¿Qué tienen en común la ministra de Hacienda del Reino Unido, Rachel Reeves, el presidente argentino, Javier Milei, y el magnate Elon Musk? Todos predican el evangelio de la austeridad como la respuesta necesaria a los problemas que aquejan a las economías de sus respectivos países.
La ministra Reeves ha endurecido las normas de gasto e inversión pública, a pesar de que la reducción fiscal ha sido una de las principales causas de los problemas del Reino Unido en los últimos 15 años. Del mismo modo, el presidente Milei ha enmarcado la austeridad como el precio que Argentina debe pagar por 20 años de sobreextensión. Él sostiene que derrotar a la inflación es el único camino hacia la prosperidad, aunque hacerlo ahonde el pozo de pobreza, ya de por sí profundo.
Javier Milei, presidente de Argentina. Foto:EFE
Y para el empresario Musk, que encabeza el Departamento de Eficiencia Gubernamental, Estados Unidos necesita implementar un plan de austeridad para salvar al país de una bancarrota. Este argumento no es más que una artimaña: los Estados con monedas soberanas, especialmente la principal moneda de reserva mundial, no pueden quebrar. La motivación obvia de Musk para recortar los presupuestos públicos es buscar la reducción de impuestos y despedir a los funcionarios que no comparten su agenda.
La última vez que oímos el tamborileo de la austeridad fue durante la crisis financiera mundial. En Estados Unidos, la respuesta a la crisis fue la limitación del gasto, pero, en Europa, el endurecimiento fiscal fue mucho más allá, destruyendo una década de crecimiento, socavando la inversión pública y contribuyendo a muchos de los problemas con los que el continente sigue luchando hoy.
Lo que obviamente era un fracaso de las finanzas privadas se rebautizó como una crisis de gasto público desbocado. Los préstamos bilaterales a los Estados periféricos de la Unión Europea (UE) no eran más que rescates encubiertos de los bancos centrales ‘pagados’ con contracciones fiscales. Aquellos que ofrecían elaborados argumentos sobre el poder expansivo del ajuste fiscal negaban lo obvio: cuando el sector privado intenta ahorrar y el sector público hace lo mismo, la economía inevitablemente se contrae y el volumen de deuda aumenta como porcentaje del PIB.
Esta fue la esencia del experimento autodestructivo de Europa con la austeridad en la década de 2010. En 2016, la Comisión Europea comenzó a cambiar de tono, y cuando llegó el covid-19 los días de “hacer crecer la economía contrayéndola” parecieron haber terminado. Qué equivocados estábamos.
Como argumentó en su momento el economista australiano John Quiggin, la austeridad es una idea zombi: no se la puede matar, porque es inmune a la refutación empírica. La respuesta sensata de rescatar las economías ante un cierre global por la pandemia se convirtió así en otra “crisis de deuda descontrolada”, que amenazó con llevar a los Estados a la quiebra.
La austeridad es una idea zombi: no se la puede matar, porque es inmune a la refutación empírica.
John QuigginEconomista australiano.
En la década de 2010, se suponía que la austeridad en la UE estabilizaría las finanzas públicas “restaurando la confianza” en el mercado de bonos. Sin embargo, recortar el gasto cuando la economía ya estaba en recesión no hizo sino agravar el problema. El miedo a la inflación debido a “todo ese gasto” se convirtió rápidamente en miedo a la deflación y a la pérdida de confianza. La austeridad en una recesión simplemente produce más recesión y desempleo. Lo sabemos desde la cancillería de Bruning en la Alemania de Weimar.
Los casos actuales
¿Qué ocurre con la austeridad en otras condiciones? Los casos actuales de Estados Unidos y Argentina son interesantes a este respecto. En cuanto a Estados Unidos, el país no está cerca de la recesión. La economía va viento en popa y se enfrenta a presiones inflacionistas. Además de liberar espacio fiscal para recortar los impuestos, otra posible explicación para perseguir la austeridad en tales condiciones tiene que ver con la geopolítica y los desequilibrios globales.
Cuando Joe Biden asumió el cargo a principios de 2021, mantuvo la mayoría de los aranceles de Donald Trump y se embarcó en un camino de reindustrialización verde. Ahora que el republicano ha vuelto al poder, está aumentando aún más los aranceles para forzar ajustes en las economías exportadoras, y sustituyendo la estrategia de reindustrialización verde de Biden por un enfoque basado en los combustibles fósiles.
