Javier Cercas: 'En la propia Iglesia han considerado a Francisco un hereje, el anticristo'

hace 2 semanas 19

La propuesta llegó en mayo de 2023. El escritor español Javier Cercas —autor de libros fundamentales como Soldados de Salamina o Anatomía de un instante— estaba en medio de una firma de libros en Turín cuando le avisaron que un alto representante del Vaticano lo buscaba. Ateo, anticlerical, “laicista militante”, “racionalista contumaz” —como se define—, Cercas se sorprendió con la oferta que le hizo el emisario: querían que acompañara al papa Francisco durante su visita a Mongolia con el objetivo de que escribiera un libro. Sería un libro sobre el viaje, sobre el Papa, sobre la Iglesia, sobre el Vaticano. En fin. Como quisiera hacerlo, sin revisiones de por medio. 

Lo primero que se le atravesó como respuesta fue: “¿Es una broma?”. Cercas terminó por aceptar, con una condición: tener la oportunidad de hablar con el Papa a solas, así fuera unos minutos, para hacerle una pregunta. Durante años había oído a su madre decir que cuando muriera iba a reencontrarse con su marido, ya fallecido. El escritor quería llevarle a su madre la respuesta del Papa respecto a esto: si en realidad iba a darse ese encuentro. Una pregunta sobre la resurrección. Nada menos. Un tema esencial para el catolicismo. El resultado de esta aventura es El loco de Dios en el fin del mundo, un libro que por momentos tiene tono de thriller y en el que un loco “sin dios”, Cercas, persigue al “loco de Dios”, Francisco, hasta Mongolia, y hace un retrato de él desde diversos ángulos.

En el libro usted revela que en Roma había sacerdotes que rezaban para que Francisco se muriera, “por el bien de la Iglesia”. Un dato tan impresionante que no parece verdad...

No solo es verdad, sino que hubo muchos más. Estos eran en Roma, pero en España han pillado a otros. Se reunían desde el principio de su papado. En la propia Iglesia han considerado a Francisco un hereje, el anticristo. Porque los cambios que hizo no fueron banales. Yo no soy un fan de Francisco, pero no se puede negar la verdad. Está el tema de la pederastia, por ejemplo, que en los últimos papados se metió debajo de la alfombra. Este hombre dijo: el problema existe. Y tomó medidas. ¿Suficientes? No. Pero la gente no sabe lo que es la Iglesia. Él hubiera podido hacer los cambios que quería, pero a un precio que decidió no pagar. Muy razonablemente.

Usted habla de la distancia entre Jorge Mario Bergoglio y Francisco. Se refiere a Bergoglio como un hombre “que interpreta el papel de Papa”. Después de dos años de investigación, ¿cuál es su mirada sobre él?

Lo que define a Jorge Bergoglio es que es un hombre en lucha consigo mismo. No es el personaje plano que presentan los medios de comunicación. Es mucho más complejo. Un hombre muy consciente de sus propias fallas, de sus propios defectos, de sus pecados —como diría él—, y que ha luchado hasta el último instante para vencerlos. Bergoglio y Francisco son distintos, pero también son el mismo. Cuando lo eligieron Papa, sus primeras palabras en la Capilla Sixtina, después de decir “sí, acepto”, fueron: “Pero soy un pecador”. Me permito corregirlo. Creo que debió decir: “Sí, acepto, porque soy un pecador”. El Papa es un pecador como los demás. Pedro, que fue el primero, no fue elegido por Jesucristo porque fuera el más fuerte o el mejor, sino porque era un pecador. La Iglesia es el lugar de los pecadores, de los que fallan, de los débiles. Esa es la Iglesia de Cristo de verdad. Lo otro es un invento que se ha ido creando con los siglos, una falsificación.

Funeral papa Francisco.

Funeral del papa Francisco. Foto:AFP

Y más allá del hombre, de Bergoglio, ¿cómo ve su papado?

Se ha usado la palabra revolución, la palabra reforma. Si hablamos de lo doctrinal, por supuesto que no ha habido ninguna revolución. Prácticamente no tocó la doctrina. Si por revolución se entiende un cambio total, la respuesta es que no lo hubo. La idea de que el Papa pueda cambiar radicalmente la Iglesia es absurda. Ahora, si se considera revolución seguir el camino que plantea el Vaticano II, entonces sí se puede hablar del inicio de un gran cambio, de una revolución que consiste en volver a la Iglesia primitiva. Esto es lo que intentó hacer Francisco. Cuando a él le preguntaron qué quería hacer en el papado, contestó: sacar a Cristo de la sacristía y ponerlo en la calle. Eso significa volver al cristianismo primitivo, al cristianismo de un señor que decía cosas peligrosas, que andaba con putas y con desgraciados, que era un revolucionario de verdad y que por eso lo mataron. Eso es el Vaticano II. Y eso se refleja en los grandes cambios que señaló Francisco. La gente dice que se ha quedado a medias. No, se ha quedado en un cinco por ciento. Porque para cambiar la Iglesia, para conseguir lo que proponía Bergoglio, no hace falta un papa, sino cincuenta que vayan en la misma dirección. O cien.

