‘Nuestra responsabilidad, en el orden social, es no regar la planta del odio’: Delphine Horvilleur

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La pertenencia, el diálogo y el legado cultural parecen ser cuestiones que desvelan a la rabina francesa Delphine Horvilleur. “En el contexto de obsesión identitaria actual, creo que es urgente que exploremos nuestras tradiciones religiosas y lo que estas dicen realmente de la transmisión y de la construcción de una identidad”, escribe Horvilleur en Madres, hijos y rabinos (Libros del Asteroide, 2024), su nuevo título en español.

También filósofa, aborda con un gran estilo literario temas complejos. Recibió su cultura de dos abuelos muy diferentes: uno, francés asimilado, y el otro, emigrante de los Cárpatos, que había perdido a su familia en Auschwitz. En la sinagoga parisina de Beaugrenelle, Horvilleur predica con ideas, humor y osadía: desconfía de los dogmas, cree que la tradición no es la fotocopia de unos conceptos rígidos que pasan de mano en mano a través de los años, sino una forma viva, mutante, alimentada en el encuentro con los demás y con lo demás.

En Madres, hijos y rabinos escribe sobre el futuro incierto y el presente complejo que marca el pulso global. Lo hace desde su experiencia como ciudadana del siglo XXI y desde los cuentos bíblicos antiguos. Ya lo había hecho en otro libro, el fascinante Vivir con nuestros muertos (2022), que colocó su nombre junto a los de los mejores ensayistas actuales de Francia. Pero todo eso fue antes del 7 de octubre de 2023. La masacre ejecutada por Hamás en Israel y la guerra que vino después conmocionaron profundamente a Horvilleur.

La vida de las comunidades judías, a lo largo de los siglos, ha visto una tensión que va de la asimilación a la necesidad de recordar su larga historia. ¿Qué ha ocurrido después del 7 de octubre de 2023?

Pasé muchos años enseñando la importancia de tender puentes para el diálogo, ese ha sido el mensaje central de todo lo que escribí e hice. Pero lo más impactante para mí desde el 7 de octubre de 2023 es que, de alguna manera, el dolor de la historia judía llamó a nuestra puerta y nos recordó que, aunque deseemos tanto construir puentes, en realidad, nos guste o no, estamos en un momento en el que también necesitamos construir muros y asegurarnos de que nuestros hijos estén bien. De repente hay que enseñar simultáneamente sobre el puente universal entre el judaísmo y el mundo, y también sobre la necesidad de protegernos. Es una tensión importante. Por otro lado, los judíos no somos simplemente judíos: somos judíos y tantas otras cosas más. Muchas personas, si hace unos años les hubieras preguntado cómo se definían, habrían dicho: “Soy francés, me encanta correr, me encanta comer sushi y soy judío”. A partir del 7 de octubre, no porque lo eligieran, sino porque el mundo los obligó a invertir su definición, ahora esas personas de repente ven que su identidad judía toma protagonismo.

¿La historia avanza y a la vez retrocede?

Sí. No es que nos obsesionemos con nosotros mismos como judíos, pero no tenemos otra opción, porque de repente estamos amenazados y volvemos a las viejas cuestiones. No es la misma historia, pero hay una especie de eco. Cuando yo era una niña me disgustaba que mis abuelos, sin importar de qué habláramos, siempre dijeran: “¿Es bueno o malo para los judíos?”. Me parecía ridículo que siguieran pensando que todo era para bien o para mal. Mis abuelos murieron hace mucho tiempo, pero ahora mismo siento como si me estuvieran diciendo constantemente: “¿Ves? ¡Te lo dijimos! Te equivocaste al estar tan convencida de que ya habíamos superado aquellos momentos históricos”.

¿Y entonces se puede seguir construyendo puentes o ya no?

Sí. Pero, quizás más que nunca, necesitamos hacer alianzas: ese es el verdadero significado de mi identidad judía, que no puede ser una cuestión de puertas cerradas. Tiene que ser una cuestión que me permita participar en una conversación con otros. Así que no me rendiré. He notado que desde el 7 de octubre, de una forma muy extraña, algunas conversaciones han desaparecido y otras se han fortalecido. Yo, como muchas otras personas, perdí muchos amigos, pero también profundicé relaciones incluso con amigos árabes. Por ejemplo, mi amistad con mi amigo libanés Wajdi Mouawad durante el último año y medio ha sido lo que en yidis llamamos mechayeh: algo que te devuelve la vida. Muchas veces sentí que estaba perdiendo mi empatía, mi humanidad, incluso mi rostro, ante lo que estaba sucediendo, pero mis conversaciones con él fueron cruciales.

¿Qué fue lo que él le dijo que la devolvió la vida?

