El lunes 29 de julio había un silencio triste en todo el país y aturdía esa falta de ruido. Casi nadie había salido de su casa. Un día antes se celebraron las elecciones presidenciales en las que con pruebas en mano la oposición demostró su triunfo pero el chavismo, que controla todas las instituciones, se apropió de la victoria, desencadenando una represión sin precedentes que terminó con el encarcelamiento de más de 2.500 personas, incluyendo niños y dejando “el mayor número de presos políticos en Venezuela en el siglo XXI”. En la siguiente crónica se narran algunos testimonios de menores de edad privados de libertad.
Por: Ana María Rodríguez Brazón
El lunes 29 de julio había un silencio triste en toda Venezuela y aturdía esa falta de ruido. Casi nadie había salido de su casa. Un día antes se celebraron las elecciones presidenciales en las que con pruebas en mano la oposición demostró su triunfo pero el chavismo, que controla todas las instituciones, se apropió de la victoria, desencadenando una represión sin precedentes que terminó con el encarcelamiento de más de 2.500 personas, incluyendo niños y dejando “el mayor número de presos políticos en el siglo XXI” en ese país. En la siguiente crónica se narran algunos testimonios de menores de edad privados de libertad.
“¡No puedo respirar!”, escuchó una joven de 26 años mientras corría, escapando de un grupo de policías y civiles armados que disparaban tiros al aire y bombas lacrimógenas. Al voltear, se dio cuenta de que su prima de 15 años estaba en el piso. La niña, conocida por sus dotes para la música, la danza y el modelaje, quedó en medio de los gases de las explosiones, le faltó aire y se desmayó. Cayó cerca de unos uniformados. Una escena de miedo, una que la hizo colapsar.
Eran las cinco de la tarde del 29 de julio de 2024. Casi 24 horas antes, los centros de votación para las elecciones presidenciales habían cerrado en Venezuela. La Policía estaba en varias calles apresando a todo el que no pudiera escapar, sin importar la edad. Los desmayados eran los primeros prisioneros. Al perder su consciencia, no sabían el horror que estaban a punto de vivir.
La mañana de ese día en Caracas parecía fantasmal. Solo unos pocos comercios se atrevieron a subir sus santamarías y apenas unos pocos carros circularon por las avenidas. Ni el sol quiso salir con fuerza, algunos rayos se dejaron entrever en medio de las nubes grises que parecían como trasnochadas y reflejaban el mismo semblante de las pocas personas que caminaban cabizbajas e incrédulas tras lo que acababan de oír por las emisoras radiales y los canales de televisión.
“Habiendo llegado al 80 por ciento de transmisión, cumplimos con emitir el primer boletín que marca una tendencia contundente e irreversible. Nicolás Maduro Moros, del Gran Polo Patriótico obtuvo 5.150.092 votos con un 51,20 por ciento. El candidato Edmundo González de la Mesa de la Unidad obtuvo 4.445.978 votos, un 44,2 por ciento”, sentenció en la madrugada Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral, oficializando la segunda reelección del presidente Maduro.
Un triunfo que pareció no alegrar a nadie, al menos a simple vista. Pocos estaban celebrando. Ni siquiera había euforia entre los simpatizantes del mandatario que ha gobernado el país de manera ininterrumpida desde 2013 tras la muerte de Hugo Chávez Frías.
“El chavismo lo volvió a hacer”, repetía el encargado de un mostrador en una panadería del centro de Caracas al tiempo que cobraba los cafés que despachaba a los pocos que intentaban salir a la calle para obtener respuestas.
Y mientras que ese lunes el silencio y desasosiego reinaban, el país era el centro de conversación de los medios internacionales y se convirtió en la principal tendencia en redes sociales.
“Tenemos más del 40 por ciento de las actas, Maduro no ganó, nosotros ganamos (...) Después de las 6 p. m., el Consejo Nacional Electoral dejó de transmitir los resultados. Nosotros ganamos”, afirmó una decidida María Corina Machado, quien luego de ser inhabilitada para ejercer cargos públicos por el régimen, respaldó la candidatura de González y lucía decidida a defender la voz que la mayoría del pueblo alzó en las urnas.