Pero en el libro usted mismo lo dice: lo hubiera podido hacer. El que manda ahí es el Papa...

Claro. Pero él conocía muy bien la Iglesia. La gente dice que podía haber decidido que las mujeres fueran sacerdotes, por ejemplo. En el instante en que hubiera hecho eso se da un cisma. No te quepa la menor duda. Francisco dio pasos en esa dirección. La palabra más importante de su papado es sinodalidad, que significa una suerte de “democratización” de la Iglesia, volver a la Iglesia primitiva en la que las decisiones se tomaban de manera “asamblearia”. Él intentó volver a eso y notó que había cosas para las que la Iglesia no estaba preparada. ¿Podía haberlas impuesto? Sí. ¿A qué precio? Al precio de un cisma, seguro. Solamente por lo que hizo, las resistencias que afrontó fueron salvajes.

Papa Francisco

Desde el inicio del papado, Francisco mostró una forma diferente de hacer las cosas en el Vaticano. Foto:AFP

Dice que no es fan de Francisco, pero que algo los une: el anticlericalismo, característica que muchos no han reconocido en el Papa...

Ese es uno de los cambios más profundos que imprimió Francisco en el discurso de la Iglesia. La clave, de nuevo, es el retorno al cristianismo profundo. La idea fundamental es que el clericalismo es el cáncer de la Iglesia. Los laicos no sabemos esto, pero los cardenales y los obispos sí, porque ha sido una constante en el discurso del Papa. Un clericalismo que podría resumirse en la idea de que el sacerdote está por encima de los fieles. Esto es catastrófico. El clero, para Francisco, no puede estar por encima. Forma parte de los fieles. Más aún: él dice que el sacerdote tiene que estar delante de los fieles, para guiar; dentro, porque forma parte de ese rebaño; y detrás, para ayudar a los que no pueden seguir. En esos tres sitios, pero nunca arriba. Del hecho de estar arriba viene gran parte de los desastres de la Iglesia. Los abusos sexuales no son más que un abuso de poder. Yo soy más poderoso que tú, así que te obligo a hacer determinadas cosas. Otro punto fundamental es el anticonstantinismo. Porque la asociación del poder político y la Iglesia también ha sido catastrófica. Eso lo sabemos en países como España o Colombia, donde se ha sufrido. En fin, nosotros hemos vivido una perversión del cristianismo. Eso lo pensaba Bergoglio. No lo podía decir, probablemente. Pero este tipo de cosas poco se han destacado. De lo único que se habla —y en estos días se ha confirmado, tras la muerte de Francisco— es de política, de alguna declaración que dio, por ejemplo lo de Charlie Hebdo...

Pero la verdad es que el papa Francisco, y usted lo registra en el libro, tuvo muchas metidas de pata, por decirlo de alguna manera. El comentario que hizo sobre el atentado al semanario Charlie Hebdo, por ejemplo, se interpretó como una suerte de justificación a ese acto criminal...

Cometió errores brutales. Lo de Charlie Hebdo fue espantoso. Fue el peor momento de su papado, sin la menor duda. Él improvisaba. Decía cosas que no estaban en el guion. Un papa, en teoría, como jefe de Estado, dice lo que le corresponde decir. Este señor no lo hacía. Era un tipo complejo, que se presentaba como alguien normal y corriente. A muchos católicos eso no les gustaba, como no les gusta la visión radical del cristianismo primitivo. Hay quienes prefieren un papa semidivino, un papa por el cual no hay que rezar, sino que reza por nosotros, que cuida de nosotros. Una cosa más tranquila, más conservadora, más de orden. Lo que ha sido la Iglesia tradicionalmente. Bueno, ese no fue el camino de este hombre.

Lecturas

Portada del libro de Javier Cercas sobre el Papa. Edita Random House. Foto:Random House

Desde el inicio de su papado mostró un modo diferente de hacer las cosas. Los lugares que decidió visitar, por ejemplo. Empezó por Lampedusa. Y también Mongolia, a donde usted lo acompañó, un lugar en el que solo hay 1.500 católicos. Eso ya era una declaración de principios...

