancé mucho más. Es un lugar que le exige a uno atención total y en ese momento estaba creando mi primera empresa y tuve que tomar una decisión: me dedico a la universidad o a esta empresa. Empecé a dedicarle más tiempo a la empresa y la universidad tomó la decisión por mí. Al final nunca me gradué de nada.

¿Entonces cómo llegó a estudiar en Harvard, Yale, Insead?

Me invitaron a participar en sus programas de las escuelas de negocios por los logros que hemos tenido como compañía. Hay un componente de merecimiento en el sistema que, por cierto, es la misma forma con la que muchos presidentes van a Harvard, Stanford, etcétera. Si les funciona a los políticos, me funciona a mí.

¿Le han servido estos cursos?

Sobre todo me sirvieron para entender el estado del arte de la educación superior, porque cuando la gente piensa en cuál es el punto máximo de lo que significa la educación superior, piensa en Stanford, en Harvard. Harvard fue increíble, ¡Guau! Pero luego uno empieza a ir a otras universidades y se da cuenta de que lo especial no es Harvard, lo especial es el formato de escuela de negocios.

¿Solo eso?

Lo otro especial es la gente. Las personas con quienes uno termina conectando, y al final del día esa es la diferencia entre la educación exclusiva y la educación inclusiva. La educación básica, primaria y secundaria es inclusiva, la idea es que todo el mundo aprenda y en un cierto modo todo el mundo aprende. En cambio, la educación universitaria es exclusiva, solamente el 24 por ciento de las personas que se gradúan de la escuela secundaria en América Latina tienen acceso a la educación universitaria, y de ese 24 por ciento solo la mitad se gradúa. Es un sistema que va filtrando gente y tiene mecanismos distintos a lo que nosotros hacemos en Platzi, que es agarrar las cosas que la gente aprendería y que típicamente requiere un montón de filtros y destilarlas hasta lo que realmente necesitan para conseguir empleo.

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“Yo no quiero tener un jet gigantesco estilo Maluma, pero sí, sin duda, yo tendría mi propio avión" Foto:Archivo particular

¿Cómo llegó a la educación? ¿Por gusto o por negocio?

La educación es un negocio malísimo, solamente es un buen negocio cuando uno controla una característica certificada. Si uno no controla un diploma, el negocio es terrible. Yo amo enseñar, quién sabe qué carajos pasó cuando yo era chiquito que me gusta enseñar, pero a mí me encanta compartir lo que sé, me encanta comunicar lo que aprendo y también me hace muy feliz en la vida aprender. Tengo una curiosidad intelectual muy dura y eso es algo que es común en el equipo de Platzi.

¿Que está estudiando ahora?

Física cuántica.

¿Dónde?

Por mi cuenta; libros, blogs, lo que caiga. La razón por la que estoy estudiando esto es porque he encontrado a lo largo de mi vida que tengo huecos en mi educación y uno de esos huecos fue el que hizo que me echaran de la universidad. He tratado de tapar esos huecos en mi tiempo libre. En una época le dediqué muchísimo tiempo a estudiar a Ucrania y los sistemas de armamentos soviéticos versus los sistemas de armamento de la OTAN. En otra época le dediqué mucho tiempo a la pobreza en particular y a los mecanismos a través de los cuales la gente rompe el ciclo de pobreza y luego crea riqueza multigeneracional. Toda la vida me ha interesado la tecnología, entonces todo el tiempo estoy aprendiendo de inteligencia artificial, de desarrollo de software, de diseño de producto. La otra cosa que estoy aprendiendo ahora es ventas empresariales, porque las ventas empresariales de gran envergadura son muy diferentes a otros tipos de ventas. Creo que todos los fundadores de compañías quieren hacerlas.

¿Por qué es tan difícil conseguir una entrevista con usted?

¿Es difícil?

Dificilísimo, dicen que no tiene tiempo.

Yo no me considero difícil. Probablemente es porque todo lo que nosotros hacemos es extremadamente difícil por definición. La naturaleza de una startup es que si no está creciendo, se está muriendo. Estamos tan ocupados haciendo tantas vainas que yo voy reaccionando a cómo reacciona mi agenda.

Tampoco me contaban en qué ciudad estaba.

Es que yo siempre estoy de viaje. La semana pasada estaba entre Cali y Bogotá, ahorita estoy en Miami, voy para Nueva York, luego estoy en San Francisco, luego vuelvo a estar en Bogotá. No tener un lugar es una constante.

¿Tiene una casa donde prefiera estar?

Tengo un apartamento en Bogotá y en este momento tengo un apartamento en Miami. El año pasado vivía en Nueva York y Bogotá, y tenemos oficinas en Ciudad de México, en Bogotá y en Medellín. Tenemos equipo también en Perú, en Buenos Aires y en Santiago de Chile. Aparte de eso, mi socio tiene un lugar en San Francisco, pero yo siempre he sido un ciudadano de internet. Para mí este tema de estar saltando de lado a lado es natural y afortunadamente mi familia se ha adaptado también a esa realidad y la celebra.

