YAKARTA, Indonesia — Las palabras “aviso de emergencia” galvanizaron a los manifestantes en Indonesia en agosto. Fue un grito de guerra para proteger la tercera democracia más grande del mundo, que se liberó de la dictadura hace menos de 30 años. Miles salieron a las calles. Algunos se volcaron contra las puertas del Parlamento, derribando una.
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La amenaza, desde su perspectiva, procedía de su líder electo, el Presidente Joko Widodo.
Joko, que dimitió el 20 de octubre, transformó Indonesia, prácticamente erradicando la pobreza extrema en el extenso archipiélago, donde viven alrededor de 280 millones de personas. Pero muchos creen que también intentó alterar las leyes para instalar una dinastía política, socavando la democracia misma que le permitió convertirse en el primer Presidente del País que no pertenecía al Ejército ni a la élite política establecida desde hace mucho tiempo.
El año pasado, dicen los detractores, Joko agenció un fallo del Tribunal Constitucional que permitió a uno de sus hijos postularse para Vicepresidente aunque no cumplía el requisito de edad mínima de 40 años. El hijo, Gibran Rakabuming Raka, ahora de 36 años, fue electo en febrero como compañero de fórmula de la elección de Joko para sucederlo como Presidente, Prabowo Subianto, un ex Ministro de Defensa y General que ha sido vinculado a abusos contra los derechos humanos.
En agosto, los aliados de Joko intentaron otra maniobra para incluir a su hijo de 29 años, Kaesang Pangarep, en las boletas para un cargo local, aunque la edad mínima era 30 años. Los indonesios enfurecidos lo vieron como otra retracción de Joko, quien una vez declaró, “Convertirme en Presidente no significa canalizar el poder a mis hijos”.
Los legisladores cedieron a las demandas de los manifestantes en agosto, frustrando la candidatura de Kaesang al cargo.
Joko se ha defendido repetidamente.
“Todos son elegidos por el pueblo, decididos por el pueblo y votados por el pueblo”, dijo a los periodistas el año pasado después de que Gibran se uniera a la fórmula de Prabowo.
Durante mucho tiempo, Joko fue la antítesis del líder típico de Indonesia, gobernada durante décadas por los autoritarios Sukarno y, más tarde, Suharto. La democracia se estableció después de que Suharto fue depuesto en 1998, pero los políticos de familias prominentes dominaron las urnas.
Joko, que nació en una barriada de la ciudad de Solo, se convirtió en un exitoso exportador de muebles y fue electo Gobernador de Yakarta en el 2012. Ganó la Presidencia dos años después. Le dio al poder un rostro simple y humilde, e incluso sus críticos reconocen que entiende lo que quiere la gente común y corriente. Logró avances significativos: construyó carreteras y puentes, introdujo un sistema de atención médica universal y entregó dinero en efectivo y alimentos a los necesitados. Dejó el cargo con un índice de aprobación del 75 por ciento.
Bajo el gobierno de Joko, Indonesia se convirtió en la primera economía de un billón de dólares en el sudeste asiático, pero dependió en gran medida del gasto gubernamental, endeudando las paraestatales.
Durante el mandato de Joko, su Gobierno arrestó a activistas que lo criticaban, incluyendo a personas de la región de Papúa que pedían la independencia. Nunca controló a la policía, que rara vez ha tenido que rendir cuentas por su brutalidad.
Los aliados de Joko plantearon la idea de un tercer mandato, algo que la Constitución de Indonesia prohíbe. Al sentir el rechazo del público, Joko dio marcha atrás. En lugar de eso, buscó instalar una dinastía.
En las últimas semanas, Joko visitó mercados de toda Indonesia como parte de una gira de despedida. En la provincia de Nusa Tenggara Oriental, dijo que quería “disculparme profusamente por todos los errores, cualquier política que tal vez no haya complacido los corazones de todos”.
“Soy un ser humano común y corriente que está lleno de equivocaciones, lleno de deficiencias, lleno de errores”, añadió Joko.