El papel de Colombia en la presidencia de la Celac

hace 1 semana 19

Las guerras, los conflictos de intereses, las relaciones inequitativas en el mundo, o algunas noticias dramáticas como la muerte de un hombre extraordinario como el papa Jorge Bergoglio o la guerra de los aranceles promovida por los antiguos campeones del libre comercio son hechos de indudable centralidad en el mundo contemporáneo.

La parte del globo en desarrollo del continente americano (o sea todos, menos Estados Unidos y Canadá), sin embargo, produce a veces noticias diferentes; algunas de ellas positivas en medio de la polarización, los problemas territoriales o los olvidos de la democracia, la equidad o la paz.

Una de esas noticias recientes ha sido la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, mejor conocida como Celac, en la que Colombia asumió la presidencia pro tempore (y hasta en un año) de este mecanismo internacional. Estamos hablando de un foro regional compuesto por 33 Estados, entre los 35 del continente americano, por encima de diferencias lingüísticas, económicas, étnicas e históricas.

También agrupan a países con gobiernos de diverso color político, pese a que en el continente –a diferencia de Asia o de África e incluso de Europa– no hayamos aprendido a convivir con las disimilitudes de orientación política, y hemos retrocedido a pensar que los procesos de convivencia entre los países solo son posibles si tenemos el mismo “color político”. En ese sentido, es interesante que un mecanismo internacional pueda servir como uno de los hilos conductores de la cooperación entre países de diversa orientación.

La historia previa a la Celac puede ayudar a entender de dónde surgió la idea de su existencia, y las posibilidades o no de un mecanismo de dicha naturaleza para el futuro. Durante la década de los 70, buena parte de los países de América Latina tenían dictaduras militares. Para los 80, la situación de la región centroamericana era dramática, con conflictos internos, pero con una posibilidad de generalización de estos, en lo que hubiera podido ser una verdadera debacle en el continente americano. La guerra fría exacerbaba las tensiones. Se llegó a pensar que podría haber un gran incendio político regional, desde Colombia y Venezuela hasta México, incluyendo a toda Centroamérica.

Fue así como surgió un primer mecanismo: el Grupo de los cuatro, compuesto por el país grande al norte, es decir México, los dos países al sur de Centroamérica que tenían gobiernos civiles (Colombia y Venezuela), y en el centro Panamá. Ese grupo tuvo gestiones diplomáticas de alto valor positivo para la región, promoviendo la paz en toda Centroamérica, mientras otros querían incendiarla.

El Grupo de los cuatro devino en el Grupo de Contadora, y fue acompañado por un grupo de apoyo compuesto por cuatro países de Suramérica que habían hecho su transición de las dictaduras militares a la democracia.

El Grupo de Río

Entre los miembros de Contadora y el Grupo de apoyo, surgió un Grupo de ocho países, protocolizado en Río de Janeiro. Por ello, se le llamó después Grupo de Río. El nombre largo del grupo era ‘Grupo permanente de concertación y consulta política’.

No era grupo de integración a la manera del viejo Pacto Andino, o el Mercosur, o los posteriores Sistema Centroamericano o del Caribe (Caricom). Era un grupo permanente, con presidencia pro tempore rotativa anual. Los consensos no eran imposibles pese a los temas políticos abordados en sus reuniones de presidentes, y en las de cancilleres. El secreto de la cohesión era no discutir temas internos de los países miembros.

El consenso era posible; las diversas reuniones servían para coordinar además posiciones en el sistema de Naciones Unidas, y para dialogar con grupos de países de otras regiones (fueron notables los encuentros rotativos con la Europa del momento). Sobre todo, era un mecanismo de encuentro multilateral entre los jefes de Estado, incluyendo momentos de tensión entre miembros del grupo.

