Ahora empieza Milan-Liverpool, ¿lo vemos…?
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-¿La verdad…? No me banco un partido entero, me aburre-, dice Edu, mi hijo mayor, muy futbolero. -Miro a Independiente, aunque juegue mal, es mi equipo. A lo sumo, la Selección, lo demás no me llama-, agrega, lacónico. Se levanta y sigue con sus cosas.
Lo entiendo. No estamos viendo nada. Resultados nomás. Después del Barcelona de Guardiola, tras desarmarse el Barça de Messi, Neymar y Suárez, todo parece prosaico, el techo da la impresión de haber cedido y estar viniéndose abajo. El espectáculo tambalea por desabrido. Puede que sea momentáneo, pero así es.
Lo que hay
¿Qué nos quedó…? El Manchester City, al que ahora quieren dinamitar por sus irregularidades financieras y millones lo celebran. Pero habrá que agradecerle los festivales de fútbol que ha dado en los últimos años. Y nadie juega bien por las irregularidades financieras. No hay delanteros llamados “Activo”, “Pasivo”, “Amortización”… Nos quedó Klopp en el Liverpool, siempre ha sido un soplo de frescura, Jurgen, pero se ha dado al descanso. Siguen Xabi Alonso y Florian Wirtz en el Bayer Leverkusen, aunque es un club pequeño. Pertenece al gigante farmacéutico Bayer, el de las Aspirinas y el Redoxón, pero Bayer no le da un peso para fichajes, debe arreglarse el club con sus ingresos. Más bien con las ventas.
Muy meritorio lo de Luis Enrique en el Paris Saint Germain, que ahora, sin Mbappé, juega mucho mejor. Ya no hay que darle todas las pelotas a Mbappé por decreto para que él patee al arco y engrose sus números personales. Hay que pasarla al compañero mejor ubicado. El PSG ha mejorado notablemente su accionar, ataca los 90 minutos y es candidato a todo, pero ya no por prepotencia económica, sino por juego. Ahí sí hay un jugador que da gusto ver: Bradley Barcola (se pronuncia acentuando la última a). Juega precisamente en el puesto que dejó Mbappé, encara, gambetea, hace cosas lindas, tiene algo distinto a la mayoría. Y también llega al gol. Acaba de cumplir 22.
Dan ganas de ver a este Bayern Múnich de Vincent Kompany, aquel hercúleo zaguero del City que, convertido en entrenador, ya tiene una medalla: ganó el ascenso a Primera con el Burnley en Inglaterra. Ahora, como flamante DT del cuadro de Müller y Beckenbauer lleva 20 goles en cuatro partidos Hizo 6 el sábado por la Bundesliga y 9 el martes por Champions. Despierta curiosidad, algo debe haber ahí.
Siempre está la Premier League, con su fútbol frenesí, de ida y vuelta. El cambiar ataque por ataque le proporciona una belleza, genera una agitación en el espectador, pero con intérpretes que no son los mejores. El Chelsea gastó 1.200 millones de libras y adelante juegan Nkunku, Madueke y Jackson, que es como decir Larry, Curly y Moe. Conste que los tres muestran mucho entusiasmo, no obstante una entidad que hace tan colosal erogación debería alinear tres fenómenos. Pero, ¿dónde hay uno…?
Hemos mencionado las excepciones. Pocas. Cuando se habla de ver fútbol no se trata sólo del club de uno, algo que siempre le interesará, sino de mirar otros equipos. Si un conjunto nos despierta avidez siendo neutrales es porque tiene algo interesante.
En su conferencia de prensa del viernes, Carlo Ancelotti hizo un comentario poco afortunado: “No nos gusta perder demasiado tiempo en llegar a la portería rival. A la afición le gusta un fútbol rock and roll”. Obviamente, para justificarse de lo feo que juega su Real Madrid campeón hasta de la estratósfera. Lo dominan, lo dominan, luego sale en contraataque y aprovecha la velocidad de Rodrygo, Vinicius o Mbappé y factura. El miércoles, el Stuttgart, como antes el Mallorca, el Betis o la Real Sociedad, lo toqueteó casi todo el partido y le generó infinidad de situaciones de gol. Al final terminó ganando 3-1 el cuadro blanco, como pasa casi siempre, sin que uno termine de entender bien por qué. Se supone que por la eficacia.
