Ricardo Darín es el protagonista de la adaptación de la novela gráfica argentina más alucinante todos los tiempos. El Eternauta se publicó por primera vez en 1957 y desató un furor insospechado. Había filas de fanáticos en todos los kioscos de Buenos Aires que querían saber la suerte de los hombres que luchaban contra los alienígenas que se habían tomado la ciudad. Darín, protagonista de clásicos cinematográficos como Nueve Reinas, Relatos salvajes o El secreto de sus ojos, habló con BOCAS de su vida y de su papel en esta alucinante nueva serie de Netflix.
La misteriosa nieve que cae sobre Buenos Aires en pleno verano es la antesala de una invasión alienígena que amenaza con acabar la raza humana y convertirnos en el alimento de unos escarabajos gigantes. Los primeros que caen son los argentinos. La atmósfera se ve rota por miles de bolas de fuego en las que viajan los monstruos. Si un copo de nieve toca tu cuerpo te mata. En la gloriosa avenida Nueve de Julio los muertos se amontonan como en Auschwitz. Sólo un grupo de amigos, que juegan tranquilos a las cartas, no se da cuenta de la devastación. Están encerrados en el sótano de una casa de barrio, inmutables a lo que pasa afuera. Un corte de luz los saca del letargo. No, no es extraño que se vaya la energía. En 30 años la Argentina pasó de los cuentos del presidente Menem de que se harían viajes interplanetarios en el siglo XXI, a no tener cómo encender un ventilador en el verano porque no hay energía. El grupo de amigos deja las cartas, se asoman por una ventana y ven a la gente tirada encima de las calles blancas. En la bulliciosa Buenos Aires el silencio es lo único que se escucha. La casa es como la isla de Robinson Crusoe. Desde ahí deberán resistir la invasión; El Eternauta tendrá que dar sus primeros pasos para salvar al mundo.
Ricardo Darín es la nueva portada de la Revista BOCAS Foto:Netflix
En 1957, el escritor Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López lanzaron el primer capítulo de la tira cómica El Eternauta en el semanario Hora Cero. Poco a poco, empezó a crearse una fiebre entre chicos y jóvenes, todos querían saber qué pasaba en la batalla de River Plate o con los monstruos que marchaban por las calles de la ciudad. Se rapaban los folletines de la historieta de las manos, se hacían filas interminables frente a los kioscos. Eran los años de la Guerra Fría, en Estados Unidos pululaban las películas clase B que hablaban de invasiones extraterrestres, así como novelas narrando el aterrizaje de naves con seres pequeños, de cabeza abombada y piel verde que buscaban arrasar con la humanidad. Venían, cómo no, de un planeta rojo. Era la metáfora de la tan temida invasión soviética al mundo libre. Y gracias a Oesterheld y Solano López, la capital argentina se convertía en el epicentro de la invasión. Buenos Aires era asolada por los alienígenas. Desde que se publicó por primera vez se han desarrollado docenas de proyectos para adaptarlo al cine, pero tuvo que aparecer Netflix para resolver la ecuación. Pasó un tanto como en Colombia con la adaptación de Cien años de soledad: por fin apareció el dinero y la infraestructura para una obra que necesita, sobre todo, la monumentalidad.
El Eternauta se publicó en los años cincuenta en Buenos Aires y fue un éxito inmediato. Foto:Editorial Planeta
Y volvemos al sótano. Los que resistirán el ataque serán los amigos que jugaban a las cartas en una casa del barrio bonaerense Vicente López. El líder del grupo es Favalli, pero el más fuerte se llama Juan Salvo. Y Juan Salvo es Ricardo Darín. No se necesita ser un experto en cine argentino para saber quién es Ricardo Darín. Todos nos identificamos con la rabia explosiva del ingeniero ‘Bombita’ en Relatos salvajes. Sufrimos con él en El secreto de sus ojos, el filme que ganó el Óscar a mejor película extranjera en el 2009. También ha estado en Truman, Carrancho, El hijo de la novia, Nueve reinas. Todas en español.
