El Old Fashioned tiene el honor de ser el primer coctel sobre la tierra; su nombre apareció por primera vez en 1806 en un diario para describir la fusión de whisky, azúcar y bitters. Nació en Chicago o Nueva Orleans y, en el principio de los tiempos, el primer mixólogo dejó por fuera el hielo, pero por haber nacido en los Estados Unidos su base no podía ser otra que el bourbon. “¿Qué quieren para empezar?”, nos dice el mesero de Jaleo, el restaurante de José Andrés, en Disney Springs, el célebre chef español que ha sido reconocido en todo el mundo por sus labores filantrópicas (en pandemia sirvió más de 25 millones de comidas) y por haber popularizado las tapas en los Estados Unidos.
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Tras un vistazo a la carta hay un trago que, inmediatamente, llama mi atención: Jerez Old Fashion; los mismos ingredientes, la misma idea, bourbon Contradiction, pero con jerez, ¿por qué no? El vaso llega a la mesa para ocho personas en la que jugamos como niños, porque debajo del vidrio hay un futbolín en la que todos golpeamos la pelotita con jugadores de blanco puro madridista y el uniforme del Barcelona. Y con los tragos llegan las maravillas, tostadas con anchoas, jamón de bellota y, por supuesto, para seguir en mi viaje personal por los Estados Unidos pido un vino californiano, pero el mesero me dice que quiere recomendarme uno y trae un fabuloso Arrocal de Ribera del Duero al que no puedo negarme. Y no me equivoco.
Orlando es el destino por excelencia para los niños; es el hogar de Mickey Mouse y Harry Potter, el lugar de los castillos encantados, de los juegos pirotécnicos y del Circo del Sol, pero también es un lugar en el que –no hace tanto, tanto tiempo– la alta gastronomía era un territorio al que se accedía solo en sueños. Hace apenas unos 20 años el paisaje gastronómico era dominado por unas monumentales e insípidas patas de pavo, perros calientes y hamburguesas de cadena, pero ¿cómo satisfacer los gustos de los 74 millones de visitantes que recibe Orlando al año?, ¿cómo celebrar por lo alto un día de felicidad? Todo papá necesita algo más que una cerveza después de un día de sol, o un desayuno que vaya más allá de las salchichas de pollo y el bacon crujiente del hotel.
En The Glass Knife (276 S Orlando Ave, Winter Park) hay unos desayunos memorables. Los donuts pueden embobar a cualquier niño, y las tostadas de aguacate son una pieza de colección tan sublime como las magdalenas de Proust. Es un plato popular en todos los brunch, pero aquí los ingredientes se mezclan de una forma tan única que cada bocado es una verdadera delicia. El café de Uganda es otro delicatessen imperdible; cada sorbo de expreso se recibe como una bendición.
El corazón de Orlando tiene otro tesoro distinto al de las atracciones mecánicas: Winter Park, una ciudad o, mejor, un barrio centenario lleno de mansiones y paseos en bote por sus lagos. En sus calles está el Museo Morse, que tiene la mejor colección de lámparas y vitrales de Louis Comfort Tiffany, y muy cerca el restaurante Boca, donde vale la pena pedir algo ligero, tacos, hamburguesas o ensalada, y pasarlo con un Pinot fresco californiano, y luego dar un paseo por los otros museos de la ciudad, donde se pueden descubrir artistas poco conocidos de los Estados Unidos como Earl Cunningham y sus preciosos paisajes primitivos o, en medio de todo, alguna pieza memorable de Chuck Close.
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El hotel Dolphin tiene en sus instalaciones un restaurante para sentirse parte de los Estados Unidos: Shula’s, un genial steak house que tiene en sus paredes fotos de varios héroes del fútbol americano, mesas de madera oscura y manteles blancos; “¿un coctel para empezar?” Y esta vez el Old Fashioned tiene una nueva presentación y un nuevo nombre: New Fashioned, y en su cuerpo ahora tiene otro bourbon: un Knob Creek Single Barrel. ¿Por qué insistir con el mismo coctel? La respuesta es simple: los bourbons no son comunes en Colombia –somos en exceso fieles a los whiskies escoceses– y su presencia en el mercado no representa la riqueza de los tragos que producen EE. UU. y Canadá. En Shula’s, por supuesto, había que pedir un ribeye monumental, espárragos, puré de papa, y luego del New Fashioned un poderoso Cabernet Sauvignon californiano.
En este tour de comidas hubo un plus especial, un lugar al que solo los conocedores logran acceder: Mamak (1231 E Colonial Dr), un sitio de comida asiática donde venden deliciosas cervezas heladas –pedí una Sapporo– y una comida para chuparse los dedos; el lugar perfecto para almorzar y darse una pausa con un pato crujiente y unos rollos de verduras con camarones.
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La gran tragedia de un viaje gastronómico es su fin, su triste e inevitable final, pero cuando la última parte está en el Four Seasons es un poco más llevadero. El hotel tiene dos restaurantes de lujo: Ravello y Capa, y ambos tienen sus propias versiones del Old Fashioned: en Ravello se llama Italian Old Fashion, su base el Woodford y su toque italiano es Dissarono, un amaretto con un color ámbar profundo. La mesa, en solo unos segundos, se llenó de pizzas, carne, raviolis y, por cuenta de la recomendación de una mesera sonriente y buena onda, unas copas de Cabernet Sauvignon Silver Oak 2019 delicioso.
Capa, por su lado, ostenta una estrella Michelin y su versión del Old Fashioned merece el trofeo. Su Spanish Fashion tiene Pendleton Whiskey y brandy Torres, oro (tal cual), vermut Walnut y, más allá de todo, el ahumado en nariz es insuperable. Y la comida… ahí va, una buena paella, unos buenos jamones de bellota, quesos, un pulpo a la gallega, unas croquetas de lujo y, sobre todo, en contra de todo lo que se podría esperar de un restaurante español, una carne wagyu que hace que la vida valga la pena. La carne, en los Estados Unidos o en la Argentina, es un placer religioso, pero los japoneses son una especie de dioses; cada bocado fue una redención de todos mis pecados. Y, por supuesto, brindamos con un Cabernet Sauvignon de Napa Valley, ¡salud! ¡por Mickey Mouse y sus amigos!
*Por invitación de Visit Orlando