El G20 es el “club” de las 20 principales economías del mundo. Representan el 85 por ciento del PIB mundial, pero también el 80 por ciento de las emisiones. Este año, se reunieron entre los días 18 y 19 de noviembre en Rio de Janeiro, en Brasil.
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Laura Carvahlo, directora de economía y prosperidad en Open Society Foundations y profesora asociada de economía en la Universidad de São Paulo, fue una de las panelistas invitadas al evento que, entre otras cosas, discutió los desafíos que tienen las economías en desarrollo para afrontar la crisis climática.
Si bien el encuentro no finalizó con un compromiso claro y explícito en materia de medio ambiente, a juicio de Carvahlo se demostró que el sur global puede ser una pieza clave del tablero geopolítico internacional para liderar esta conversación.
“Me parece que esto les da a los países en desarrollo un papel y una oportunidad para asumir este liderazgo de forma cooperativa”, dijo la reputada economista brasileña en diálogo con este diario.
¿Cuáles son los desafíos que tienen los países en desarrollo después de la cumbre del G20?
Está claro que estos procesos multilaterales presentan un contexto muy difícil y complejo para poder avanzar en agendas que responsabilicen a los países ricos, especialmente ahora tras las elecciones en Estados Unidos y la perspectiva de que Donald Trump como presidente no va a avanzar en el papel que tiene Washington en el Acuerdo de París, las negociaciones climáticas, entre otros temas. Sin embargo, contribuir más al financiamiento climático para los países en desarrollos puede ayudar al crecimiento económico y la creación de empleos, y eso se puede combinar con una transición climática.
¿Qué compromisos se lograron durante esta cumbre?
La presidencia brasileña del G20 y los que asistimos logramos avances importantes y esto no pasó desapercibido. Tuvimos una declaración en la que hubo un compromiso de cooperación entre los países para la tributación de los superricos. Está claro que para implementar realmente esta agenda aún faltan muchas etapas y espacios por ejecutar. El G20 solo indica el compromiso para que en este proceso haya un esfuerzo definido para reformas en los bancos multilaterales de desarrollo y su papel para aumentar el financiamiento con tasas de interés más bajas para la transición climática en el sur global.
De otro lado, hay que decir también que la alianza global contra el hambre que se logró ya cuenta con importantes contribuciones de varios bloques multilaterales. A pesar del difícil contexto, hubo una señal de ambición y mayor expectativa.
El presidente de Colombia dijo que hay que darles a los ciudadanos un ingreso para la lucha contra el hambre, ¿cree que esta es una iniciativa que se puede aplicar en el futuro?
Los programas de transferencia de ingresos es precisamente lo que propone la alianza contra el hambre. La idea de esa alianza es que las experiencias exitosas en se repliquen y amplíen. La idea no es imponer un determinado tipo de política, sino permitir que se comparta el conocimiento para ver qué sirve en cada país y ayudar a las familias a salir de esa situación de pobreza. Es una iniciativa importante, pero no creo que sea algo que resuelva los problemas estructurales. Por eso es importante mirar también los programas sociales y el aumento de la red de protección social en cada país.
En otros temas, ¿qué piensa del papel de China y de la llegada de Donald Trump a los Estados Unidos?
Cuando hablamos del debate climático y económico, China está muy conectado en este ámbito internacional. Hoy domina los mercados de paneles solares, vehículos eléctricos y los principales productos cuando pensamos en la transición energética. Por eso, no sorprende que Estados Unidos decidiera entrar también en una agenda de política industrial. Lo hace, además, por razones geopolíticas para competir con ellos. China ha invertido su papel de que antes importaba tecnología. Ahora la exporta y la transfiere. Eso los está poniendo en un papel muy central. Mientras tanto, Estados Unidos está saliendo de ese debate sobre la agenda climática y centrándose más en el proteccionismo, en cerrar su economía. Esto plantea desafíos para China porque, por supuesto, el mercado norteamericano es parte muy importante de los productos chinos.
¿Cuáles son los desafíos que tendría China entonces?
China no está para ayudar a los países en desarrollo a llevar a cabo su proceso de industrialización porque ellos quieren exportar sus tecnologías para que los países hagan su transición con sus propios productos. Sin embargo, los países en desarrollo están interesando en ascender en la cadena de valor.
En medio de esto, tenemos una relación muy difícil de rivalidad entre Estados Unidos y China. El gobierno Biden ofreció una oportunidad para que los países en desarrollo pudieran negociar en mejores condiciones el acceso a estas tecnologías. Pero con Estados Unidos saliendo de escena (con Trump) se vuelve más difícil poder negociar también las condiciones de China. Creo que este es el desafío para los próximos años que podría hacer que la gente pierda la esperanza en estos procesos multilaterales.
¿Cuál es la inversión real que tienen que hacer esos Estados para el cambio climático? ¿Cuánto necesitan los Estados?