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John Freddy Vega confiesa que una de sus pasiones son los cómics. Foto:Archivo particular

¿Cómo fue el primer negocio de pokemones que creó cuando tenía 12 años?

Creo que si vamos a contar una historia más antigua es el hecho de que yo, desde muy chiquito, quería hacer producto. Había un programa japonés en televisión, en el Canal 11, que en la época era el canal de señal institucional, que enseñaba a hacer manualidades. Yo empecé a hacer cosas de papelería y había niños del barrio que veían lo que yo hacía y preguntaban a cómo y yo lo vendía. Eso fue lo que evolucionó hacia las tarjetas Pokémon. Siempre estaba pensando en crear producto y en ver si ese producto era algo que la gente quería. Esto es muy común en el perfil de personas que fundan compañías.

A los 16 años montó la primera empresa organizada.

Empecé a crear software a los 15 años. Hice para una agencia de publicidad de Colombia una aplicación para enseñar contabilidad a organizaciones sin ánimo de lucro, que era un proyecto para el Banco Interamericano de Desarrollo, en el año 2001, y también tenía otro proyecto cuyo objetivo era crear una app muy parecida para enseñarles a los banqueros de un banco que ya no existe, el banco Boston, cómo detectar lavado de activos. La razón por la que lo hacía es porque yo aprendí por mi cuenta. Cuando estaba en el colegio, me compré un libro de una tecnología llamada Flash y esta permitía hacer experiencias interactivas en CD, y como yo sabía hacer eso, me lo encomendaron a mí. Ese fue uno de mis primeros proyectos.

¿Cómo lo contratan a uno a los dieciséis años para eso? ¿Quién lo conocía? 

Me había metido a muchas comunidades de la industria del diseño interactivo y mi mamá es publicista. Ella me conectaba con todas estas personas. Gracias a ella aprendí a programar cuando yo estaba en décimo del colegio. No sé qué hizo, pero consiguió una especie de canje para que yo fuera a estudiar por las noches a un instituto que ya no existe donde aprendí a programar de manera profesional. Yo estudiaba en un colegio militar en el turno de la tarde, más o menos del mediodía hasta las seis de la tarde, y luego, de siete a diez de la noche, me iba a estudiar desarrollo de software. 

¿Qué hizo después?

Empecé por mi cuenta a desarrollar un sistema de control de cafés internet y luego lo empecé a vender puerta por puerta, café internet por café internet. El problema era que yo no sabía cómo hacer empresa; fue relativamente fácil para mí empezar a tener los primeros clientes, pero pensar en hacerle mantenimiento al software, hacer soporte, facturación, todas esas vainas no me entraban en la cabeza y simplemente abandoné la idea, pero me quedó clara la lección, que es posible venderlo todo mientras uno tenga un producto que la gente quiera.

Luego creó una empresa que duró seis años y que se quebró, Cristalab.

Yo quería tener un lugar donde pudiera compartir lo que aprendía, entonces creé un sitio web donde lo hacía y resultó que eso tenía muchísima demanda, la gente quería aprender de lo que yo estaba enseñando.

¿Qué estaba enseñando?

Flash y desarrollo web básico. Lo que hice luego fue construir el sistema de tal manera que no solamente yo publicaba las cosas, sino que le permitía a toda la comunidad hacerlo; yo simplemente filtraba. Eso terminó en que construimos unos seis mil tutoriales de diferentes temáticas a lo largo de los años y en el punto más alto yo movía más o menos unos tres millones de visitas únicas mensuales, que para el internet de la época, estamos hablando del 2006, esas eran las cifras de los sitios populares de la web hispana, y el sitio era ciento por ciento hecho por mí y yo era el único empleado.

¿Qué significó para usted esa quiebra?

La verdad que no lo pensé mucho en esa perspectiva, porque uno cuando está adentro lo ve como en cámara lenta y dice: “Ahora toca hacer otra cosa”, y empecé a dar cursos en universidades, y mi socio fue quien me impulsó a llevar esos cursos a otras ciudades y a más gente. Luego me impulsó a que no lo hiciéramos solamente en universidades, sino en donde fuera, y empezamos a hacer cursos para 150 personas, y en vez de tener un laboratorio, les decíamos que trabajaran en el laptop, y en vez de hacerlo en una ciudad empezamos a hacerlo en todas partes y terminamos yendo a veinte ciudades, en doce países distintos entre América Latina y España. Con los ingresos que hicimos con esos cursos financiamos el arranque de lo que hoy en día es Platzi.

