La papa es uno de los alimentos básicos de la dieta de los rusos, utilizada en variedad de guisos y sopas, y como acompañamiento. Muchos hogares han tenido que dejarla de lado, pues su precio ha aumentado un 75 por ciento en unas pocas semanas.
La mantequilla, fundamental en el invierno por sus 715 calorías por cada 100 gramos, también resulta inalcanzable: un alza de 30 por ciento en el año, al igual que ocurre con otros derivados lácteos. Por la misma cuesta suben los aceites vegetales y muchos granos.
La inflación no da tregua en Rusia. Mientras en la mayoría de los países del mundo ha cedido tras el pico de precios que siguió a la recuperación económica pospandemia, el gobierno del presidente Vladimir Putin reconoce una tasa alcista de 9 por ciento en la canasta de alimentos, pero estudios independientes hablan de más del 20 por ciento.
La economía rusa está al borde de su capacidad (...) muy sobrecalentada y desbalanceada
Alexander KolyandrCenter for European Policy Analysis
Hace pocos días, en las redes sociales se viralizó el video de seguridad de un supermercado en Ekaterimburgo, asaltado por un enmascarado vestido de negro que, a mano armada, intimidó a los cajeros y se llevó 20 kilos de mantequilla, un botín excepcional en medio de la escasez y carestía de ese producto. La respuesta del Gobierno ha sido una campaña sobre las ventajas de la margarina, pero poco efecto ha tenido: los rusos no la aprecian.
Los salarios también han subido porque la mano de obra escasea. Primero, por los estímulos en efectivo al reclutamiento y, segundo, por las bajas en el frente en Ucrania: unos 1.000 jóvenes buscan a diario enrolarse en el Ejército, y estimaciones occidentales calculan que el 2 por ciento de los rusos en edad de trabajar han muerto o han sido gravemente heridos en la guerra. Contribuye a esta escasez la salida del país de muchos inmigrantes asustados por los rumores de reclutamiento forzado.
Y la respuesta del Banco Central de Rusia a la escalada alcista de precios fue –a fines de octubre– un nuevo aumento de las tasas de interés, de 19 a 21 por ciento, en contravía con el descenso que experimentan los intereses bancarios en América, Europa y en buena parte de Asia, empezando por China.
La moneda rusa ha sido castigada por los mercados: de 91 rublos por dólar a inicios de año, la tasa de cambio llegó a 113 la semana pasada. La divisa rusa acumula más de 30 por ciento de devaluación desde el inicio de la guerra, un fenómeno que, si bien hace que las exportaciones rindan más en rublos, también encarece las importaciones y estimula la inflación.
“La economía rusa está al borde de su capacidad (...) muy sobrecalentada y desbalanceada”, le explicó la semana pasada al portal español El Confidencial Alexander Kolyandr, investigador del Center for European Policy Analysis (Cepa) y economista experto en Rusia.
Cuando una economía alcanza los límites de su capacidad de producción, mientras la demanda sigue creciendo (...) llega la hora de la estanflación
Las sanciones económicas impuestas por los aliados occidentales de Ucrania, en especial Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Europea, pesan enormemente. El congelamiento de 300.000 millones de dólares en activos líquidos del Banco Central en todo el mundo, las dificultades del Gobierno y de las empresas rusas para transar en dólares que les resultan escasos –en especial a la hora de adquirir bienes para importar– y la falta de mano de obra son los ingredientes de una receta que puede terminar en indigestión.
Impulsada sobre todo por los estímulos a la producción de armas, municiones, equipos militares de transporte y uniformes, y gracias a las gigantescas reservas de divisas acumuladas por Rusia durante años (unos 550.000 millones de dólares), la economía rusa no lucía afectada, sino que incluso parecía estimulada por la guerra. Creció 3,6 por ciento en 2023 y en 2024, arrancó con buen pie: 5,4 por ciento en el primer trimestre y 4,1 por ciento en el segundo.
¿Rusia puede llegar a la estanflación?
Pero para el tercero, comenzaron a rechinar los frenos de la locomotora: 3,1 por ciento. Y para el cuarto, con el nuevo aumento de las tasas del Banco Central y el aceleramiento de la devaluación, las apuestas van a la baja. Según el Banco Mundial, para 2025 el PIB ruso crecerá entre 0,5 y 1,5 por ciento. Y eso que todavía al Fondo Nacional de Riqueza –engordado por las reservas– le quedan 54.000 millones de dólares, una cantidad importante, pero que ya es menos de la mitad del saldo al inicio de la guerra. Putin todavía tiene colchón, pero es cada vez más delgado.
Crecer en torno al 1 por ciento el año entrante, con una inflación que, extraoficialmente, puede rozar el 20 por ciento, no es una buena combinación.
Elvira Nabiúllina, presidenta del Banco Central y exministra de Desarrollo y Comercio de Putin, declaraba en un reciente informe de la entidad: “Cuando una economía alcanza los límites de su capacidad de producción, mientras la demanda sigue creciendo (...) llega la hora de la estanflación”.