Darín es actor porque no le quedaba otra opción. Sus primeros juegos fueron en el viejo teatro Marconi, propiedad de su abuelo. Su papá, Ricardo Andrés Darín, y su mamá, Reneé Roxana, eran actores de teatro y de radionovelas. Era común que en algún almuerzo familiar su papá llegara disfrazado de El Zorro mientras interpretaba en una obra al héroe enmascarado. Darín debutó en la actuación a los ocho años en una radionovela al lado de Alfredo Alcón y Norma Aleandro, con quien, cuarenta años después, estaría en uno de los papeles más recordados, El hijo de la novia.
Sin el arte no somos nada como especie. Este es el momento en que tenemos que juntarnos como grupo. Que el colectivo sea más importante que el individuo, como pasa en El Eternauta.
Pero antes de esa consagración internacional, Darín hizo parte de la generación de “galancitos” de los años ochenta, cuando hacía telenovelas con Andrea del Boca y sostuvo un sonado romance con la reina del espectáculo en Argentina: Susana Giménez. Él era doce años menor. Podría haber sido simplemente un actorcito de telenovelas de sonrisa irresistible, pero a los 36 años sorprendió a todos cuando protagonizó dos películas que marcarían una era: El mismo amor, la misma lluvia y Nueve reinas, que incluso tuvo una adaptación en Hollywood.
Ricardo Darín es una de las figuras más importantes del cine argentino. Foto:Netflix
Darín, por supuesto, ha cambiado. Quentin Tarantino cree que es “el Al Pacino latinoamericano”, pero la frase no le dice mucho al protagonista de El Eternauta. A este porteño nacido hace 68 años en el barrio de Almagro, que le dijo “no” al director Tony Scott para hacer de “mexicano mafioso” en Hombre en llamas —hoy un clásico de acción con Denzel Washington—, le incomodan los halagos. Y resulta muy difícil no halagarlo después de ver esta versión de El Eternauta, dirigida por uno de los grandes cineastas argentinos, Bruno Stagnaro (creador de Okupas, una de las series más vistas en Latinoamérica). La serie tiene todo para ser un clásico, efectos especiales, locaciones, una producción faraónica que refleja mucha más opulencia que los 15 millones de dólares que se invirtieron en esta primera temporada. Están tan convencidos de que será un éxito que ya renovaron para una segunda temporada.
Darín se puso la legendaria mascara de El Eternauta. Foto:Marcos Ludevid / Netflix
Pero Darín ya no se preocupa por ser “el alma de la fiesta”. Si la gente se aburre en una reunión, que se jodan. Ya no es el anfitrión eterno. Le sigue gustando caminar por Madrid, su segunda ciudad, y ya casi no juega al fútbol. Sus amigos dicen que es un alivio: era una pesadilla en la cancha, no tanto por su magia con la pelota, sino por su necesidad de no parar de intimidar con palabras a sus rivales. ¿Qué quieren? Es Ricardo Darín y es el rey de la palabra. Sigue siendo, muy a su pesar, un tipo extremadamente sensible, y eso se nota en la mirada de Juan Salvo, brillante y contenida. Toda adaptación es una traición, dicen los viejos, pero los clásicos también están ahí para hacerlos crecer. Este Eternauta no vive en la Argentina de 1957, el año en el que el dibujante Francisco Solano López y el guionista y escritor Héctor Germán Oesterheld —desaparecido por la dictadura de Videla junto con sus cuatro hijas, una de ellas embarazada, en 1977— desarrollaron su trama. Es la Argentina del 2024, de los cortes de luz, de los paros, de la inmigración venezolana, de la incertidumbre que trae la presidencia de Javier Milei. Y entre tanto, los ojos de Darín, los ojos de Juan Salvo, son capaces de reflejar tanto el trauma de haber sido un veterano de la Guerra de las Malvinas como de intentar sobrevivir a una invasión de extraterrestres cascarudos que llegaron a la Tierra en bolas de fuego.
Su abuelo tenía un teatro, El Marconi, era un teatro imperial, como los de hace un siglo. Lo tumbaron para hacer un sitio con 100 sillas de lata. ¿Eso empezó a marcar su relación con la actuación?
Me marcó no en ese momento, sino después. Yo nací en un matrimonio de actores, mi abuelo era uno de los dueños de ese teatro, pero no tenía ningún papel que dijera que era socio, entonces cuando murió mi abuelo se quedaron sin nada. Pero mi papá, que también se llamaba Ricardo Darín, debutó allí, e incluso una tía que era soprano. Mi papá empezó a trabajar en algunas operetas allí, porque era un teatro a la vieja usanza de estructura italiana, maravillosa, y toda la programación era de óperas y operetas italianas. Cuando yo nací, mi abuelo murió dos años después, en el 59, y no me marcó El Marconi, pero cuando mis tíos y mi papá me contaron la historia, de una vez me conecté con ella.