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La otra portada de BOCAS es el actor Juan Pablo Raba. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Empezó desde muy joven haciendo estas cosas. ¿Quién lo apoyaba en su casa, quién le daba plata?

Plata, nadie; apoyo, mi mamá.

¿De dónde sacó la plata para su primera empresa?

De ningún lado. Como yo daba cursos, ahorraba esa plata; hacía los siguientes cursos y ahorraba más plata. También la conseguí con mis primeros proyectos haciendo software. Además, yo solía dar clases para universidades y con ese trabajo compré los primeros servidores. Rápidamente logré ponerle publicidad y la plata que usaba la reinvertía. Eso es todo.

¿Cómo consiguió dar clases en universidades si no había estudiado en una universidad?

Porque yo tenía un conocimiento que nadie más tenía, sabía hacer cosas de tecnología para lo que ellos no encontraban profesores, entonces yo era el profesor. Dicté clase en la universidad Piloto de Colombia. Irónico, ¿no? Dicté un taller en la Universidad Nacional, di clases en la Universidad San Ignacio de Loyola, en Perú, y en el Tec de Monterrey, en Sinaloa.

¿Lo que enseñaba lo aprendió por su propia cuenta?

Sí, compré unos libros, más los proyectos en los que trabajé. Eran un libro de Macromedia Flash, un manual de una calculadora Casio que me enseñó a programar y un libro de introducción a Visual Basic.

¿Cómo conoció a Christian Van Der Henst, su socio?

Christian era mi competidor y quería conocerlo, entonces lo entrevisté para mi sitio web. Fue en el 2005.

¿Cómo crearon la sociedad? 

Yo quería que trabajáramos juntos, pero no estaba seguro de crear empresa, en parte, porque yo no sabía cómo y él sí sabía, pero yo me sentía desconfiado, lo cual es injusto, porque Christian es la persona más confiable del mundo, es absolutamente ético. Me tuvo paciencia y ahí lentamente me fue explicando los mecanismos a través de los cuales uno construye una compañía.

¿Cómo fue la experiencia de un curso en México que casi sale mal?

Nuestro primer curso en conjunto fue uno de HTML5, que en la época era la tecnología más innovadora para hacer sitios web. Lo hicimos en Argentina y quebró, porque lo hicimos en diciembre y en diciembre no hay argentinos en Argentina, pero Christian me animó a que no nos rindiéramos y nos fuimos a hacerlo en Ciudad de México. Allí nos pasó lo contrario, hubo mucha demanda y la persona que nos ayudó a conseguir el auditorio, que era una empresa famosa de telecomunicaciones mexicana, nos quedó mal dos días antes de que empezara el curso, nos dijo que ya no teníamos auditorio. Christian se recorrió todos los hoteles de la Avenida Reforma, que es una de las avenidas principales de Ciudad de México, preguntando quién tenía un auditorio para el viernes y encontramos uno que nos ayudó, un auditorio horrible, pero nos pusieron toda la infraestructura que necesitábamos y fue gracias a ellos que la idea despegó. Es una historia de que rendirnos no es una opción y eso nos ha pasado muchísimas veces.

Crearon Platzi y después empezaron a llegarle reconocimientos. ¿Qué significan para usted?

¡Uy!, no sé qué tan honesto puedo ser acá. Por un lado, estoy muy honrado, porque son un símbolo para el equipo. Nunca los veo como algo mío, yo soy la cara visible de Platzi, pero Platzi son cientos de personas, millones de estudiantes construyendo algo impresionante.

También intento ser muy pragmático y eso significa que uno no puede pagar la nómina con premios, uno paga la nómina facturando. Son chéveres, ayudan a que los clientes tengan mayor confianza en la marca y eso uno lo factura, pero uno tiene que ser muy consciente de que esa no es la forma en la que lo juzgan a uno, uno es juzgado por el impacto que causa en la gente que usa el producto. Si estoy logrando que mis estudiantes tengan una mejor vida y tengan un mejor salario, si estoy logrando que las empresas que usan Platzi crezcan más y entrenen más a sus empleados y sus empleados eleven su calidad de vida, eso sí es éxito.

¿Cómo se le ocurrió que la educación virtual iba a ser lo que es hoy? ¿Cómo nació esa idea tan visionaria?