Fue muy importante el rol del Grupo de Río para evitar una agudización del conflicto entre Ecuador y Perú, o las tensiones entre Colombia y Venezuela, o situaciones complejas en Bolivia y en Paraguay, o en mecanismos de solución de diferencias fronterizas puntuales entre Chile y Argentina, así como en tensiones comerciales entre algunos de los socios. El Grupo de Río tuvo su esplendor en los años noventa, cuando llegó a hablar con una sola voz, previamente discutida y acordada, en especial en la primera Cumbre de las Américas frente a un interlocutor de la magnitud de Estados Unidos; o en reuniones con la Unión Europea. También se iniciaron en esa década algunos diálogos con países del Asia e incluso de África.

Las crisis económicas y la ampliación para tener como miembros plenos a cada uno de los países del continente hicieron que los consensos fuera más complejos. No aprendimos la lección de diversificación de la propia Unión Europea, y sobre todo de la Asociación de países del Sudeste Asiático (la Asean, que no prejuzga por el sistema político de los países para colaborar con ellos), como tampoco aprendimos de la marcha de la Unión Africana, que ha avanzado más que nosotros en procesos de concertación e incluso de integración subregional.

Por otra parte, nuestros mecanismos de integración se estancaron, y a duras penas mantenían el acervo comunitario logrado, sin avanzar en ningún caso en la profundización de la integración tradicional, salvo en algunos temas comerciales y otros muy puntuales. En 2010 se decidió intentar una reconstitución del espíritu del Grupo de Río, y un examen de los problemas de la integración latinoamericana y caribeña. Los avances han sido pequeños, pero la Celac tiene posibilidades si entendemos varias cosas:

La presidencia rotativa de la Celac no es una luz verde para que un país desarrolle a nombre de todos su propia política exterior. Hablar con una voz implica consensos significativos (no unanimidades que pueden ser paralizantes, sino grandes orientaciones de cohesión). Implica protagonismo, pero también consensos previos; y comprende, sobre todo, una actuación en troika en la medida de lo posible, con otros actores internacionales (India, China, Asean, países europeos, países africanos, países de la Liga Árabe). Ello requiere para que sea funcional mucho más que giras presidenciales. Implica, por supuesto, un acompañamiento permanente de las cancillerías y apoyos diversos, comenzando por un diálogo frecuente entre los socios mismos de la Celac.

La presidencia rotativa de la Celac no es una luz verde para que un país desarrolle, a nombre de todos, su propia política exterior. Hablar con una voz implica consensos significativos

Para que el ejercicio de la presidencia pro tempore de la Celac, que Colombia tendrá hasta abril de 2026, sea eficaz, y para que pueda jugar un papel en los procesos de diversificación de las relaciones externas, se requiere una actuación estratégica que cumpla varios requisitos: ante todo, cohesión entre los socios de la Celac, pese a las diferencias, aplicando los consensos creativos (ya no la unanimidad, tal como sucede con buena parte de las decisiones de la Unión Europea), pero con un extremo cuidado en el mantenimiento de la cohesión y los trabajos de ciertos temas que pueden servir de “pegamento” del foro.

En segundo lugar, tener actividad en el seno de una estrategia consistente (y no solo una que otra acción puntual, o uno que otro viaje fuera del continente), con acuerdos previos con los socios de la Celac, y con la fuerza de la troika, para darles continuidad a los acuerdos internos e internacionales. En tercer lugar, examinar y promover la posibilidad de mecanismos de convergencia en temas puntuales, entre los diferentes mecanismos de integración del continente si este proceso se desarrolla con tino y va más allá que un simple agregado de acciones puntuales y poco conexas: y, sobre todo, si se hace con las sinergias entre Cancillería y otros ministerios, existen posibilidades interesantes.

Si a ello se suma el ejercicio sistemático de las muy diversas presidencias pro tempore que Colombia tiene en foros y organismos internacionales, y se compagina con el posible ejercicio de Consejo de Seguridad en 2026, se puede tener un impacto importante en un área fundamental del relacionamiento de Colombia con el mundo. No hacerlo implicaría perder una oportunidad de oro.

DIEGO CARDONA C. (*)

Para EL TIEMPO

dcardonac@gmail.com

* Ph. D., exviceministro de Relaciones Exteriores

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