Desde joven, Camila Benatar tenía claro su objetivo de subirse a un escenario. Su interés por la actuación comenzó en la adolescencia, cuando empezó a tomar clases de teatro.
A lo largo de los años, combinó su formación artística con su deseo de viajar, lo que la llevó a enfrentar desafíos inesperados al mudarse a Francia sin un dominio fluido del idioma.
Nació en Capital, Argentina, y se trasladó muchas veces en su infancia. Palermo fue el barrio donde pasó más tiempo y donde cursó la primaria. Sus padres, ambos artistas, marcaron su crecimiento. Su niñez transcurrió entre amistades y juegos solitarios. “De hecho actuaba bastante -recuerda-. Imaginaba que trabajaba en diferentes lugares: como camarera atendía a clientes imaginarios; tenía mi propio programa de televisión frente al espejo. Cuando algún familiar me agarraba infraganti, moría de vergüenza. Siempre fui bastante tímida”.
A los quince años, comenzó clases de teatro para adolescentes con Silvana Amaro. Había participado en talleres antes, pero en esta ocasión sintió un compromiso distinto. Fue cuando decidió que quería dedicarse a la actuación de manera profesional. Sin embargo, al terminar la secundaria optó por estudiar dirección cinematográfica. “Consumía mucho cine y tenía especial interés por el detrás de escena -relata-. Ese estudio me dio numerosas herramientas”. En paralelo, siguió formándose en actuación en la academia de Raúl Serrano para adultos.
Enfrentó barreras burocráticas y culturales mientras buscaba oportunidades en el teatro. Foto:Camila Benatar
Un viaje sin un destino fijo
Su interés por conocer el mundo se intensificó en la universidad, donde compartió con compañeros de diversas nacionalidades. “Fue un momento de gran apertura mental -explica-. No podía parar de hacerles preguntas respecto de sus lugares de origen. Me despertó muchísimo la curiosidad. Quería ir a cada sitio que me nombraran o viera en algún documental. En determinado momento, me dije que cuando terminara la carrera y la escuela de teatro me iría un año a algún lado, como fuera”.
En ese periodo conoció a Tomás, con quien compartía el deseo de viajar. En principio, ambos pensaron en hacerlo por separado, pero al fortalecer su relación decidieron emprender juntos la aventura. Su primer destino fue Estados Unidos, donde asistieron a la boda de una prima de Tomás. Luego, recorrieron distintos países de América por un año y medio hasta regresar a Buenos Aires. “Fue una experiencia muy enriquecedora -sigue-. Pero luego de unos meses en casa, el bicho viajero nos volvió a picar. Nos propusimos cruzar el Atlántico. Nunca habíamos estado en el viejo continente y a mí me llamaba mucho la atención el francés que había estudiado en la secundaria. Era mi materia preferida y siempre tuve el anhelo de ir a Francia”.
Los retos al llegar a Francia
Ese país ofrecía una visa de trabajo y vacaciones por un año, por lo que aplicaron y lograron reunir los requisitos. Sin embargo, el proceso no fue sencillo. “En primer lugar, la burocracia -asegura-. No habíamos llegado y ya nos topábamos con una lista de papeles y formularios. Con mucha paciencia y el privilegio de poder aplicar reunimos todos los requisitos. El otro reto fue despedirme de mi familia y amigos. Lo sufro mucho cada vez que me toca. Sin embargo, cuando vine para Francia en 2018, creí que esta experiencia sería corta, así que me fue un poco menos difícil. Ahora lo más duro es la distancia con todos aquellos vínculos que quedan en Argentina y no estar presente en los momentos más difíciles o en los que son motivo de celebración”.
Al llegar, su conocimiento del idioma era limitado, pues no lo practicaba desde el colegio. En los primeros meses, enfrentó dificultades para comunicarse y su pareja no hablaba francés, por lo que ella asumió la responsabilidad de los trámites. Esto la ayudó a recuperar rápidamente el dominio del idioma. “Aun así -afirma-, la cultura francesa fue un desafío. Tuve que hacer trámites que para quien vive aquí son muy básicos o tienen resueltos de pequeños, como una tarjeta de identidad o el ingreso al sistema de seguro social”.
