Andi Baiz y la historia de 'Pimpinero: sangre y gasolina': 'siempre me ha interesado entender todo lo que hay detrás de alguien que decide convertirse en contrabandista'

hace 5 horas 24

Después de una década de trabajar para series de televisión como Narcos, Narcos México, y Griselda, Andi Baiz regresó al cine para presentar Pimpinero: sangre y gasolina, una película donde temas como el contrabando de gasolina, el tráfico de migrantes y los poderes que controlan la frontera de Colombia y Venezuela, se enmarcan en un intenso relato de acción. Hoy, a sus 49 años, este director caleño que adaptó Satanás a la pantalla grande, que llegó a Cannes con uno de sus primeros cortometrajes, habla sobre su manera de entender el oficio de crear cine, sobre su trabajo con Juanes o Sofía Vergara y sobre los retos del cine colombiano.

Conforme a los criterios de

Cuando Andi Baiz tenía once años, su papá le dio un regalo que le marcó la vida para siempre. Y no fue una cámara de video: lo montó en un carro y lo llevó a un club de buceo, donde le enseñaron a hacer apnea porque un niño como él todavía no podía bucear con tanque, sino a pulmón. “Yo siempre digo que una de las cosas que les debo a mis padres es el mar”, dice. “Ellos visitaron Providencia en 1985 y se enamoraron de ese lugar hasta que pudieron levantar una cabaña. Yo voy a la isla desde que tengo 10 años, allí me casé y todavía voy mucho con mi familia cada vez que termino un rodaje: es un sitio que nos conecta con lo esencial”.

La cámara vino poco después. Era una Hi8 de casete que su papá había comprado, pero no usaba. Andi la cogió y comenzó a llevarla al colegio para crear en el lenguaje que mejor conocía: el visual. Hizo videos experimentales para la clase de arte, ensayos documentales para sociales y adaptó un poema para su clase de inglés. Al final de su bachillerato hizo su primer corto: “Tenía un título superpretencioso, típico de un adolescente. Se llamaba La rebelión de los girasoles, porque como todos los girasoles miran al sol, había uno que se rebelaba y que daba la espalda”, dice. “Era una metáfora sobre seguir tu propio camino, sobre no conformarte”.

Juanes (izquierda), interpreta a Moisés Estrada, el líder de un clan dedicado al contrabando de gasolina.

Juanes (izquierda), interpreta a Moisés Estrada, el líder de un clan dedicado al contrabando de gasolina.

Foto:FOTO: PRIME VIDEO

Andrés Baiz Ochoa nació en Cali el 3 de septiembre de 1975. Desde que entró al colegio, él y su mejor amigo, Rodrigo Guerrero ―quien actualmente es productor de cine― iban casi todos los días a ver alguna película al teatro Imbanaco, al Autocine, al San Fernando o a alquilar los títulos que llegaban a los videoclubs para ponerlos en los betamax de sus casas. Veían a James Bond, a Chuck Norris y a Steve McQueen. Incluso, Baiz recuerda un telefilm llamado Mandrake, una historia sobre el mago de bigote negro que le hizo entender de qué se trataba la ficción, la ilusión y el artificio: “El cine es una mentira y eso me encanta, dice. “En ese sentido soy más Meliés que Lumière, que es más un registro de la realidad, mientras que Meliés es cómo a través del artificio puedes crear una verdad”.

Estudió cine en Nueva York. Después regresó a Colombia, donde estrenó su corto Hoguera, que llegó a estar en Cannes, y Satanás, una adaptación de la novela de Mario Mendoza, en donde el autor le dio carta blanca para que interpretara como quisiera la historia de Campo Elías Delgado y la masacre de Pozzetto. Después vinieron La cara oculta, Roa y diez años de trabajo en series de televisión, donde dirigió varios capítulos y fue productor ejecutivo de Narcos, Narcos México y Griselda. Los últimos diez años transformaron su su carrera como director: en México y Los Ángeles, trabajó con productores, actores y directores de arte que le permitieron entender que el verdadero cine está en el oficio, en el hacer. Por eso, cuando le preguntan por su estilo es tajante: “Yo no me considero autor y me genera desconfianza hablar del cine como un arte. Un director no puede practicar su oficio todos los días, como si lo puede hacer un músico, un poeta, un bailarín, o un pintor. Creo simplemente que sé hacer bien mi trabajo y que me gusta hablar con los actores”, dice. “Me hubiera gustado trabajar para un estudio de cine en los años 40, donde terminabas de trabajar un viernes y te daban un guión el fin de semana para empezar a trabajar el lunes”.

