Para muchos conservadores tradicionales, Donald Trump, con su actitud agresiva y vulgar, es lo opuesto al expresidente Ronald Reagan, reconocido por su optimismo y trato amable. Por ejemplo, recuerdan que mientras Reagan, en un discurso en 1980, le pedía a Gorbachov que tumbara el muro de Berlín, Trump promete construir uno para impedir la inmigración. Pero también comparan a Reagan, gravemente herido tras el atentado de 1981, haciendo bromas con su esposa y los doctores, con un Trump que reaccionó tras recibir un disparo en su oreja, en junio pasado, levantando desafiante su puño y llamando a sus seguidores a luchar (fight!).
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Ronald Reagan dominó la política estadounidense en la segunda mitad del siglo XX como lo había hecho Franklin Roosevelt en la primera, aunque con ideologías bastante diferentes. Sus partidarios de derecha creían que Reagan, más que cualquier otro individuo, merecía crédito por revitalizar la economía estadounidense, restaurar la fuerza y la moral nacionales, ganar la Guerra Fría y promover la libertad económica y política en todo el mundo.
Sus críticos en la izquierda lo acusaban de belicista y de ser un gobernante desalmado, que siempre buscaba eliminar el gasto social, y lamentaban que el republicano hubiera empujado la política estadounidense muy hacia la derecha que incluso demócratas como Bill Clinton tuvieron que adoptar el mensaje conservador de “la era del gran gobierno ha terminado”.
Qué tanto crédito de verdad merece Reagan es lo que trata de responder la nueva biografía del expresidente: Reagan: His life and legend, escrita por el historiador Max Boot, y que repasa, en más de 800 páginas, toda la vida del cuadragésimo presidente de los Estados Unidos. Uno de los aspectos que llama la atención es que describe varias conductas de Reagan que treinta años más tarde se observan en Trump.
Boot confiesa que creció adorando a Reagan, y cuenta cómo durante su investigación para el libro, por más de una década, descubrió grandes contradicciones en la vida del presidente republicano.
Nacido en 1911, en el pequeño pueblo de Tampico, Illinois, Ronald Reagan creció en un hogar pobre, con un padre alcohólico que frecuentemente perdía su trabajo, lo que obligó a la familia a mudarse de varias ciudades. Como se movían tanto, Ronald, a quien apodaban “Dutch” y era bastante tímido, nunca desarrolló amistades cercanas en el colegio o la universidad. Fue un lector voraz y tenía una memoria prodigiosa que le fue muy útil para memorizar libretos cuando se hizo actor, y luego para sus discursos durante su carrera política.
La fama de la televisión
Alcanzó cierta fama como actor antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque luego fue relegándose a papeles menores. Después de sus años como actor, fue nombrado presidente del sindicato de actores de Hollywood, cargo durante el cual se convirtió en un gran orador público. Pero fue durante su tiempo como presentador del programa de televisión General Electric Theatre, de alta sintonía, que se dio a conocer al público con la imagen de una persona amable y de convicciones tradicionales.
En esa época, Reagan consolidó su transformación convirtiéndose en un feroz anticomunista, abandonando su admiración por Franklin Roosevelt y el New Deal al que terminó equiparando al fascismo. Repetía las acusaciones infundadas contra actores que supuestamente eran espías rusos, y llegó a ser colaborador del FBI, entregándole a la agencia nombres de colegas suyos de quien sospechaba de tener simpatías de izquierda.
Con ese giro a la derecha, Ronald Reagan se convirtió en el tribuno de la clase media blanca, hastiada de la contra-cultura de los años 60s y 70s, e hizo popular el nuevo conservatismo. En 1966, en el estado de California, solo el 10 % de los blancos tenían educación universitaria, y aunque la ley de protección de los derechos civiles y laborales, aprobada en 1964, había dado finalmente garantías a las minorías y los trabajadores, también había generado resentimiento entre los blancos sin educación universitaria que se sentían, a su manera, discriminados. Reagan criticó la ley, lo que lo hizo popular con ese segmento. El péndulo político volvía a girar a la derecha.
Donald Trump también debe su fama en gran parte a un programa de televisión. Fue el reality The Apprentice lo que lo catapultó, y por años ayudó a crear la falsa imagen de que Trump era un exitoso hombre de negocios.
En su vida personal, su incapacidad para expresar amor lo distanció de sus hijos. Los dos hijos de Reagan con su primera esposa, la actriz Jane Wyman, y los otros dos que tuvo con Nancy Reagan no se llevaban bien con sus padres, ni entre ellos, y desarrollaron toda una variedad de comportamientos autodestructivos.
La única persona verdaderamente cercana a Reagan y que fue su gran amor, fue su segunda esposa, Nancy. Ella fue su gran relacionista pública e impulsora de su carrera política. Para muchos de sus allegados, Reagan jamás hubiera llegado a la presidencia sin ella.
Un líder ausente
Reagan fue elegido dos veces gobernador de California (1967-1975). Desde su paso por la presidencia del sindicato de actores, un grupo de exitosos empresarios conservadores había decidido que Reagan era la persona que mejor expresaba lo que ellos pensaban y el cambio que se requería en el país.
