Para los 300.000 trabajadores que en Colombia viven, de forma directa o indirecta, de la producción de banano, o los empresarios que invierten en esa actividad, ¿qué significan 6,2 millones de dólares?
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La relevancia de semejante número viene a cuento porque un banano pegado con cinta a una pared fue vendido en esa cantidad de dinero el pasado miércoles en Sotheby's, en Nueva York, en una subasta de arte.
¿El banano venía de Colombia, de Ecuador, de la India? Quizás la ficha técnica que acompaña al producto no lo decía.
-¿De quién fue el esfuerzo que permitió que la fruta creciera y se cosechara con calidad de exportación?
-A quién le importa.
El comprador se terminó comiendo su adquisición en unos segundos, y la inversión de millones de dólares no para, por ahora, en su colección o en una galería sino que termina cumpliendo el ciclo natural en el tracto digestivo del propietario, con el resultado previsible con el que debe haber culminado todo este performance.
En adelante, al ser el propietario, podrá montarla de nuevo cuando quiera, y vender ese derecho. El montaje, nombrado como 'Comedian' por su autor, había sido vendido ya por este en el 2019 en la feria Art Basel, de Miami, donde dos ediciones de la misma se adquirieron por 120.000 dólares cada una, y otra edición se había vendido por 150.000.
La megaventa de la semana pasada seguramente llama la atención de quienes entregan su vida a llevar alimentos a las mesas de todo el mundo, como los bananeros, o a quienes nutren el espíritu haciendo arte, como en aquellos cuadros en los que Ana Mercedes Hoyos plasma bananos que refulgen junto a las demás frutas y devuelve, con pigmentos, la generosidad de la luz de la zona tórrida.
Y en esa zona cerca de la línea ecuatorial, están los bananeros colombianos para los que los 6,2 millones de dólares pueden tener varios significados. Por ejemplo, para que esa cifra llegue a los bolsillos de todo el sector en el país, no se debe vender uno sino aproximadamente 62 millones de bananos.
Para embalarlos con el fin de entregarlos cuidadosamente en el exterior, un trozo de cinta no es suficiente, a la espera de que alguien los tome de la pared, sino que se deben empacar en unas 690.000 cajas con capacidad para 20 kilos cada una.
Igualmente, para igualar el dinero que se recogió con el banano subastado, todas estas cajas deben ser comercializadas hasta que se completen 12.300 toneladas, y un poquito más.
En otras palabras, para equiparase al ingreso del banano de Sotheby's, en Colombia se tiene que completar el trabajo de las 300.000 personas comprometidas en la actividad durante dos días, y exportarlo.
Así pues, el cultivador del superbanano millonario -en Colombia o en donde haya estado- recibió diez centavos de dólar, y luego esa fruta se compró para la subasta en unos 35 centavos, más del triple de lo que recibieron los productores. Para llegar al puestico de la esquina o al supermercado en Nueva York, la fruta hizo parte de una caja en la que cada kilo se entregó por 50 centavos, y se despachó en algún buque en el que por cada tonelada se cobraron poco más de 500 dólares.
Una subasta de arte más cercana
Pero este meganegocio también puede ser visto desde el arte nacional. Olga de Amaral acaba de ver cómo dos de sus obras obtuvieron los precios más altos hace dos semanas en la última subasta de Bogotá Auctions del 2024. La primera, ‘Espejo’, fue adquirida por 650 millones de pesos, casi el triple del mínimo estimado en el catálogo. Por la segunda, ‘Vestigio’, pagaron 600 millones, cinco veces la base del catálogo.
En estas obras, la artista trabaja con lino, pergamino, mezclas a base de tiza, acrílico y hojillas y laminillas de oro, y compone entramados rectangulares dentro de los que surge un patrón de fragmentos imbricados que permite que la luz haga lo suyo, para destilar reflejos dorados.
Pero compararse con el precio del banano neoyorquino significaría reunir 44 obras similares y repetir con cada una de ellas el resultado de la subasta bogotana.
De la misma forma, para alcanzar al humilde plátano de pared , el ‘Jarrón con flores’, óleo sobre madera de 1956 de Fernando Botero tendría que repetir 65 veces su desempeño en la subasta del 21 de noviembre, cuando se entregó por 420 millones de pesos. Y el ‘Nacimiento del pez’, óleo sobre lienzo de David Manzur, de 1967, y subastado en 110 millones de pesos, tendría que copiar el logro en otras 248 subastas.
