Entre el gran número de biografías y libros de todo tipo escritos sobre Francisco o por el propio Papa argentino, uno de los que sin duda vale la pena recordar es ‘Soñemos juntos’ (Plaza & Janés), publicado en 2020 y escrito a cuatro manos con el periodista británico Austen Ivereigh.
Autor de otros volúmenes sobre el pontificado recién concluido y con una relación de confianza con Jorge Mario Bergoglio, Ivereigh está convencido de que con Francisco la Iglesia católica “entró en una nueva época” y de que el próximo obispo de Roma “va a seguir esa dirección”.
EL TIEMPO conversó con Ivereigh a propósito de la muerte del papa Francisco, quien falleció este lunes.
Austen Ivereigh, biógrafo y amigo del papa Francisco. Foto:Cortesía
¿Cuál ha sido la mayor contribución del pontificado?
El cardenal Bergoglio, como se llamaba entonces, dijo a los cardenales en marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI, que lo que le hacía falta al próximo pontificado era que la Iglesia saliera de sí misma, se abriera a evangelizar a la periferias y no se encerrara en sí misma.
Ese pequeño discurso hizo que muchos cardenales creyeran que el Espíritu Santo ya había elegido al Papa. Mirando cómo ha ido el pontificado, yo creo que logró ese objetivo en muchos aspectos, pero me parece clave el cambio de cultura y de mentalidad dentro de la Iglesia.
El papa Francisco apareció por última vez en el balcón de la basílica de San Pedro. Foto:EFE
Al principio del pontificado el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, uno de los hombres de confianza de Francisco, decía que el gran objetivo era que los cambios fueran “irreversibles”. ¿No hay marcha atrás en la apertura?
Francisco no sólo consiguió una apertura al mundo, a las personas o al diálogo, sino también al Espíritu Santo, que al final es el que la guía a la Iglesia. Ha sido clave la sinodalidad, es decir, los procesos de escucha en los que se involucra a todo el pueblo de Dios. Eso exige diálogo y discernimiento. Viendo todo el proceso de los últimos años con el Sínodo de la Sinodalidad, me parece irreversible, en el sentido de que todo el mundo ha experimentado lo que supone ser una Iglesia sinodal, algo que pertenece a la tradición eclesial desde los primeros siglos. Yo no veo ningún deseo de volver atrás. Francisco abrió un proceso que va a continuar durante la próxima generación y en el próximo pontificado.
¿Qué otros aspectos concretos deja el argentino como legado?
Nos deja una Iglesia atenta a las particularidades de las situaciones humanas y que no trata de refugiarse en las reglas generales. Eso lo vimos, por ejemplo, en el Sínodo sobre la Familia con la nueva forma de acompañar a las personas divorciadas y vueltas a casar. O también con la posibilidad de bendecir a las parejas del mismo sexo. No se trata de cambios en la doctrina, sino de mostrarse atento a la particularidad pastoral de cada situación.
Una parte de la comunidad cristiana se mostró en contra de esos cambios. ¿Hubo reformas en las que Francisco tuvo que echar el freno para no poner en peligro la unidad de la Iglesia?
Todos los Papas tienen la necesidad no sólo de mantener, sino de forjar aún más la unidad de la Iglesia. Es uno de sus primeros deberes. Pero eso no significa que no tomara decisiones por temor a que hubiera mayor división. Como jesuita siempre trató de discernir dónde estaba el Espíritu Santo en cada decisión. Si en un tema veía que había mucha división, lo veía como una señal de que no había que avanzar.
¿Aunque él estuviera a favor del cambio?
Por eso me parece importante enfatizar su humildad. Francisco no tenía un plan de doctrina o de teología para imponer. No era su propia opinión la que contaba, sino el discernimiento de lo que estaba diciéndole el Espíritu a la Iglesia. Por ejemplo, durante el Sínodo de la Amazonía la mayoría de los obispos votó a favor de la ordenación sacerdotal de los hombres casados en aquel territorio debido a la escasez de presbíteros, pero el Papa se resistió a eso a pesar de que el voto fue de más de dos tercios favorable. Vio que durante la discusión creció la polarización sobre el tema, lo que fue una señal de que no era el momento adecuado para implementar el cambio. Es importante la hora a la que se toman las decisiones, si la Iglesia entera está lista o no para ello.
Otro ejemplo sería el de dar mayor espacio a las mujeres…
Así es. En los primeros meses de 2024 invitó a varias mujeres a hacer presentaciones al Consejo de los Cardenales, entre ellas una obispa anglicana inglesa, para que hablara de su experiencia en la Iglesia y sobre cómo incorporar mejor la voz de las mujeres. Todo el mundo se preguntó a qué iba conducir. ¿Iba a permitir la ordenación de diaconisas? ¿Llegaría el sacerdocio femenino? No se sabe, pero lo importante para Francisco era comenzar un proceso de escucha y discernimiento.
Con Francisco ha habido apertura, sí, pero también crecía la descristianización en muchos lugares del mundo. ¿Cómo lo explica?
Esos cambios empezaron mucho antes del pontificado de Francisco. Es lo que él llamó el cambio de época. Estamos en una época en la que mayoritariamente la fe no se transmite a través de la ley, la cultura, las instituciones o la familia, sino que es más bien una experiencia personal de encuentro con la misericordia de Dios y con Jesucristo. Eso implica un cambio en la Iglesia. Vivimos todavía la muerte del modelo anterior y la aparición de algo nuevo. No es la descristianización, sino la transformación del cristianismo. Por eso pienso que Francisco es el primer Papa de esta nueva época. Si Juan Pablo II y Benedicto XVI cerraron la gran época de la Iglesia con la modernidad, Francisco abrió una nueva época, en la que la Iglesia tiene que cambiarse a sí misma para evangelizar un mundo muy diferente. Por eso la necesidad de la escucha, del diálogo, del acompañamiento, de la cercanía, de la calidez y la ternura. Todas esas palabras claves del pontificado vienen de eso, de la necesidad de que la Iglesia sea diferente para evangelizar a la sociedad contemporánea.