Pero la gente atónita no comprendía el mensaje, ni en la madrugada ni al amanecer ni en los siguientes días. El bloqueo mental era alimentado por las ideas de que Maduro y su cúpula estarían seis años más en el poder y seguiría la emigración que ya supera los ocho millones de personas. También pensaban en el salario mínimo de 3 dólares mensuales que ni alcanza para un almuerzo en un lugar sencillo donde para comer se necesitan al menos 5 dólares —toca pagar en esa moneda porque el bolívar venezolano se devalúa cada día; un dólar estadounidense equivale a 40 bolívares.
Los barrios más pobres se declararon en rebelión —nadie lo imaginó— y masas humanas comenzaron a tomarse las calles de varios estados del país. Pese a que en Caracas llovió, la gente salió con banderas y exigió que se dijera la verdad. Varios hasta intentaron llegar a la sede del Gobierno, el palacio de Miraflores.
— “Ganamos”, “Maduro perdió”, “¡vete!”, “déjanos por favor”, “llévate todo, no irás preso, vete ya” — gritaban los manifestantes decididos a llegar al palacio presidencial. Cientos caminaban desde el famoso barrio de Petare en dirección a Miraflores. Otros desde las zonas populares de Catia, 23 de enero y Quinta Crespo, los mismos lugares en los que el 11 de abril de 2002 salió la gente a “rescatar” a Hugo Chávez, cuando recibió un golpe de Estado. Sus seguidores, que se contaban por centenares, lograron que el día 13 de ese mes, “el comandante” retomara su mandato.
Pero, 22 años después, estos mismos ciudadanos se encontraron con lo peor: balas, represión y cárcel. Una furia de quien se ha sostenido en el poder a la fuerza.
Cerca de Miraflores se oyeron disparos. Muchos salieron despavoridos con sus banderas en mano. Unos 10 civiles armados pagados por el régimen, conocidos como colectivos, atacaron con balas. Los manifestantes se atrincheraron en la avenida Urdaneta y Fuerzas Armadas, a varios metros del Palacio, pero no pudieron avanzar. Entonces, levantaron algunas barricadas y prendieron fuego.
Quienes venían de lugares pobres como Petare —uno de los barrios más populosos y peligrosos de América Latina— y otras zonas residenciales como Los dos caminos, Chacao y Altamira, ni pudieron llegar cerca porque la Policía y la Guardia Nacional los detuvieron.
— “Nos disparan, no sé qué pasa”, “corran corran, vienen los de verde”, “vienen los colectivos”, “están lanzando lacrimógenas”, “se los están llevando presos”, “no puedo respirar, espérame” —eran las voces que retumbaban en medio del caos.
Motocicletas a toda velocidad, sirenas, gritos, vuvuzelas, tubos de escape con sonidos estruendosos, fotógrafos, periodistas, todos en una extraña escena en la avenida Francisco de Miranda de Caracas, corriendo, huyendo de los colectivos armados y de la Fuerza Pública.
A las 5 de la tarde todo era confusión. Seguían corriendo algunos, mientras que otros se mantuvieron forcejeando con los policías.
Camisas rotas, zapatos perdidos. En ese instante, las cámaras de los reporteros comenzaron a captar algo inusual: niños habían sido detenidos y golpeados por uniformados. No era una escena de una película de niños presos en la Alemania Nazi ni del Chile de Pinochet, era Venezuela registrando lo que después sería noticia, “el mayor número de presos políticos del siglo XXI” en el país, según el registro que lleva la organización no gubernamental Foro Penal, que ha certificado 1.808 de los 2.500 arrestos a civiles que exigían respeto a los resultados. De ese número, 152 son niños.
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“¡No puedo respirar!”, escuchó la joven de 26 años. Al ver que su pequeña prima estaba tendida en el piso, regresó a buscarla. Los uniformados le prometieron que si ellas se quedaban junto a ellos, no les iba a pasar nada. Estaba desesperada por su casi hermana, quien es reconocida en el mundo de la música porque es integrante de una agrupación famosa.
Los policías tenían a varios niños, jóvenes y adultos en “resguardo” porque “los iban a cuidar”, según decían. Estaban todos sentados en la acera, cerca de la estación de metro de Chacaíto cuando escucharon que un policía a través de su radio dijo: “Ya tengo a varios detenidos”. En un abrir y cerrar de ojos, llegaron más policías y subieron a todos con empujones a un camión.