El buen jugador, para serlo, debe ser efectivo. Los del Madrid lo son. Y además tiene a Courtois. Y a Dios, que es hincha del Madrid, aunque no lo diga. Tampoco es su culpa que el Stuttgart pierda diez o doce ocasiones claras frente al arco rival. El Madrid es un Tiburón blanco siempre a la caza de títulos para alimentar su ego, pero fútbol no da, eso búscalo en otra parte. Pongamos atención a Sebastian Hoeness, el joven entrenador del Stuttgart (42 años). Su equipo toca deliciosamente la bola. Viene de ser subcampeón de la Bundesliga dejando tercero al Bayern. "Estamos decepcionados por el resultado, pero orgullosos del trabajo hecho", dijo tras dar una exquisita demostración en el Bernabéu. Algo hay también ahí…
Por regla general se ve un fútbol plano, sin relieve. Lo vimos en la Copa América. Si deseáramos elegir tres partidos memorables de los 32 que tuvo la competencia tal vez no llegamos a dos. Y esos dos gracias a Colombia, diríamos ante Brasil y Uruguay, aunque este último fue más guerra que fútbol, pero terminó dramáticamente y eso también gusta. Lo vemos en la tediosa Libertadores y en la aburridísima Copa Sudamericana, de las que el hincha suele pasar de largo hasta los resultados. Cada día hay más marketing, pero menos calidad en el producto.
Nivel pobre
“El nivel de la Copa Libertadores es discreto en general, pobre muchas veces”, dice Ricardo Vasconcellos, brillante periodista de El Universo, de Guayaquil. Y añade: “Incluyo en esa valoración a los robotizados y deslucidos equipos brasileños, que se 'refuerzan' con veteranos semiretirados tipo Hulk, David Luiz, Marcelo o con algunos jugadores que vuelven de Europa sin haber trascendido. En el Mundial de Clubes a Brasil lo aterrizan. En nuestra región, en la tierra del ciego el tuerto es rey”.
Lo vemos también en el fútbol argentino, 80 por ciento de lucha y 20 de juego. Lo salva el público, que llena todas las canchas en Primera y Segunda División. Es, sí, un mercado excelente para jóvenes con aptitudes de otros países que lleguen y pasen un año o dos antes de ir a Europa. Que experimenten la presión al límite, el roce, la intensidad, el ardor y la velocidad con que se juega. Si pasan ese filtro están listos para cruzar el océano.
Hay en oferta miles de partidos, pero la inmensa mayoría anodinos, con jugadores comunes, sin cracks que causen asombro. Por eso se dan transferencias de futbolistas normales en cien millones de dólares o más. Cualquier medianía cuesta cincuenta o setenta. No es que los valgan, el mercado y los agentes lo han deformado. Manchester United pagó 100 millones de euros por Antony, 73 por un acabadísimo Casemiro y ahora 70 por Ugarte (no más preguntas, señoría).
Acontece lo mismo con el Balón de Oro. Todos sabemos que otorgárselo a Mbappé, Vinicius o Bellingham no se corresponde con el mérito. Por fútbol, por clase, por rendimiento, el ganador debería ser Rodri.
Sin embargo, el ultracandidato, ya Balón de Oro Inminente, es Vinicius, el que perdió 18 balones frente a Costa Rica y 17 ante Paraguay. Mbappé lleva 5 goles en 7 partidos en el Madrid, dos de penal, otros dos de empujada, pero se advierte como una desesperación internacional por rotularlo “el mejor jugador del mundo”. No hay un mejor del mundo, es un título vacante. “Mbappé es Usain Bolt con un poco más de dominio de balón”, vuelve Vasconcellos.
Planicie pusimos de título. Chatura también cabía.
Jorge Barraza
Para EL TIEMPO
@JogeBarrazaOK