Andi Baiz también fue el director de Satanás.

Andi Baiz también fue el director de Satanás.

Foto:Juan Pablo Gutiérrez / Revista BOCAS

Hoy vive en Los Ángeles con su esposa, Manuela Santos, y sus hijos, Máximo y Romano, a quienes entre rodaje y rodaje les está enseñando a hacer snorkel y a disparar con arpón. “Manuela es una persona que me ha enseñado a dar, porque su pasión y su naturaleza es entregar, ayudar”, dice”. Hace que mi vida vaya más encaminada y que no me pierda, sin dejar de lado la creatividad”.

Baiz entra a un estudio de fotografía en Bogotá. Está en la ciudad para estrenar Pimpinero, la película con la que regresó al cine después de diez años de trabajar en televisión, y que también está disponible en la plataforma Amazon Prime: una historia de tres hermanos contrabandistas de gasolina, ambientada en el desierto entre Venezuela y Colombia durante los primeros años del siglo XX, en donde Juanes hace el papel de uno de ellos: un contrabandista retirado que ve cómo sus hermanos se pierden entre los nuevos poderes de la frontera.

Durante la entrevista hace notar que el cine es su materia de vida: cita a casi 30 directores que admira o que le han servido de referencia, y habla de películas de los años setenta y ochenta con una naturalidad sorprendente. También sabe de la situación actual del cine en Colombia: Satanás, en 2007, fue una de las primeras películas que se hizo con la Ley del Cine, que permitió la creación de los estímulos del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, y aunque hoy se hace mucho más cine que hace 17 años, le preocupa la poca visibilidad que tienen los largometrajes nacionales para la conciencia colectiva del país: “¿Cómo se puede hacer para que otra vez el cine colombiano tenga impacto? ¡Hay que hacer algo!”, dice. “Entonces dale, mompa. Grabá que lo que quiero es hablar de cine”.

Usted trabajó en series como Narcos, Narcos México, Griselda, y muchas de sus películas tocan el tema de la criminalidad. ¿Qué límites se deben tener en cuenta para contar estas historias?

Yo he hecho muchas series que tienen que ver con el narcotráfico y mucha gente dice que esas series dejan mal la imagen del país. Para mí, los países hacen solitos su mala imagen y lo que hacen las series es mostrarle al mundo por lo que pasamos y lo resilientes que somos. También demuestran que hay realizadores, actores y técnicos que hacen muy bien su trabajo. Tanto en la literatura como en el cine, el crimen es un género en el cual se han creado obras maestras, y como cineasta me gusta explorar la naturaleza humana y los matices que hay en todos nosotros. Creo que el cine colombiano refleja a Colombia, hay que aceptarlo, y nos puede dar vergüenza que haya corrupción, clasismo, crimen… Pero entretener no es una mala palabra, y si puedes poner ese espejo de país desde la emoción, vas a conectar más con el público. Debo decir que me gustan las series y el cine que te confrontan, y es lo que intento hacer con mi trabajo: desenmascarar, quitar el telón y lograr ese sentimiento de dejar a un lado la ingenuidad, como cuando uno es niño y le dicen que Papá Noel no existe. Descubrir eso te hace crecer y ser más libre.

“A mí me gusta ver cine de directores que se equivocan, que tienen unas películas increíbles, otras malísimas, otras mediocres, y que en últimas construyen una gran obra”.
Revista Bocas
www.jpgfoto.com
@jpgb_

“A mí me gusta ver cine de directores que se equivocan, que tienen unas películas increíbles, otras malísimas, otras mediocres, y que en últimas construyen una gran obra”. Revista Bocas www.jpgfoto.com @jpgb_

Foto:Juan Pablo Gutiérrez / Revista BOCAS

Dirigió a Sofía Vergara, en Griselda, y a Juanes, en Pimpinero. ¿Cómo fue trabajar con ellos?