“Nunca las dejaron irse. La mayor fue trasladada a una cárcel de mujeres, donde hasta el momento de su detención solo la hemos visto una vez. No para de llorar. No sabemos qué tipo de alimentación lleva”, contó una allegada.
Esta joven solo ha hablado una sola vez con su madre en dos meses. En esa conversación, le dijo: “Mamá yo pensaba que traerías comida, quería comer comida de la casa”. En esa única visita, solo le permitieron ingresar productos de higiene, algo de ropa y sábanas, pero ella no los aceptó.
“Llévate eso mamá porque donde me tienen no tengo espacio”, le contestó. Desde ese día, a principios de agosto, no se ha sabido más de ella.
Mientras tanto, la pequeña de 15 años, con su característica melena y ojos vibrantes, no sabía qué ocurría. Sus familiares cuentan que ni ella ni su prima estaban en la manifestación, de hecho, iban caminando en dirección contraria intentando encontrar una ruta para llegar a casa. Caminaban desde Chacaíto hasta La California. La joven mayor había salido a buscar a su prima, quien había empezado un trabajo por temporada de vacaciones para llevar ingresos a su hogar. Ambas quedaron en medio de la represión.
“Supimos que antes de que la Policía llegara, aparecieron los colectivos, dispararon al aire. Todos corrían y ambas quedaron en medio”, cuenta una persona cercana que por temor a más represalias no se identifica.
Estas escenas de horror que se registraban en Caracas también se replicaban en el país. A las 5 de la tarde, la Policía se llevó a un adolescente de 14 años y a su padre cuando estaban en la avenida 14 de febrero, en el estado Lara. No estaban protestando. El señor se dirigía a buscar materiales de construcción para su trabajo, porque a eso se dedica, y su hijo lo acompañó, pero quedaron en medio de la redada de la fuerza pública.
El niño, conocido por su timidez, solo ha podido ver a su mamá unas pocas veces desde el 29 de julio. El recinto donde está es lejano a su casa y ella gasta al menos 20 dólares cada vez que va a visitarlo. Como no tiene carro, llega en autobús y luego camina por más de 40 minutos hasta el sitio de reclusión. Está embarazada y pese a las dificultades, el único miedo que tiene es que algo malo le pase a su “muchachito”.
“Estoy muy preocupada, no duermo. Mi esposo y mi hijo no estaban protestando. A las 11 de la noche de ese día me enteré de que estaban presos. Mi esposo fue trasladado a otra cárcel en otro estado, que ni sé dónde es. Mi hijo quería ser policía y mira... solo llora y me pregunta por sus animales, tiene unos cerdos y unas cabritas. Dios mío, él no ha hecho nada”, relata la mujer.
En la última visita que hizo, el niño tenía diarrea y vómito. “Lo acusan de terrorismo, ¿Qué es eso? Él es un buen niño. Está estudiando. Nosotros queríamos un cambio para este país, nos dolió escuchar el resultado de la elección, pero no hemos cometido ningún delito”, continúa.
A las siete de la noche de ese 29 de julio, mientras los represores hacían de las suyas, María Corina Machado y Edmundo González aparecieron de nuevo. “Tenemos el 73 por ciento de las actas”, dijo la líder opositora y anunció que su abanderado había obtenido 6,27 millones de votos, frente a 2,75 millones del presidente Maduro.
Sin embargo, al día siguiente, el 30 de julio, Nicolás Maduro fue al Consejo Nacional Electoral a recibir sus credenciales como ganador, pese a que la entidad no mostró las actas ni los resultados detallados. Dos meses después, aún no lo ha hecho.
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Las primas detenidas y un número indeterminado de personas fueron trasladadas de Chacaíto a la sede de la Policía Nacional en el sector de Maripérez, a unos cinco minutos en carro del Palacio de Miraflores. Sus familiares supieron que estaban presas después de muchas horas.
De esa sede los llevaron a la temida Zona 7 en el sector de Boleíta, hacia el este de la ciudad. En ese centro hay presos comunes.
Antes de llegar, los policías “secuestraron un autobús, metieron preso al chofer y montaron a varios, hasta perros con sus dueños, todo el que les pareciera. Gente golpeada y con sangre”, dice el familiar de un joven que corrió pero que no pudo escapar a las motocicletas de los uniformados que lo detuvieron.