¿Aunque se acabe con una Iglesia de minorías?
Como ya dijo Benedicto XVI, la Iglesia del futuro va a ser más reducida en términos de números respecto al pasado, aunque los que van a misa y participan en los sacramentos cada vez más lo hacen por convencimiento y por experiencia de conversión pastoral, más que por costumbre o por haberlo heredado de la tradición de su familia o de su cultura. Eso todavía existe, pero estamos en un período de ajuste. Es muy notable ver hoy que los jóvenes más que seguidores son buscadores. Tienen una sospecha muy grande de la institución y es ella la que tiene que cambiar para acompañar al joven que busca una referencia moral, aunque la institución eclesial le produzca desconfianza.
¿Y cómo respondió Francisco a ese período de ajuste del que habla?
Con humildad. Lo que no significa falta de decisión, porque hizo y dijo cosas fuertes y decisivas, pero humildad en el hecho de ofrecerse para acompañar a la humanidad contemporánea. No dijo lo que había que hacer ni que la Iglesia tenga la verdad, sino que invitó a pensar juntos y a abrirse a lo que dice el Espíritu teniendo en cuenta la tradición de la Iglesia. Eso es muy significativo.
Con Francisco no hubo cambios doctrinales en ámbitos donde algunos católicos sí los esperaban, como la ordenación sacerdotal femenina o el celibato opcional para los presbíteros de rito latino. ¿Podrían llegar en el próximo pontificado?
Todo es posible porque se trata de una tradición en constante evolución, aunque veo una enorme diferencia entre ordenar a hombres casados y el sacerdocio femenino, porque nunca ha habido en la Iglesia católica sacerdotisas y significaría un salto no tradicional. La mayor parte de los cambios eclesiales ocurren cuando se recupera algo que se había perdido. En los primeros tiempos de la Iglesia, en cambio, se ordenaba a hombres casados, como ocurre ahora en muchas comunidades en comunión con Roma, como las orientales. Eso sí lo puedo imaginar, a diferencia de que se descarte la tradición del celibato. Me parece importantísimo el lazo entre el celibato y el sacerdocio porque permite un mayor servicio desinteresado de muchos, ya que cuando uno está casado da prioridad a su familia. Puedo imaginar en el futuro a dos tipos de sacerdotes: uno que es el párroco, muy arraigado en el lugar y que sí está casado, y otro sacerdote que es más misionero, más flexible y que se puede desplazar al servicio de la Iglesia y de la misión.
¿Cómo se imagina al próximo Papa?
Es difícil. Lo que sí se puede ver al observar el Colegio Cardenalicio es que la inmensa mayoría de sus miembros están convencidos de que la dirección de la Iglesia bajo el mando de Francisco ha sido la definitiva. Es decir, no hay otra hoja de ruta en este momento en la Iglesia. La única alternativa es la tradicionalista, que es un intento de los conservadores de volver atrás, a otra época. Pero es una minoría aunque haga mucho ruido. Hablamos de no más de 15 de cardenales con derecho a voto. El pontificado de Francisco ha sido el inicio de una nueva época en la Iglesia y el próximo Papa va a seguir esa dirección, sobre todo pastoral, sinodal, misionera… Ese rumbo está fijado para una generación. Esto no impide que el próximo Papa diga que necesitamos un tiempo de consolidación de los cambios. Tal vez vendrá de otra parte del mundo y tendrá otras prioridades.
Tras un papado largo como ha sido el de Bergoglio, ¿podría llegar ahora un pontificado corto, de transición?
Incluso cuando un Papa se considera a sí mismo de transición, como pasó con Francisco, luego inicia cambios duraderos. Hay que estar siempre abiertos a la sorpresa. Bergoglio nunca pensó que iba a durar tanto. Pero puedo imaginar ahora a un Papa que busca un nuevo ritmo de la Iglesia. Hay muchas cuestiones que todavía tienen que implementarse de las reformas anteriores.
¿Cuál fue el mayor error de Francisco?
No veo grandes errores, pero a veces tomó decisiones erróneas fruto muchas veces del juicio que tenía de algunas personas que después no cumplieron con sus expectativas. Él era muy terco y cuando tomaba una decisión, se mantenía de manera tajante. Seguía adelante como una excavadora.
Con los abusos sexuales es cierto que hubo pasos adelante con importantes cambios legislativos, pero en ocasiones parecía que se iba hacia atrás. ¿No pudo hacer más?
Francisco afrontó los abusos tratando sobre todo de cambiar la cultura del clericalismo, que está en la raíz del problema. El Papa hizo cambios legislativos significativos y obligó a muchos obispos a dimitir por no tratar bien el tema, aunque también cometió errores, tal vez motivados porque había confiado en personas que le habían mentido. La respuesta de la Iglesia a los abusos, no obstante, todavía depende demasiado de las relaciones personales y no de las reformas institucionales. Pero mirando hacia atrás veo un cambio muy significativo: la cuestión es ahora universal, lo que no pasaba antes. En todas partes la Iglesia la considera una prioridad, después de que Francisco atacara de manera constante y feroz la cultura del clericalismo y del privilegio del sacerdocio.
DARÍO MENOR
PARA EL TIEMPO
ROMA