El vendaval que golpeó a los pueblos del Atlántico el pasado lunes dejó una estela de devastación y angustia en nueve municipios, incluyendo Puerto Colombia y Tubará, los más afectados.
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Familias que vieron cómo sus techos volaban por los aires y árboles caían sobre sus hogares, ahora intentan recuperar lo perdido mientras esperan la llegada de ayuda humanitaria.
En medio del caos, las palabras del gobernador del Atlántico, Eduardo Verano, trajeron un poco de consuelo. Durante una visita a las áreas afectadas, Verano pidió paciencia y organización.
Fue un movimiento de viento de 79 kilómetros por hora, realmente muy grave
"Tenemos nueve municipios totalmente afectados", declaró el mandatario. "Fue un movimiento de viento de 79 kilómetros por hora, realmente muy grave". Acompañado de los alcaldes de Puerto Colombia y Tubará, Verano supervisó los daños y anunció la entrega inminente de ayudas, aunque los censos de afectados aún están en proceso.
Mientras los damnificados intentan rehacer sus vidas, el gobernador enfatizó la importancia de mejorar las técnicas de construcción para evitar que desastres similares tengan consecuencias tan severas.
"Hemos observado que muchos de los techos que se volaron fue por falta de amarres adecuados", explicó. "Utilizan un alambre dulce que se oxida y pierde fuerza. Lo más importante es que el sistema de amarres sea el correcto". En Tubará, más de 650 viviendas resultaron dañadas, mientras que en Puerto Colombia la cifra supera las 470.
Crece la desesperación
La comunidad, sin embargo, enfrenta la desesperación de la espera. En el corregimiento de Guaimaral, una de las áreas más afectadas, el inspector Arnulfo Sanjuán y otros líderes comunitarios expresaron su frustración. "Pedimos que se prioricen las zonas más afectadas", exigió Sanjuán.
Silvio Charris, presidente de la Asociación de Campesinos, insistió en que las ayudas deben llegar con rapidez. "Aquí el 80% de las viviendas están afectadas", señaló, mientras el alcalde de Tubará, Natking Coll Alba, aseguró que todas las comunidades serán atendidas, aunque advirtió que los procesos burocráticos podrían retrasar la ayuda.
El gobernador Verano y el alcalde de Puerto Colombia, Plinio Cedeño, supervisaron la llegada del primer camión de materiales de construcción, que incluía 400 láminas de Eternit, ganchos de amarre y cemento. "Nos vamos a demorar varias semanas, pero ya estamos solucionando problemas", afirmó Cedeño. Sin embargo, el clamor por soluciones rápidas sigue siendo fuerte entre los habitantes de las zonas más golpeadas.
Paciencia, pero ¿hasta cuándo?
Para los afectados, las palabras de aliento se sienten cada vez más vacías. "Es fácil pedir paciencia cuando no eres tú el que lo ha perdido todo", comentó Arelis de las Salas, líder de la Junta de Acción Comunal en Guaimaral. Su vivienda quedó casi destruida y, como muchos de sus vecinos, depende completamente de las ayudas que aún no han llegado. "Aquí estamos a la espera de que nos digan cuándo y cómo nos van a ayudar, porque la situación es crítica", agregó.
Mientras las autoridades intentan organizar las entregas, el subsecretario de Prevención y Atención de Desastres, Nelson Oquendo, reiteró el mensaje de calma. "Sé que es fácil decirlo, pero aplicarlo es difícil", admitió. "Estamos trabajando para que las ayudas lleguen a quienes más lo necesitan, pero esto requiere tiempo". Oquendo confirmó que las primeras entregas de ayuda comenzarán el jueves 19 de septiembre, en coordinación con las alcaldías locales.
En los municipios de Galapa y Baranoa, donde también se reportaron daños significativos, los censos están en marcha. Rocío Jiménez, subsecretaria de Vivienda Departamental, lideró un recorrido por estas zonas afectadas, donde más de 1.000 viviendas fueron dañadas solo en Galapa. "Air-e está trabajando para restablecer el servicio eléctrico, pero pedimos paciencia", informó Jiménez.
En Baranoa, la situación es igualmente crítica, con 467 viviendas afectadas, cinco escuelas dañadas y numerosas vías bloqueadas por la caída de árboles.
Lo cierto es que muchos de los damnificados del Atlántico esperan que la tormenta de la burocracia no dure más que la que les arrancó sus hogares.