Sus papás eran actores y vivió de muy chico la separación de ellos, cuando usted tenía 12 años. ¿Su papá —con quien estuvo muy unido— se sentía justificado porque había tomado su legado?
A mí me marcó mucho ver cómo luchaban día a día, la falta de estabilidad que tiene esta profesión, la búsqueda para establecerse. Viví eso, los acompañaba a la radio, al teatro. Mi papá nunca se pronunció sobre si estaba de acuerdo o no con que yo fuera actor, él estaba enfocado en estimularme en tener un pensamiento libre, quería que yo tuviera un pensamiento crítico, hacía especial hincapié en que había que pensar antes de actuar. Él quería que yo tuviera una posición individual, lo menos intoxicada posible, y creo que lo logró.
En la serie hicieron una adaptación de los años 50 a nuestros tiempos. Foto:Sebastián Arpesella/Netflix
Empezó haciendo radioteatro con Norma Aleandro y Alfredo Alcón a los 8 años. ¿Qué recuerda de esto y qué significó Norma para usted?
Ella para mí es como una madre artística. Norma siempre me tuvo en cuenta, a lo mejor por eso mismo, por haber estado tan pegado a ella desde una edad tan temprana, siempre me quiso y me quiere mucho. Siempre estuve atento a sus opiniones, trabajé en radio y en cine y siempre la escucho cada vez que me da consejos. Incluso la obra en la que estoy actuando ahora, Escenas de la vida conyugal, que es una adaptación del guion de Bergman, ella fue la que me dijo “esta obra la vas a tener que hacer, ese personaje es para vos”. Pero cuando me lo dijo, yo aún no tenía la edad. Y cuando crecí, ella misma me fue a buscar. Yo estaba haciendo Art y ella me fue a buscar. Ella la había hecho también con Alcón, y siempre fue no sólo una propulsora de mi carrera, sino que fue un gran estímulo, siempre me alentó a ir para adelante. Es una gran motivación tener a alguien como Norma detrás tuyo.
En Colombia, y creo que en el mundo, lo conocieron a usted por esa obra maestra que es Nueve reinas, dirigida por Fabián Bielinsky. ¿Es cierto que cuando la vio por primera vez no le gustó?
Fui con Gaston Pauls, con quien comparto la mayoría de escenas, a la casa de Fabián, quien nos había invitado a ver un primer corte. Además, había preparado unas pizzas y nos las ofreció como si fueran las mejores pizzas del Río de la Plata. Y no, no estaban buenas. La película tampoco. Él sentía la necesidad de mostrarnos el material que había conseguido; no había corrección de color, ni de audio, era una versión primitiva de Nueve reinas, y nos convoca a las pizzas y tuvo mala suerte, porque su hijo Martín, que tenía nueve años, estaba enfermo, con fiebre, y su mujer, Cristina, lo llamaba y entonces detenía la visualización y en el medio tenía que amasar y hornear. No fue una velada muy cómoda ni amable, pero él quería mostrarnos lo que tenía antes del montaje final. Fue un caos. Gastón y yo sólo nos mirábamos y nos preguntábamos, sin hablar, ¿cómo terminará esto? Lo de Fabian Bielinsky fue una tragedia. Murió en Sao Paulo, a los 47 años, y sólo dirigió tres películas, en dos de ellas yo soy el protagonista, en El Aura y en Nueve reinas. No puedo imaginarme cuántas películas más pude haber hecho con él.
Darín fue protagonista de otros clásicos como El secreto de sus ojos. Foto:Netflix
¿Qué pasó con Hollywood? ¿Fue falta de ambición actoral no haberse probado allá?