¿Por qué llevan a los niños a las cárceles? La legislación venezolana prohíbe recluir niños con adultos y establece una diferencia clara. La Ley Orgánica de Protección al Niño, Niña y Adolescente establece el procedimiento y determina que si un niño o adolescente se encuentra incurso en un hecho delictivo se le aplicará el procedimiento y sanciones establecidas en la ley y su artículo 549, que pide la separación de los adultos.
“Los adolescentes deben estar siempre separados de los adultos cuando estén en prisión preventiva o cumpliendo sanción privativa de libertad. Las oficinas de la policía de investigación deben tener áreas exclusivas para los adolescentes detenidos en flagrancia o a disposición del Fiscal del Ministerio Público para su presentación al juez, debiendo remitirlos cuanto antes a los centros especializados. Tanto la prisión preventiva como las sanciones privativas de libertad deben cumplirse exclusivamente en establecimientos adscritos al sistema previsto en esta Ley”, se lee en el texto.
Pero nada de eso ocurrió. La misma opositora María Corina Machado pidió el 28 de agosto —en medio de una manifestación con sus seguidores para exigir se reconozca el triunfo de Edmundo González— que los cuidaran: “Les pido a los presos comunes cuidar a los niños que están encarcelados”.
Esta no es la primera vez que el gobierno de Nicolás Maduro priva de libertad a menores de edad. “Ya lo hizo en las protestas del 2014, 2017 y 2017. Lo que no había sucedido era a esta escala”, rememora Gonzalo Himiob, vicepresidente del Foro Penal.
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Según testimonios de otros detenidos que ya fueron liberados, los calabozos de Boleíta, o Zona 7, son el infierno. Al menos así lo ven los adolescentes que ahí estuvieron.
“Desde que nos detuvieron, el 29 de julio, no pudimos cambiarnos de ropa, comimos hasta el tercer día. Los presos de ahí nos daban algo de comer, pero no fue sino hasta 72 horas después que nos pasaron la comida de nuestras mamás”, detalla uno de ellos.
Según el testimonio de otro joven, en el lugar —que sirve de prisión preventiva temporal pero debido al retardo procesal hay personas detenidas desde hace meses—, hay celdas con televisores, cocinas, juegos de consolas, dependiendo de lo acomodado económicamente que esté cada uno.
“Vimos cómo golpeaban a jóvenes de 16 y 17 años. Hay una habitación que está al fondo, hay un pasillo que le llaman el inframundo y tiene varias celdas. En cada una de ellas hacen las torturas. En la última, tiran a las personas que ya no aguantan más de todo lo que les han hecho”, relata otro joven liberado.
Los familiares de la joven artista de 15 años presumen que ella vio esas atrocidades porque en las noches no puede dormir. “Tiene miedo de despertarse otra vez en Zona 7 y dice que escuchó cómo le partían los dedos a un hombre, cómo le sacaba los dientes o golpeaban a los hombres hasta desvanecerse”, relata la persona conocida.
Mientras pasaban los días, los policías les repetían una y otra vez a los jóvenes que serían imputados por el delito de terrorismo e incitación al odio, y que pasarían unos cinco años en la cárcel. “Cinco años se van rápido, dejen de llorar”, les gritaban los uniformados.
El 29 de agosto, un mes después de las elecciones, a las 5 de la tarde, la adolescente fue liberada con una medida sustitutiva: deberá presentarse ante tribunales hasta que cumpla 18 años.
“Las pocas veces que nos vio decía que no la olvidáramos ahí”, cuenta el familiar de la joven, quien dice que, tras su excarcelación, ha visitado la iglesia y está retomando sus actividades recreativas, pero que no habla y permanece en un silencio constante.
Con el pasar de los días, las madres se han agolpado afuera de los centros de reclusión como si se tratara de un viacrusis. Están desesperadas por sus hijos. A principios de septiembre, algunas perdieron el miedo y hablaron a los periodistas. Así lo hizo Theany Urbina, mamá de un adolescente de 16 años. "Los niños dicen que en Zona 7 les pasaban corriente", dijo frente a las cámaras y contó una de las atrocidades: “Hay una cosa que llaman la capucha de cebollita y es que les ponen una bolsa en la cara con gas lacrimógeno”.
