Desde los seis años Amaury Colmenares supo que quería escribir, entonces pensó en estudiar una carrera que le sirviera para varias cosas y escogió la historia, luego hizo una certificación en educación Montessori para adolescentes y dictó clases, ahora trabaja en una productora musical en algo más administrativo, pero la literatura siempre ha estado allí.
“Yo escribo mucho y publico muy poco. Considero que soy un fracaso, porque realmente la cantidad de esfuerzo que le invierto y de tiempo que le he invertido a escribir durante los años ha producido muy pocas obras”.
Hasta el momento ha publicado dos libros en editoriales independientes en México y después ganó un premio nacional de novela que tuvo un jurado que el considera “muy bueno, de tres escritoras que admiro mucho”, con una novela que se llama Grimorio, pero que no se publicó en ese momento. “Afortunadamente me dieron el dinero del premio y después lo publicó la Universidad Autónoma Metropolitana”.
Este 2025 puede ir totalmente en contra de aquello que él considera un fracaso y puede traerle muchas ferias del libro y promoción en varios países de América Latina, no porque una sola editorial vaya a distribuir su novela Acequia en varios lugares del mundo, sino porque el Premio Hispanoamericano de Narrativa las Yubartas lo otorgan diez editoriales independientes: ocho de América Latina, una de España y otra de Estados Unidos.
La novela pasó, por un número de revisiones que él considera como intenso, porque “a mí me notificaron del premio en junio y había que tener las diez ediciones listas el 8 de octubre que era la premiación en Nueva York. Hubo una primera ronda de lecturas y comentarios de cinco personas, de cinco editoriales, yo las atendí y esa nueva versión la leyeron otros otras cinco personas, de otras cinco editoriales y me mandaron sus comentarios, pero estoy muy feliz con el proceso”, dice.
El libro ya está en los diez países y Amaury está muy contento con lo que le pueda traer, sobre todo porque le tomó diez años escribirlo y porque fue, como él mismo lo anuncia en el epígrafe, como armar un rompecabezas.
¿Por qué el título de la novela?
Es una palabra hermosa. Conforme fue avanzando el proyecto me fui dando cuenta de la naturaleza formal, que iba a ser varios flujos narrativos que se iban a retroalimentar conforme corrían y las acequias son canales de riego que interconectan el líquido en un sembradío y la novela es justamente eso.
Acequia recoge varias historias que luego se unen. ¿Usted escribió cada historia y las fragmentó después?
La novela es un relajo, yo le llamo relajo funcional. Al principio la intención era que fueran fragmentos, que hubiera aforismos, microficción, cuentos pequeños. Aavanzó el proyecto y fui encontrando personajes que decían más y que les pasaban más cosas y adquirían más profundidad.
Creo que a la mitad del proceso, decidí que quería que fuera una novela en la que al principio el lector pensara que eran cosas inconexas, pero que de pronto empezara a notar que las historias se conectaban y que al final hubiera una construcción que ocurriera en la mente de quien está leyendo.
Cuando tomé esa decisión empecé a a explorar los hilos narrativos. El trabajo de escritura me tomó diez años.
¿De dónde salen los nombres de los personajes que son tal esenciales en el libro? Julieta Lucía Pensamiento Borges o el Licenciado Aguas o Altaflores…
Hay muchas cosas que no me acuerdo de dónde, pero muchas de tomar notas. No hay personas reales retratadas en la novela, pero sí hay personas de la realidad que inspiraron los personajes. Lis surge de una de una chica que conozco que se llama así: Lis con s. En algún momento se me ocurrió esto de Mundo y Seda y de pronto fue como ¡Ah, claro! es una asociación de piratas cibernéticas.
En otro momento vi a una mujer en la calle que me pareció muy interesante y me pregunté para dónde iría, había una torre médica, un supermercado, un despacho de abogados y de allí salió la idea del despacho. El nombre de la editorial, El helecho, surgió porque qué otro nombre le pondría una botánica a una editorial …
El libro es muy divertido, no es fácil escribir con humor.
Me gusta muchísimo cuando me dicen que se rieron leyendo porque sí creo que es un gran logro. Por un lado, creo que hay un abandono involuntario del humor en la literatura actual y por otro lado siento que hay muchas chistosadas, esos libros que quieren ser graciosos y que quieren hacerte reír y quieren tomárselo todo a la ligera. Me molesta mucho, porque yo esta novela me la tomo muy en serio.
Al respecto tiene dos frases en su libro, menciona el humor del desconcierto y que los comediantes no son filósofos.
Eso de los comediantes no son filósofos surgió porque en ese momento se puso muy de moda el Stand Up en México y la gente, para bien y para mal, se tomaba muy en serio lo que decían los comediantes y está bien que digan cosas, pero no son filósofos, y lo del humor del desconcierto nació porque hace muchos años, cuando era muy joven, hice un show cómico con un amigo y ahí fue cuando surgió la teoría del humor del desconcierto y cometí el grave error de no poner a mi amigo en los agradecimientos de esta novela, él se llama Emiliano Gaitán, lo corregiré en una segunda edición.
Los diálogos son particulares, sobre todo las conversaciones entre dos amigos, el abogado y el guía de turismo, porque el lector llega a las conversaciones cuando ya comenzaron.
Fíjate que me costó mucho trabajo en mi camino de escritor hacer diálogos y creo que ya logré entenderlos y dominarlos. Muchos de los diálogos entre estos dos personajes están basados en los que yo tenía con un amigo. Yo trabajaba en un periódico y a veces le contestaba el teléfono a mi amigo y me salía, porque no quería que me escucharan en la oficina, me daba pena, pero luego mis compañeros del periódico me dijeron: “No, no, quédate”, porque escuchaban y se reían, contrario a lo que le pasa a López Moctezuma en la novela que en su oficina lo corren.
Catalina Gallo para EL TIEMPO