Lo pusiste en unos términos con los que no coincido. Mi ambición actoral va por otros carriles. Nunca tuve la ambición de Hollywood, siempre tuve la sensación de que era un infantilismo decir Hollywood como si fuera un lugar, cuando es un conglomerado de compañías, y ese tipo de incertidumbre nunca me produjo las ganas de decir ‘yo quiero ir hasta allí’. Conocí a muchos actores argentinos que se desvivían por actuar en Hollywood. Con algunos de ellos me he encontrado después y terminaron siendo modelos. A lo sumo ingresaron en una producción para ser extras. Es tan incierto eso… además hay edades, cuando uno tiene 25 años puede desafiarse a sí mismo y decir ‘¿cómo será viajar a la Luna?’ A mí, cuando me ofrecieron eso, ya estaba casado y con hijos. En el 2004, justo después del boom de Nueve reinas, de El hijo de la novia, tuve una temporada de teatro en Madrid en donde me fue muy bien. Pero yo ya quería regresar a casa, estar con mi esposa, con mis dos hijos chiquitos. Nos quedamos como seis meses porque todo estaba sold out. Y entonces aparece una productora ofreciéndome un papel de mafioso mexicano en una película de Tony Scott, que se llama Hombre en llamas, que terminó protagonizando Denzel Washington y el papel del mexicano lo hizo Marc Anthony. Cuando yo les dije que no quería hacer ese papel, la productora me decía: “No quiero un ‘no’ como respuesta; si es cuestión de plata, eso no es problema”. Y los mandé al carajo. A mí no me pasa lo de Hollywood; estoy muy tranquilo, satisfecho del camino que escogí. No hay que escupir para arriba, hay que estar en paz con los demás.
Su hija, Clara, cuando era niña, le decía a su esposa “mamá, no me gusta que papá vea el noticiero, siempre se pone a llorar”. Para un tipo tan extremadamente sensible a las injusticias del mundo, ¿cómo fue interpretar a un veterano de Malvinas en El Eternauta?
Tuve la suerte de ser parte del proyecto desde el principio, eso me permitió ir aclimatándome y ver cómo iba la cosa, cómo tenía que encararlo. Hace 10 años ya me había llegado una propuesta para hacer una adaptación de esta novela gráfica. No se pudo hacer, pero ahora por fin vamos a tener a El Eternauta en serie. Tuve una relación muy estrecha con Bruno Stagnaro y con su otro guionista, Ariel Staltari, que también hace el personaje de Omar. Esas cosas, más el grupo de actores que tuvimos y tenemos, hizo que esto fuera más fluido, porque tuvimos la oportunidad de discutir escenas, encontrar los verdaderos mecanismos de cada uno, porque uno puede decir que el leitmotiv de esta cuestión es ¿qué hacemos cuando enfrentamos una situación tan fuera de nuestro control? ¿Cómo reaccionamos a esto y cómo podemos armarnos para entender lo que les pasa a los demás? Siempre tuvimos muy presente que la interrelación entre nosotros, los personajes, tenía que ser muy verosímil e inteligentemente atendida; confiábamos en que las locaciones nos iban a dar contención, pero después nos tocaba meternos en esa situación porque ninguno de nosotros ha pasado por una situación así: una invasión alienígena.
Darín fue el inolvidable ingeniero 'Bombita' en Relatos Salvajes. Foto:Sebastián Arpesella/Netflix
Que además ocurre en Buenos Aires en 1957… en Latinoamérica. Antes de la novela gráfica de Oesterheld y Solano López, las invasiones extraterrestres sólo ocurrían en las grandes ciudades del ‘primer mundo’.
Sí, y acá hemos enfrentado otras situaciones, no invasiones extraterrestres, pero sí han pasado cosas muy fuertes, como las dictaduras en el siglo XX. Y necesitábamos ver cómo podría haber algo de verosimilitud en nuestras reacciones. Lo que siempre quedó claro es que acá no existe un sólo héroe, no es Favalli o Juan Salvo, sino que el grupo es el héroe. No es un individuo.
Su personaje, Juan Salvo, es un sobreviviente de la guerra de las Malvinas, es sobreviviente además de la batalla de Monte Longdon, donde participaron 278 soldados argentinos, de los cuales 31 murieron y 120 quedaron heridos. ¿Qué recuerda de esa guerra?
La información que recibíamos en esa época era el estupor. Recuerdo que, una tarde, el que era presidente en ese momento, Leopoldo Fortunato Galtieri, miembro de la Junta Militar, del que ya teníamos sobrados datos y características, salió al balcón de la Casa Rosada y en un tono profundamente retador les dijo a los ingleses “que vengan, que los estamos esperando”. Salió por televisión, la plaza de Mayo llena, a reventar, y el tipo había bebido. Recuerdo claramente el escalofrío que sentí en ese momento; me di cuenta que estábamos frente al desastre, comprobábamos que la gente que mandaba no sabía para dónde iba. La sensación fue de estupor. Yo tenía 25 años, apenas estaba empezando en la televisión, pero fue un momento de inflexión.