Donald Trump durante su campaña en 2024. Foto:Getty Images
Pero esto no es todo. Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge, por sus siglas en inglés) persiguen el viejo sueño republicano (y libertario) de desmantelar el Estado administrativo moderno. Prefieren el Estado del siglo XIX, que utilizaba los aranceles para proteger la industria nacional y aumentar los ingresos públicos. Lo que implica esto es que los líderes de las grandes tecnológicas de Silicon Valley retomarán el papel desempeñado por los robber baron de la Edad Dorada (que fueron acusados de usar métodos inescrupulosos para enriquecerse, eliminar la competencia, amañar el mercado y cometer actos de corrupción). Así pues, la austeridad se está desempolvando para una serie de propósitos totalmente nuevos.
Argentina, por el contrario, se enfrenta a una inflación permanentemente alta y sin crecimiento real del PIB (ajustado a la inflación). Se han presentado más de una docena de planes de estabilización y Milei ha logrado lo que parecía imposible: una amplia coalición electoral a favor de la austeridad.
El presidente argentino debe su éxito, hasta ahora, a la política distributiva de la inflación permanente. Los peronistas perdieron su larga influencia sobre los pobres y la clase trabajadora porque son los votantes que dedican la mayor parte de sus ingresos al consumo, y la subida de los precios erosionó constantemente su poder adquisitivo.
La coalición peronista consiguió proteger a los sindicatos de la inflación indexando los salarios en consecuencia, y los profesionales se protegieron con tenencias de dólares. Durante un tiempo, este acuerdo fue suficiente para que los peronistas ganaran las elecciones. Pero quienes carecían de estas protecciones perdían su capacidad de consumo, y la pobreza aumentaba año tras año.
A esta situación, Milei ofreció una salida: la austeridad. Con la promesa de que destruiría las redes peronistas, desbarataría a los intermediarios y desregularía todo. Antecedió que dolería durante un tiempo, pero aplastaría la inflación y sacaría a los insiders peronistas que habían logrado protegerse a sí mismos. El dolor de ellos sería su ganancia, dijo. Por eso, la austeridad se ha convertido en una forma de política de Schadenfreude (sentir placer por la desgracia de los demás), muy similar a la guerra contra los empleados federales y otras “élites” en Estados Unidos.
¿Funciona? En Argentina, si lo que se busca es de derrotar a la inflación a pesar del aumento de la pobreza, entonces sí, está funcionando. Pero solo será electoralmente sostenible si la reducción de la inflación conduce a un aumento de la inversión y de los salarios reales. Si conduce a una pobreza cada vez mayor para los que votaron a favor, Milei perderá su base.
En Estados Unidos, si el objetivo es desmantelar el Estado administrativo, la austeridad funcionará. Pero en un país donde el 53 por ciento de los condados –la mayoría de ellos de tendencia republicana– dependen de las transferencias del Gobierno, puede resultar contraproducente. Aun así, si los republicanos consiguen recortes de impuestos por valor de 4 billones de dólares para el 10 por ciento más rico, el plan podría valer la pena.
Vuelve la austeridad, pero esta vez no es solo una mala idea. También es un arma política y una peligrosa herramienta redistributiva.
MARK BLYTH (*)
© Project Syndicate
Providence (Rhode Island)
(*) Catedrático de Economía Internacional y director del Centro Rhodes de Economía y Finanzas Internacionales del Instituto Watson de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad Brown. Coautor del libro ‘Inflation: A Guide for Users and Losers’ (2025) y autor de ‘Austerity: The History of a Dangerous Idea’ (2015).
El trabajo que le cuestionan a Musk
Luego de que el presidente Donald Trump le pidió ser “más agresivo” en su misión de recortar el gasto público, Elon Musk, que trabaja como asesor en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (Doge, por sus siglas en inglés), ordenó a los funcionarios federales responder un correo electrónico detallando sus tareas desempeñadas, indicando que si no lo hacían se consideraría como una renuncia. Iniciativas como estas han aumentado la confusión en el seno de un aparato estatal ya bajo presión.
Elon Musk. Foto:Editorial Debate
Este se trata del ‘ataque’ más reciente de Musk contra la burocracia federal, que Trump considera demasiado engorrosa y costosa.
Según los medios de comunicación estadounidenses, uno de los comentarios que se ventilan desde la oficina para la que trabaja Musk es que se preparen para más recortes masivos de personal. Trump ya anunció que se despedirá al 65 por ciento de los funcionarios federales de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA). Y también alertó a quienes no respondan las peticiones del empresario.
Precisamente las propuestas de Musk y sus métodos alentaron a que un tercio de los funcionarios de su departamento renunciaran. “Juramos servir al pueblo estadounidense; sin embargo, ha quedado claro que ya no podemos cumplir con nuestros compromisos”, escribieron 21 miembros del personal, que inicialmente trabajaban para el Servicio Digital de EE. UU., que se transformó en Doge después de que Trump asumió el cargo y puso a Musk al frente.
AFP