El año entrante, la industria militar seguirá siendo el gran motor de la economía rusa. Según el presupuesto del gobierno de Putin, el gasto en el sector de la defensa aumentará un 25 por ciento para llegar a 17 billones de rublos, unos 160.000 millones de dólares, equivalentes al 40 por ciento del gasto público y a cerca del 8 por ciento del PIB.
En los años previos a la invasión de Ucrania, la financiación del gasto militar estuvo garantizada por las utilidades de las exportaciones de gas y petróleo, en una época de precios altos. Y a partir del comienzo de la guerra, por el uso del Fondo Nacional de Riqueza que Putin acumuló mientras planeaba la invasión. Pero con el Fondo reducido a la mitad y las exportaciones duramente castigadas por las sanciones, el oxígeno de la economía rusa tiende a acabarse. Aunque Putin logró reemplazar buena parte del mercado europeo para el gas y el petróleo con ventas a países como China, los excedentes que dejan esas exportaciones se han reducido de manera importante.
Primero, porque los precios internacionales han caído: de los picos de 120 dólares el barril a mediados de 2022, y los 95 dólares en 2023, a los 74 ahora. Y segundo, porque si bien China ha aumentado sus compras de gas y petróleo ruso, los precios que paga son entre 10 y 20 por ciento más bajos que las cotizaciones de los mercados mundiales. “El presidente Xi Jinping es un aliado de Putin, pero no un amigo incondicional”, le dijo con ironía, en París, un diplomático europeo a EL TIEMPO.
¿Cuánto aguantará la economía rusa?
El resultado está a la vista: Gazprom, la poderosa compañía rusa que ha sido por años gran pilar de su economía exportadora, registró en 2023 una pérdida de casi 7.000 millones de dólares, su primer saldo en rojo en 24 años. Y aunque se recuperó un poco en el primer semestre de 2024, al cierre del tercer trimestre volvió a los números rojos con pérdidas de casi 500 millones de dólares. “Para tapar el hueco, Putin está incluso vendiendo sus reservas en oro, algo muy indicativo”, agregó la fuente diplomática.
Una vez confirmada la deriva devaluacionista del rublo al cierre de noviembre, el presidente Putin se vio en la obligación, el jueves, de salir a los medios de comunicación para tranquilizar al público. “La situación está bajo control y no hay razón alguna para entrar en pánico”, declaró, después de atribuir la pérdida de valor de su moneda a “numerosos factores estacionales” que –según supone su equipo económico– pasarán pronto.
La realidad no es tan tranquilizadora. Como escribió el viernes el analista del diario parisino Le Monde Benjamin Quénelle, “detrás del mensaje de confianza presidencial, la baja del rublo revela con claridad hechos que minan la economía, atrapada por la inflación, amenazada de recalentamiento y presa de incertidumbre”. De hecho, que Putin haya salido a dar explicaciones muestra que en el Kremlin hay preocupación.
Estados Unidos acaba de poner la mira en cincuenta bancos rusos, uno de ellos Gazprombank –uno de los brazos financieros del Kremlin–, que había sido autorizado hasta ahora a dar curso a los pagos de las exportaciones de gas, y era uno de los pocos canales de pago
No se trata de un colapso inminente de la economía rusa, que aún tiene cuerda para aguantar, con sus 54.000 millones de dólares en el debilitado pero aún solvente Fondo Nacional de Riqueza, y sus ingresos por exportaciones de gas y petróleo, aun si estos no son tan importantes como antes. Si no surgiera otro elemento de deterioro, Putin y sus asesores económicos podrían estar razonablemente tranquilos el año entrante.
Pero en el horizonte asoman nuevas amenazas por la extensión de las sanciones. “Estados Unidos acaba de poner la mira en cincuenta bancos rusos, uno de ellos Gazprombank –uno de los brazos financieros del Kremlin–, que había sido autorizado hasta ahora a dar curso a los pagos de las exportaciones de gas, y era uno de los pocos canales de pago”, explicó Quénelle. “De ahora en adelante, menos divisas y menos capitales extranjeros entrarán a Rusia, lo que impulsará la baja del rublo e inquietará a los actores económicos”, agregó.
La conclusión de numerosos economistas que han reconocido hasta ahora la resistencia de Rusia ante las sanciones es que, tarde o temprano, estas van a asfixiar a la economía rusa. “La espiral de inflación y tasas de interés está acabando con la confianza empresarial, ya que la mayoría de las empresas rusas no puede sobrevivir mucho tiempo con las actuales tasas de interés extremas”, explicó, en un foro virtual de la revista estadounidense Newsweek, Vladimir Milov, exviceministro de Energía, economista y opositor de Putin.
Rusia está a punto de entrar en el top ten de los países con más altas tasas de interés de su banca central. A todo lo anterior se suman, según Milov, “el rápido agotamiento de las reservas financieras del Estado, los abultados déficits presupuestarios y los enormes aumentos de impuestos que entrarán en vigor el 1.º de enero, lo que debilitará aún más la inversión y la confianza empresarial”. Todo lo cual podría conducir, en 2025, a una gran paradoja en la cual Putin estaría ganando el conflicto militar en Ucrania mientras pierde la guerra económica en su propio territorio.
MAURICIO VARGAS - ANALISTA - EL TIEMPO