Trabaja como guía turística mientras audiciona y participa en producciones teatrales. Foto:Redes Sociales
La actuación en otro idioma
El año transcurrió mientras se adaptaban a su nueva vida. Su dominio del francés mejoraba, lo que le permitió conocer más sobre la cultura y recorrer varias ciudades. Tomás, por su parte, comenzó a trabajar en gastronomía. Al terminar el año, decidieron extender su estadía y seis años después siguen en Francia. “No sé bien cómo pasó -asegura-, pero un día me di cuenta de que efectivamente estaba viviendo aquí”. Además de su pareja, logró establecer vínculos con nuevas amistades. “No estamos solos -sostiene-, contamos con una muy linda red de amigos que fuimos haciendo en estos años aquí”.
El teatro nunca dejó de ser parte de su vida. En Los Ángeles, encontró un taller de teatro con un profesor local. En 2019, en París, se integró al Teatro Aleph, fundado en Chile por Óscar Castro, quien se exilió en Francia durante la dictadura de Pinochet. “Conocí gente muy valiosa -sigue-, y participé en una de las obras que estuvieron en cartel: 'La magie de l’Argent' ('La magia del dinero')". Con la pandemia, el grupo sufrió la pérdida de su director y las actividades se detuvieron.
Años después, retomó su vínculo con el teatro en la Casa Argentina de la Ciudad Universitaria de París. “Se producen cosas maravillosas -afirma-. Hace muy poquito presentamos una obra de teatro infantil, inspirada en la poética de Hugo Midón y con sus canciones. Sigo muy conectada con Argentina, me es inevitable y algún día me encantaría tener proyectos allí”.
Actualmente, combina la actuación con su trabajo como guía turística. “Trabajo de forma freelance para distintas agencias dando paseos a pie por diferentes barrios de París -continúa-. Había tenido la experiencia de guía en Buenos Aires, y me encantó. Así que en 2022 cuando me sentí preparada, me lancé aquí. Para mí, cada tour, en cierta forma, es una pieza teatral”.
También ha participado en producciones audiovisuales. “Saliendo de la pandemia me llamaron para una pequeña participación en la serie 'Franklin', con Michael Douglas -recuerda-. La misma mañana del rodaje y antes de entrar a filmar nos hicieron un test de covid. Yo ya tenía puesta la peluca y estaba terminando con el pomposo vestuario de época cuando me dicen que mi test había resultado positivo. No tenía síntomas y no lo podía creer”.
Actuar en francés presentó dificultades. “El trabajo de actor en otro idioma es distinto -señala-. Cuando me uní al primer taller de teatro, lo que más me costaba era improvisar. Mi cuerpo iba mucho más rápido que mi mente y había una gran disonancia. Fue un enorme entrenamiento. Un poco frustrante por momentos”. También ha trabajado en reducir su acento. “Creo que las nuevas generaciones están más abiertas y les importa menos esto -indica-. Los escritores ya establecidos y que trabajan hace ya tiempo, no piensan por lo general en personajes con acento. Y si lo hacen, es por alguna razón muy específica que da con el personaje, la mayoría de las veces, algún cliché".
En Francia, los trabajadores del espectáculo cuentan con apoyo. “Tiene un sistema llamado intermitencia que creo que en el mundo sólo se replica en Bélgica -explica-. Gracias a él si sos trabajador de este arte (delante o detrás de cámara, en teatro o en la música) y podés demostrar al gobierno que trabajás en ello de forma intermitente (es decir, una cierta cantidad de horas al año) el Estado te apoya económicamente”. A pesar de las dificultades para acceder al programa, sigue avanzando en su carrera.
FLAVIA TOMAELLO
La Nación (Argentina) / GDA
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*Este contenido fue reescrito con la asistencia de una inteligencia artificial, basado en información de La Nación, y contó con la revisión de un periodista y un editor.