Hablamos mucho sobre cómo mantener la empatía con el otro. Él dice que sabe que la semilla del odio hacia el judío le fue plantada y se pregunta cómo evitar regarla. Esa metáfora me parece poderosa. A veces pensamos que vamos a acabar con el antisemitismo, con el racismo, con el odio o con lo que sea. Pero en realidad creo que hay que reconocer que ese odio está adentro de nosotros y de nuestra sociedad, y que no hay forma de deshacernos de él. Entonces la pregunta es: ¿cómo nos aseguramos de que su planta no crezca? En la historia hay momentos en los que es como si regáramos la tierra y esa planta crece. Otras veces logramos evitar que florezca. Nuestra responsabilidad, como sociedad, es asegurarnos de no estar regando la planta.

¿Cómo fue que nuestra cultura se convirtió en un problema de cancelación, racismo y segregación?

En nuestra sociedad hay una fuerte tendencia a amar la simplicidad y existe una especie de aversión a la complejidad. No sé si eso viene de las redes sociales, pero nos hemos vuelto superbinarios en los últimos años. La generación que nos sugirió que debería existir una identidad de género no binaria tiene, paradójicamente, una visión política superbinaria del mundo. Considera que no existe el binarismo de género, pero sí el de todos los demás aspectos de la vida. De repente, su visión del mundo es simplista: una visión de dominantes y dominados, de poderosos y subordinados. Es un error ver el mundo de esta manera. Nadie es poderoso en cada minuto de su vida o subordinado todo el tiempo. Esta forma de ver el mundo, con enfoques simplistas, es empobrecedora para todos, así que constantemente yo enseño sobre la complejidad.

En términos sociales, ¿la ambigüedad ayuda a elevar la calidad de la conversación pública?

Sí. Pero el problema es que vivimos en una época que contradice la inteligencia, al menos con respecto a su etimología. La palabra viene del latín intellegere: inter y legere, que significa ‘entre’ y ‘leer’, eso es la capacidad de leer entre líneas. Creo que no existe ninguna inteligencia si no reconoces que siempre hay un punto intermedio entre lo que yo digo y lo que tú escuchas.

En su libro 'Vivir con nuestros muertos' usted escribió: “El oficio que más se acerca al mío tiene un nombre: narradora”. ¿Sigue considerando lo mismo?

Sí, y ahora más que nunca. Cuando me preguntan en qué creo, yo respondo que creo en el poder de las historias. Algunas nos hacen más humanos, otras nos destruyen. Algunas son malditas, otras son bendiciones. Historias: supongo que esa es mi religiosidad. Y tengo la suerte de formar parte de una tradición que es muy buena narrándolas. Esa es nuestra bendición y debemos compartirla con el mundo.

¿Podemos tener esperanza respecto de la próxima generación?

Francamente, es un tema muy doloroso porque el crecimiento del antisemitismo a menudo se canaliza a través de una nueva generación. Y los jóvenes no son conscientes de algo que ha sido bastante frecuente en la historia: muchas veces los judíos han sido odiados por quienes estaban convencidos de encontrarse en el lado correcto de la historia. Por ejemplo, en la Edad Media la gente creía que los judíos traían enfermedades, que envenenaban el agua de los pozos o que mataban a los cristianos. La gente estaba convencida de que eliminar a los judíos traería paz al mundo, e incluso salud. Hoy es prácticamente lo mismo. A menudo conozco personas, especialmente jóvenes activistas, que no oyen los clichés antisemitas en su propio idioma: es como si estuvieran cantando una melodía antisemita clásica, pero no la oyen porque están totalmente convencidos de que están del lado correcto de la historia. Lo más doloroso para mí hoy es hablar con jóvenes judíos: es evidente que están pasando por una pesadilla. Muchos se han convertido en criptojudíos: o hablan de su identidad judía y pierden a sus amigos, o mantienen una vida social y evitan el tema, pretendiendo ser algo que no son.

No parece muy optimista para los años que vienen...

No, creo que vamos a pasar por momentos muy oscuros. Pero, al mismo tiempo, lo único optimista que puedo decir es que deberíamos considerar que no somos la primera generación que atraviesa esto. Somos bendecidos, si puedo usar esta palabra, con el conocimiento del pasado. Muy a menudo me inspiro en ese pasado que, de hecho, regresa de forma diferente. Los judíos siempre lograron elegir la vida; así sobrevivimos y encontramos la manera de transmitir una tradición. Y, de hecho, esto me lleva a Madres, hijos y rabinos, donde intenté expresar que el judaísmo posee una sabiduría especial para la transmisión y es muy bueno enseñando memoria y adaptación. Los judíos recuerdan, pero al mismo tiempo saben olvidar lo suficiente como para reinventarse.

JAVIER SINAY

La Nación (Argentina) - GDA

@lanacion

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