Cuando el Dane informó la semana pasada que el número de nacimientos en Colombia volvió a disminuir en 2024 y se ubicó en niveles que parecían impensables hace poco, las reacciones no se hicieron esperar. El motivo es la profundización de un fenómeno que acelera una serie de cambios profundos en la sociedad y que va mucho más allá de cuanta gente vive en el territorio nacional.
No hay duda de que la variación observada es enorme. Los 445.011 colombianos que llegaron al mundo el año pasado no solo representan una caída del 14 por ciento frente a los registros de 2023 –que ya habían mostrado un descenso del 10 por ciento– sino que en números absolutos el dato es inferior al de 1950.
Si la comparación se hace con épocas más cercanas, estamos lejos del pico de 752.000 nacimientos observado en 2000 o del promedio cercano a los 650.000 correspondiente a la segunda mitad de la década pasada. En un presente lleno de incertidumbres, ahora suena muy probable que de manera permanente existan muchos menos niños de los que se calculaban.
En 2024 nacieron 445.011 colombianos, una caída del 14 por ciento frente a 2023. Foto:iStock
Según las proyecciones todavía vigentes, en 2030 los menores de 10 años en Colombia ascenderían a 7,7 millones. De seguir las cosas por la senda observada es factible que el dato real se ubique más cerca de los 6 millones de infantes. Al mismo tiempo, la proporción de personas de la llamada tercera edad seguirá subiendo, entre otras porque la esperanza de vida se mantiene al alza tras el bache causado por la pandemia.
Tal como otros
Lo que les ocurre a los colombianos forma parte de una realidad cada vez más común en el planeta. Según las Naciones Unidas, en 63 países que contienen al 28 por ciento de la población mundial, la cantidad de gente ya comenzó a bajar. En ese grupo se encuentran China, Alemania, Japón o Rusia, entre otros.
Así mismo, el organismo plantea que en 48 naciones adicionales sucederá algo similar hasta mediados del siglo. Tan solo en un puñado de territorios (especialmente en África) continuarían los aumentos rápidos. Angola, Congo y Somalia duplicarían su población en los próximos 30 años.
La expectativa es que las personas en el planeta lleguen a un máximo de 10.300 millones en 2080. Foto:iStock
En cualquier caso, la expectativa es que el dato de personas en el planeta llegue a un máximo de 10.300 millones hacia 2080 –unos 2.000 millones más que ahora– tras lo cual la curva cambiaría de sentido. Dicho escenario es muy distinto al que se tenía en 2013, momento en el que se pensaba que los aumentos se extenderían hasta entrado el siglo XXII.
América Latina y el Caribe no es ajena a lo sucedido. Si en 1950 el promedio de hijos por mujer ascendió a 5,8, ahora la cifra es de 1,8, un guarismo inferior al de 2,1 que es el necesario con el fin de mantenerse en equilibrio.
Para la Cepal, en 2050 se alcanzará un pico poblacional de unos 730 millones, frente a los 663 millones de hoy. Vale la pena subrayar que el comportamiento país por país es muy dispar. Por ejemplo, Bolivia supera todavía el nivel de remplazo, lo cual no pasa en Brasil.
A todas estas, el caso colombiano llama mucho la atención. El motivo no es que los nacimientos hayan disminuido –algo que ya estaba previsto– sino que lo hayan hecho de forma mucho más profunda y acelerada a cifras que usualmente se observan solo en las naciones industrializadas.
En concreto, la tasa global de fecundidad en 2024 fue de 1,1 hijos por mujer, muy distinta del 2 observado en 2000 y del 1,7 que corresponde a 2017. En las proyecciones de población del Dane todavía vigentes, los supuestos que se utilizaron fueron de 1,59 para 2030 y 1,43 hacia 2070.
Aunque la base de datos regional todavía no está completa, es muy probable que la cifra nuestra del año pasado sea la más baja de Latinoamérica, vecina de las de Chile y Uruguay. A modo de comparación, basta mirar los registros europeos de 2023 para concluir que estamos en un punto muy similar al de España y por debajo de todos los demás, desde Suecia hasta Francia.
¿Cuál es la explicación de un cambio tan abrupto? Quienes saben de estos temas hablan de una conjunción de factores que incluyen elementos de diverso orden, desde los culturales hasta los sociales y económicos. En su momento, la migración venezolana sirvió para atenuar la pendiente, pero ese efecto se ha reducido en los últimos años.
Juan Daniel Oviedo, exdirector del Dane, considera que la pandemia tiene mucho que ver con lo sucedido, “tanto por la manera en que afectó las relaciones de pareja como el mercado laboral”, sobre todo para el género femenino. Tampoco se pueden descartar las actitudes colectivas hacia la reproducción en un país en donde los índices de satisfacción frente al entorno han disminuido de forma notoria y el pesimismo es la nota dominante.
Aun así, falta una mirada mucho más estructurada, pues la última encuesta de demografía y salud hecha por Profamilia se publicó diez años atrás. Lo que en otras naciones sería motivo de un debate intenso por las implicaciones que trae apenas si aparece en las preocupaciones gubernamentales.
Juan Daniel Oviedo, exdirector del Dane, considera que pandemia tiene mucho que ver con lo sucedido. Foto:Prensa Juan Daniel Oviedo
Hay indicios desordenados, claro. Basta con preguntarles a los jóvenes qué opinan de la idea de formar una familia. Entrevistado en una calle bogotana, Sneyder dice que no le interesa traer a un niño al mundo a sufrir. A pocos metros, Mariana dice que sus planes de vida son distintos y, aunque no lo descarta del todo, sostiene que no se imagina como mamá.
