Cartagena amaneció ese 10 de septiembre de 2017 con el alma extendida sobre el asfalto ardiente y las murallas centenarias. Era la última parada del papa Francisco en su visita a Colombia, tras recorrer Bogotá, Villavicencio y Medellín. Pero en esta ciudad que ha sido puerto de esperanza, de dolor y de libertad, la llegada del pontífice tuvo un significado especial: aquí cerraría su mensaje de reconciliación, aquí hablaría de los pobres, de los excluidos, de los que cargan cadenas invisibles.
Desde la noche anterior, miles de fieles acamparon en los alrededores del barrio San Francisco, uno de los más humildes de la ciudad, donde el Papa iniciaría su jornada. Llevaban imágenes, pañuelos blancos, banderas vaticanas, rosarios, y hasta camisetas con la consigna del viaje: Demos el primer paso. Los barrios se organizaron como para una fiesta patronal; hubo casas decoradas, calles engalanadas, oraciones comunitarias, canciones ensayadas.
Un gesto que habló más que el discurso
El primer acto del día fue simbólicamente contundente: Francisco bendijo la primera piedra de lo que sería una casa para los sintecho, un proyecto de la Iglesia local. Allí, entre la brisa caliente y los rostros expectantes, pronunció unas palabras que calaron como estacas de amor en la piel de los cartageneros.
No se puede dar el primer paso sin tocar las llagas de los pobres. Dios camina allí, donde hay dolor
Pero uno de los momentos más recordados de esa visita ocurrió justo después: mientras saludaba a la multitud desde el papamóvil, en medio de un mar de gritos y pañuelos agitados, una mala maniobra del vehículo provocó un pequeño impacto en su rostro contra una baranda de vidrio. El golpe le dejó un hematoma en el pómulo izquierdo y una herida en la ceja, que sangró levemente.
La imagen dio la vuelta al mundo. Sin embargo, fiel a su estilo, el Papa restó importancia al accidente y continuó la jornada como si nada hubiera pasado. Su humor desarmó a todos: “Me dieron un puñetazo”, bromeó más tarde en el avión que lo llevaría de regreso a Roma.
San Pedro Claver, el centro espiritual
El presidente Juan Manuel Santos recibió al Papa en Casa de Nariño. Foto:Presidencia de la República
El Papa se dirigió al Centro Histórico, donde visitó la iglesia de San Pedro Claver. Allí, oró ante las reliquias del santo jesuita que dedicó su vida a los esclavos traídos desde África.
En un breve discurso, Francisco hizo un llamado a no olvidar las injusticias históricas y a continuar la defensa de los derechos humanos. “Aquí Pedro Claver fue testigo de una de las páginas más oscuras de la humanidad. Hoy debemos ser testigos de la dignidad”, afirmó.
Francisco recordó: “Pedro Claver no fue indiferente ante el sufrimiento. Hoy, en esta tierra, estamos llamados a ser artesanos de justicia y defensores de la dignidad humana”.
Cartagena, con su mezcla de modernidad y marginalidad, se convirtió ese día en un escenario vivo de los contrastes que el Papa quiso subrayar. A pocas cuadras de los hoteles de lujo, Francisco eligió estar con las víctimas de la exclusión.
Una misa entre sol y esperanza
El Papa Francisco. Foto:EFE
El acto central de la jornada fue la misa campal en el área portuaria de Contecar. Bajo un sol abrasador y con temperaturas que superaban los 35 grados, más de 700.000 personas asistieron al evento litúrgico. Muchos llegaron desde municipios cercanos, incluso desde otras regiones del país, soportando largas horas de espera.
En su homilía, el pontífice volvió sobre su llamado a la reconciliación, recordando el proceso de paz que vive Colombia tras décadas de conflicto armado. “Jesús nos enseña que la verdadera grandeza se alcanza sirviendo a los demás, especialmente a los más débiles”, dijo. La misa concluyó con un momento de silencio por las víctimas de la violencia, seguido de un aplauso masivo que resonó como un acto de unidad.
Francisco insistió en el tema de la reconciliación y la dignidad humana.
El Evangelio nos empuja a salir del egoísmo, a renunciar al odio, a tender la mano al otro. Jesús nos muestra que la verdadera grandeza es servir, no dominar”, dijo ante la multitud. Añadió también: “El perdón no borra la memoria, pero sí transforma el corazón
Cartagena se desbordó
Durante toda la jornada, Cartagena vivió una movilización sin precedentes. Más de 8.000 policías y personal logístico participaron en la operación de seguridad. Las autoridades locales declararon día cívico, y los centros educativos y varias oficinas públicas permanecieron cerrados.
Sin embargo, más allá del despliegue oficial, lo que marcó la jornada fue la participación ciudadana. Voluntarios ofrecieron agua y sombra a los peregrinos, vecinos decoraron fachadas con banderas y flores, y muchos abrieron sus casas para que otros pudieran ver el paso del Papa.
La ciudad, acostumbrada a recibir cruceros y turistas internacionales, se transformó por un día en un santuario popular. La presencia del Papa despertó una espiritualidad colectiva que desbordó parroquias, parques y avenidas.
La última imagen
Fachada del Hogar San José en Medellín, 9 de septiembre de 2017. Foto:Jaiver Nieto. EL TIEMPO
Con el rostro herido pero sonriente, Francisco subió al avión en el aeropuerto Rafael Núñez al final de la tarde. Desde la escalerilla, hizo la señal de la cruz y saludó por última vez al pueblo colombiano.
Su paso por Cartagena dejó algo más que imágenes. Quedó el recuerdo de un líder religioso que eligió terminar su visita en los márgenes, en contacto con los olvidados. Y quedó el eco de sus palabras, sencillas y contundentes: “Demos el primer paso hacia el otro. Allí comienza la paz”.
Cartagena fue, al mismo tiempo, el cierre del viaje y el inicio simbólico de un compromiso social renovado. La visita del Papa no solo fue un hecho religioso; fue una jornada de encuentro, memoria y llamado a la acción.
Hoy, tras su fallecimiento, esa escena —la de un Papa herido pero firme, entre los más humildes, bajo el sol ardiente del Caribe— queda grabada como uno de los momentos más humanos y recordados de su pontificado. Cartagena, ciudad de historia y resistencia, lo despidió como se despide a un profeta: con lágrimas, esperanza y una fe que no se deja rendir.