Hay estimaciones basadas en los planes que presenta cada país para su propia transición climática. Calcular las necesidades de cada país, que son muy diferentes, también tienen diferentes estrategias. Estos cálculos van desde un billón de dólares al año hasta los 2,5 billones de dólares al año que se necesitarían en total para la transición climática en los países en desarrollo.
Cuando se habla del futuro parece complejo, especialmente con el tema del clima. Nuestros países tienen mayor dificultad para cumplir con estas expectativas, especialmente debido a la desigualdad y el hambre. ¿Qué propuesta hace para que los países en desarrollo puedan lograr estas expectativas?
El reto es que no existe un modelo que se pueda replicar en cada país. Cada uno necesita una agenda nacional que mire los sectores que pierden con la transición climática, las consecuencias que tendría, los empleos que se afectarían. Me refiero, por ejemplo, al sector petrolero y al de producción de combustibles fósiles que independiente de una decisión de explorar o no, son sectores que perderán por la transición climática que se dará en el resto del mundo. Son industrias que tendrán precios cada vez más volátiles y atravesarán fragilidad. Si queremos que la transición no genere desigualdad, debemos mirar estos sectores de perdedores y crear estrategias para que el cambio sea gradual.
Hablando de Colombia, el presidente Petro busca entrar al G20, ¿qué tan viable es que Colombia esté en el grupo y qué necesita el país para ingresar?
Yo creo que hay temas diplomáticos que están un poco fuera de mi alcance aquí, pero Colombia también tiene potencial económico y de liderazgo en esta agenda climática, que es bastante importante. Creo que Colombia ya se ha posicionado en estos espacios internacionales de una manera bastante ambiciosa. Me parece que ya se están posicionando de manera muy expresiva en estos espacios multilaterales.
Ahora, hay restricciones muy grandes de carácter diplomático en general. Los países ricos intentar evitar por todos los medios una reforma de la gobernanza global y el acceso a la inclusión de países en desarrollo e imposiciones de mayor poder dentro de estos foros. Así que creo que hay mucha resistencia, en general, a las reformas. Todos los intentos que se hacen para incluir más poder para los países en desarrollo han sido vetados.
Lula intentó equilibrar los intereses en el G20 y mantener una posición de diálogo. Sin embargo, fue un poco difícil mantener esa condición y se vieron profundas divisiones en la cumbre. ¿Cómo puede afectar esto el futuro del mundo?
Estamos en una era desafiantes porque nunca habíamos necesitado tanta cooperación cuando hablamos de desafíos climáticos, crisis de deuda, crisis alimentaria y altos precios en los alimentos. Además, la falta de recursos fiscales está asociada a tasas de interés muy alta y en la mayoría de países no hay como responder al entorno internacional. Si las tasas suben en América del Norte, las tasas en el mundo aumentan. Eso es un desafío tremendo y necesitamos soluciones cooperativas y lo que estamos viendo, de hecho, es un opuesto. Vamos hacia un mundo cada vez más fragmentado, de sálvese quien pueda, y la elección de Trump no hace más que acelerarlo y exacerbarlo. Esto ya está sucediendo.
Incluso en Europa…
La tendencia también en Europa es el crecimiento de partidos nacionalista de extrema derecha que consideran mucho la agenda nacional del aislamiento, cierre a la migración y otras cuestiones. Pero, por otro lado, me parece que esto les da a los países en desarrollo un papel y una oportunidad para asumir este liderazgo de forma cooperativa.
Ahora tenemos un problema en la región con Colombia, Brasil y Venezuela. Ellos no tienen una conversación fluida con Caracas por los problemas políticos presentes. ¿Cómo puede influir eso en este intento de lograr mejores expectativas para el futuro?
Principalmente, obstaculiza nuestra capacidad de cooperar a nivel regional. Está claro que cada país tiene su propia postura sobre este tema. Hemos visto que las relaciones diplomáticas entre los países de América Latina y los Estados Unidos implica mucho al tema Venezuela. Sin embargo, hay muchas formas de alineamiento posible. Lo cierto, es que casi ningún país está alineado de la misma manera en todos los temas. Por ejemplo, con el tema de Rusia y la invasión de Ucrania, o la guerra en Gaza. Hay muchos problemas geopolíticos que dificultan que cada país tenga la misma posición sobre los grandes temas de la diplomacia. A pesar de todo, me parece que este G20 fue liderado por un país del sur global y América Latina. El año que viene tenemos a Sudáfrica como la última presidencia de una secuencia de cuatro años de liderazgos en la cumbre por parte del sur global. Esto es una demostración de cómo los países en desarrollo pueden ocupar un espacio de liderazgo en los foros multilaterales.
ANA MARÍA RODRÍGUEZ BRAZÓN - CORRESPONSAL EL TIEMPO - CARACAS