Un arte que exige un montón de talento
En el episodio del banano y la cinta pegante, la obra maestra no es el objeto que llevaron al remate sino todo el planteamiento que urdió la casa de subastas, junto con el autor. El montaje de sucesos, declaraciones, la instigación para que muchos los critiquen y conseguir que los reflectores les apunten, todo libreteado en torno a lo más nimio del andamiaje, el banano mismo con su cinturón gris que lo ase contra el paredón.
Todo un entramado que solo se puede levantar cuando se cuenta con un autor cuyo nombre y obra tienen la trayectoria de Maurizio Catellan, y los acontecimientos que conforman toda la historia ocurren a instancias de una casa como Sotheby's.
Así, el montaje demanda el talento del artista de entender todas las circunstancias de tiempo, modo, lugar... que ponen en movimiento a los medios para que el relato que se arma tenga resonancia, que el mensaje convenza, que se legitime el debate, si es que la idea es plantear algo controversial.
La obra maestra es, pues, el ensamblaje de ideas, percepciones, emociones, que se movilizan, se juntan e interactúan. Lo que últimamente llaman la narrativa. El carretazo, diría alguien, sin que esta palabra lleve aquí connotación peyorativa alguna. Todo lo contrario, el carretazo es una técnica que exige un montón de talento que pocos se pueden preciar de cultivar en sus niveles más sofisticados. Así como el óleo, el grabado o el fresco son técnicas que se ejercitan en el arte, el carretazo es una técnica central en el arte de conmover, movilizar el bolsillo y vender.
Un ensamblaje bien armado que logra ser expuesto ante un público en donde se presume que están aquellas personas susceptibles de ser movidas a la acción. Un anzuelo arrojado, un cebo que atrae. En este caso, la carnada es la posibilidad que se le ofrece al posible comprador de decirles a sus conocidos y al mundo que "yo sí puedo hacer con mi plata lo que se me dé la gana", en un planeta en el que 2.400 millones de personas -casi una de cada tres- no tiene acceso constante a los alimentos según el Programa de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Sin descartar, que el comprador, en este caso esté buscando sus propios réditos para dar un empellón a su propio negocio, Tron, una plataforma para comprar y vender criptoactivos.
La megaventa, desde el punto de vista del comprador
Si efectivamente su participación en la subasta iba tras réditos y los consigue, entonces Sun no sería un caso de los 'incautos psicológicos' que describen los Nobel de Economía George Akerlof y Robert Schiller en su libro ‘La economía de la manipulación’. En su texto, los dos economistas dibujan al ser humano yendo de compras para satisfacer sus necesidades, y mientras avanza, lo hace con un mico sobre sus hombros que lo invita a tomar decisiones impulsivas o emocionales que pueden terminar imponiéndose sobre las compras necesarias que no ponen su salud, sus finanzas o su futuro en riesgo.
El 'incauto psicológico' es el objetivo de las artimañas o la narrativa o el carretazo de algunos de los que cultivan el arte de las ventas. Este tipo singular de artista le apunta al mono sobre los hombros. Puede que la persona esté bien informada, tenga claro las prioridades en función de su bienestar y su futuro, pero el vendedor identifica y ataca su debilidad, y termina logrando que la racionalidad sea dominada por el mico que doblega la voluntad de quien lo carga sobre sus hombros.
¿Pasó así con todo el montaje en torno del banano solitario y su venta? Si a Sun le sobra la plata, puede que no, pero sólo él sabe qué alternativas posiblemente más racionales tenía para usar ese dinero.
Esta obra maestra de las ventas tiene además una particularidad muy significativa. Su disfrute no se agotó en la contemplación de un espectador. En este caso, el espectador y comprador no pretendía la contemplación de la compra en una de las salas de su mansión. Se involucró haciendo de la venta un happening, y contribuyó a terminar de elaborar y darle un curso definitivo al andamiaje. Añadió capítulos a la enajenación (aquí, la palabra se usa en el sentido de transferencia de la propiedad y no de delirio). Había una historia inconclusa, y el comprador decidió su desenlace y lo interpretó en escena. Sun hizo una rueda de prensa en Hong Kong, fue pelando su botín y se lo comió para luego hacer algo de filosofía sobre el criptodinero. El resto del performance fue a puerta cerrada.