Pocas veces en la historia se había dado una concurrencia de factores que pusieran en peligro la estabilidad internacional como la que se ha presentado desde comienzos del siglo XXI. Las gigantescas olea das migratorias causadas por los conflictos, la miseria, la represión o la búsqueda de oportunidades afectaron tanto a las naciones ricas como a las del sur global y se convirtieron en uno de los problemas sociales y políticos más graves.
Así mismo, el rechazo a los inmigrantes ha servido a los dirigentes y movimientos derechistas de todo el mundo para llegar al poder, como en el caso de Donald Trump, o para incrementar notablemente su fuerza, como en el caso del partido ultraderechista AFD de Alemania.
La proliferación de los nacionalismos de todo tipo no solamente ha generado choques entre los países, sino también ha incentivado las cada vez más frecuentes hostilidades de tipo comercial que han llegado hasta el punto de poner en entredicho la globalización, una de las piedras angulares del periodo posterior a la Guerra Fría y la hegemonía estadounidense.
La ultraderecha, de la mano del nacionalismo extremo, como en el caso del Israel de Netanyahu, ha conseguido avances alarmantes por doquier. La carencia de líderes o, mejor, la proliferación de pseudodirigentes de una mediocridad pasmosa en medio de este desolador panorama agrava aún más la situación.
No sorprende, entonces, que dadas estas circunstancias un personaje como Trump no solo haya ganado las elecciones presidenciales en Estados Unidos, sino que meses antes de tomar posesión del cargo muchos lo reconozcan y lo traten como la figura más destacada e influyente del mundo.
La realidad actual es, en cierto modo, similar a la que se vivió antes de 1939 —paradójicamente, entonces, con grandes caudillos—, puesto que la Segunda Guerra Mundial ya había comenzado, de hecho, desde principios de la década. En 1931, Japón invadió Manchuria (China) y la anexó; en 1935, Mussolini invadió Etiopía; en 1936, comenzó la guerra civil española, con abierta intervención de Alemania, Italia y la Unión Soviética; en 1937, Japón invadió el resto de China; en 1938, Alemania se anexó Austria, y en marzo de 1939, invadió a Checoslovaquia. Lo que el presidente Franklin Delano Roosevelt llamó “la epidemia mundial de anarquía”.
'El gran desorden mundial' tiene 688 páginas y cuesta 82.000 pesos. Foto:Editorial Debate
Cuando se desató la conflagración, ya el mundo estaba prácticamente en guerra. Hoy puede estar sucediendo algo parecido: la guerra de Ucrania, que de hecho es una guerra entre Rusia y la OTAN; las guerras del Medio Oriente —Palestina, Líbano,Yemen, Siria—; la crisis de Taiwán y las tensiones en el Pacífico meridional; la impotencia e inutilidad totales de la ONU, como sucedía con la Sociedad de Naciones en los años treinta, etcétera.
A esto se suma la ausencia de tratados para controlar o limitar el armamento atómico, con lo cual la carrera armamentista y la proliferación nuclear no se podrán contener. Aparte de Irán, hoy en día varios países de Europa, el Pacífico e incluso el Cercano Oriente han manifestado su interés por desarrollar programas atómicos con fines bélicos como mecanismo de defensa estratégica. Además, la tecnología bélica está alcanzando niveles muy peligrosos porque casi cualquier país o movimiento terrorista, cualquier actor estatal o no estatal, puede adquirirla cada día con más facilidad. Drones, misiles, artillería de alta precisión y quizá muy pronto armamento autóno mo, manejado por la inteligencia artificial, están revolucionando la forma de hacer la guerra y de practicar el terrorismo. Ucrania mostró al mundo hasta qué punto se está transformando el panorama armamentista.
La gran diferencia con lo sucedido hace casi cien años es que hoy existen las armas nucleares. Esto no quiere decir, por su puesto, que nunca se puedan emplear, pero la amenaza de estos arsenales impide que se tomen ciertas decisiones y exige más cautela en las relaciones internacionales. Por ejemplo, si no hubiera armamento atómico es muy probable que Estados Unidos y la OTAN hubieran entrado en guerra directamente con Rusia en Ucrania.
En la actualidad, no es concebible una guerra mundial —óigase bien: mundial— sin recurrir a las armas estratégicas de destrucción masiva. Ni Rusia, ni Estados Unidos, ni China (para no hablar de Corea del Norte, Francia o Inglaterra) podrían ir a una contienda de esas magnitudes solo con armamento convencional.
Gabriel Iriarte es graduado de Antropología en la Universidad de los Andes. Foto:MILTON DÍAZ / EL TIEMPO
Como se ha visto, la guerra de Ucrania ha tenido para Rusia unas repercusiones inesperadas. Además del incalculable costo de di cha empresa, el Kremlin se concentró de tal manera en ella que se ha visto forzado a descuidar sus flancos. Valiéndose de esta circunstancia, los sectores “europeístas” de Georgia revivieron su batalla en pro de la integración del país a la Unión Europea (UE) y, por qué no, a la misma Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Las gigantescas manifestaciones de los últimos meses en contra de la elección de un mandatario prorruso en Tiflis volvieron a poner so bre la mesa los objetivos soberanistas de esta república del Cáucaso. Y pocas semanas después sobrevino la debacle siria, un serio golpe a la estrategia moscovita en el Medio Oriente que mostró claramente los límites del poder imperial. Ahora, en vez de tener solo el frente de batalla de Ucrania, Rusia deberá atender dos frentes nuevos: Georgia y el Medio Oriente.