Dionexis García es hermana de otro menor detenido. Su preocupación la embarga y por eso decidió hablarles a varios periodistas. "Tiene una goma en la espalda, pero no sabemos más. Nos pidieron una inyección y unas pastillas", contó.
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El Foro Penal informó que más de 80 menores de edad ya están libres. Las redes sociales se llenaron de videos de jóvenes corriendo a los brazos de sus padres al salir excarcelados, pero según sus registros aún quedan más de 50 tras las rejas.
“Hasta que no vives una situación como esta, no entiendes qué es una dictadura. Ahora entiendo que hay gente que finge que no pasa nada o que solo se adapta o deja el país”, afirmó un familiar de un niño preso.
A pesar de todo lo narrado, Diosdado Cabello, ministro de Interior, Justicia y Paz, niega que se haya encarcelado a niños. El lunes 2 de septiembre aseguró que a los jóvenes apresados se les habría encontrado rastros de pólvora en las manos y que en el lugar donde fueron detenidos hubo personas fallecidas.
“Nosotros queremos que todos los niños de Venezuela puedan ir a una escuela y lo que se ha venido haciendo es para garantizarles la educación a todos. Los niños y las niñas, para nosotros, son intocables; los amamos con el alma y estamos aquí para asegurarles un país en paz, sin fascismo, sin odio y sin irresponsables como la fascista y terrorista María Corina Machado y el señor Edmundo González”, expresó Cabello.
El fiscal general de la República, Tarek William Saab, también declaró que no se registraron menores de edad detenidos: “Ningún niño ha sido detenido por los disturbios y acciones terroristas del 29 de julio, porque los niños son, legalmente, las personas desde que son bebés recién nacidas hasta los 10 años. Los menores de edad que fueron detenidos tienen de 16 a 17 años y, por cierto, han confesado que les pagaron, que los engañaron, para que intervinieran en esas acciones violentas”.
El Gobierno niega las violaciones a los derechos humanos. Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales denuncian los excesos que además de los encarcelados dejaron 26 asesinados. De hecho, un grupo de investigadores presentó de forma anónima el ‘Informe negro de la dictadura en Venezuela 2024’, en alusión a un documento similar divulgado en 1952 para denunciar los abusos del régimen militar de Marcos Pérez Jiménez, cuyo gobierno fue derrocado en 1958.
Para los defensores, en Venezuela hay una erosión de la institucionalidad democrática la cual ha derogado, por la vía de los hechos, el 21,7 de los artículos de la Constitución, especialmente los vinculados a derechos fundamentales, “por lo que en el país se ha instaurado un régimen de excepción por la vía de los hechos”.
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Nota: los nombres y datos personales de varios entrevistados para esta crónica no fueron revelados para proteger la integridad de las víctimas, que aún están en riesgo. En la actualidad hay 12 periodistas presos en el país, algunos previo a las elecciones y otros en el contexto postelectoral, todos por motivos políticos.
Los audios fueron distorsionados con Inteligencia Artificial para no revelar la identidad de quienes hablaron.
Muchos padres tienen miedo de hablar o denunciar, los testimonios aquí recogidos se recopilaron con el mayor cuidado.
Además de la legislación venezolana y la Declaración Universal de Derechos Humanos, también se habrían violado algunas Reglas Mandela:
Regla 13 - Los locales de alojamiento de los reclusos, y especialmente los dormitorios, deberán cumplir todas las normas de higiene, particularmente en lo que respecta a las condiciones climáticas y, en concreto, al volumen de aire, la superficie mínima, la iluminación, la calefacción y la ventilación.
Regla 18 - Se exigirá de los reclusos aseo personal y, a tal efecto, se les facilitará agua y los artículos de aseo indispensables para su salud e higiene.
Regla 77 - Todo el personal penitenciario deberá conducirse y cumplir sus funciones, en toda circunstancia, de manera que su ejemplo inspire respeto y ejerza una influencia beneficiosa en los reclusos.
Créditos
Redacción e investigación: Ana María Rodríguez Brazón, corresponsal de EL TIEMPO en Caracas.
Edición y corrección de estilo: Carlos José Reyes y David Alejandro López Bermúdez.
Diseño de apertura e ilustraciones: Juan Murillo.
Maquetación: Carlos Bustos.
Editora gráfica: Sandra Rojas.
Editora Internacional: Stephany Echavarría.
Fecha de publicación: 27 de septiembre de 2024.