Yo creo que dirigir actores se trata de apagarles el lado izquierdo del cerebro y despertarles el derecho, que es el intuitivo. Eso se hace haciendo muchas preguntas y no diciendo nunca que no: si tienen una idea, hay que hacerla, así no quede al final o no sea la más conveniente para la historia. Eso da confianza, porque el actor básicamente se desnuda emocionalmente y, si tú lo cierras, se bloquea. Es difícil porque necesitas olvidarte del reloj y del asistente de dirección, que está ahí buscando que el cronograma se cumpla, pero es la única forma en que el actor puede encontrar una verdad, una naturalidad, y dejar de actuar, que en últimas es el objetivo. Lo mejor de trabajar con Juanes es que es un ser excepcional y auténtico, una persona a la que es imposible no querer. Te hace sentir muy a gusto y eso facilita las cosas. En la primera semana de rodaje, que generalmente es la más difícil porque uno apenas está conociendo la manera correcta de trabajar, me tocaron muchas escenas con él; hubiera querido poder dirigir el grueso de sus escenas más adelante, cuando ya la dinámica entre el equipo de la película estuviera más engranado y fluido, pero recuerdo que él siempre llegaba superpreparado, super buena onda, entregado. Claro, nervioso, pero dispuesto a aprender. En cuanto a Sofía, ella tiene una ética laboral impecable. En la preproducción yo iba dos veces a la semana a trabajar con ella: leíamos los guiones, hablábamos de su personaje, nos hacíamos preguntas. Ella es una persona que puede oler la adulación mentirosa y la hipocresía a millas, entonces uno tiene que ser real y directo con ella. También es supergenerosa: lo mejor de trabajar con Sofía fue su sentido del humor, su desparpajo, su carisma, una energía que es contagiosa y que hace que el set esté siempre de buen humor. Mi energía en el set es intensa y en eso nos complementábamos.

¿Cómo es la historia detrás de Pimpinero?

Todo empezó con una imagen que vi en 2014, cuando estaba filmando Narcos: una fila de carros cargados con bidones de gasolina a toda velocidad por la carretera, cerca de Palomino, en La Guajira. Todo lo que sucedía ahí era muy cinematográfico. Además, a mí siempre me ha interesado entender todo lo que hay detrás de la decisión de alguien que decide meterse de contrabandista: se me vinieron a la mente películas como Ladrón, de Michael Mann, y dije: “Aquí hay una película de acción que me interesa”. Luego nació mi primer hijo, Máximo, y empecé a sentir que me estaba acomodando en ese papel de hombre de familia; pero yo no quería quedarme quieto ni dejar de tomar riesgos. Entonces le dije a Manuela, mi esposa: “Mira: tengo esta idea, necesito escaparme al Cesar y la Guajira y ver cómo es ese mundo”. Era 2015 y el contrabando estaba fuerte en esa época: con un amigo fuimos a Cuestecitas, un pueblo que es solo gasolina, donde te miraban mal, y a La Paz, Cesar, donde vimos caravanas de la muerte y pude entrevistar a personas que estaban en el negocio. Una vez crucé la frontera sin querer y la Guardia Bolivariana me detuvo y me quitó la cámara; al final me soltaron, pero me borraron todas las fotos. Lo bueno es que llegué con varias historias, con más conocimiento sobre el contrabando de gasolina y dije: “Bueno, ya tengo con qué contar esta historia”. Yo seguí haciendo Narcos, Narcos México, muchas cosas, y el proyecto tambaleó mucho, pero se mantuvo de pie por la resiliencia de muchos. Un día me encontré con María Camila Arias y pudimos encontrarle una vuelta de tuerca al guión: la historia del contrabando de la gasolina pasó a un segundo plano y la película tuvo más humanidad, que era algo que yo quería desde el principio.

 el director de cine Andi Baiz y la actriz Marcela Mar.

La nueva edición de BOCAS tiene dos portadas en calle: el director de cine Andi Baiz y la actriz Marcela Mar.

Foto:Juan Pablo Gutiérrez / Revista BOCAS

¿Cómo se convirtió en cineasta?