Que hay transformaciones significativas, es algo que se observa en las estadísticas. El embarazo adolescente todavía existe, pero se ha reducido a cerca de la mitad en comparación con hace una década. Por su parte, la proporción de madres de menos de 19 años, que en 2015 era responsable de más del 21 por ciento de los nacimientos, ahora es del 15 por ciento.
Al mismo tiempo, la edad media de la fecundidad cuando llega el primer hijo sigue al alza y se encuentra por encima de los 27 años. Las mamás que superan la treintena representan ya una tercera parte de los alumbramientos.
De otro lado, existen diferencias significativas entre zonas urbanas y rurales, al igual que dentro de los departamentos y las capitales. Las tasas de fecundidad en Caldas y Bogotá difieren sustancialmente de las del Vaupés, para citar un caso concreto.
Un país distinto
Tras el reporte dado a conocer el miércoles seguramente revivirá la controversia en torno a cuántos somos realmente. Cuando se entra a la página del Dane aparece que la población total de Colombia es de 52’695.952 habitantes, que es el dato correspondiente a 2024, superior en 480.449 personas al estimativo de 2023.
No obstante, al mirar la diferencia entre nacimientos y defunciones del año pasado el saldo neto fue de 171.239 individuos. Si a eso se le agregan las informaciones sobre la migración de colombianos al exterior es fácil concluir que en el territorio nacional puede vivir menos gente de lo que afirman los cálculos oficiales.
Dane entregó cifras de nacimientos en Colombia durante 2024. Foto:
Algo en ese sentido sostuvo el Banco de la República en agosto. Según el Emisor, “el decrecimiento (en el número de habitantes) habría comenzado desde 2022, es decir 30 años de lo esperado en las tablas actuales de población del Dane”. Tal afirmación creó una fuerte polémica con esta última entidad, en la que no faltaron las críticas a los economistas por parte de los expertos en demografía.
Sin embargo, aquí lo importante no es saber quién tiene la razón sino establecer la verdad mediante el uso de herramientas técnicas y el acceso a fuentes de información confiables. Dada la inesperada magnitud del cambio en la fecundidad hace falta una nueva hoja de ruta con el fin de tener capacidad de reacción y poder anticiparse a lo que viene.
Consultada al respecto, una vocera del Dane dijo que “se está revisando el modelo y la construcción de los indicadores demográficos”. Agregó que “se espera que en el segundo semestre se esté haciendo el cambio con las nuevas proyecciones”.
Es de esperar que eventualmente las cifras revisadas se traduzcan en políticas públicas. Como sostiene la experta Ángela Vega, la fotografía actual “genera más preocupaciones pues no se ven acciones encaminadas a subsanar la problemática que puede causar este descenso”. Agrega: “No me refiero a cómo revertirlo, sino a cómo desacelerarlo o qué vamos a hacer cuando esto se vea reflejado en una estructura poblacional: envejecida y desajustada en edades laborales o productivas”.
Y es que ahí está el meollo de la cuestión. Una descolgada en la cantidad de niños y jóvenes acabará impactando el tamaño de la población en edad de trabajar y el propio desempeño de la economía. Si a eso se le agrega el envejecimiento paulatino de los colombianos, entonces aparecen desafíos que poco se entienden en un país donde lo urgente no deja espacio para lo importante.
Junto a lo anterior surge el requisito de comprender que Colombia experimenta un profundo proceso de transformación y no solo en el plano demográfico. Así lo señala Eduardo Lora en su exitoso libro Los colombianos somos así.
Desde múltiples ángulos, quien fuera director de Fedesarrollo resalta una serie de evoluciones que necesitan ser tenidas en cuenta por los gobiernos de turno, las empresas y la propia ciudadanía. Por ejemplo, los hogares unipersonales son ahora uno de cada cinco, mientras que los monoparentales equivalen a uno de cada cuatro.
Los hogares unipersonales son ahora uno de cada cinco, los monoparentales son uno de cada cuatro. Foto:Reuters
Al mismo tiempo, el promedio de integrantes por hogar ya es inferior a tres, no muy lejos de lo que se observa en naciones más desarrolladas. Ello explica, por cierto, la gran oferta de apartamentos de metraje reducido en las principales urbes en los que pueden habitar un individuo y su mascota.
Dicha reconformación afecta y afectará la vida cotidiana de todos. Desde el punto de vista de los servicios básicos, tiene que ver con la educación, el sistema de salud o el pensional. En cuanto a los intereses, las aproximaciones a la religión o la vida en comunidad apuntan a variar radicalmente.
Eduardo Lora, por ejemplo, plantea la inquietud sobre el uso del tiempo. “¿Más gente sola quiere decir mayor demanda de espacios públicos o más horas dedicadas a la televisión, las redes sociales e internet de personas encerradas en su casa?”, se pregunta.
Tampoco está de más interrogarse sobre las posturas políticas o el respeto a los valores democráticos en el futuro. “Los colombianos somos individualistas, apáticos y cínicos”, agrega el economista. Y no menos importante es plantear quién va a cuidar a los viejos en un lugar donde las redes familiares se han encargado de proveer tradicionalmente esa protección que en otros sitios es asumida por el Estado.
Así las cosas, resulta difícil controvertir la afirmación de que el acelerado descenso en el número de nacimientos en Colombia es un asunto de marca mayor. La menor tasa de fecundidad se encargará de acelerar la transición hacia un país muy distinto del de hace unos años, lo cual debería equivaler a un campanazo de alerta.
La razón es que no se trata de algo que vaya a suceder en el futuro lejano, sino en el cercano. Frente a esa perspectiva, la disyuntiva es ignorar lo que viene o adaptarse a tiempo a una realidad que, más que buena o mala, apunta ser inevitable.
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ESPECIAL PARA EL TIEMPO
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