Boot explica en su biografía que, aunque esos millonarios que financiaron a Reagan y le abrieron el camino a la gobernación y a la Presidencia, en su momento dijeron que lo habían apoyado por el bien del país, habían sido grandes beneficiarios de las reducciones de impuestos (Reagan logró bajar la tasa de tributación federal más alta del 70 % al 29 %). También Boot resalta que pese a que Reagan contaba con un equipo de millonarios que lo asesoraban y financiaban, él era la estrella y el dueño del libreto.
Tanto como gobernador de California y como presidente (1981-1989), Reagan se destacó por delegar muchísimas de las decisiones más cruciales entre su equipo más cercano. Boot cuenta que Reagan ni sabía ni le interesaba la parte operativa y administrativa de gobernar. Su secretario del Tesoro, Don Regan, dijo en una ocasión que en cuatro años nunca lo vio a solas, y Reagan jamás le dijo qué objetivos quería lograr en la economía. Reagan siempre asumió un rol de líder ejecutivo sumamente pasivo, y era su guardia pretoriana, de exitosos empresarios, la que tomaba las decisiones.
Como presidente, Reagan fue un político pragmático. Aunque ideológicamente se oponía a los impuestos, aceptó incrementos tributarios importantes en sus negociaciones con el Congreso. Se oponía a los derechos civiles y de igualdad, pero puso a la primera mujer en la Corte Suprema. Siendo furibundo anticomunista, negoció varios acuerdos reduciendo los arsenales nucleares con la Unión Soviética. Le encantaba criticar al gobierno, pero permitió un incremento importante en los subsidios a los pobres y en el tamaño del gobierno federal. “Reagan podía ver al mundo en blanco y negro, pero gobernaba en gris”, dice Boot.
“Reagan podía ver al mundo en blanco y negro, pero gobernaba en gris”.
El historiador destaca que Reagan desarrolló un aspecto de su personalidad durante su paso por la presidencia del sindicato de actores y la televisión: el convencimiento de sus propias fantasías, repitiéndolas incesantemente, ignorando a quien lo contradijera, algo en lo que, admite Boot, Reagan se anticipó a Trump.
En su juventud, como locutor de deportes en la radio varias veces, por fallas técnicas, tuvo que inventar lo que sucedía en los partidos de béisbol. Como presidente del sindicato de actores, viajó por todo el país, y perfeccionó una manera especial de conectarse con todo tipo de audiencias.
Las principales fantasías (delusions) de Reagan eran, según Boot: (i) los Comunistas estaban muy cerca de tomarse el poder en los Estados Unidos; (ii) recortar impuestos incrementaría los ingresos del gobierno, y (iii) las armas satelitales como los láseres o los rayos de partículas podrían detener cualquier ataque nuclear.
A pesar de que los expertos del Pentágono le aseguraban que las armas espaciales estaban muy lejos de ser funcionales, Reagan estaba tan convencido de preservarlas, que ese fue el obstáculo para que no se firmara un pacto con la Unión Soviética para eliminar todas las armas nucleares en 10 años. Cuando le preguntaron a su asesor de prensa, Larry Speakes, por las persistentes mentiras de Reagan, se encogió de hombros y contestó: “Si tu cuentas la misma historia cinco veces, se vuelve verdad”.
El racismo
Fue en la campaña para gobernador de California que Reagan inauguró el uso del manual para la “reacción blanca” (white backlash) para aglutinar apoyos. La estrategia la usó Richard Nixon en 1968 y Trump en todas sus campañas. Consiste en utilizar un lenguaje cargado, en apariencia neutral, para apelar a esa “silenciosa mayoría blanca” que resiente a las minorías. Reagan, criticaba los programas sociales como dádivas para mujeres negras, que “no trabajan, sino que beben alcohol y tienen bebés”, utilizando reportes de familias negras pobres, a pesar de que la mayoría de los beneficiarios de los programas eran blancos. Este tipo de lenguaje ha sido una de las tácticas más utilizadas por Trump en su vida política.
La doctrina Reagan
Desde el comienzo de su presidencia, los temas de política exterior que interesaban a Reagan eran apoyar el Sindicato Solidaridad, única oposición al gobierno de Polonia, y Centro América, a la que veía como la puerta del comunismo hacia Estados Unidos. Los conflictos del Medio Oriente, la Guerra Fría con la Unión Soviética, los relegó. También Reagan, obsesionado con que la amenaza comunista a Estados Unidos estaba en su “patio trasero”, y con sus temores azuzados por sus asesores alarmistas, perdió el norte y autorizó acciones ilegales.
El Congreso pasó una ley que prohibía utilizar fondos del gobierno para apoyar un golpe de estado en Nicaragua, pero la CIA, bajo Bill Casey, la ignoró, y Estados Unidos financió el entrenamiento de los contras en Argentina, para invadir a Nicaragua y tumbar el gobierno Sandinista. Los recursos salieron de la venta ilegal de misiles a Irán, cuyo gobierno estaba bajo embargo. Al destaparse esto causó el mayor escándalo de su administración. Aunque Reagan estaba al tanto, miles de documentos fueron destruidos por sus asesores, y la mayoría de las personas condenadas fueron perdonadas por su sucesor, George Bush, también implicado.
Tres décadas después de Reagan, con Trump controlando el partido Republicano, banderas de Reagan como la libertad personal y el libre comercio se han esfumado. Siguen vigentes la hostilidad a los derechos de las minorías y a los programas sociales.
NICOLÁS LLOREDA
Para EL TIEMPO