Cuando me pregunto por qué me obsesioné con el cine, pienso en mi visión: yo nací en 1975 y en ese momento se dieron cuenta de que yo tenía un problema grave de estrabismo en un ojo: tuve varias operaciones siendo niño y finalmente nunca he podido ver con bifocalidad. Tuve parches, gafas, pasé por varios médicos… Luego ya recuerdo que cuando tenía cinco años, mis padres me llevaban a alquilar películas para Betamax en un lugar pirata en el oeste de Cali. La memoria es engañosa, pero la luz era tenue, lo que me producía calma, y alquilaba películas de muñequitos que grababan de televisión de Estados Unidos, con comerciales y todo. Yo me sentía muy bien en ese plan. De hecho, toda mi vida fui frecuentemente a alquilar películas a los videoclubs de distintos barrios de Cali; después, en Nueva York, iba a Kim's Video… Los lugares de alquiler eran una iglesia para mí, pasaba horas mirando carátula por carátula y alquilando lo que fuera. Mi favorita en ese momento era Top Secret!, una película de 1984 dirigida por los hermanos Zucker y Jerry Abrahams que se burla de las películas de espías; sigue siendo muy importante y la veo constantemente con mis hijos, que también la aman. Y esto va a sonar raro siendo mi cine tan oscuro, pero me muero por hacer una comedia pronto.

Uno de sus mejores amigos de infancia, Rodrigo Guerrero, también se dedicó al cine.

Somos amigos desde que tenemos tres años. Él fue el productor de Satanás: es la única película que hemos hecho juntos y ahora la estamos remasterizando. Estudiamos en el Colegio Bolívar, que es un colegio bilingüe, muy burbuja en términos de estrato social, pero no hacíamos parte de ese mundo de clubes campestres; él vivía en una casa en la montaña, por un sector que se llama La Sirena, que antes había sido de los dueños de un circo. Era inmensa. Imagínate: ¡Un circo! Allí habían guardado elefantes, tigres, y era en una montaña donde no había nada cerca; varias veces tuvimos que bajar por la amenaza del M-19. Era una casa que producía fascinación, miedo, aventura, y el papá de Rodrigo, que ya falleció, era radiólogo y tenía una oficina que me producía mucha curiosidad: tenía calaveras y huesos, como el consultorio de un doctor de Londres de finales del siglo XIX. En esa oficina tenía también una enciclopedia que se llamaba La colección Salvat del cine. Yo me la pasaba viendo las fotografías de King Kong, de Brigitte Bardot en bikini, de El hombre lobo, de Cleopatra, de las películas bíblicas…

 Sangre y Gasolina, nueva película de Prime Video con Juanes. Laura Osma & Alejandro Speitzer

Pimpinero: Sangre y Gasolina, nueva película de Prime Video con Juanes. Laura Osma & Alejandro Speitzer

Foto:Prime Video

¿Y en su casa?

Mi padre es de familia libanesa y siempre ha sido comerciante. Un hombre de fábricas ligado a esa tradición industrial. Como en Cali nadie estudiaba cine, a mi papá le asustaba mucho; pero también sabía que era mi gran pasión. Cuando me gradué, decidí empezar a estudiar diseño industrial simplemente porque en el nombre sentía que se combinaba el arte y la industria, pero como todos mis proyectos los hacía sobre cine, un día dije: “No, yo me voy detrás de Rodrigo”, que estaba en Nueva York. Como todo era muy costoso, lo que hice fue pedir una beca estudiar psicología durante un año en una universidad económica y luego transferí todos esos créditos a NYU, donde hice los tres años de la carrera de cine. No sé si es la parte árabe, esa herencia de comerciante que tengo en la sangre, pero siempre dije: “Quiero vivir de lo que hago”. Para mí eso era fundamental, no pedirle nada a nadie, ser autosuficiente. Fue algo que siempre tuve claro: si uno hace lo que le gusta, si uno tiene cierto talento y puede vivir de eso, ¿por qué no? Y mis papás estuvieron de acuerdo: siempre me apoyaron.

¿Cómo recuerda esos años en Nueva York?

Vivía en Queens, en Sunnyside. Cogía la línea moradita en la Calle 45 y en la universidad había algo que yo hoy veo como una ventaja y es que uno aprendía haciendo: en primer semestre tuve que hacer cinco cortometrajes para una clase y había que salir con una Arriflex a las calles de Nueva York a robar tomas y a ver cómo se unían con un guion de dos o tres minutos. Hice unos cortometrajes que hoy sigo queriendo mucho, más en tono comedia, y aprendí mucho porque había que editar en Moviola. Yo estuve en NYU justo en la transición de lo analógico a lo digital: de los tres años que estuve, uno y medio fue en cine, editando con Moviola, y el otro puro digital.

¿Cómo es la anécdota de que trabajó en una película de Scorsese?

