En las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde el verde espeso de la selva oculta una guerra silenciosa, el sonido del viento se confunde con el de los disparos. Aquí, las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada (ACSN) ejercen un control territorial que se extiende desde las veredas del macizo hasta la Troncal del Caribe, una zona donde la presencia del Estado es mínima y la ley la imponen las armas.
Hace un año, las ACSN contaban con unos 800 hombres, distribuidos en tropas rurales y urbanas. Hoy, su jefe militar, José Luis Pérez Villanueva, alias Cholo o Comando 25, asegura que el número ha crecido por la necesidad de defenderse del Clan del Golfo, que intenta penetrar con violencia en la región.
“Si no nos fortalecemos, la gente quedaría a merced de ellos. Nosotros somos la muralla que impide su avance”, dice el líder militar.
La disputa ha recrudecido la violencia en el norte del Magdalena tanto en la zona rural como en las calles de Santa Marta y municipios vecinos. Igualmente en el departamento de La Guajira, en los territorios que colindan con la Sierra.
Los combates han dejado un rastro macabro: cuerpos mutilados en trochas, mensajes de advertencia clavados en cadáveres y poblaciones atemorizadas que prefieren guardar silencio.
Lerber Dimas, experto en seguridad y conflicto armado, explica que las ACSN han establecido un dominio basado en la extorsión y el narcotráfico.
“Controlan cerca de 50.000 personas en la región. La ausencia del Estado les ha permitido consolidarse no solo como un grupo armado, sino también como una estructura político-militar con influencia en la toma de decisiones locales”, señala Dimas.
“No es extorsión, es un aporte de guerra”
Las Autodefensas Conquistadores de la Sierra han sufrido fuertes golpes. Foto:Tomado de las redes sociales
En Taganga, El Rodadero, Minca y el Mercado Público de Santa Marta, el miedo se percibe en cada negocio. Comerciantes, transportadores y hasta mototaxistas deben pagar una “contribución” para operar sin problemas.
Pero alias ‘Comando 25’ rechaza el término extorsión. “Es un aporte de guerra. Con eso garantizamos seguridad, porque aquí no hay robos ni desórdenes. Nosotros controlamos y protegemos”, afirma.
Las reuniones donde se establecen las cuotas son casi rituales. En algunos casos, los líderes de las ACSN convocan a los comerciantes y les explican la necesidad del pago.
“Si no lo haces, simplemente no puedes trabajar”, cuenta un pequeño empresario que prefiere el anonimato.
La Policía y el Gaula han intentado frenar estas prácticas, reforzando su presencia y motivando las denuncias, pero en una tierra donde la justicia es selectiva y el miedo pesa más que la ley, pocos se atreven a hablar.
¿Autodefensas o estructura criminal?
Las ACSN se presentan como una organización que llena los vacíos del Estado. “La comunidad nos respalda porque garantizamos orden”, aseguran sus voceros.
En corregimientos como Minca, comerciantes reconocen que la delincuencia común ha desaparecido. “Aquí no hay atracos ni problemas. Se vive tranquilo porque nadie se mete con ellos”, dice un habitante.
Sin embargo, Dimas advierte que este control tiene un costo alto. “No son un grupo de protección comunitaria. Controlan el narcotráfico y cobran impuestos ilegales. Su ‘orden’ no es otra cosa que un modelo de sometimiento”, argumenta el experto.
En el vecino departamento de La Guajira, la brutalidad de la guerra se evidencia en cuerpos desmembrados que aparecen en Palomino y Mingueo.
“Las ACSN no solo controlan Magdalena, también han extendido su influencia a César y La Guajira. A pesar de las capturas de algunos de sus líderes, su estructura sigue intacta”, indica Dimas.
En video se pronunciaron sobre la paz total. Foto:Pantallazo video
Diálogos de paz: ¿una salida real?
Las ACSN han insistido en la necesidad de diálogos socio-jurídicos con el Gobierno. “Queremos una salida política, que nos reconozcan como actores del conflicto y nos permitan una reinserción con garantías”, afirman.
Ahora con el anuncio del inicio de un proceso de conversaciones, se abre un nuevo capítulo en este deseo de conseguir la paz en la región.
Mientras tanto, el conflicto sigue. En los pueblos de la Sierra, los campesinos viven entre dos fuegos, sin saber quién será el próximo en caer. En esta guerra invisible, donde el Estado apenas es un espectador, el único pacto real es el silencio y la esperanza de unos diálogos que dé lugar a una tranquilidad con garantías para todos.