La comedia es uno de los géneros dramáticos más antiguos, tanto así que Aristóteles llegó a definirla en el siglo VI a.C. como la conocemos hoy en día: una imitación graciosa de la realidad. Sin embargo, es una práctica que en Colombia desde hace unos años ha tomado fuerza y se formó a la antigua: con una persona en una plaza, haciendo chistes y rutinas, intentando llamar la atención de quienes están alrededor, para que dejen en un sombrero uno que otro billete.
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Así empezó Freddy Beltrán, reconocido comediante en el país, que ha construido su carrera como se hacía siglos atrás. Aunque era tímido, alguna vez se aventuró a pararse en el parque Simón Bolívar a hacer reír a la gente, tras analizar a magos y humoristas que hacían lo mismo y desde ese entonces no se ha bajado de los escenarios.
"Todo inició viendo a Roberto Nield, me encarreté con su magia y cada ocho días iba a verlo, porque me juagaba de la risa. Alguna vez me acerqué a hablar con él y me dijo: 'loco, por qué no haces un taller de oralidad y miras a ver qué pasa'", contó Beltrán a EL TIEMPO. Quién dijo que su introducción a este mundo fue 'underground', cuando en Bogotá hubo un movimiento de cuenteros en las universidades públicas que se reunían los viernes al medio día a hacer reír a la gente.
Muchos lo reconocen porque acompañaba a los colombianos todos los sábados a las 10 p.m. en 'Comediantes de la noche', programa de RCN, porque ha participado en películas como 'Usted no sabe quien soy yo' y por involucrarse en otros eventos del país. Sin embargo, unas pocas personas lo recuerdan porque una década antes de saltar al panorama nacional fue cuentero, organizador de eventos en bares y porque estudió licenciatura en artes escénicas.
¿Cómo supo que la comedia era lo suyo?
Al inicio lo supe porque un artista se consagra cuando tiene mucha gente reunida y no se va cuando uno dice: "Bueno, compañeros, ya si les gustó lo que vieron, la colaboración para la artista". A mi la gente no se me iba, cuando les mostraba mi sombrero y me echaban plata. Así llegué al movimiento de los bares, en donde todos los comediantes de esa generación nos empezamos a profesionalizar.
Luego, pasé a 'Comediantes de la noche', por un concurso que ellos abrieron. Estaban buscando dos comediantes para su elenco. En ese momento, los comediantes de Bogotá se dividían en grupitos e iban a diferentes parques. De esta forma conocí a Ricardo Quevedo, que se mantenía en Salitre, y me dijo: "Hermano, por qué no se presenta, yo sé que usted gana" y así fue.
En medio de la fama y los aplausos, ¿cree que en algún momento se le subió el ego?
He aprendido a diferenciar que mi vida de comediante es en el escenario y mi vida como ciudadano es la que tengo todos los días. Lo que sí me cuestiono a veces es que no me tomen en serio, que las personas estén esperando que siempre haga chistes y que al decir lo que pienso me digan: "¿Y ese man qué le pasa?".
Hoy en día me dedico también a dar clase en las noches en la Universidad Uniminuto, en Comunicación Social. En ocasiones los estudiantes me reclaman que no dije chistes durante la clase, como si no tuvieran en cuenta que también soy una persona que piensa. Esa es otra cosa que me da duro del ego y es que constantemente debo demostrar que soy una persona inteligente y que el humor es una forma de inteligencia. La verdad, soy un comediante que quiere que lo tomen en serio.
¿Cuáles son las preocupaciones que tiene un artista?
Las personas de este medio no esperan a que las puertas se abran. Siempre me dijeron que no a ser comediante. Y uno qué va a hacer, ¿creerle a la gente? No, jamás. Ese tipo de rechazo lo hace a uno fuerte. Yo no empecé en grandes teatros ni como empiezan los comediantes hoy en día, que es siendo influenciador. En mis tiempos tuve que buscar mi público, me paré en un parque a buscarlo y en los buses, así me di a conocer.
¿Cómo es hacer comedia en un mundo que cada vez es más políticamente correcto?
Uno se autocensura para no exponerse a la crítica cruda, a veces injustificada, de los otros. Yo vivo prevenido en mis redes sociales, porque uno se puede mostrar como una persona humilde, trabajadora, de familia y apenas le ven un defecto a uno, le caen encima. En las rutinas de humor que hago, estoy acostumbrado a no hablar de algunas cosas. Por ejemplo, en Comediantes de la noche uno no podía hablar de religión, política, cosas escatológicas o sexuales. Aun así, nos enviaban cartas del Defensor del televidente a cada rato.
En Colombia han tratado de poner límites al humor. Uno se ríe hasta que ve que los chistes empiezan a afectar las propias emociones, pero yo siempre he dicho que el humor no tiene límites, lo que tiene límites es la moral de las personas. Acepto que hay un humor que yo no escribo porque soy padre de familia y hay temas que antes tocaba, pero ya no porque tengo una responsabilidad con mis hijos y con lo que digo.
Las palabras tienen poder, tanto que hace un tiempo hice una rutina de un narcotraficante que capturaron en una isla y su apodo era fritanga. Salió por televisión y a los días me llegó un correo electrónico de él diciendo que cuando saliera de la cárcel me iba a invitar a su casa. También me ha escrito el ELN a decirme que me admiraban y que me pagaban un show. Eso asusta y demuestra el alcance que uno tiene al hacer humor. Claramente me negué en ambos casos.
Este año el comediante ha sacado varios espectáculos y para el final de año vuelve a las tablas con su obra: 'Que feo es ser feo'. Además, trabaja en el Canal 13 en un proyecto deportivo y es docente universitario.
María Jimena Delgado Díaz
Periodista de Cultura
@mariajimena_delgadod