Trabajé en muchas cosas. En una tienda de discos, en discotecas dejando entrar a la gente con listas, en un supermercado…. Ya en el oficio de cine mi primer trabajo fue una pasantía, que no me pagaron, en el Departamento de Arte de Bringing Out the Dead, de Scorsese, que era mi ídolo, además. Fue una película que hizo con Nicolas Cage sobre un conductor de ambulancias, tenía cierta similitud con Taxi Driver, y se filmaba de noche, pero yo trabajaba de día, en la oficina, haciendo fotocopias, entregas, mil cosas pequeñas. Veía mucho a Dante Ferretti, el diseñador de producción, que había trabajado con Fellini, con Pasolini… Yo era muy tímido porque esas personas eran demasiado grandes para mí, pero igual me le acercaba y le hacía preguntitas, a las que me solía responder con mucho amor. Ya por las noches, cuando podía, iba al set a ver dirigir a Scorsese. Una vez Scorsese me vio por ahí y me dijo “¿Tú trabajas en la película?”. Y yo: “Sí señor”. Y dijo “Ah bueno”, así como verificando. Luego se sentó en una silla y dejó un papel tirado, como unos muñequitos, unos garabatos que había hecho para imaginarse la escena. Yo fui corriendo y lo recogí. Todavía lo guardo: está por ahí en una maleta.

¿Su estrategia era estar cerca de los rodajes y aprender viendo?

Sí, estar ahí. También trabajé en Zoolander parando tráfico como asistente de producción, y con Matthew Barney en Cremaster 2, que es una película experimental. Mi último trabajo en Nueva York fue María llena eres de Gracia: yo buscaba locaciones, porque esa película se grabó en Ecuador y en Nueva York. Con esa película Rodrigo y yo nos hicimos amigos de Jaime Osorio, el productor que hizo Confesión a Laura, Sin amparo, y que fue muy importante en la década de los noventa, y eso fue lo que me hizo volver a Colombia: Jaime Osorio era muy generoso con los cineastas que estaban empezando; en sus oficinas, Tucán Producciones, estábamos siempre Rubén Mendoza, Ciro Guerra y yo, entre muchos otros cineastas jóvenes que apenas estaban iniciando sus carreras. Jaime fue el productor ejecutivo de Satanás. Nunca pudo ver la película finalizada porque murió el 3 de septiembre de 2006, el día en que yo cumplía 31 años, pero sí vio una versión muy avanzada, ya editada. Estaba orgulloso de haber podido participar y fue una figura fundamental, no solo en esa película sino en mi vida y mi carrera.

Usted ha dicho que admira el cine de oficio. ¿A qué se refiere?

Cuando uno está aprendiendo uno siempre admira al canon del cine, ¿no? Fellini, Bergman, Antonioni, Godard, Renoir… Ese es el cine que a uno le enseñan a admirar y, pues sí, ellos cambiaron el lenguaje cinematográfico, pero a mí me gusta ver cine de directores que se equivocan, que tienen unas películas increíbles, otras malísimas, otras mediocres, y que en últimas construyen una gran obra. Hay un director argentino que hizo cine en los años setenta y ochenta, Adolfo Aristarain, que decía que el estilo aparece cuando no se busca, y eso es un motto que siempre llevo conmigo. Trato de que mis referencias no vayan ser películas demasiado pretenciosas, ni demasiado taquilleras. Por ejemplo, para Pimpinero mis referencias fueron The Last American Hero, de Lamont Johnson; Deprisa, deprisa, de Carlos Saura, y Vanishing Point, una película de acción que hizo Richard Sarafian en los setenta. Son películas más oscuras, pero me gusta extraer piezas de ahí porque ese tipo de películas te hacen poner los pies sobre la tierra: te hacen dejar de creerte un artista con mayúscula y le pones más énfasis a lo físico.

Antes de hacer Satanás usted hizo Hoguera, un documental que fue seleccionado en Cannes. ¿Cómo fue esa experiencia?

Fue muy bonita. Cuando llegué a Colombia vine con la idea de hacer Satanás, pero no había dirigido desde que estaba en la universidad. Y dije: “Bueno, antes de convencer a un inversionista tengo que convencerme a mí mismo de que sí puedo dirigir”. Escribí en una tarde ese cortometraje: sucedía en Cali, en locaciones que yo conocía y podía conseguir fácilmente. Lo realicé con personas que también estuvieron en Satanás y lo rodamos como en una semana; lo edité y lo mandé a Cannes en un sobre, como en un DHL, yo no sé. Cuando quedó seleccionado en la Quincena de Realizadores fue uno de los momentos más felices de mi vida. Me dio confianza para seguir.