Sabes, estoy en contra de la perspectiva de la visión. Yo no tuve una visión de que esto iba a venir para acá y creo que los emprendedores que dicen que la vieron están mintiendo. Lo que pasó es más o menos así: uno empieza a tener mucha cercanía con el dolor de un grupo de usuarios, yo tenía mucha cercanía con mis estudiantes y esa cercanía me permitió entender que los estudiantes tienen necesidades. Cuando hicimos los cursos presenciales, nosotros veíamos estudiantes que se montaban a un bus dos días para ir a ver nuestros cursos, estudiantes que llegaban con el computador de escritorio en cajas porque no tenían laptop, estudiantes que realmente iban a extremos brutales y estudiantes que no eran estudiantes y nos mandaban un e-mail. Nos decían: “Oigan, ¿cuándo van a venir a mi ciudad?”, y siempre la respuesta era: “Pues no voy a ir, yo tengo una cantidad limitada de tiempo”. Y lentamente empezamos a experimentar cómo hacemos los cursos más grandes, cómo los hacemos de 50, de 80, de 100, de 150 personas, cómo hacemos esto por internet, cómo llegamos a más personas, con el mismo nivel de calidad, y la vuelta fue hacer educación online. Platzi es así de chiquito comparado con lo que puede ser. Aún no hemos llegado ni siquiera al uno por ciento de nuestro mercado.

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Vega confiesa que es un apasionado por volar, pero todavía no tiene licencia. Foto:Archivo particular

Respecto a la visión. Ustedes ofrecen lo que la gente está buscando hoy para educarse: cursos rápidos, prácticos, económicos. Cuando Platzi se creó esto no era una tendencia, pero ahora sí lo es.

Sí, es verdad, y eso también significa que hay muchos más competidores y que es mucho más difícil consolidar el mercado comparado a cómo era antes, pero eso no es la visión. Voy a poner un ejemplo: Google tenía como visión organizar la información del mundo y la siguen teniendo. La misión de Platzi es transformar América Latina en una potencia en tecnología, pero muy rara vez uno se imagina dónde va a terminar el producto. Yo estoy seguro de que Google no se imaginaba que iban a terminar haciendo teléfonos o construyendo los servidores más grandes del planeta ni organizando el mapa más importante del planeta ni teniendo el servicio de email más importante del planeta.

¿Le ha pasado algo así?

Platzi tiene unos sistemas de inteligencia artificial para evaluar inglés, para evaluar liderazgo y capacidades de programación. Yo no me esperé que parte de la función de Platzi fuera construir modelos de inteligencia artificial para evaluación automática de habilidades humanas. Yo me imaginé que para allá iba a ir la cosa, pero no me imaginé que nosotros fuéramos a ser el componente que construye esa cosa. Por ejemplo, nuestro test de inglés es extremadamente popular y tiene un 94 por ciento de precisión con el Toefl, que es el test oficial de inglés. Yo no iba a enseñar inglés, para mí este es un mercado supersaturado, y fue una persona de mi equipo quien me dijo: “Freddy, solamente cuesta medio millón de dólares hacer una escuela de inglés”. Terminó costando mucho más, pero terminó funcionando y la escuela de inglés es nuestra segunda escuela más popular en este momento.

¿De dónde saca las ideas que se le ocurren?

Vuelvo al punto de visión. Creo que es incorrecto asignarle a una persona esa capacidad creativa, porque realmente lo que ocurre no es que uno tenga una idea increíble, sino que uno tiene principios fundamentales sólidos y sobre esos construye. El mío, en particular, es hablar con la gente; soy muy empático y eso lo combino con curiosidad intelectual, y de ahí salen las cosas. 

Le gustan los aviones, los helicópteros, vuela ambos.

Mi hermano es piloto y me lleva a volar; también tengo otros amigos pilotos. Yo he sido negligente y no he terminado de hacer lo que necesito para sacar la licencia, entonces no puedo volar solo.

¿Le gustaría tener su propio avión?

Pero chiquito, un avioncito. Yo no quiero tener un jet gigantesco estilo Maluma, pero sí, sin duda, yo tendría mi propio avión. Lo que pasa es que los aviones chiquitos no son prácticos, son un juguete.

También le gusta la ciencia ficción. Escribe ciencia ficción. ¿Va a publicar?

Ojalá. Hace poquito hablé con una editorial y me explicaban que la ciencia ficción es el género que menos vende, entonces a uno le duele el corazón.

Le gustan los cómics.

Sí, me encantan. Leo cómics todos los días. Yo solía hacer cómics como parte del trabajo de Cristalab; todos los sábados yo publicaba uno.

¿Si tuviera hijos los llevaría a la universidad?

El objetivo de la pregunta es si yo creo que sería una buena idea y la respuesta es: yo creo que sería una buena idea, las universidades son una gran idea, son probablemente la mejor idea de la humanidad, son el mecanismo natural para crear nuevas ciencias, para descubrir cosas nuevas, son uno de los poderes diplomáticos suaves más importantes de un país, por ejemplo, y son fundamentales para que una democracia funcione. Cuando las universidades son débiles, la democracia se va al carajo, y cuando las democracias son fuertes, casi siempre es porque las universidades son fuertes. Solo no hay que olvidar que la universidad es un mecanismo exclusivo de educación y por definición excluyente; no tenemos un mecanismo inclusivo de educación superior.

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