En cuanto a Estados Unidos, no hay que olvidar que está com prometido hasta el cuello en dos guerras —Ucrania y Palestina/Líbano—, en cada caso mediante el apoyo militar a uno de los bandos enfrentados.
Y tiene abierto un tercer frente, el de China, que está a punto de convertirse en la guerra comercial más desmesurada de la historia. Este conflicto empezó en 2018, cuando Trump impuso tarifas arancelarias a numerosos productos chinos y Beijing respondió con la misma moneda, lo cual causó serios contratiempos económicos a los dos países y en general a todo el globo, pues generó incertidumbre en los mercados internacionales y perjudicó las cadenas de suministro.
La amenaza de Trump de imponer aranceles de hasta 60 % a todas las importaciones chinas enturbiará aún más el ambiente y el or den comercial vigente. Pero la administración Biden ha adelantado la tarea al prohibir la venta a China de equipos para la elaboración de semiconductores y de chips de memoria avanzada.
De inmediato, los chinos suspendieron la exportación a Norteamérica de materiales estratégicos —galio, germanio y antimonio—, indispensables para las industrias de defensa y alta tecnología y que Washington debe importar en su totalidad. No sobra anotar que los tres metales son esenciales para el desarrollo de las nuevas generaciones de semiconductores con fines bélicos. El grafito, un material clave para la industria de los vehículos eléctricos, también se sumó a la lista de productos chinos que no se podrán vender a Estados Unidos.
Como se puede apreciar, en esta guerra en teoría no puede haber ganado res, puesto que a la larga ambas partes sufrirán graves consecuencias y también resultarán perjudicados muchos otros países. Si Europa, como parece ser, se suma en esta pelea a sus patronos estadounidenses, tendrá que pagar un precio muy alto porque, con Alemania a la cabeza, ha forjado un sistema de cuantiosas transacciones con los chinos en las áreas de comercio e inversiones directas.
En 1984, ganó el Premio Simón Bolívar en la modalidad de Análisis, por sus artículos en Diners. Foto:MILTON DÍAZ / EL TIEMPO
El Viejo Continente ya perdió por completo sus relaciones de negocios con Rusia; si termina perdiéndolas con China, su sometimiento a Estados Unidos ya no será solamente en el campo de la seguridad, sino también en el de la economía
Estados Unidos continúa siendo la mayor economía del planeta y es líder en la carrera tecnológica, informática y de inteligencia artificial, seguido de cerca por China. Si bien comparte con Rusia los primeros lugares en la disponibilidad de pertrechos nucleares, sus fuerzas armadas están mejor equipadas y presentes en decenas de bases militares a lo largo y ancho del globo.
A diferencia de sus rivales, cuenta además con sistemas de alianzas más potentes y sólidas, aun que China ha logrado progresos significativos y su influencia se hace sentir cada vez más en todas las latitudes, particularmente en los ámbitos económico y diplomático. O sea, estamos ante un mundo multipolar en medio de un desorden caracterizado por numerosas guerras civiles y entre naciones, la aparición en la escena internacional de actores secundarios que hablan cada vez más fuerte, la irrelevancia progresiva de Europa, la inutilidad absoluta de las Naciones Unidas, el auge de los regímenes ultranacionalistas y de extrema derecha y, por supuesto, la creciente rivalidad entre los tres grandes.
Y para completar este caótico panorama, semanas antes de su posesión, Donald Trump dio a conocer de manera categórica que se propone recuperar para Estados Unidos el canal de Panamá, a las buenas o a las malas; que obligará a Dinamarca —un aliado de la OTAN— acederle o venderle Groenlandia, y, lo más demencial, que hará todo lo posible para que Canadá —otro aliado de la OTAN— se convierta en un estado más de la Unión Respecto a esto último, comenzó a referirse al primer ministro de esa nación vecina como el “gobernador” del futuro estado.No se debe olvidar que en dos momentos del siglo XX las situaciones de multipolaridad y desorden, con potencias revisionistas deseosas de cambiar el orden prevaleciente e imponer uno nuevo y la proliferación de conflictos, generaron al mismo tiempo inestabilidad y, finalmente, grandes conflagraciones.
Las dos guerras mundiales así lo atestiguan. No resulta atrevido decir que, al menos en el último siglo y medio, la multipolaridad ha sido un estado más volátil y propenso al conflicto que la unipolaridad o la bipolaridad. Actualmente, vivimos las dos condiciones que pueden llevar al mundo al borde del abismo, la multipolaridad y el desorden global. No obstante, por ahora lo único cierto es que ninguna de las tres superpotencias o la alianza de dos de ellas estaría en condiciones de imponerse por completo, a menos que recurra a la guerra.
Y con las tres bien provistas de armas nucleares, esa probabilidad no parece viable. Pero habrá que esperar porque, como bien lo dijo el gran escritor colombiano Hernando Téllez, “la imprevisibilidad es la ley de la historia”.
GABRIEL IRIARTE NÚÑEZ
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
Gabriel Iriarte Núñez es un analista internacional, graduado en Antropología en la Universidad de los Andes. Ha colaborado en Revista Diners, Revista Credencial, Credencial Historia, EL TIEMPO, El Espectador, Cambio, Magazín Al Día, Poder, Caras y El País, de Cali. En 1984 publicó el libro 'Afganistán: cinco años de agresión soviética'. En 1984, fue galardonado con el Premio Simón Bolívar de Periodismo en la modalidad de Análisis, por sus artículos en la Revista Diners.