Luego vinieron las películas y series con las que ha construido su carrera. ¿Qué aprendió con cada una de ellas? Empezando por Satanás.

Aprendí que a veces hacer las cosas sin saber, pero con voluntad, es conveniente porque te da valentía. Cuando yo hice Satanás, Mario Mendoza me dijo: “Esto es tuyo”, y me dejó total libertad para la adaptación. Aprendí lo importante que es hacerle caso a la intuición y que si haces cine con gente que ama el cine, la aventura es más linda.

“En 2023 se estrenaron 72 largometrajes colombianos. ¡72! Yo reto a que salgamos a la calle y le preguntemos a personas al azar que nombren cinco de esas películas, o al menos una”.

“En 2023 se estrenaron 72 largometrajes colombianos. ¡72! Yo reto a que salgamos a la calle y le preguntemos a personas al azar que nombren cinco de esas películas, o al menos una”.

Foto:Juan Pablo Gutiérrez / Revista BOCAS

¿La cara oculta?

Aprendí lo importante que es leer la letra fina del contrato. Con La cara oculta aprendí todo lo político que hay alrededor del cine: fue una película producida por 20th Century Fox y Dynamo, entonces había mucha política alrededor. Aprendí lo importante que es ser claro y contundente al decir lo que quieres.

¿Roa?

Aunque no lo parezca, creo que Roa es la película en donde he tomado más riesgos. Aprendí lo importante que es afinar el instinto, saber qué batallas hay que dar y cuáles es mejor dejar pasar. Es algo que aplico mucho ahora haciendo televisión: me gusta irme a la casa con la sensación de que estuve en una cuerda floja, no caer en el lugar de la comodidad y tratar de buscar que en la creación haya una sensación de riesgo, de peligro.

¿Y Narcos?

Narcos y Narcos México me cambiaron la vida completamente. Narcos me dio la oportunidad de trabajar con presupuestos elevados, con las mejores personas latinoamericanas de la industria audiovisual, delante y detrás de la cámara. Aprendí que yo, al final, soy una suma de grandes derrotas y pequeñas victorias. Le dediqué siete años de mi vida a esa serie, dirigí 23 episodios, produje toda la serie, trabajé con actores y actrices muy buenos, con directores de fotografía increíbles, pude hacer escenas de acción muy complejas. Eran productos muy robustos. De Narcos creo que entendí que lo más importante de un director es aprender a trabajar con las personas, entender las diferencias y cómo llegarles. Cometí muchos errores, aprendí de esos errores y, claro, la velocidad también te obliga a que el oficio se ponga a prueba. También conocí a Eric Newman, que es el showrunner y productor de Narcos. Gracias a él yo he podido estar en ligas más robustas: con él hice Griselda y tenemos proyectos para el futuro. Aunque estábamos haciendo televisión, él siempre fue productor de cine, entonces nos entendíamos muy bien.

¿Cómo ve al cine en Colombia hoy? ¿Qué se ha logrado y qué falta?

La verdad, tengo una preocupación. En 2023 se estrenaron 72 largometrajes colombianos. ¡72! Yo reto a que salgamos a la calle y le preguntemos a personas al azar que nombren cinco de esas películas, o al menos una. En los últimos cinco años sólo Monos de Alejandro Landes, Litigante de Franco Loli y Los reyes del mundo de Laura Mora han tenido cierto impacto, y eso que dos de ellas son de 2019, previas a la pandemia, pero el resto no están en el imaginario colectivo. El Fondo para el Desarrollo Cinematográfico y Proimagenes han sido importantísimos para el desarrollo de la cinematografía de este país y los estímulos resolvieron el problema del hacer, pero creo que falta un filtro para saber qué películas deben recibir estímulos de promoción y que esas sean las que realmente exploten y tengan visibilidad. Lo otro es que hay que ser creativos para que la gente vuelva a cine. Tal vez tenemos que volver a las salas de antes, donde la gente se sentaba donde quisiera, llevaba comida, hablaba… ¡Que la experiencia sea diferente! Estoy medio mamando gallo con eso, pero es un llamado de alerta: hay que hacer algo.

Recomendados:

Leer Todo el Artículo