Evidentemente. ¿Por qué me elige a mí? Porque yo también estoy en la periferia. He sido católico, como la inmensa mayoría, y ya no lo soy. Sus enemigos afirman que él no hablaba para los católicos, sino para los no católicos. El Papa de los ateos, dicen. Falso. El 90 por ciento de lo que ha dicho ha sido para los católicos. Ahora, es verdad que tenía esa idea de ir a la periferia, que es donde está la renovación. La periferia social, la pobreza, donde viven los que no tienen dónde caerse muertos. La periferia geográfica, donde ya no está el cristianismo. La periferia religiosa, los musulmanes, los budistas, los ateos. Pero eso es lo que hacen los misioneros. Para Francisco —y esto es una interpretación mía— el cristiano real es el misionero. Porque es el que lleva hasta el fin lo que dijo Cristo: déjalo todo y sígueme.

Los cambios que hizo no fueron banales. Yo no soy un fan de Francisco, pero no se puede negar la verdad. Está el tema de la pederastia, por ejemplo, que en los últimos papados se metió debajo de la alfombra. Este hombre dijo: el problema existe. Y tomó medidas.

Acaba de preguntarse: “¿Por qué me elige a mí?”. ¿El Papa fue quien lo escogió para que escribiera este libro?

Paolo Ruffini, el prefecto del Dicasterio para la Comunicación, fue quien tuvo la idea. Pero sin el consentimiento del Papa no se hace. De hecho, cuando yo hablé la primera vez con Francisco, él ya lo sabía. Ahora, ¿por qué yo? No tengo ni idea. Esa es la única pregunta que en estos dos años no hice y no pienso hacer.

La mayoría de cardenales que elegirán al nuevo papa en el próximo cónclave los nombró Francisco. ¿Cree que esto es garantía de que el que venga va a seguir por el camino que él trazó?

No es garantía. Él desitalianizó profundamente la Iglesia, la deseuropeizó. Y eligió a los que consideraba mejores. Pero eso no significa que todos vayan a votar en favor de seguir sus reformas. Lo que sí no va a ser tan fácil es volver atrás, como algunos creen. La teoría que se impuso al principio fue: en el mundo existe hoy una ola reaccionaria, por lo tanto la Iglesia va a adaptarse a eso. Creo que un volantazo radical, reaccionario, va a ser muy difícil que se presente. Hay dos posibilidades. Una es que digan: vamos a seguir con las reformas, aunque no radicalmente porque esto ha sido una sacudida enorme. Dos, vamos a aparentar que seguimos, pero no seguimos. Es decir, vamos a tirar un poquito para atrás, a frenar un poco. La Iglesia es una cosa muy complicada. Por algo lleva dos mil años y ahí está.

En esta trilogía, Cercas cambió su habitual registro literario y se centró en la novela negra.

Cercas tenía una pregunta clave para  Francisco con el fin de llevarle la respuesta a su madre. Foto:EFE

Y usted dice que, si creyera en milagros, ese le parecería un buen ejemplo de ellos: que la Iglesia haya perdurado a pesar de todo...

Cayó el Imperio romano, que tenía el mundo. Cayó el Imperio español, que tenía el mundo. Todo cayó. Y la Iglesia sigue ahí. En el hecho de mantenerse ha influido que los cambios implementados han sido siempre muy lentos. La Iglesia nunca ha realizado modificaciones radicales. Bergoglio lo decía: un cambio radical no es firme, te lo pueden tirar atrás enseguida. Uno sólido aguanta, pase lo que pase. Por eso algunos de los que él hizo no va a ser fácil revertirlos.

En El loco de Dios en el fin del mundo, en el que también hay mucho humor, cuenta que su esposa le dijo que tuviera cuidado porque podía volver de esta travesía como “un soldado de Francisco”. ¿Cómo regresó de este libro?

Regresé totalmente distinto. En todos los sentidos. Si tu pregunta es si he vuelto a la fe de mis 14 años, la respuesta es que si lo hubiese hecho no puedo contarlo. Pero hoy mi visión de la Iglesia es más compleja de lo que era. Infinitamente más. Lo mismo mi visión del cristianismo. Siempre había visto al cristianismo —igual que Nietzsche— como una religión de sumisos: pórtate bien en esta vida que luego viene lo bueno. Lo que significa una forma de desvalorizar la vida, porque la de primera categoría es la otra. Pero me he dado cuenta de que en ningún sitio está dicho que esta vida sea de segunda, al contrario. Por otro lado, lo que hay en el cristianismo no es obediencia, sino rebelión. Cuando mi madre decía ‘yo voy a ver a tu padre’, lo que estaba diciendo era: ‘me la he pasado de puta madre con él y no me da la gana de que eso se acabe’. La idea de la resurrección de la carne y la vida eterna es una forma de rebelión. Significa decir: no queremos la muerte. Y no hay rebeldía más salvaje que no aceptar la muerte.

MARÍA PAULINA ORTIZ

Cronista de EL TIEMPO

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