El cómic se publicó en el semanario Hora Cero. Foto:Editorial Planeta
El Eternauta fue profética. Previó lo que pasaría en la década del setenta, con la dictadura militar, en la que Héctor Germán Oesterheld, quien creó la historia, terminó convertido en víctima: desapareció junto a sus cuatro hijas…
Hay dos caminos de análisis, uno es el Oesterheld escritor que tuvo la iluminación de lanzar una botella con un mensaje al mar, la historia se va haciendo semanalmente, como un folletín que venía incluido en una revista llamada Hora Cero semanal, que la creó el mismo Oesterheld; eso fue creciendo paulatinamente a partir de que la gente se empezó a interesar. Tratemos de imaginar cómo sería allá, a mediados del siglo pasado, que apareciera una historieta de tan alto impacto. Yo no había nacido… bueno, nací ese año, entonces no tengo recuerdos reales, pero me parece que fue encontrando abrazos en el camino en la medida en que se iba publicando. Porque la historieta se fue nutriendo a sí misma. El tiraje se disparó, la gente hacía filas para conseguir un ejemplar, tanto que pasa de ser semanal a ser diaria hasta que termina la historia, en 1959. El otro camino de análisis para abordar a Héctor Germán Oesterheld es la humana: ¿qué pasó con él? Él tiene un quiebre muy importante en su vida, más allá de su postura ideológica, pero, creo yo que a partir de lo que empieza a ocurrir con sus hijas, él se vio sumergido en otra línea mucho más difícil de imaginar, porque yo no dejo de preguntarme ‘¿qué me pasaría a mí?’ Es que estamos hablando de cuatro hijas y una de ellas estaba embarazada; estamos hablando de que arrasaron con su familia. ¿De qué tiene que estar hecho un ser humano para soportar esto? ¿Qué pasa por esa cabeza? Y luego está claro que él toma una decisión, ya completamente roto, y es seguir el camino de sus hijas, creo que un poco para intentar averiguar qué había pasado con ellas y también para seguir el camino de ellas. Tuve la oportunidad de leer una entrevista que le hicieron a su mujer, Elsa Sánchez, en donde ella dice que le suplicó a Héctor Germán que parara, que lo iban a destruir. Se plantó para intentar detenerlo, pero no lo consiguió. Tiempo después aparece el nieto de Oesterheld que fue entregado a una familia de militares, como sucedía con tantas mujeres que eran detenidas y torturadas por ellos. Pensemos que esto no es ni más ni menos que un caso más de los tantos que ocurrieron con características similares. Pero no tengo registro, no conozco otro caso como este, en donde hagan desaparecer a tus cuatro hijas. Es inimaginable.
Los argentinos son expertos en hacer metáforas sobre fuerzas opresoras, basados en las tragedias que han tenido, las dictaduras, etc. ¿Esta versión de El Eternauta podría llegar a ser una sátira contra Milei?
Es difícil responder. Los argentinos tenemos experiencia en las crisis, salimos de una y entramos en otra, no las hemos naturalizado, pero hemos terminado por entender que los países no son empresas que se cierran; los países siguen abiertos, tienen que caminar, así que sabemos que no estamos vacunados. Estamos prevenidos. Sé que es difícil ser optimista, pero quiero creer que la inteligencia humana terminará por comprender que el arte, en todas sus dimensiones, tiene que mantenerse, porque más allá de las coyunturas económicas que atraviese, se han aplicado políticas de shock, de alto impacto, para provocar cosas que han venido sucediendo, pero seguimos estando acá y nos vamos a defender, y recuperaremos la memoria de lo que es realmente importante, y eso es la cultura, el arte. No lo estoy poniendo por encima de la salud, de la alimentación, pero es importante el alimento para el espíritu. Sin el arte no somos nada como especie. Este es el momento en que tenemos que juntarnos como grupo. Que el colectivo sea más importante que el individuo, como pasa en El Eternauta.
IVÁN GALLO
REVISTA BOCAS
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